Mi bici y sus peligros

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Bicycle wheel, by xbastex

    Soy un kamikaze. Un peligro público, que nadie se lleve a engaño. Verme pedalear con mi bicicleta por las calles de Córdoba debe de dar más miedo al respetable que un camión de esos del DAESH cargado de explosivos. La gente honrada, el ayuntamiento, la policía local deberían de perseguir a capa y espada a aquellos seres despreciables que, como yo, se pasan buena parte del día dando por culo a conductores de bien o turistas despistados cuyo único deseo es poder ir a sus anchas y panchas sin aguantar vueltas ciclistas ni que les arrolle un vehículo de dos ruedas, por más que vaya por el devaluado carril bici.

    Lo mismo estoy exagerando, pero es lo que debería pensar tras la ristra de improperios que me ha venido a mal escuchar de diferentes labios y rostros crispados en estos años de circulación sobre mi bicicleta azul cobalto. Y eso que jamás he tenido un solo percance del que haya sido responsable, directo o indirecto.

    Así, a vuela pluma, sí que se me ocurren variadas circunstancias de las que, parece ser, tuve yo la culpa en virtud de la cantidad de insultos y maldiciones que me endilgaron sin pelos en la lengua. Sigue leyendo

Don Gilipollas

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Las clases sociales chilenas, por Luis Fernando Rojas

    El sábado pasado estuve de minireunión en la parroquia; alrededor de media hora duró la cosa. De cuatro pegos mal contados hablamos, pero como eran importantes había que hacer de tripas corazón y revertir el deseo de no salir de casa con la que estaba cayendo.

     De qué fue el encuentro es lo de menos, pero volví a ser consciente de lo tonticos que somos a veces sin darnos cuenta y la de anuncios que hacemos de nuestra forma de entender la sociedad y las relaciones humanas con que el oyente esté un poco atento sin tener que ser filólogo de la lengua.

     Agustín es un cura joven de mi pueblo al que no veía hace años, hasta lustros podría decir sin usar la más mínima hipérbole. Lo de usar el adjetivo joven puede deberse a que tiene mi edad y, como todo el mundo sabe, sólo son mayores las personas que tienen más años que uno. La chapa consistía en explicar al respetable, compuesto por el Consejo Pastoral, el equipo de evangelización y el párroco, en qué iban a consistir determinadas visitas por el barrio a fin de llevar a buen término una especie de actividad misionera. Así, a bote pronto, frases sueltas:

     –La idea es que vosotros vayáis formando las parejas en esta semana y ya habláis con Don Antonio…

     –Fulanito puede ir haciendo los emblemas, que seguro que no tarda nada…

     –Menganito que se encargue de…

     –Podéis hacer la misa de envío el fin de semana y si Don Antonio…

     La retahíla de frases de similar hechura que podría compartir de aquella media horita resultaría de lo más jartible incluso para un santo de descomunal paciencia y como creo que me voy a hacer entender, trataré de no ponerme más pesado. Estaríamos en aquel salón unas diez personas, hombres y mujeres de diferentes edades y categorías sociales, y resulta que la única que merecía el título honorífico de don fue Don Antonio. Seguro que no hace falta falta romperse los cuernos para saber quién era Don Antonio. Sí, sí, el párroco, que no creo yo que se acostumbre a tanta parafernalia por más cera que le unten. Sigue leyendo

Sinceridad a mansalva

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     Desde chico escuchábamos decirlo. Aquello de que los niños y los borrachos dicen la verdad. Será que, por aquel entonces, nadie había oído hablar del Alzheimer, porque si existe una persona que diga la verdad, o al menos su verdad sin tapujos ni ponerle flores no vaya alguien a sentirse mal, es un enfermo de Alzheimer. Dice incluso aquellas cosas que de toda la vida se había callado por vete tú a saber qué idea preconcebida. Por ejemplo: «¡qué simpático es tu marido, hija!», aunque te caiga como una patada en los ovarios y sólo lo muestres cuando tienes la cabeza ida el 75% del tiempo.

     No pretende ser esta entrada una vanagloria de la sinceridad a mansalva, como si se viera uno en la santa obligación de soltar por la boca todo lo que se le ocurra, caigan o no caigan propios y extraños, porque la verdad tiene que estar por encima de todas las cosas a imagen de un Dios de consecuencias imprevisibles. No, no es necesaria la crueldad, pero menos lo es la estulticia, y el mentir de tal forma y manera, dejándonos llevar por subjetivos condicionamientos sociales y culturales o por salir airosos e impolutos de en medio de un conflicto, que hasta acabemos creyendo que nuestras falsedades son verdad o, al menos, mentiras necesarias. Tampoco soy yo de los que cree y confía en las mentiras piadosas, que suelen serlo casi siempre para quien las dice.

     El jueves salimos a ver un par de los patios que formaban parte del Festival FLORA con las personas mayores de la residencia. La cosa era simple: ocho artistas internacionales se dedicaron a adornar con motivos florales igual número de patios de la capital cordobesa. Desde diferentes perspectivas históricas, culturales… y esas cosas que dicen las instituciones para darse importancia. Patricio fue una de las personas que quiso –o eso nos dijo en ese 25% del tiempo que decide las cosas– acompañarnos. Hay que desplazarlo en silla de ruedas y era yo quien lo llevaba de aquí para allá intercambiando pareceres de la manera más informal y anárquica que alguien pueda imaginar.

     Llegamos a la creación expuesta en la Fundación Antonio Gala. En el centro de un patio andaluz rodeado de un atrio de hermosos arcos de corte neoclásico. Junto a la fuente, el artista, de cuyo nombre no logro acordarme, había colocado de forma desordenada dos enormes ramas secas de árbol adornadas con flores naturales –concretamente buganvillas y orquídeas- y posadas ambas sobre una alfombra de musgo natural. Sigue leyendo

Cosas que de verdad importan

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Oppression, by Matteo Bertelli

     Lo mismo me salgo un poco del parchís, pero no, no voy a hablar de la DUI, del Estatut ni del 155. El caso es que de todo lo que está pasando en el Reino de España en estas últimas semanas, lo único que me preocupa de veras es que un gobierno y el mayor partido de la oposición opinen que, en un país democrático, no había otra forma mejor de hacer las cosas. Y me dan pena los separatismos, las independencias, las fronteras… ¡Como si no tuviéramos ya bastantes! Porque del mismo modo que no quiero que levantemos muros y alambradas para impedir que se entre sin papeles (aunque sí con corazón) a esta tierra de supuestas oportunidades, me disgusta mucho que en lugar de tratar de entendernos, nos pongamos a darnos codazos en la boca. O a ir a un concurso para decidir quién los tiene más gordos.

      Así que, como las partes nobles de determinadas personas me despiertan nulo interés, sin dedicarme a hacer un listado, sólo comparto un botón de muestra de aquello por lo que creo que merece la pena dar mucho por culo.

     Plácida tiene más de ochenta años. Va siempre tan bien arreglada y tiene un cuerpo tan tipo bolo que parece una matroska. Camisa y falda de colores fuertes y maquillaje en tonos rosas y azules. Se desplaza con la mera ayuda de un bastón de los de toda la vida. Marrón, de puño estirado. El viernes pasado me preguntó que qué tal iba lo de la solicitud de Dependencia. Ante estas preguntas que son casi capciosas sin pretenderlo no sabe uno muy bien a qué atenerse.

      Resulta que no le importa demasiado a la administración que Plácida no tenga familia de primer grado, que viviera sola o que tenga una pensión que no llega ni a los 700 euros. Su situación no es prioritaria, claro, porque hay gente peor; a la que tampoco se atiende en sus plazos, como demuestra el hecho de que una persona dependiente puede esperar unos tres meses para que se dignen en ir a valorarla y asignarle grado, otro mes y pico para que le manden la carta (retenida para retrasar los plazos), otros dos meses más para que se le asigne recurso (si lo merece) y uno y medio más si hay suerte para que, al final, pueda beneficiarse del mismo. Pero podemos resumir en un momento lo que es probable que le suceda a Plácida, mujer sin familia directa, sin necesidad de ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria y que ocupa plaza privada en una residencia de mayores al módico precio de más de 1.400 euros porque le da miedo quedarse sola en casa.

  • Tramitada ya la dependencia irán a valorarla a la residencia.
  • No le asignarán grado, al poder vivir sola supuestamente, o como mucho Grado 1, pero es poco probable en virtud de los baremos actuales de la Junta.
  • No podrá acceder a ningún recurso, excepto el jodido botón rojo de emergencias por si se rompe la crisma en caso de vivir en su domicilio.
  • Se le acabará el dinero ahorrado en año y medio.
  • Tendrá que dejar la residencia porque no puede pagarla ni la administración le va a asignar una plaza pública.
  • Si por entonces no tiene vivienda propia, se verá tirada en la calle a menos que algún sobrino o sobrina de buena voluntad (aunque sólo una va a verla a la residencia alguna vez) la acoja en su casa.
  • O si la tuviera, se quedaría sola en el domicilio hasta que ya no pueda andar, ni cocinar, tenga Alzheimer o algún vecino tenga que llamar a la policía porque huele a perro muerto en la casa de al lado.

      Entonces su situación sería prioritaria. ¡Qué bien! Sigue leyendo