Mechacortismo

    Ya, suena a chiste, o a noticia de El Mundo Today o de El Jueves, pero lo curioso es que es verdad, que existe el término, y concretamente el llamado síndrome de la mecha corta. Tan real es la cosa que conozco a cantidad de peña que lo sufre, tanta que si se realizaran estadísticas es probable que resultara más común que las alergias.

    Aunque las características de dicho trastorno pueden resultar obvias, no está de más hacer un parco resumen y, de esta manera, quien esté leyendo estas líneas puede ir dándole vueltas al tarro (veréis que tampoco va a hacer falta mucho) hasta descubrir multitud de personas enfermas a su alrededor, posiblemente sin saberlo.

    El síndrome de la mecha corta es un trastorno caracterizado por episodios de descontrol emocional y de los impulsos, que provocan ataques de ira y agresividad, ya sea verbal o incluso física. Los ataques de furia son desproporcionados respecto al evento desencadenante, que a menudo es irrelevante, y suelen estar seguidos de sentimientos de arrepentimiento y vergüenza. Lo mismo estáis pensando que tanta gente no hay, que no caéis en demasiadas personas de vuestro entorno, lejano o cercano, porque la segunda parte del enunciado, eso sobre el arrepentimiento o la vergüenza no lo veis nunca, pero es que resulta que del mismo modo que la ira generalmente se nota sin demasiada dificultad y hasta puede considerarse la agresividad como una pulsión, el arrepentimiento y la vergüenza ni se notan a bote pronto ni son un reflejo natural; es decir, que alguien puede ser mechacortista sin que muestre expresamente lo mal que se siente. Eso sin contar que la agresividad, en determinadas ocasiones, casi siempre condicionadas por el contexto o el grupo social en el que nos hallemos, puede implosionar y derivarse hacia el interior, provocando efectos psicosomáticos como úlceras, problemas estomacales o dolores y tensiones musculares. Sigue leyendo

Que tampoco se pasen

    Había un chiste por ahí –no sabe definir uno si horrible en su machismo o más bien crítico con las primeras iniciativas públicas a favor de la igualdad dentro de una sociedad patriarcal– que decía: «le he dado más libertad a mi mujer, le he ampliado la cocina». Sí, vaya, te tronchas. El gran Forges, imbuido tal vez por su espíritu de denuncia, se acogió, obviamente, a la segunda opción con una de sus viñetas descomunales:

    Está chachi que los colectivos de derechos esquilmados se organicen y luchen por la igualdad y la justicia social. Coño, pero que tampoco se pasen. Cuando empiezan a pasarse, el Estado bienhechor, quien tiene la obligación de mirar por el bien del conjunto de la ciudadanía, tiene que tirarle un poco de las orejas y, de ser ello posible, comenzar con determinadas diatribas y disquisiciones formales cuasi ontológicas, más allá de que sean rancias o se parezcan mucho en su argumentario a aquellas otras que, en su día, pudieron censurarse al estar repletas de odio, ultraderecha y fascismo.

     Toca hablar del borrador de Ley Trans, claro, y de feminismos, pero de pasada, que no tiene la culpa todo el rebaño de lo que hacen algunas de sus ovejas.

    El primer punto, fundamental y trascendental a la hora de centrar un poco el asunto rompiendo con la atávica tradición del chivo expiatorio que contente a casi todo el mundo, es reflexionar sobre quién apoya la tramitación y aprobación de dicho borrador. «Los grupos Queer», pensaste. Va a ser que no, por mucho que lo estén compartiendo por las redes sociales y se les acuse como lobby de todos los males del mundo relacionados con la identidad de género. ¿Y por qué no se atienen a la verdad ninguna de ambas aseveraciones? ¿Que son los únicos grupos a favor y que actúan como lobby?.

    Punto uno, porque no hay un solo colectivo LGTBIQ+ que esté en contra de dicho borrador, y resulta que, de todas las letrillas que figuran en las siglas, solo la Q es de Queer; es decir, no solo las personas trans que apoyan la teoría Queer protestan contra la paralización de la ley, sino todas las personas trans en general, así como las lesbianas, los gays y aquellas otras que no se identifican con el binarismo sexual, como quienes se consideran intersexuales.

     Punto dos, porque es ridículo considerar lobby a los grupos, todavía minoritarios, que luchan, defienden y visibilizan la teoría Queer. Es tan abstruso y falto a la verdad como haber considerado a las mujeres feministas, en los inicios del movimiento global, grupo de presión en una sociedad patriarcal. Mal que nos pese, a mí el primero, el único lobby que podría existir ahora en lo relativo a la Ley Trans, son precisamente determinados colectivos feministas de izquierdas que ocupan y disponen de lugares de poder y privilegio para frenar iniciativas. Sigue leyendo

Inhumana pureza

     Decía Gandhi que «mientras existamos físicamente, no es posible ser perfectamente noviolento, ya que el cuerpo por sí solo está obligado a ocupar un mínimo de espacio. Mientras no seamos puros espíritus, la noviolencia perfecta es tan teórica como la línea recta de Euclides. Pero no cabe más remedio que acomodarse a estas contingencias». Más allá de la insultante realidad de que, como seres humanos, no podemos ser perfectos (aunque solo fuera porque no habría quien nos soportara), la afirmación del profeta de la noviolencia puede suscribirse a cualquier opción de vida y, cuanto más radical e inmaculada decida mostrarse, más se reflejarán, posiblemente, las vergüenzas de su imperfección: negarse a la explotación de otras personas, de animales no humanos, elegir la austeridad como modelo de vida… La pureza no existe, y exigir que así sea dando por hecho que el resto de mortales son éticamente inferiores en virtud de determinadas decisiones personales supone un acto de estupidez aun mayor que su propio egocentrismo.

    De vez en cuando, leo algunos blogs veganos. Lo hago sobre todo por ir haciéndome más consciente de aquellos aspectos de mi alimentación que debería mejorar para evitar el abuso hacia otros seres sintientes. En ocasiones, rácanas diría, lo consigo, y encuentro algo de luz, pero la mayor parte de las veces abandono la web con la desagradable sensación de que algunas de las personas que escriben los artículos lo hacen desde un plano de tal superioridad moral, dando tal cúmulo de lecciones a las personas incautas que lo mismo creen ser veganas a pesar de tener en casa un perro procedente de un contenedor o de no considerar a tu vecina como asesina nata por comer alguna pechuga de pollo una vez por semana. Es curioso que el umbral de tolerancia a lo que debe considerarse un auténtico vegano suele ser directamente proporcional al poco tiempo que lleven optando por esa opción y actitud vital. Sigue leyendo

Perseverare diabolicum

    Iván Luque padecía un enfermedad rara, de esas que como solo afectan al 0,01 por ciento de la población solo le importa a su familia, aunque se dé por hecho que no va a vivir más de cuarenta años, como así sucediera. La primera vez que visitó mi casa, acompañado de unas amigas, una de ellas miró uno de los pequeños huacos del Perú colocados en un mueble del zaguán del piso, lo cogió con dos deditos y sonrío al tiempo que decía:

     –¡Ahí va, es un pito, Iván!

     Una de las bondades intrínsecas a la enfermedad rara de Iván, el llamado síndrome de Wolfram, es quedarse ciego progresivamente, así que, ante la exclamación de M.ª Luisa hemos de suponer que el susodicho pensó en un instrumento celta en vez de una artesanía erótica, porque ni corto ni perezoso se colocó la punta del huaco (que queda mejor que la punta de otra cosa) en la boca y comenzó a soplar.

     El descojone fue generalizado, pero con mucho cariño. Cuando le explicamos el cuadro a Iván él mismo se tronchaba de la risa.

    El caso es que Iván estaba prácticamente ciego y se le reían las gracias, por su inocencia y su «sin querer». Era una persona hermosa, de las especiales, ausente de maldad. Lo perverso es la peña que finge ser ciega y sigue soplando el pito sabiendo lo que es, y lo hace sin gustarle los pitos, no por solidaridad y compromiso con el colectivo LGTBIQ+.

     Como el ser humano es muy dado a descontextualizar y agarrar solo aquellas secuencias que hacen bien a la tranquilidad y al sosiego, lo normal es que todo el mundo conozca la primera parte de la sentencia latina «errare humanum est» (errar es humano), pero no la segunda: «sed perseverare diabolicum» (pero perseverar en el error es diabólico). Y es que nos equivocamos tanto y tan de seguido que lo de saber de memoria que somos unos mindundis como especie nos viene de lujo; ahora, que hagamos poco o nada por corregirnos, ya es otra historia menos condescendiente, por eso siempre queda el recurso preferido de la humanidad: si errar es normal, lo es más echarle la culpa a otra persona. Sigue leyendo