Poderoso caballero

Moneyfight

Money Fight

    La ex-primera ministra británica Margaret Thatcher soltó, como quien no quiere la cosa, una frase de esas que crean escuela para dolor de cualquier persona con la más mínima sensibilidad: «nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero». Es obvio que no podríamos esperar sentimentalismos ni solidaridad de ningún tipo conocido o desconocido de labios de una política pionera en la privatización de todos los servicios públicos –incluidas, por supuesto, las ayudas sociales, la sanidad, la educación…– y cuyo conservadurismo y monetarismo han sido tomados, por aquella gente de arriba que le ha cogido el gusto a adueñarse de todo bien, como preceptiva vara de medir.

     En virtud de ello, no debería sorprender a nadie que aquellas señorías que se glorían de gobernarnos, e incluso aquellas que aseveran sobre la tumba de Trotsky que pertenecen a la más pura izquierda, recurran de manera harto profana e inconsciente al dinero como única alternativa a todos los males del mundo. El interior de la caja de Pandora permanecería del todo ignoto para la humanidad de haber sido sellado el cofre al completo con billetes de quinientos euros –en el caso hipotético de que existan–.

     Porque no hay que hacerles demasiado caso a los jocosos versos de Quevedo sobre el vil metal:

Y pues es quien hace iguales

al rico y al pordiosero,

poderoso caballero

es don Dinero.

     Cuando en realidad el dinero no hace igual a nadie por más que nos empeñemos en repetirlo tipo letanía porque parece que nos viene bien creerlo. El motivo es simple: al rico el dinero no se le va a acabar, entre otras cosas porque no suele ser fruto de su esfuerzo personal, mientras que al pordiosero le va a durar dos telediarios. Sigue leyendo

La pobreza se hereda

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Children And Violence, por axelle b

     Jony tiene su genio, pero no es mal chico. Siete u ocho años, pelo un tanto desgreñado y el rictus contrariado de aquél a quien le cuesta entender cómo aplicar lo que se le dice. Nervioso, de respiración agitada y condenado desde infante a formar parte de ese síntoma del TDAH, medio inventado por estudiosos y educadores para quienes todo lo que no sea que un nene de cinco años consiga quedarse cuatro horas sentado/amarrado del tirón en su silla de clase supone un trastorno, en ambos sentidos del término.

     El propio Jony –que vete tú a saber cómo escribe dicho nombre su familia–, cuando anda sin poder ni sentarse de las agujas que parecen pincharle en el culo, se pone a dar vueltas a buen ritmo por la sala de lectura desde que la monitora le dio esa opción una tarde que lo vio con toda la pinta de poder guantearle a algún compañero en un descuido, y la idea de cansarse y expulsar adrenalina obtuvo algo de resultado positivo. Sus compañeros del colegio, tan cuidadosos como suelen ser los niños a esas tiernas edades, lo llaman a él y a sus hermanas «los piojosos», apodo que tampoco debe de ayudar mucho al autocontrol y a las relaciones sociales y que, me atrevería a jurar sin por ello apostar mi brazo derecho, dudo que sea objeto de castigo o reproche por parte de la dirección del centro.

     A Jony le había tocado en la feria una pistolita de esas de moda que disparan unas bolitas de plástico poco generosas con el contrincante; arma nada desdeñable en manos de un niño con las dificultades de Jony, no hace falta haber estudiado en la Sorbona para haber visto más apropiado como regalo en el sorteo unos altavoces, unos cascos inalámbricos o un dónut de trapo impreso con la consabida sentencia tan archifamosa en estas últimas semanas. Pero no, fuera quien fuera el responsable de tal desatino, el asunto es que Jony se dedicó a dispararle dichas bolitas de plástico a propios y extraños en los soportales del patio, hasta que uno de los otros nenes se hartó, lo agarró por el cuello y comenzaron a darse de empujones y golpes de diferente consideración. Y como Jony tiene las dificultades que tiene, daba igual lo que tu boca le dijera, lo tranquilo que le hablaras, o que trataras de separarlo ayudado por sus amigas y que le hubieran quitado ya la pistolita de marras. La cara de Jony lo decía todo: gesto torcido, párpado derecho cerrado en especie de tic y la otra pupila fija en el arma de destrucción masiva que agarró en un descuido y comenzó a cargar de munición como si le fuera la vida en ello. Sigue leyendo

Dos gallinas

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Chicken moo, by jelene

    Si hay una frase que he escuchado en mi entorno con metódica insistencia es aquella de que «el dinero no es lo importante». O similares, claro, que no todo el mundo expresa igual su independencia afectiva del vil metal: «no me preocupa el dinero», «el dinero no nos da la felicidad»… Las he oído en colectivos alternativos, en mi curro, en la parroquia, en el grupo de amigos. El caso es que este tipo de expresiones sólo han salido de los labios de gente como yo que no sentimos la más mínima inquietud por el dinero ni le damos importancia porque lo tenemos. Suena tan sarcástico como si un funcionario nos soltara que no le preocupa el empleo. No te jode.

    Pero a las gitanas del barrio que pasan cada semana por Cáritas, a las personas inmigrantes que llegan a nuestro país con la esperanza de mandarle pelas a los nenes que ha dejado al otro lado de los 14 kilómetros, a los padres y madres de familia en paro a quienes se les va a acabar el salario social el mes que viene… a todos esos sí que les preocupa el dinero; bastante. Será que no tienen tan claro como nosotros la escala de valores.

    En estas situaciones no puedo evitar acordarme del conocido cuento de las dos gallinas:

«El cura del pueblo ha reunido a toda la comunidad para hablarles de la solidaridad.

–He notado -les dice- que cada día os volvéis más mezquinos, más codiciosos, más avaros y más egoístas. En lugar de seguir el camino de la palabra de Dios que intento predicar, vivís acumulando cosas materiales y posesiones que como os he dicho miles de veces, no podréis llevaros el día que llegue vuestra hora.

La comunidad entera bajó la cabeza avergonzada y el cura se animó a seguir.

–Las enseñanzas que os trato de transmitir son claras y breves. De los siete pecados capitales, la codicia es el más dañino.

Silencio en la sala.

–Estamos en la casa de Dios y lo que aquí sea dicho será anotado en vuestro libro de la vida como vuestro compromiso.

Más silencio.

–A ver tú, Santiago, contéstame con sinceridad. Si tú tuvieras dos casas y tu vecino Ramiro no tuviera ninguna ¿qué harías?

Santiago se pone de pie y con el sombrero en la mano se anima a contestar:

–Pues yo le daría una casa a Ramiro, padre.

–¡Muy bien! ¿Y si tuvieras dos automóviles?

–¿Dos automóviles? Uno para mí y otro para Ramiro.

–Muy bien, Santiago. Así me gusta.

La gente comenta y murmura. Santiago se siente agrandado por el beneplácito del cura frente a sus respuestas. El padre decide seguir su prédica por esa línea.

–¿Y si tuvieras dos millones?

–¿Dos millones? -se anima Santiago con energía- un millón para Ramiro y otro millón para mí.

–¿Y si tuvieras dos gallinas?

Se produce un incómodo silencio que rompe el clima de las preguntas y las inmediatas respuestas. El cura vuelve a hacer la pregunta:

–Santiago, ¿y si tuvieras dos gallinas?

Santiago vuelve a bajar la cabeza y finalmente contesta:

–Sinceramente, padre, no sé. En ese caso, no sé.

–Pero cómo puede ser, Santiago. Piensa. Si tuvieras dos casas, una para ti, otra para tu vecino, dos automóviles, uno para ti, otro para tu vecino, dos millones uno para ti, otro para el vecino… y dos gallinas no sabes, ¿cómo puede ser?

–Es fácil, padre. Yo no tengo dos casas, ni dos coches y menos dos millones… ¡Pero dos gallinas sí que tengo!».

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Síndrome de Solomon

«Ellos se ríen de mí por ser diferente, yo me río de todos por ser iguales» (Kurt Cobain)

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Conformism, by MartaMinic

     Andrea tendrá unos 10 añitos; pelo largo, nariz achatada y unas gafas de esas de varias dioptrías que hacen que tus ojos parezcan los de los gemelos Scooter y Skeeter. Ayer noche comenzó a mover las caderas a mi lado, en medio de los bancos de la nave central del templo, mientras su tita esperaba recibir el sacramento de la confirmación. Le toqué el codo, con dos dedos, me miró y me abrazó las caderas; más alto no llegaba. Andrea tiene retraso mental y lo normal es que, los niños y niñas de su clase o de catequesis, no quieran jugar con ella o incluso le hagan burla.

      No es nada extraordinario lo de echar unas risas o sacarle punta a aquello que se sale de lo que una sociedad, un tanto anormal, considera normal. Pero la culpa no es de los tiernos infantes: Children see, children do, rezaba el lema de un conocido vídeo sobre educación e influencia positiva. Se me viene el ejemplo de la frase que largó una madre hace cuatro días mal contados en uno de los patios del barrio.

     –Que te he dicho mil veces que no insultes a la gente, so imbécil.

     Claro; y seguro que también hemos oído en más de una ocasión aquello de:

     –¡¡QUE NO CHILLES, HOSTIAS!!

     Nenes y nenas escuchan desde que son unos micos cómo las personas adultas hacen chanzas de los gordos, de los calvos, de los maricas, de los negros, de los gitanos… Durante los años que he acompañado a personas con algún tipo de discapacidad incluso he oído soltar repetidamente a numerosos seres humanos repletos de bondad:

     –¡Ay, pobrecita! Sigue leyendo