Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Estruvita

Cristales de estruvita, por Doruk Salancı

     –¡Ooooh, es precioso!

     Con la mirada fija en el microscopio de la clínica veterinaria, los ojos azules despiertos a la emoción y una sonrisa infantil colgada del rostro, M.ª José compartió su gozo igual que si un nene acabara de ver pasar la Cabalgata de los Reyes Magos.

     –Joder, cabrona –solté yo sin renunciar a una sola palabrota en toda la intervención.

     Comenzó a reírse mientras me miraba casi de reojo y seguía con mi exposición.

     –Que son cristales de estruvita que están provocando cistitis en mi gato desde tiempos inmemoriales y me está costando una pasta, todo sea dicho.

     –Lo peor es cuando dice lo mismo de los tumores –interviene su compañero haciendo aspavientos con las manos– ¡Oh, qué grandes y qué bonitos se ven!

     –Por lo menos no lo dirá delante de los dueños, ¿no?

     M.ª José sigue riéndose y apenas puede expresar una sola palabra. Niega con la cabeza.

     Cuando uno está emosionao se le suelta la lengua y «de la abundancia del corazón habla la boca», que dijo Jesucristo a los fariseos poco después de llamarles raza de víboras. Obviamente, M.ª José es un encanto, ni farisaica ni viperina, y tan solo es capaz de apreciar la belleza en cosas inusitadas aunque por momentos pueda resultar políticamente incorrecto; porque una cosa está clara: los cristales de estruvita, vistos a través de un microscopio, son muy hermosos.

     Lo menos halagüeño es cuando lo que se escapa entre los labios en esos momentos de incontenible emoción no es tan simpático ni tan hermoso. Es decir, que entra dentro de lo previsible que se te pueda escapar un pedo o un eructo de los que hacen historia; incluso que te hagas pis encima en el momento menos oportuno por risa, flojera o por tener la vejiga hiperactiva, pero inventarse datos desde las tripas respecto al drama de la inmigración, o decir en un momento de crispación que se puede, sin que se te caigan los anillos ni nada, defender los derechos humanos y seguir vendiendo armas a Arabia Saudí, o que el toro no sufre… esas cosillas son algo muy parecido a catalogar el asesinato y posterior descuartizamiento del periodista saudí Jamal Jashoggi como un lamentable error. Pues no, un error es lo del pedo, pero cuando se te escapa un pedo tras otro ya el asunto empieza a oler mal (nunca mejor dicho) y debe de ser porque lo que tienes en el interior de las tripas apesta. Lo malo es que, como cada cual está acostumbrado de manera irrefutable al olor de sus propios pedos, acaba por no pedir ni perdón por tirárselos. Sigue leyendo

«Blacksad» (2000)

Vinyetes sobre rodes del 34è Saló Internacional del Còmic de Barcelona, por Ferran Cornellà

     Hay obras que están destinadas a elevarse muy por encima del arte y del género al que pertenecen y que son capaces, de forma omnímoda y solo al alcance de genialidades, de unificar los criterios de crítica y público como si hubieran sido convenidos a participar de un golpe a un aplauso unánime.

     «Blacksad» es, sin la más mínima duda, una de esas obras. Englobada dentro de la novela gráfica, las aventuras del detective John Balcksad, creado por Juan Díaz Canales, al guión, y por Juanjo Guarnido, a los lápices, han de ocupar un lugar de honor en las estanterías de cualquier amante del cómic, de la literatura o del arte en general, y su influencia inmediata en cómics similares protagonizados por animales antropomorfos ha sido más que evidente: la notable serie «Grandville», del británico Bryan Talbot compuesta también de cinco números, puede servirnos de ejemplo.

     Repartida en cinco volúmenes independientes creados entre 2000 y 2013, lo que se inicia como un reconocido, sentido y obvio homenaje a la novela negra de las décadas de los años 30-40 del pasado siglo y, de manera concreta, a Raymond Chandler y al detective por antonomasia Philip Marlowe, deviene a partir de un segundo volumen exquisito, Arctic Nation, en una colección imprescindible, de una belleza tan terrible como evocadora y muy difícil de describir habida cuenta de esa falta habitual de condescendencia con el lector de la que siempre ha hecho gala el Noir. Sigue leyendo

Los míos

      Parece que preocupa la ascensión de la ultraderecha en Europa y en otras zonas del globo: EE.UU. y, recientemente, Brasil. Claro que, si preocupa, lo hace dentro de determinados círculos, todo hay que decirlo, pues como el panorama mundial no se ha construido a base de círculos concéntricos, existen otros ambientes bastante jugosos en los que la peña está muy satisfecha.

 

      El ejemplo de las 10.000 voces (más unas 3.000 almas más, porque supongo que alma tendrán, que se quedaron a las puertas) cantando a voz en cuello Yo soy español en el Palacio de deportes Vistalegre hace poco más de una semana es eso, un ejemplo, que podría servirnos de paradigma de que lo que debería de preocuparnos, si acaso, no es la ascensión de los partidos de la ultraderecha, sino que ascienden porque la gente de a pie deposita en ellos su confianza.

      Comentaba el escritor Montero González en un artículo de opinión de eldiario.es que, hace un par de años, por una de esas jugarretas que amaña el destino, coincidió con Santiago Abascal firmando libros en la misma caseta de la Feria del libro de Madrid; la cola que esperaba ufana a recibir la rúbrica del presidente de VOX en un ejemplar de Hay un camino a la derecha parecía no tener fin. Huelga decir que el señor Abascal no es escritor, como no lo fueron Hitler o Escrivá de Balaguer, por poner un par de notas dispares, pero sus respectivas obras Mi lucha y Camino se siguen vendiendo como churros en cualquier madrugada de un día de Año Nuevo; da exactamente igual lo bien o mal que esté escrito el libro en cuestión, el caso es que «dadme un punto de apoyo y moveré el mundo» y si un mar de gente tiene el mismo punto de apoyo, el daño está hecho. Desde Maslow a Max-Neef, con sus enfoques divergentes, cualquier sociólogo lo tiene claro en lo que a necesidades humanas se refiere: la pertenencia. Todo ser humano tiene la necesidad de sentirse parte de un todo, de un grupo, de un colectivo que se encuentra por encima de sí mismo y con quien comparte una idea que le trasciende. Sigue leyendo

«La senda del perdedor» (1982)

Charles Bukowski, painted portrait, by Abode of Chaos

     Puede que hermoso no sea la mejor forma de adjetivar de modo natural lo triste, pero sumergirse en el caos vital a través de las palabras de Bukowski se le parece algo.

      Difícilmente puede calificarse de hermosa su novela «La senda del perdedor», y sea tal vocablo solo una irreal descripción que negaría hacer justicia a la obra, un auténtico chute de realidad, de revelación indeseable que te golpea con un uppercut tras otro (como tantos que recibe Hank, el protagonista/alterego de Bukowski) y logran hacerse presentes en frases lapidarias que escuecen a quienes, podíamos decir, nunca hemos carecido de nada: «observé cómo salían del agua relucientes, jóvenes e invictos (…); y, sin embargo, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado». O esta, cruel: «la gente sólo piensa en las injusticias cuando les suceden a ellos».

      Leyendo sus líneas, resulta casi irremediable pensar en Holden, el protagonista de la novela de Salinger «El guardián en el centeno», y en el Ferdinand de «Viaje al fin de la noche» de Céline (con quien tiene más puntos de conexión nuestro abrazable Hank Chinaski); todos profundamente autobiográficos, aunque algunos más de cartón piedra, porque por más que el protagonista de Céline esté revestido de mayor consistencia y pueda ser mucho más influyente (eran principios de los 30) hay diferencias, quizá marcadas por un halo de exclusiva dignidad, que me hacen más comprensible a Hank y que las comparte él mismo, sea a modo de autobiografía o de dolor: «soy infeliz. Si fuera cínico probablemente me sentiría mucho mejor». Sigue leyendo