By Stijn Swinnen
Puede que una vez más, como suele pasarme, me deje llevar por la emoción, pero no deseo que me quede otra.
«Pic-nic» es una obra clave dentro del teatro del absurdo, tan condenado al ostracismo en España como puede comprobarse por la escasez de representaciones de este género que pueden verse en los escenarios; y en este caso, gracias al genio incombustible de Fernando Arrabal, el delito es doble, pues el autor es capaz de alcanzar en un solo acto infinitamente breve unas cotas de magnificencia similares a las del recién iniciado entonces en Francia por Ionesco con «La Cantante Calva» y que tiene poco que envidiar al Samuel Beckett de «Esperando a Godot» o al Miguel Mihura de «Tres sombreros de copa». ¿Veis como exagero?.
Lo que casi huelga decir es que, leyendo esta pequeña joya teatral de un carácter marcadamente pacifista y muy crítica con la sentencia de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», uno comprende un poco más por qué Arrabal fue juzgado y encarcelado bajo el régimen franquista sin importarles un pimiento el reconocimiento y apoyo de escritores y artistas de talla internacional.
En un país como el nuestro, donde cada vez son menos quienes celebran el humor de los hermanos Marx o del primer Woody Allen, pero se venera a humoristas absurdos y abstrusos (en el peor sentido de ambos términos) no puede dejar de resultarme una soberana injusticia que las obras de este pequeño gran hombre, dramaturgo, cineasta, poeta y creador hasta la médula, pasen tan desapercibidas. Siempre nos quedará Gila, en cuyos monólogos Arrabal produjo sin duda una notable influencia.
Si alguien tiene una hora que se ponga, si no la tiene, le invito a buscarla.
Tuve la suerte de representar Pic-nic hace ya demasiados años. De Señor Tepán hice. Lo que me reí, ¡qué absurdo!.
Podéis descargar la obra completa pinchando aquí.
SR. TEPÁN. —Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?
ZAPO. —¿Cuándo?
SR. TEPÁN. —Pues estos días.
ZAPO. —¿Dónde?
SR. TEPÁN. —Pues en esto de la guerra.
ZAPO. —No mucho. He matado poco. Casi nada.
SR. TEPÁN. —¿Qué es lo que has matado más, caballos enemigos o soldados?
ZAPO. —No, caballos no. No hay caballos.
SR. TEPÁN. —¿Y soldados?
ZAPO. —A lo mejor.
SR. TEPÁN. —¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?
ZAPO. —Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De todas formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.
SR. TEPÁN. —Tienes que tener más valor. Como tu padre.
SRA. TEPÁN. —Voy a poner un disco en el gramófono.
SR. TEPÁN.-Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?
ZEPO.- Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: « ¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra.» Y yo entonces le pregunté: «Pero, ¿a qué guerra?» Y él me dijo: «Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?» Yo le dije que sí, pero no lo de las guerras…
ZAPO.-Igualito, igualito me pasó a mí.
SR. TEPÁN.-Sí, igualmente te vinieron a ti a buscar.
SRA. TEPÁN.-No, no era igual, aquel día tú no estabas arreglando una plancha eléctrica, sino una avería del coche. .
SR. TEPÁN.-Digo en lo otro. (A ZEPO.) Continúe. ¿Y qué pasó luego?
ZEPO.-Le dije que además tenía novia y que si no iba conmigo al cine los domingos lo iba a pasar muy aburrido. Me respondió que eso de la novia no tenía importancia.
ZAPO.-Igualito, igualito que a mí.
ZEPO.-Luego bajó mi padre y dijo que yo no podía ir a la guerra porque no tenía caballo.
ZAPO.-Igualito dijo mi padre.
ZEPO.-Pero el señor dijo que no hacía falta caballo y yo le pregunté si podía llevar a mi novia, y me dijo que no. Entonces le pregunté si podía llevar a mi tía para que me hiciera natillas los jueves, que me gustan mucho.
SRA. TEPÁN.-.(Dándose cuenta de que ha olvidado algo.) ¡Ay, las natillas!