Karmelo C. Iribarren

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Karmelo C. Iribarren

Tenemos los mortales la metódica manía de necesitar tenerlo todo encajonado como si nos supusiera un anormal extravío que algo/alguien saliera de nuestra particular tangente. Iribarren es uno de los ejemplos efectivos de lo absurdo e inusitado de tal intento. Pareciera que ningún contemporáneo pudiera inventarse un estilo que ya no estuviera presente en este o aquel lugar. Realismo sucio, minimalismo, poesía de la experiencia… En cada lugar han querido encuadrar al poeta vasco con escasa suerte, pues de todo bebe y acaba borracho por su cuenta. Hasta hubo quien sugirió una nueva idea ante la poesía de Iribarren: realismo limpio.

Alter ego y hasta enemigo acérrimo -digamos- del cultismo, de lo surrealista, de lo gótico, en el extremo opuesto a Borges, Gelman, podría verse en Iribarren al hijo o hermano pequeño de Carver, de Bukowski o de Wolfe en su retrato conciso y preciso, ausente de cualquier letra que pudiera despistar, de lo cotidiano, pero no es de ellos de quien más habla el propio autor, que en alguna ocasión se auto define como poeta elíptico en virtud de esa negación a lo superfluo, sino de Chandler y de sus sórdidos ambientes, a cuya imagen se atreve a dedicar uno de sus poemas:
«Levanto la vista y lo veo sobre la balda,
con su pipa y su sonrisa de borracho» (…)

Con leer algunos de sus poemas se entiende a qué nos estamos haciendo referencia.

No hay excusas para quienes odien la poesía indescifrable, para los que no tomaron en sus manos ningún verso por temerse excesivamente torpes. Se puede decir mucho con una claridad tan meridiana que prefiera ser obviada por quienes no saben qué decir aferrándose al oscurantismo. Junto a González, García Montero, los nombrados… queda Karmelo.

Dos poemas de una de sus manías: los indigentes.

Palabras para un mendigo desconocido

He pasado esta mañana
por el subterráneo,
a la hora de siempre,
pero no estabas.
En tu lugar, donde vivías
y bebías desde hace algunos meses,
sobre un pequeño pedazo
de cartón, junto a una triste vela
exánime, podían leerse
estas palabras: «La muerte
de cada ser humano
debería importarle a alguien».
Solo son eso, palabras, lo sé,
y además llegan tarde.
Pero he pensado
que las querrías conservar.

Los mendigos

El viento bufa por esquinas y plazas
levantando hojas de periódico,
cartones de embalaje y cajas de tetrabrik.

Los mendigos buscarán un abrigo en los pórticos,
en los quicios de los portales,
en las casetas de las obras,
el que no se lo haya bebido todo
al amparo del último bar.

Pero alguno no lo conseguirá.

Pasará a ser lo que siempre
ha sido: nada, menos
que el recuerdo de una sombra.

Algún redactor mañanero,
quizás deje constancia de él.

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