Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Manu militari

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The Dictator’s Crown, by Mohammad Sabaaneh

     Como el que suscribe no disfruta de… ¡uy! quiero decir no tiene televisión desde hace una buena pila de años, a veces, con una dosis de retraso tan grosera que pareciera que uno ha estado escondido en las montañas pensando que todavía dura la guerra civil, descubre programas curiosos (por ser fino) que solo pueden dejar indiferente a alguien con la cabeza cuadrada de tanto sentarse delante de la caja tonta.

      Es lo que tiene que el papá y la mamá del menda vean Intereconomía, escuchen la Cope y digan que no son de derechas. Y como los padres y las madres de cada cual son eso, los padres y madres de cada cual, se les quiere mientras no te hagan cantar el cara al sol desde el balcón de casa. O al menos mientras no te pidan que lo hagas a voz en cuello.

      Y en una de esas descubrí «Audiencia abierta». Sí, sí ya sé que voy con cierto retraso, unos seis años, pues el espacio se estrenó casualmente en la televisión púbica, digo pública, menos de un año después de la llegada de Rajoy a la Moncloa, pero bueno, eso que me he ganao de un disgusto menos p’al cuerpo. Por si aún queda alguien con mi nivel de ignorancia (algo poco común), intentaré explicarme, porque conforme avanzaban los minutos más anonadado me hallaba y hasta he tenido que buscar en el pato no fuera a encontrarme en un error de bulto: el programa trata de las bondades de la Corona y resto de pléyades adyacentes a la Monarquía y al Jefe de Estado, que lo es aunque no haga ni el huevo. Que si la presencia de la Leti a los premios de la asociación de Asperger, luego su visita a otra organización de personas con problemas de visión, al nosécuánto aniversario de Nuevo futuro, a la de Mundo noséqué, y que si la sonrisa de la princesa de Asturias, que si la misma edad que su padre cuando… Ahí fue cuando me dirigí al baño con una especie de diarrea descomunal que al final resultaron ser retortijones. Sigue leyendo

«Un hombre sin pasado» (2002)

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Aki Kaurismaki by Ugorarts

     Pocos directores tienen la sorprendente virtud de Kaurismaki para ser capaces de sacar hermosas flores del estiércol; con «Un hombre sin pasado» nos regala otra película tan cálida como cruda. Con un inicio terrible y durísimo que bordea lo irracional para el espectador, como ya hiciera anteriormente con «La chica de la fábrica de cerillas» (1990) y posteriormente con «El Havre» (2011), el director finés nos entrega una maravillosa y tierna historia de personas desesperadas y perdidas (especialmente el protagonista principal) que logra sobrevivir a su infortunio gracias a la generosidad y la entrega de las personas que le rodean.

     Personajes tiernos, humanos, pero fuertemente creíbles, a pesar de la extravagancia de algunos secundarios y de algunas escenas estrambóticas y con unos toques de humor al mejor estilo Kusturica (el hombre que vive en la basura, el propio casero, el amante de la mujer, la banda de música…)

     Mención aparte merece sin duda la banda sonora, con una extraña, pero poderosa y cuidada mezcla de Folk y Rock’n’roll que sólo se hace presente desde la lógica de un directo, una emisora de radio o una máquina de discos de un bar… Sigue leyendo

«La» limpieza

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“Guía de la buena esposa” (1953)

    Cuando era niño, me pasaba las tardes de sábado viendo, de forma alterna en la 1 de televisión española, a los tres machos alfa por excelencia: Johnny Weismuller de tarzán, John Wayne de vaquero y Paco Martínez Soria de sí mismo. Alguna vez me castigó mi madre mandándome al cuarto por haberla liado parda en la comida y, con esa sabia crueldad que sólo son capaces de imponer con cariño la mujer que nos dio la vida, me dejaba sufrir más acoplado en el suelo del pasillo, la oreja pegada al salón escuchando el grito computerizado del Rey de los monos, los disparos de esas pistolas que nunca había que recargar o los chistes renuentes del actor turiasonense. Aún tengo en el recuerdo la escena de una de sus comedias. En el abogado estaban él y la mujer para la separación de bienes ante el inminente divorcio:

     –Las cosas que empiecen por la para ti y las que empiezan por el para mí.

     –El jabón para ti –comienza ella.

     –No, perdona, la pastilla de jabón.

     –Vale, pues para mí la televisión.

     –No, no, el televisor.

     Y así sucesivamente en el límite del absurdo. Y ahora me da por pensar que lo mismo no vendría mal que en todas las tareas domésticas las que necesitan útiles que empiezan por el o los las tuviera que hacer, aunque fuera por ley, el varón: fregar los platos, usar el cepillo y el recogedor, limpiar el frigorífico (aunque aquí lo mismo hay algún listo que quiere imitar a Martínez Soria y dice lo de la nevera). Sí es una exageración que no llevaría a buen puerto, pero voy a resumir un poco la escena mía de ayer, que no es de comedia ni de drama, aunque mucho dice.

     Comparto contexto: estamos de mudanza en la casa, que es lo que tiene de vez en cuando vivir de alquiler. Quedamos con la casera del nuevo piso, una mujer de mediana edad (es decir, que no tengo ni idea de cual) muy maja que había contratado a unos pintores (y una pintora) para dejar el piso cuanto menos apañadito y que lo viéramos después de concluida la faena. Nos encontramos en la cocina, frigorífico abierto, desenchufado y con necesidad de aseo por varios de sus costados; la dueña se dirige a Laura, la chica que me aguanta a pesar de conocerme:

     –Ahora lo que te queda es un buen tute de limpieza.

     Guardo silencio unos segundos, me sonrío y le digo:

     –Y yo, ¿puedo limpiar también?

     Me mira con cara rara, como fuera de contexto, y trato de enfocar el tema sin dejar de sonreír.

     –No sé, como se lo has dicho a ella.

     –Es verdad, estamos muy mal acostumbrados y damos por hecho de que lo va a hacer ella, gracias por el apunte.

     Nos queda remar. A unos y a otras, pero nunca es tarde. Hoy os dejo pronto, que estoy de mudanza y tengo que ponerme a limpiar, que no se diga.

«Pic-nic» (1947)

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By Stijn Swinnen

     Puede que una vez más, como suele pasarme, me deje llevar por la emoción, pero no deseo que me quede otra.

     «Pic-nic» es una obra clave dentro del teatro del absurdo, tan condenado al ostracismo en España como puede comprobarse por la escasez de representaciones de este género que pueden verse en los escenarios; y en este caso, gracias al genio incombustible de Fernando Arrabal, el delito es doble, pues el autor es capaz de alcanzar en un solo acto infinitamente breve unas cotas de magnificencia similares a las del recién iniciado entonces en Francia por Ionesco con «La Cantante Calva» y que tiene poco que envidiar al Samuel Beckett de «Esperando a Godot» o al Miguel Mihura de «Tres sombreros de copa». ¿Veis como exagero?.

     Lo que casi huelga decir es que, leyendo esta pequeña joya teatral de un carácter marcadamente pacifista y muy crítica con la sentencia de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», uno comprende un poco más por qué Arrabal fue juzgado y encarcelado bajo el régimen franquista sin importarles un pimiento el reconocimiento y apoyo de escritores y artistas de talla internacional.

     En un país como el nuestro, donde cada vez son menos quienes celebran el humor de los hermanos Marx o del primer Woody Allen, pero se venera a humoristas absurdos y abstrusos (en el peor sentido de ambos términos) no puede dejar de resultarme una  soberana injusticia que las obras de este pequeño gran hombre, dramaturgo, cineasta, poeta y creador hasta la médula, pasen tan desapercibidas. Siempre nos quedará Gila, en cuyos monólogos Arrabal produjo sin duda una notable influencia.

     Si alguien tiene una hora que se ponga, si no la tiene, le invito a buscarla.

     Tuve la suerte de representar Pic-nic hace ya demasiados años. De Señor Tepán hice. Lo que me reí, ¡qué absurdo!.

     Podéis descargar la obra completa pinchando aquí.

SR. TEPÁN. —Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?
ZAPO. —¿Cuándo?
SR. TEPÁN. —Pues estos días.
ZAPO. —¿Dónde?
SR. TEPÁN. —Pues en esto de la guerra.
ZAPO. —No mucho. He matado poco. Casi nada.
SR. TEPÁN. —¿Qué es lo que has matado más, caballos enemigos o soldados?
ZAPO. —No, caballos no. No hay caballos.
SR. TEPÁN. —¿Y soldados?
ZAPO. —A lo mejor.
SR. TEPÁN. —¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?
ZAPO. —Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De todas formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.
SR. TEPÁN. —Tienes que tener más valor. Como tu padre.
SRA. TEPÁN. —Voy a poner un disco en el gramófono.


SR. TEPÁN.-Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?
ZEPO.- Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: « ¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra.» Y yo entonces le pregunté: «Pero, ¿a qué guerra?» Y él me dijo: «Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?» Yo le dije que sí, pero no lo de las guerras…
ZAPO.-Igualito, igualito me pasó a mí.
SR. TEPÁN.-Sí, igualmente te vinieron a ti a buscar.
SRA. TEPÁN.-No, no era igual, aquel día tú no esta­bas arreglando una plancha eléctrica, sino una avería del coche. .
SR. TEPÁN.-Digo en lo otro. (A ZEPO.) Continúe. ¿Y qué pasó luego?
ZEPO.-Le dije que además tenía novia y que si no iba conmigo al cine los domingos lo iba a pasar muy aburrido. Me respondió que eso de la novia no tenía im­portancia.
ZAPO.-Igualito, igualito que a mí.
ZEPO.-Luego bajó mi padre y dijo que yo no podía ir a la guerra porque no tenía caballo.
ZAPO.-Igualito dijo mi padre.
ZEPO.-Pero el señor dijo que no hacía falta caba­llo y yo le pregunté si podía llevar a mi novia, y me dijo que no. Entonces le pregunté si podía llevar a mi tía para que me hiciera natillas los jueves, que me gus­tan mucho.
SRA. TEPÁN.-.(Dándose cuenta de que ha olvidado algo.) ¡Ay, las natillas!