Philip Larkin

Philip Larkin by lupercal

Philip Larkin by lupercal

Era un tipo raro este Larkin, podría decir al inicio y hasta poner cerco a todo posterior comentario rematando ahí mismo la faena con un punto y final. Era un tipo sumamente raro. Hasta después de su muerte en 1985, con las cartas publicadas de manera póstuma por Anthony Thwaite en 1992 y alguna que otra biografía oficial aunque dudosamente autorizada, sus detractores y admiradores andan repartiéndose mandobles como si de vida y muerte se tratara.

De cada ser humano se pueden extraer soberanos resquicios para la duda, para acusarlo de racista, pervertido, rancio de derechas… pero sólo los genios sobreviven a la quema, y Larkin es uno de ellos. Cruel puede resultar sin exceso de celo acogerse a determinados preceptos y no a otros cuando evidente resulta, desde la iluminación artística que sufrió este ensayista, bibliotecario, poeta, novelista y crítico de jazz (casi nada) allá por mediados de los años 40 del pasado siglo tras leer algunos poemas del también cínico y pesimista Thomas Hardy, que su obra aparece marcada por una profunda tendencia a lo proscrito y a asumir determinadas libertades sobre lo políticamente incorrecto según auditorio como una especie en peligro de extinción y son muchos quienes han restado trascendencia a las críticas en virtud de que incluso en la lectura e interpretación de sus poemas cuesta ponerse de acuerdo.

Que Larkin fue demasiado atrevido para aquellas alejadas y doloridas décadas de posguerra de los 50 y 60 tal vez no quepa la menor duda, o que fuera un bicho, pero que lo que parte de la crítica rechazó por considerarlo ofensivo, impropio y fatigoso para la académica y ortodoxa sociedad británica, fue acogido a manos abiertas por el público lo atestiguan las reediciones de, por ejemplo, “Las bodas de Pentecostés” que vendió 4.000 ejemplares en apenas dos meses.

Ni la represión sexual, ni el alistamiento que desbroza familias, ni la ignorancia que a muchos nutre… Nada escapa a la pluma afilada de Larkin, para muchos el mejor poeta del siglo XX en lengua inglesa.

Al sol de Prestatyn

Ven al sol de Prestatyn
decía riendo la chica del cartel,
arrodillada en la arena
y de ajustado y blanco satén.
Tras ella un cacho de costa
y un hotel con palmeras parecían
brotarle de los muslos y los brazos
extendidos para alzarle los pechos.

La pegaron un día de marzo.
Un par de semanas después era bizca
y le habían pintado unos colmillos;
le marcaron con saña enormes tetas
y una raja en la entrepierna, y entre los muslos
le habían hecho unos garabatos
que la dejaban bien abierta de piernas
sobre una polla tuberosa y sus cojones

con la firma de El Enano Thomas,
mientras que alguien había utilizado un cuchillo
o lo que fuera para apuñalarle
los labios con bigote de su sonrisa.
Era demasiado exquisita para esta vida.
Muy pronto, un gran desgarrón transversal
dejó solo una mano y un poco de azul.
Ahora hay un cartel de Lucha contra el cáncer.

MCMXIV

Esas largas colas desiguales
Esperando en pie pacientes
Como si se estiraran frente a
The Oval o Villa Park,
Las copas de los sombreros, el sol
Sobre caras arcaicas con mostachos
Sonriendo como si sólo fuera
El bullicio de una fiesta de agosto;
Y las tiendas cerradas, los nombres
despintados de los comercios en los toldos,
Los peniques y coronas,
Y niños jugando en trajes oscuros
Con nombres de reyes y de reinas,
Los anuncios de hojalata
De cacao y twist, y los pubs
Abiertos todo el día–

Y el campo indiferente:
Los nombres de los sitios esfumados
Entre hierbas florecidas, y prados
Ensombreciendo las fronteras del Domesday
Bajo el silencio incesante del trigo;
Lo sirvientes en trajes diferentes
Con habitaciones diminutas en enormes casas,
El polvo detrás de las limusinas;

Nunca tanta inocencia,
Nunca antes ni después,
Como cambiada hacia el pasado
Sin una palabra–los hombres
Dejando los jardines arreglados,
Los miles de matrimonios,
Durando un poquito más:
Nunca volvió tanta inocencia.

Ignorancia

Es raro no saber nada, no estar seguro
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo,
o bueno, así parece:
alguien debe saberlo.

Es raro no entender como marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar,
sí, es raro,

incluso vestir ese conocimiento -pues la carne
nos ciñe con sus propias decisiones-
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de por qué.

Karmelo C. Iribarren

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Karmelo C. Iribarren

Tenemos los mortales la metódica manía de necesitar tenerlo todo encajonado como si nos supusiera un anormal extravío que algo/alguien saliera de nuestra particular tangente. Iribarren es uno de los ejemplos efectivos de lo absurdo e inusitado de tal intento. Pareciera que ningún contemporáneo pudiera inventarse un estilo que ya no estuviera presente en este o aquel lugar. Realismo sucio, minimalismo, poesía de la experiencia… En cada lugar han querido encuadrar al poeta vasco con escasa suerte, pues de todo bebe y acaba borracho por su cuenta. Hasta hubo quien sugirió una nueva idea ante la poesía de Iribarren: realismo limpio.

Alter ego y hasta enemigo acérrimo -digamos- del cultismo, de lo surrealista, de lo gótico, en el extremo opuesto a Borges, Gelman, podría verse en Iribarren al hijo o hermano pequeño de Carver, de Bukowski o de Wolfe en su retrato conciso y preciso, ausente de cualquier letra que pudiera despistar, de lo cotidiano, pero no es de ellos de quien más habla el propio autor, que en alguna ocasión se auto define como poeta elíptico en virtud de esa negación a lo superfluo, sino de Chandler y de sus sórdidos ambientes, a cuya imagen se atreve a dedicar uno de sus poemas:
«Levanto la vista y lo veo sobre la balda,
con su pipa y su sonrisa de borracho» (…)

Con leer algunos de sus poemas se entiende a qué nos estamos haciendo referencia.

No hay excusas para quienes odien la poesía indescifrable, para los que no tomaron en sus manos ningún verso por temerse excesivamente torpes. Se puede decir mucho con una claridad tan meridiana que prefiera ser obviada por quienes no saben qué decir aferrándose al oscurantismo. Junto a González, García Montero, los nombrados… queda Karmelo.

Dos poemas de una de sus manías: los indigentes.

Palabras para un mendigo desconocido

He pasado esta mañana
por el subterráneo,
a la hora de siempre,
pero no estabas.
En tu lugar, donde vivías
y bebías desde hace algunos meses,
sobre un pequeño pedazo
de cartón, junto a una triste vela
exánime, podían leerse
estas palabras: «La muerte
de cada ser humano
debería importarle a alguien».
Solo son eso, palabras, lo sé,
y además llegan tarde.
Pero he pensado
que las querrías conservar.

Los mendigos

El viento bufa por esquinas y plazas
levantando hojas de periódico,
cartones de embalaje y cajas de tetrabrik.

Los mendigos buscarán un abrigo en los pórticos,
en los quicios de los portales,
en las casetas de las obras,
el que no se lo haya bebido todo
al amparo del último bar.

Pero alguno no lo conseguirá.

Pasará a ser lo que siempre
ha sido: nada, menos
que el recuerdo de una sombra.

Algún redactor mañanero,
quizás deje constancia de él.

«El Martín Fierro» (1872-1879)

Martin Fierro by EmaCamU

Martin Fierro by EmaCamU

Nuestros hermanos y hermanas argentinos también tiene su Quijote, y su Cantar de Gesta. Nuestros hermanos y hermanas de allende el océano tienen un héroe inveterado, columna vertebral de la literatura argentina y considerada por muchos una de sus obras cumbre. El autor es el poeta, político y pensador José Hernández, y el héroe por excelencia al que es inviable toserle sin sentirse profundamente afectado es el gaucho Martín Fierro.

Dividida en dos partes de muy diferente argumento y sentido, este épico poema escrito en contundentes y metódicas sextillas pulcras (más allá de algún que otra licencia puntual en virtud de la necesidad) es un canto a la libertad del individuo frente al estado y a la realidad de injusticia a la que debe hacer frente. Evidentemente influida en su desarrollo por el propio proceso socio-político en Argentina y la rebelión jordanista de la que formó parte activa Hernández, autoexiliado en Uruguay por sus vínculos con la revuelta, la primera parte del poema escrita en 1872 y con el nombre de «El gaucho Martín Fierro», también conocida como «La ida»,  es según mi entender notoriamente más lúcida y poderosa en virtud del sentir revolucionario del autor ante la dictadura de Sarmiento a la que no se cansó de hacer frente apoyando a los gauchos. Ya a su regreso a su país natal y formando parte del Gobierno, escribe y publica «La vuelta de Martín Fierro», de similar calidad literaria, pero algo más dispersa en contenido y donde vuelca en su personaje casi mítico su evolución hacia un pensamiento mucho más enraizado y asentado quizá sin la necesidad de retornar a los orígenes, a la naturaleza, al recurso del «buen salvaje», y por ello también menos crítico con la sociedad y el estado.

Las injusticias cometidas contra Fierro son las cometidas contra la humanidad, la lucha sostenida por Fierro la que todos y todas habríamos de sostener con firmeza.

«Nací como nace el peje,
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio:
lo que al mundo truge yo
del mundo lo he de llevar.


Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo,
ande hay tanto que sufrir;
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo.


Yo no tengo en el amor
quien me venga con querella;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama;
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas.


Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato,
que nunca peleo ni mato
sino por necesidá,
y que a tanta adversidá
solo me arrojó el mal trato».

«Muchos quieren dominarlo (al caballo)
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.


Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo:
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo,
que es de miedo del corcovo,
y no quieren confesarlo. 


El animal yeguarizo
(perdónenmé esta alvertencia)
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la pacencia. 


Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangolladores
que andan de bozal y rienda».

Alexander Pope

Alexander Pope

A la poesía en una lengua ajena a la mía le digo en símil lo que Cyrano a Roxana: “No, amor mío, nunca te he querido.” La odio con todo el amor del que soy capaz. El motivo es obvio: mientras domino medianamente el idioma de Cervantes, el de Shakespeare (por atenerme al caso que nos ocupa) me domina a mí ampliamente y sin el más mínimo esfuerzo. Un claro y devastador ejemplo del extravagante ejercicio de inutilidad al que sometieron a mi generación con el consabido método ‘listen and repeat’. Ocho años de inglés tirados a la basura, y encima en un colegio ‘de pago’.

Traduttore, traditore. De esto me acuerdo mucho más con la poesía, claro, sobre todo cuando es de un perfeccionismo métrico, de rima y de ritmo que ralla la obsesión. Pope, vamos, como el absoluto paradigma de a lo que, siempre según su opinión, debe aspirar la poesía sin confundirlo con la necedad y al que dedicó toda su vida y obra. Es más que probable que para él ni Lope ni Calderón -con su estilismo de Siglo de Oro- sobrevivieran a la crueldad de este epigrama dedicado a ‘los suyos’ y extraído de su obra satírica ‘La Dunciada’:

«Sir, I admit your general rule,
That every poet is a fool.
But you yourself may serve to show it,
Every fool is not a poet.»

(“Señor, yo admito su regla general,
de que todo poeta es un tonto,
pero usted mismo puede servir para mostrar,
que cualquier tonto no es un poeta.”)



Mi atracción por Pope, amigo íntimo de Swift con quien compartía bando, sentido del humor y enemigos, surgió casi como un contratiempo. Leía a Hawthorne cuando en uno de los capítulos de ‘La casa de los siete tejados’ nombraba a este traductor y poeta, aparecían algunos de sus versos y hablaba de él el editor a pie de página. Luego me lo topé correlativamente en las obras de Machen, Asimov, Dickens… Incluso el título original de la excelente película de Gondry “Olvídate de mí” (Eternal Sunshine of the Spotless Mind – Eterno resplandor de la mente inmaculada) procede de uno de los versos de su extenso poema ‘Eloísa de Abelardo’. Pope es un ‘pope’ en Inglaterra, uno de los pocos autores de esos siglos que puede presumir de haber vivido sobradamente en vida sin la necesidad de mecenazgo gracias a sus traducciones de la “Odisea” y la “Ilíada”; sin embargo a excepción de sus “Cantos pastorales” -publicados hace algunos años junto con otros poemas menos acertados dentro del conjunto de su obra- no existe nada en castellano más allá de traducciones y ediciones de mediados del siglo XIX, como es el caso de su más conocido poema ‘El rizo robado’, o muy anteriores, como las diferentes versiones y revisiones sobre los amores antes mencionados de ‘Eloísa de Abelardo’.

Difícil acertar sobre los motivos de este casi anonimato. Uno de ellos podría ser la dificultad de actualizar los textos a un lenguaje más asequible e intentar a la vez ser fiel a un poeta puntilloso al máximo. Todos los poemas que he tenido la oportunidad de leer, a excepción de los epigramas, están construidos en perfectos pareados endecasílabos de rima consonante y con escasos versos encadenados, lo que confiere a su estilo un ritmo y una cadencia exquisita en su idioma original. Pero he aquí lo expuesto: Traduttore, traditore. U optas por una traducción literal en prosa o verso libre de los textos o por una adaptación rimada, como la ardua tarea acometida por el doctor Graciliano Afonzo para ‘El rizo robado’, pero ni eran pareados, ni todos endecasílabos o consonantes e incluso había versos sueltos. Aparte de estas limitaciones técnicas tampoco ayuda a la reedición de sus obras lo poco atractivo que pueden resultar algunos de sus temas para el lector del siglo XX-XXI (como sucede realmente con muchos autores teatrales en verso de este país, incluidos los antes mencionados Lope y Calderón), sobre todo el amor bucólico de los ‘Cantos pastorales’ así como la égloga de ‘El Mesías’ o la oda ‘El poder de la música’ (los tres dentro de la edición junto con el poema descriptivo y bastante soso ‘El bosque de Windsor’) y que sorpresivamente es lo único reeditado de su producción. Los poemas epistolares de Eloísa y Abelardo no soy capaz de verlos de igual modo, tal vez por ser el poema que he leído en varias versiones así como su versión original (enterándome de bastante poco, sí, más allá del ritmo y la cadencia) y por cuyo motivo es posiblemente al que más calidad le he encontrado sin ser el más llamativo y que más me haya atraído. Este privilegio se lo lleva sin duda ‘El rizo robado’, del que también leí algunas partes en inglés y de su versión en verso libre. Lo que más llama la atención de esta composición es su argumento, crítica satírica y feroz a determinados aspectos sociales de la época, y su rabiosa actualidad si somos capaces de extraerlo de su contexto. En cualquier baile de salón (discoteca) el más nimio de los incidentes, como es en este caso la pérdida de un rizo cortado (el número de un teléfono móvil) lo convertimos en virtud de la necesidad -hombres y mujeres- en un triunfo o en una verdadera tragedia de tintes epopéyicos. Como la reseña se está haciendo igualmente ‘epopéyica’ termino con unos versos de esta última obra que dan a entender las limitaciones reales con las que se encuentra un redomado inculto monolingüe como yo a la hora de afrontar y valorar en su justa medida un texto literario en otra lengua.

Inmensas multitudes se ven por todas partes,
De cuerpos transformados en cóleras diversas.
Aquí teteras vivas con un brazo extendido,
El otro recogido; el asa éste y aquél el pitorro:
Allí un puchero avanza, cual trípode de Homero;
Aquí supira un jarro, y allá una urraca habla;
Los hombres paren hijos, en portentosa hazaña,
Y las jóvenes, convertidas en botellas, piden a gritos un corcho.

(Unnumber’d Throngs on ev’ry side are seen
Of Bodies chang’d to various Forms by Spleen.
Here living Teapots stand, one Arm held out,
One bent; the Handle this, and that the Spout:
A Pipkin there like Homer’s Tripod walks;
Here sighs a Jar, and there a Goose Pie talks;
Men prove with Child, as pow’rful Fancy works,
And Maids turn’d Bottels, call aloud for Corks.)



En fin, si os quedaron ganas (necesarias a mi entender) leed a Alexander Pope, quien diseñó un estilo de poesía que entre sus contemporáneos nadie se atrevió a discutir; tal vez por temor a sus epigramas y su colega Swift.