
Druk, by Mampu
Al lado del semáforo me hallaba, subido en la bici, sudando la camiseta y esperando a que el peatón tuviera algo de clemencia y se pusiera en verde. Las cinco y pico de la tarde. La mochila formándome un cráter en la espalda. El camioncito cruzó frente a mí, con su lateral pintado en negro y el rótulo con letras en blanco a un tamaño que no desentonaría en un país de gigantes: Electricidad Ximénez. Cada vez que leo ese apellido medio catalán o medio gallego soy como un perro de Paulov cuando suena la campanilla. Se retrotrae mi mente a principios de diciembre pasado y una frase se forma en las neuronas como impresa a soplete: “Las luces de la calle son buenas para el consumo; la gente sale, compra… Si no no vamos a salir de la crisis”. Ya hablé de ello, y no es mi intención repetirme, pero el caso es que ese día a la vera del semáforo el calor, en lugar de ablandarme la sesera y cortocircuitarla, me condujo en su efervescencia a ensamblar unas ideas con otras y a relacionar una opinión con el discurso que subyace detrás, aunque no se diga.
El tema es simple. Conozco a multitud de personas de clase media que me han soltado ese argumento, pero ni a un solo pobre le he escuchado jamás decirme algo similar, ni remotamente parecido, y esta diferencia insoslayable, obviamente, debe ser debido a algo. Resumo mi intuición basada en la experiencia: el pobre quiere salir de la situación en la que vive, la persona de clase media no quiere perder la situación en la que vive. Lo primero es un derecho -e incluso un deber-, lo segundo una apetencia. Así, ante ese argumento de que consumir nos hará salir de la crisis y es bueno para el país -más allá de que sea veraz o únicamente una opinión no compartida por muchos economistas- se me antoja preguntar así, sobre la marcha, con la pesadez plomiza de un niño de cinco años y tratar de sacar a la luz el discurso que nunca se dice.