«La historia del camello que llora» (2003)

Camello que llora2    Si eres mujer, de Mongolia, te da por dedicarte al cine y encima haces semidocumentales tienes que ser muy buena para hacerte un hueco y ser además nominada a los Óscar.

     Todo eso en su conjunto lo tiene de sobras la directora Byambasuren Davaa, que con un estilo tan delicado como ausente de artificios sumerge al espectador en medio del desierto mongol y lo hace observador impaciente de pueblos que ya han sido olvidados y fagocitados por la sociedad de consumo capitalista.

     Codirigida por el director italiano Luigi Falorni, a quien conociera en Munich, «La historia del camello que llora» es el paradigma del lugar en el que pone la nota la directora y guionista residente en Alemania, tal y como volvería a mostrar al público con «El perro mongol»: hacerlo partícipe de la vida sencilla de los nómadas que habita en una yurta en mitad del desierto del Gobi. La excusa que le sirve de preludio es el nacimiento de una cría de camella albina que la madre rechaza sin que lleguemos a saber muy bien por qué. Antes, durante y después de dicho suceso, Davaa nos golpea la mente una y otra vez con la trascendencia de en dónde reside lo verdaderamente importante para tener una vida plena. Y no son los recursos, ni el progreso, ni un trabajo estable… sino el amor y el respeto a la naturaleza, a aquellas tradiciones que no han perdido ni su cordura ni su belleza; en definitiva, hacia toda realidad con la que nos relacionamos a diario y hacia la que debiéramos quizá hacer un mayor esfuerzo por comprender, como la única forma viable de hallar una solución o asumir con tranquilidad no lograr hallarla. Sigue leyendo

Papusza

Bronislawa Wajs, llamada Papusza (muñeca en romaní), probablemente la más insigne cantante y poeta de etnia gitana, murió en 1987, pero como suele suceder con todos los seres libres y adelantados a su tiempo, en realidad puede decirse que lo hiciera casi 40 años antes, cuando entre los intereses políticos y la condena de su propio pueblo se la condenó al olvido y la soledad.


Nadie me comprende,
solo el bosque y el río.
Aquello de lo que yo hablo
ha pasado todo ya, todo,
y todas las cosas se han ido con ello…
Y aquellos años de juventud.

Escribía la propia Papusza.

Bronislawa Wajs, alias Papusza

Nacida a principios del siglo XX en Lublin (Polonia), Bronislawa, hija de nómadas, se esforzó en evitar el analfabetismo común a su condición, gitana y mujer, intercambiando libros, estudiando cuando y donde podía… aprendiendo a leer y a escribir desde muy joven, aspecto absolutamente desconcertante en su época.
Con poco más de 30 años ya tuvo que sufrir la pérdida de centenares de familiares y amigos, e incluso su mismo esposo durante la II Guerra Mundial, en otro Holocausto, el gitano, del que suele hacerse menos mención. Finalizada la contienda, cuando todo parecía tender a la tranquilidad -a pesar de los serios problemas que su libertad y su forma de entenderse a sí misma como mujer le ocasionaron con los romaníes- algunos de sus poemas sobre el pueblo gitano fueron usados de manera propagandística por partidarios de la política de sedentarización forzosa pro-soviética desarrollada por el Gobierno Polaco tras el pacto de Varsovia con los alrededor de 15.000 gitanos supervivientes del Holocausto. Entre ellos Fikowski, amigo de Papusza y uno de los máximos exponentes e historiadores del pueblo Rroma. A pesar de la insistencia de Bronislawa pidiéndole que no publicara estos poemas: “si publicas esas canciones me desollarán viva, mi gente quedará desnuda frente a los elementos”, Fikowski, convencido de que tal resolución era lo más conveniente para la etnia gitana, los publicó dentro de un libro de propaganda, lo que condujo a la intervención de la justicia Rroma que la declaró impura y la expulsó del grupo.

En los 34 años siguientes de vida, Papusza permaneció ignorada por toda la humanidad, y tan sólo hace algunos años su figura volvió a gozar de relativo reconocimiento, algo a lo que ha colaborado recientemente la película homónima que relata su vida.

LÁGRIMAS DE SANGRE

(Como sufrimos por culpa de los alemanes en 1943 y 1944)

En los bosques. Sin agua, sin fuego – mucha hambre.
¿Dónde podían dormir los niños? Sin tiendas.
No podíamos encender fuego por la noche.
Durante el día, el humo podía alertar a los alemanes.
¿Cómo vivir con los niños en el frío invierno?
Todos están descalzos…
Cuando nos querían asesinar,
primero nos obligaron a trabajos forzados.
Un alemán vino a vernos.
— Tengo malas noticias para vosotros.
Quieren mataros esta noche.
No se lo digáis a nadie.
Yo también soy un Gitano moreno,
de vuestra sangre – es verdad.
Dios os ayude
en el negro bosque…
Habiendo dicho estas palabras,
él nos abrazó…

Durante dos o tres días sin comida.
Todos yendo a dormir hambrientos.
Incapaces de dormir,
mirando a las estrellas…
¡Dios, qué bonita es la vida!
Los alemanes no nos dejarán…

¡Ah, tú, mi pequeña estrella!
¡al amanecer que grande eres!
!Ciega a los alemanes!Confúndelos,
llévalos por mal camino,
¡para que los niños Judíos y Gitanos puedan vivir!

Cuando el gran invierno venga,
¿qué hará una mujer gitana con su niño pequeño?
¿Dónde encontrará ropa?
Toda se ha convertido en harapos.
Se quieren morir.
Nadie lo sabe, sólo el cielo,
solo el río escucha nuestro lamento.
¿Cuyos ojos nos veían como enemigos?
¿Cuya boca nos maldijo?
No los escuches, Dios.
¡Escúchanos!Una fría noche vino,
La vieja mujer Gitana cantó
Un cuento de hadas gitano:
El invierno dorado vendrá,
nieve, pequeña como las estrellas,
cubrirá la tierra, las manos.
Los ojos negros se congelarán,
los corazones morirán.

Tanta nieve caerá,
cubrirá el camino.
Solo se podía ver la Vía Láctea en el cielo.

En esa noche de helada
una hija pequeña se muere,
y en cuatro días
su madre la entierra en la nieve
cuatro pequeñas canciones.
Sol, sin ti,
ver como una pequeña gitana se muere de frío
en el gran bosque.

Una vez, en casa, la luna se detuvo en la ventana,
no me dejaba dormir. Alguien miraba hacia el interior.
Yo pregunté — ¡Quién está ahí?
— Abre la puerta, mi negra Gitana.
Vi a una hermosa joven Judía,
temblando de frío,
buscando comida.
Pobrecita, mi pequeña.
Le di pan, todo lo que tenía, una camisa.
Nos olvidamos de que no muy lejos
estaba la policía.
Pero no vendrían esa noche.Todos los pájaros
rezan por nuestros hijos,
por eso la gente malvada, víboras, no los matarán.
¡Ah, destino!
¡Mi desafortunada suerte!

La nieve caía tan espesa como hojas,
nos cerraba el camino,
tal era la nieve, que enterró las ruedas de los carros.
Había que pisar una huella,
empujar los carros detrás de los caballos.

¡Cuánta miseria y hambre!
¡Cuánto dolor y camino!
¡Cuántas afiladas piedras se clavaron en los pies!
¡Cuántas balas silbaron cerca de nuestros oídos!

«Daredevil» (1986-1991)

 
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Ann Nocenti por LuigiNovi2
      No debe de ser nada fácil coger el relevo de un genio. Si a la Marvel se le hubiera ocurrido proponerme, tras la marcha de Frank Miller, la continuación de Daredevil no sabría definir con claridad si buscaban mantener la serie en alza o una cabeza de turco en caso de que la cosa se torciese. El “Love and War” era bueno, pero el “Born Again” con Mazzucchelli a los lápices era inmenso y el mejor cómic de superhéroes que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, y muchos han sido.

Eso debió de pensar Ann Nocenti, una novata en el género -con sólo a sus espaldas por aquel entonces algunos números de la olvidada Spider-woman-, mujer para más inri en un mundo dominado por machitos tanto en viñetas como en despachos, y que se encontró con el marrón de hincarle el diente al cuernecitos. Para ello contó únicamente con la obvia falta de fe de los propios editores de la Factoría de las Ideas, que no atravesaba uno de sus mejores momentos a finales de los 80, quienes a lo largo de sus primeros números decidieron invertir lo justo y necesario con un impenitente vaivén de dibujantes (algunos muy buenos, como el ínclito Windsor-Smith, o las más que solventes Leonardi y Sal Buscema, y otros de una simpleza tan ignota que no me atrevo ni a nombrarlos) que imposibilitaban el continuismo de las historias mensuales las cuales, por norma general, estaban avocadas a ser autoconclusivas y al recurrente estigma en un cuadro de texto en alguna parte inicial del episodio explicando los orígenes de los desarrollados sentidos del héroe (salvo la vista, claro, que el Diablo de Rojo es invidente).

Pero el caso es que algo debió salirle mal a Jim Shooter, editor jefe por aquel entonces, especialista en llevarse mal con todo el mundo y detonante de la marcha de algunos de sus más reputados artistas a la competencia de DC (el propio Frank Miller, Roy Thomas, John Byrne…), porque lo que le hubiera resultado tal vez un gozoso momento para su conocida faceta ultraderechista: destituir como guionista a la reconocida activista de izquierdas Nocenti por malas ventas, se transformó poco a poco y ya de inmediato con la llegada para quedarse del excelente John Romita Jr. en la segunda mejor etapa de Daredevil.

Ya en un inicio, Noncenti no se pudo resistir a la despiadada crítica hacia determinadas posturas gubernamentales, de empresas de influyentes sectores o políticas sociales, pero lo hacía con cuentagotas, posiblemente recurriendo a la sensatez de al menos no dar demasiados quebraderos de cabeza a la editorial desde la primera viñeta. La cosa se fue poniendo cada vez más peliaguda, a partir de incisivas historias, ya con John Romita Jr. a la pluma, partiendo de un enfoque muy humano y profundo del honrado abogado de pobres Matt Murdock (Daredevil en sus ratos libres o al revés), sus dilemas morales, personales y conflictos con los poderosos, que casi siempre toman forma en la imagen rotunda y oronda de Kingpin. Los varios episodios dedicados al solidario vertido tóxico de una de sus empresas y que dejan ciego a un niño seguro que fueron del agrado de muchas de las multinacionales del sector, muy en boga por entonces por su respeto incondicional al medio ambiente. Pero ya era tarde para echarse las manos a la cabeza; a pesar de los múltiples problemas con la editorial todos sabemos que “la pela es la pela” y las ventas del Daredevil de Nocenti y Romita no sólo no decaían sino que merecían la pena.

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Typhoid Mary by davidyardin

     El punto álgido llegó con la saga de María Tifoidea, una heroína, ni buena ni mala, nada al uso que respondía a la necesidad de Nocenti de dar la influencia que se merece el género femenino en los cómics y que, partiendo de algunas líneas similares que dieron origen a Elektra, crea un personaje triste, complejo, sujeto de lástima y de compasión que conduce a Daredevil a un infierno que casi no fue capaz de imaginar Miller. Obligada por contrato, la guionista tuvo que plegarse de vez en vez a las habituales nociones de venganza, violencia y luchas sin cuartel tan precisas para la Marvel, pero jamás desoyó su fuero interno y en su amnésico periplo por Estados Unidos el Diablo en el Infierno topa y afronta todo tipo de situaciones sangrantes, que lo van transformando, pero en las cuales muchas veces es mero observador o colaborador silencioso, algo muy poco habitual en este género, desde la experimentación científica pasando por el maltrato animal y los movimientos animalistas sin olvidar uno de los últimos episodios en los que el héroe patriótico por excelencia, El Capitán América, critica la política exterior intervencionista de su país especialmente en Latinoámerica.

Para quien diga que la Nocenti no entendió nunca el personaje creado por Stan Lee y Bill Everett, en el último volumen de la serie: “El ocaso de los ídolos” -lastrado en parte por un nuevo ir y venir de artistas y algún que otro episodio quizá en exceso simbólico- el regreso del héroe, en todos los sentidos, a la cocina del infierno demuestra todo lo contrario. Eso sí, a quien se le ocurrió la obstusa idea de introducir en este tomo el Annual 4 USA de los años 60, fuera de contexto y de toda lógica, es para mandarlo a galeras.

No es el Daredevil de Nocenti recomendable para todos los amantes del género de superhéroes, pues no se parece en absoluto a lo que uno suele esperarse en los cómics de Marvel, pero la originalidad de su planteamiento, la libertad expresiva de su autora y la exquisita saga de María Tifoidea lo hacen una lectura necesaria e irrenunciable para quienes saben encontrarle gusto a la diferencia, al esfuerzo, a la ruptura de cánones… para quienes gocen de unos sentidos tan despiertos como Daredevil. Tanto que es preciso hacerle un hueco en un blog sobre indignación generalizada.

Para descargar el volumen de María Tifoidea podéis pinchar aquí.

daredevil_man_without_fear_tpb_by_summersetDaredevil: Man Without FearTPB,  por summerset

Gioconda Belli

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Gioconda Belli, by gytrash

    Hay poetas que pueden ser considerados más esencia que maestros indiscutidos, más vida y denuncia que genios internacionales. Hay personas que merecen ser reconocidas por el mero hecho de ser -o haber sido- ejemplos vitales de obra comprometida e incluso arriesgada más allá del simple valor literario que decidamos otorgarle.
Es el caso de Gioconda Belli, poeta (lo de poetisa nunca me llamó del todo la atención) y novelista de un estilo sencillo en extremo, disonante con lo que representa a nivel de influencia en la historia de la poesía y de la literatura personajes como César Vallejo -a quien dedicamos la anterior entrada de Poemas-, o Borges, todos ellos latinoamericanos y que cofraternizaron de una u otra manera con el exilio, pero de punzante congruencia narrativa a lo largo de toda su trayectoria. Revolucionaria en vida y pluma fue miembro firme del Frente Sandinista contra de la dictadura del general Somoza y algunos de sus poemas sobre la liberación de la mujer supusieron en los años 70 una ruptura absoluta con los prejuicios y la mentalidad social y moralidad de la época y son una vanguardia del feminismo.

Existen muchas formas de genialidad, y la coherencia es una de las más hermosas.

Huelga

Quiero una huelga donde vayamos todos.
Una huelga de brazos, piernas, de cabellos,
una huelga naciendo en cada cuerpo.

Quiero una huelga
de obreros de palomas
de choferes de flores
de técnicos de niños
de médicos de mujeres.

Quiero una huelga grande,
que hasta el amor alcance.
Una huelga donde todo se detenga,
el reloj las fábricas
el plantel los colegios
el bus los hospitales
la carretera los puertos.

Una huelga de ojos, de manos y de besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
una huelga donde nazca el silencio
para oír los pasos del tirano que se marcha.

Ahora vamos envueltos en consignas hermosas

Las mañanas cambiaron su signo conocido.
Ahora el agua, su tibieza, su magia soñolienta
es diferente.
Ahora oigo desde que mi piel conoce que es de día,
cantos de tiempos clandestinos
sonando audaces, altos desde la mesa de noche
y me levanto y salgo y veo «compas» atareados
lustrando sus botas o alistándose para el día
bajo el sol.
Ya no hay oscuridad, ni barricadas,
ni abuso del espejo retrovisor
para ver si me siguen.
Ahora mi aire de siempre es mas mi aire
y este olor a tierra mojada y los lago s allá
y las montañas
pareciera que han vuelto a posarse en su lugar,
a enraizarse, a sembrarse de nuevo.
Ya no huele a quemado,
y no es la muerte una conocida presencia
esperando a la vuelta de cualquier esquina.
He recuperado mis flores amarillas
y estos malinches de mayo son mas rojos
y se desparraman de gozo
reventados contra el rojinegro de las banderas.

Ahora vamos envueltos en consignas hermosas,
desafiando pobrezas,
esgrimiendo voluntades contra malos augurios
y esta sonrisa cubre el horizonte,
se grita en valles y lagunas,
lava lágrimas y se protege con nuevos fusiles.
Ya se unió la Historia al paso triunfal de los guerreros
y yo invento palabras con que cantar,
nuevas formas de amar,
vuelvo a ser,
soy otra vez,
por fin otra vez,
soy.

Y Dios me hizo mujer

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos, nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.