«El hombre del brazo de oro» (1955)

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Otto Preminger by Marzia-Bonvini

    1955. Simplemente e incomprensiblemente.

    Fue una suerte el por saco que se diera en la Meca del cine a finales del los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado con la necesidad de la libertad de creación en el séptimo arte. A partir del estreno en Estados Unidos del filme «El amor» (1948), de Rossellini, y las ampollas levantadas por uno de sus episodios, «El milagro», las autoridades judiciales decidieron cambiar la ley y flexibilizar lo que podía o no podía aparecer en una pantalla de cine. A años vista, podemos decir que poco a cambiado debido al propio sistema de calificación de las películas, pero infinidad de filmes no habrían visto la luz por su crudo realismo y mordaz crítica social sin esta hecho histórico. Desde «Hombres» (1950), hasta «Johnny Guitar» (1955), pasando por «Rebelde sin causa» (1955) o «La podadora» (1955). Sigue leyendo

«Filmish: un viaje gráfico por el cine» (2017)

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Edward Ross y Will Morris en el Book Fest de Edimburgo (2013), by byronv2

     Es más que probable que “Filmish” no vaya a engrosar las listas de los mejores cómics de la historia. Ni del año. Puede también, quizá con menos margen de probabilidad, que no lo mencionen jamás en los regueros de tinta que se han publicado sobre el séptimo arte. Sí, es muy posible. Y es que “Filmish” es un tanto inclasificable, porque sería de lo más naif referirnos a ella como novela gráfica, y al mismo tiempo sería poco apropiado considerarla un ensayo sobre cine.

    ¿Qué es entonces “Filmish”? La obra de un dibujante al que le apasiona el mundo del celuloide y su historia y es capaz de interpretarla y compartirla aportando unos puntos de vista peculiares y que, a más de un purista, le pueden resultar cuanto menos controvertidos.

    No es mi caso, ni mucho menos, fiel amante como soy de ambas artes, tal vez porque desde hace años me dio por replantear determinados discursos mayoritarios y hacer una lectura alternativa del modelo social y cultural que nos hace normalizar y asumir conceptos de lo más rocambolescos. Y las lecturas alternativas, si uno es capaz de salir de su zona de confort, casi siempre han resultado soplos de aire fresco y modelos para determinados cambios de paradigma. Sigue leyendo

«Land of mine (Bajo la arena)» (2015)

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Martin Zandvliet at KVIFF, 2009

    “¿Vencedores o vencidos?”, reflejaba el horrendo título en castellano que eligió la censura franquista para la cinta “El juicio de Nüremberg”. Hay decisiones que no hay por dónde pillarlas más allá de la obvia intención de minimizar la responsabilidad de determinados individuos en los campos de exterminio a lo largo de la II Guerra Mundial, pero algunas cosas sí que son verdad, y es que al final de una guerra no gana nadie. El fermento del odio que siembra entre los bandos en conflicto no cicatriza ni en generaciones.

    Que el nacionalsocialismo no puede ponerse como ejemplo de buena conducta está fuera de toda duda, más allá de las mentiras del Holocausto o la utilización de las víctimas para determinados intereses particulares, pero el hecho de que un grupo se haya comportado como una panda de animales en un determinado contexto histórico ¿significa que todos sus miembros son unos asesinos irredentos que se merecen todo lo que les pase y no son dignos de piedad? Pues mire usted, no sé, pero yo creo que no, y que no hay nada que te quite de por vida la condición de ser humano.

    Un poco de esto -y de otras cosas igual de poco dúctiles- trata “Land of mine”, el tercer largo del director y guionista danés Martin Zandvliet. Un filme que, si bien recurre en ocasiones a varios clichés del género que logra salva con nota, se alza por encima del común denominador de este tipo de cintas con algunas secuencias memorables que permanecerán por mucho tiempo en la memoria del espectador. Polo opuesto a la hollywoodiense “En tierra hostil” -película que se negaba a todo discurso-, pero también realizada con precisión milimétrica, “Land of mine” sacude las neuronas de manera inapelable, por más que Zandvliet rebaje la tensión y la intensidad dramática con varios giros en la parte central del largometraje. Quizá los únicos momentos algo adocenados a lo largo de toda la obra. Sigue leyendo

«Brutos, feos y malos» (1976)

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Ettore Scola, by raschiabarile

Decía Moisés, el cura de mi barrio, aquella frase de que “son pobres, no vamos a pedirles encima que sean buenos”.

    Aunque pudiera parecerlo, la expresión no es un paradigma acerca de las limitaciones per se de las personas en exclusión, sino una constatación a pie de calle de que debiéramos justificar con mayor gracilidad y sin el menor atisbo de duda las taras de determinados colectivos respecto a las de otros. No es lo mismo tener determinados problemas y vivir en el centro neurálgico de una gran urbe, que tenerlos y encima unirlos al hecho de vivir en mitad de un gueto a las afueras de cualquier lugar.

    Por eso, quizá por primera y única vez, no voy a recomendar a todo el mundo la película que da título a la entrada: “Brutos, feos y malos”, del peculiar Ettore Scola. Porque hay que tener mucho sentido del humor, en una curiosa mezcla de Fellini y Kusturica, para comprender su ácida y despiadada crítica hacia la sociedad del bienestar, y no mandar la cinta literalmente al carajo nada más leer el título.

    El planteamiento de cualquier espectador sensato a la hora de acercarse a esta obra de Scola no debiera ser si lo que cuenta es exagerado, grotesco, cargado de prejuicios, o si por el contrario está sujeto a la realidad. Lo pregunta que en cada escena debiera surgirnos y que respondería, con toda justicia a lo que pretende el director italiano, es por qué sucede lo que sucede. Porque lo más crudo de aquello que podemos contemplar en la pantalla es que todo, sin falta, lo he podido vivir en ese barrio en exclusión de cuyos habitantes hablaba Moisés en la primera frase de este texto: embarazos sin sentido, tres generaciones sin modificar pautas de conducta, hacinamientos, incendios provocados, bautizos tan… particulares, la pensión de la abuela. Y lo peor, esa asunción de la falta de dignidad humana: todo se perdona, todo se naturaliza… La visión de la sexualidad recuerda mucho al estilo que retrataba Emile Zola en “Germinal”. Sigue leyendo