Por aprovechar el escaso tiempo disponible en común, nos dio por grabar algunos audios de los ensayos de un tiempo a esta parte. Nos gustó el sonido y decidimos dar un pasito más -que pretendemos mantener- y ponernos con imagen aparte del sonido.
Este ha sido el primer tema que hemos terminado, gracias al montaje de Fran, el guitarrista, todo sea dicho.
Iré compartiendo por aquí los vídeoclips. Y no quiero despedirme sin nombrar al administrador de todos los recursos y de la web NoGafam, que ofrece alternativas libres y federadas a las redes privativas, y son los espacios donde subo los temas, tanto en audio como en imagen.
En fin, que ya están aquí las vacunas; lo que es una suerte, tanto para quienes creen en ellas como para quien no, pues ambas partes tendrán ya retahíla para rato y no aburrirse de hablar desde la Nochebuena hasta el Día de Reyes dentro del margen entre «ya nos curamos» hasta «nos van a insertar un microchip».
Como suelo ser más pragmático y lo que no gusta es olvidar a las personas (que para eso está la clase política con la Salud Pública) este año voy a agradecer sin paliativos la lucha constante, desesperada y critica de toda la gente de bien que ha estado al pie del cañón desde el día 0 y lo sigue estando ahora: el personal sanitario y el socio-sanitario, ese que ya no oye las palmas en los balcones y que cuando dejó de oírlas era porque no les habían renovado el contrato en pleno proceso de desescalada.
En esta Navidad donde las personas creyentes celebramos que nos vino la esperanza, afirmo que nunca se fue, porque la llevaron en brazos todo el rato enfermeres, médiques, auxiliares, terapeutes, fisios… que, codo con codo, han logrado que todo sea algo más llevadero o que han acompañado en el dolor y la muerte.
Sirva mi belencito de este año de convencido, firme y sentido homenaje. Podéis hacer con él lo que queráis (de ahí sus diversas versiones): recortarlo como hice yo, mandarlo o darlo como felicitación, que lo coloreen les niñes…
Gracias a toda la gente de bien y a seguir con fuerza, que la mayor parte de los virus que se quedan de un año para otro no se van a paliar con vacunas.
Un respiro, que días quedan de cabreos e indignaciones, Un respiro a la pandemia con un poema, que hace tiempo no comparto ninguno.
Un respiro al ánimo, que la semana que viene comparto, quizá más que nunca mi cabreo e indignación.
Falta de costumbre
Hay gente incapaz de apreciar la algonodosa belleza
de los áureos y asalmonados bordes de las nubes
tintados por la luz que agoniza bajo el cielo atardecido.
Quien no percibe la intrépida hermosura
de las transparentes gotas de rocío desprendiéndose
por los tornasolados pétalos de flores en una mañana de otoño.
Existen personas que bostezarían al contemplar
el horizonte infinito más allá del océano,
la noche serena cuajada de rutilantes estrellas,
la puesta de sol sobre las copas de los árboles,
o la blanca perfección de los glaciares.
La culpa no es de las nubes,
ni del rocío o el mar;
y no sería oportuno recriminar
a la noche, al sol o a los glaciares
de la humana torpeza y su singular ignorancia.
Puede parecer harto improbable y hasta delirio,
pero sé que hay gente, que existen personas
incapaces de apreciarte, en ti misma
y en todo aquello inusitadamente hermoso que desprendes.
La culpa tampoco es tuya,
ni justo recriminarte
la torpeza y la ignorancia del resto de mortales.
Regresamos a los escenarios (que siempre queda bien esa frase, aunque ni vaya a haber escenario ni tengamos que subirnos a ningún lado). Si nos respeta un poco la pandemia con su índice de contagios nos vemos con aforo reducido guardando las medidas de seguridad.
Un adelanto con un tema que grabamos en el último ensayo del viernes en condiciones de sonido similares a las que queremos tener para el concierto.
LA SOLEDAD DE MI CEPILLO DE DIENTES
Que triste es la soledad de mi cepillo de dientes,
que ingrávida libertad me da el mando de la tele.
Cajones de vacuidad anuncian que ya no vuelves,
rebosan de una verdad que duele.
La cama perdió piedad y el sexo sus días de suerte;
las musas a celebrar mi nueva pena de muerte.
El piso es un hospital sin medios que me remedien;
si el tiempo me ha de curar, que espere.
Y no me preguntes más lo que me hace recordar,
las cosas son sólo fobias que sabré ignorar;
pero este mi corazón me sigue allá dónde voy,
llevártelo en la mochila es mi mejor opción;
pero este mi corazón se arrastra hasta dónde voy,
llévatelo, mi vida, por Dios.
Tus fotos cumplen la ley del destierro en el armario,
exhortan para que el juez no las convierta en pedazos.
Las prendas que eché a lavar me informan, sin pretenderlo,
que hay tanta ropa que echar de menos.
Y no me preguntes más…
llévatelo, mi vida, por favor…
llévatelo, mi vida, con Dios.
Mi única decisión, al margen de redimirte,
la ejerzo en esta canción con derecho a deprimirme.