Otra de cofradías. Córdoba, finales de marzo; no es culpa mía, a ver, se alían todos los astros. Y el que suscribe que, por quedarse corto o pasarse de largo, se mete en el embolado.
Esta mañana a ver el ensayo del paso de una virgen, con mi sobrino, que le gusta más una procesión que a un político las loas. No tiene uno bastante con las salidas procesionales de verdad que desde hace un mes todas las cofradías se ponen a ensayar con sus costaleros (el masculino no es genérico) por las calles de la ciudad ante la atenta mirada de los viandantes a quienes parece importarle bien poco que ni lleven sobre las andas la preceptiva figurita de madera.
No lo entiendo, y a veces, como hoy, lo he intentado. Ese arduo espíritu de sacrificio, de ensalzamiento casi agónico del dolor, ese cruel concepto de un dios veterotestamentario y medieval que se goza con nuestros sufrimientos y nuestras fatigas y que necesita de nuestra penitencia para sentirse resarcido de nosébienqué.
Ya digo, lo intento, pero me imagino a Jesucristo y a su mamá querida echándose las manos a la cabeza contemplando los rostros y los cuerpos crispados de los costaleros aguantando en sus hombros 1000 kilogramos de peso (al andamiaje del cristo habría que sumarle unos 500 más de propina) equitativamente repartido «tos por iguá, valientes». Que no veo yo valor por ningún lado, leñe, sino inconsciencia y cumplimiento.
Dios me perdone, pero de lo máximo que he llegado a acordarme es de este poema de Amalia Bautista, que no voy a jurar que firmaría el maestro de Galilea, aunque es probable que lo escuchara con más gusto que una saeta en la Carrera Oficial.
EL DOLOR
El dolor no humaniza, no ennoblece,
no nos hace mejores ni nos salva,
nada lo justifica ni lo anula.
El dolor no perdona ni inmuniza,
no fortalece o dulcifica el alma,
no crea nada y nada lo destruye.
El dolor siempre existe y siempre vuelve,
ninguno de sus actos es el último
y todos pueden ser definitivos.
El dolor más horrible siempre puede
ser más intenso aún y ser eterno.
Siempre va acompañado por el miedo
y los dos se alimentan uno a otro.