Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

El egoísmo y el miedo

fear, by kefirux

     Lo digo sin atisbo de duda: el miedo, por su propia naturaleza, es radical y profundamente egoísta. Al menos, el miedo «racional», no incluido en las fobias o los traumas, si es que fuera posible que no todo miedo contenga cierto componente de irracionalidad. No obstante, no voy a dejarme llevar por tamaña certeza y ponerme a menospreciar o a tachar de vil y despreciable a cualquier ser humano que, en determinadas situaciones de la vida, sienta pánico en su interior y hasta lo deje salir a borbotones por todos los poros de su piel ya que, por más que hayamos pretendido convertir la frase de marras en verdad de Perogrullo, el miedo no es libre, nada más alejado de la realidad; soy más de la opinión del poeta mexicano Amado Nervo cuando dijo que «el miedo es más injusto que la ira». A una persona más cabreada que un mico le puede asistir una razón irrefutable, pero a la que se ha dejado llevar por el egoísmo jamás podrá llevar la razón.

      La cuestión podríamos cerrarla con tan solo pensar una pizca en aquellos momentos en los que nos ha sacudido el miedo: cada vez que lo hemos sufrido en las carnes seguro que fue por nosotros mismos o, como mucho, abriendo el abanico de la generosidad, por los nuestros. ¿Puede existir egoísmo más evidente? Así, cuando en pos de la seguridad (nuestra seguridad) levantamos alambradas en Ceuta y Melilla o llevamos a cabo devoluciones en caliente (por más que el Tribunal de Estrasburgo haya condenado a España por dicho motivo); o cuando nos dicen que es demagogia y populismo soltar la consigna de papeles para todos; o sueltan con escaso rigor que vienen a quitarnos el trabajo aunque al otro lado del espectro insistan en que los inmigrantes viven de subvenciones (¿en qué quedamos?); o cuando los medios generalistas bombardean una y otra vez con cáusticas noticias sobre la amenaza yihadista en España (a pesar de que hayan muerto el doble de personas en el tajo durante el primer semestre de 2018 que a lo largo de los quince años de supuesto terror islamista)… Cuando apelan a la seguridad tocando la fibra sensible de nuestro miedo, tengamos claro que lo que está saliendo a flote, por más esmero que pongamos en ocultarlo, es nuestro egoísmo; ese miedo visceral delata que solo somos capaces capaces de pensar nosotros y en los nuestros. Incluso el inane recurso de la defensa a ultranza de la patria no es capaz de mitigar esta verdad; al fin y al cabo, la palabra patria proviene del genitivo latino pater: patriae, de los padres. Miedo a perder mi identidad, mis raíces, mi estabilidad. Sigue leyendo

¿Cita en Omagh?

La Peque, delante de mí durante el Camino de Santiago (1997)

     Como grabado a fuego lo siento, igual que si mi cuerpo fuera el de una res a la que acabasen de marcar en el Far West para ponerme un poco a salvo de los cuatreros. Y han pasado veinte años, pero no existe un verano que no lo recuerde, por más que, tal vez, los medios de comunicación no vuelvan a servirle de eco o vayan a mostrarse mucho más ocupados con el primer aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils..

     Sábado 15 de agosto de 1998, atentado en Omagh. A las 15:10 horas, un coche estacionado en la Market Street de la capital del condado de Tyrone en Irlanda del Norte, cargado con 225 kilos de explosivos caseros, detona asesinando a 29 civiles y dejando un total de 220 heridos. Entre las personas fallecidas se encuentran dos de nacionalidad española: la estudiante Rocío Abad Ramos, de 23 años de edad, y el niño Fernando Blasco Baselga, de 12. Pocos días después, el autodenominado IRA Auténtico, una escisión del IRA Provisional que no aceptó los Acuerdos de Paz del Viernes Santo firmados meses antes, reivindica la autoría del atentado, el más grave de todo el conflicto en Irlanda del Norte, e informa de que su intención no era provocar una masacre; simplemente no encontraron aparcamiento cerca del Palacio de Justicia, dejaron el vehículo en una calle próxima y los tres avisos telefónicos advirtiendo de la colocación del coche-bomba fueron tan inexactos que la policía llegó a evacuar a algunas personas a la zona aneja al vehículo.

     Aquel año, pasaba parte de mis vacaciones de verano en un Camping de Caños de Meca (Cádiz) junto a mi pareja y escuchamos la noticia por la radio. Terrible. Como no éramos demasiado aficionados a los móviles y entonces resultaban tan escasos como abiertamente prohibitivos en cuanto al precio, no fue hasta la tarde noche del mismo día, tras realizar una llamada desde las denostadas cabinas de teléfono a un amigo, cuando se nos heló la sangre.

     –Ha muerto la Peque.

     –¿La Peque? ¿Qué dices?

     La capacidad para asociar insensateces e inoportunidades sólo está al alcance de gente neurótica.

     –El atentado de Irlanda –nos dicen, y empezamos a asociar sin la más mínima insensatez ni inoportunidad. Sigue leyendo

Acostumbrarse a la mierda

Fez Colorful Leather Old Morocco Tannery Moroccan

Curtidería Chouwara, Fez, por autor/a desconocido/a

      Aviso de buena voluntad: hoy no queda otra que comenzar el asunto de manera un tanto escatológica; y no me estoy refiriendo con dicho adjetivo al más allá, a deidades míticas o a la teología de altos vuelos o de andar por casa, sino a aquellos detritos que anuncia el título con soberana nitidez y que son tan comunes a toda especie animal.

      Alguna vez me he preguntado en qué momento la mierda propia dejó de olernos mal. Quiero decir que, lo mismo, de nenes, cuando apenas levantamos tres palmos del suelo o ni siquiera levantamos porque éramos aún incapaces de mantenernos en pie nuestras heces nos olían a perro muerto, pero ni sabíamos que eran nuestras. Y bueno, quitando a la propia madre de la criatura que siempre parece estar hecha de otra pasta, no creo yo que haya nadie en el mundo capaz de asegurar sin el más mínimo temblor en la voz que no le importa llenarse las pituitarias de esencia a caca de bebé. Pero el caso es que llega un día en el que, ni cortos ni perezosos, no es que no nos huelan mal nuestros excrementos, sino que podemos sentirnos hasta dichosos aspirando dirección a los pulmones tan soberanas miasmas como si hubiera pasado a nuestro lado alguien con un toque a Chanel n.º 5.

      En Fez, Marruecos, podemos encontrar las famosas curtidurías Chouwara, consideradas las más importantes del norte de África. Cuando le da al turista inconsciente por seguir al guía a través del zoco de la ciudad y cruzar alguna de las puertas que le conducen sin la más mínima empatía a las hermosas pilas rebosantes de tintes y pieles, el único deseo que asalta su cerebro, al segundo posterior de percibir tan abrumadoras y repugnantes fragancias, es morir de inmediato una vez haya vomitado la comida de los dos o tres días previos cuanto menos. Lo más peculiar de la escena es contemplar a los guías, justo antes de entrar a dichas curtidurías, refregarse las fosas nasales con unas hojas de menta y pasar tan frescos tipo puerta gayola, que en mi caso personal y bisoño sería como tratar de taponar un agujero negro con una palomita de maíz. Y encima dando gracias a toda la cohorte celestial de que las artesas estén al aire libre.

      Situaciones similares, menos escatológicas, seguro que podemos rescatar de nuestros recuerdos sin tener que realizar un esfuerzo ínclito que nos destruya la masa encefálica: en la selva peruana, sin ir más lejos, los zancudos nos dejaban a los occidentales hechos unos cristos de pies a cabeza con tanto picotazo y escozor, mientras que a los selváticos, ni cosquillas. Sigue leyendo

Manu militari

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The Dictator’s Crown, by Mohammad Sabaaneh

     Como el que suscribe no disfruta de… ¡uy! quiero decir no tiene televisión desde hace una buena pila de años, a veces, con una dosis de retraso tan grosera que pareciera que uno ha estado escondido en las montañas pensando que todavía dura la guerra civil, descubre programas curiosos (por ser fino) que solo pueden dejar indiferente a alguien con la cabeza cuadrada de tanto sentarse delante de la caja tonta.

      Es lo que tiene que el papá y la mamá del menda vean Intereconomía, escuchen la Cope y digan que no son de derechas. Y como los padres y las madres de cada cual son eso, los padres y madres de cada cual, se les quiere mientras no te hagan cantar el cara al sol desde el balcón de casa. O al menos mientras no te pidan que lo hagas a voz en cuello.

      Y en una de esas descubrí «Audiencia abierta». Sí, sí ya sé que voy con cierto retraso, unos seis años, pues el espacio se estrenó casualmente en la televisión púbica, digo pública, menos de un año después de la llegada de Rajoy a la Moncloa, pero bueno, eso que me he ganao de un disgusto menos p’al cuerpo. Por si aún queda alguien con mi nivel de ignorancia (algo poco común), intentaré explicarme, porque conforme avanzaban los minutos más anonadado me hallaba y hasta he tenido que buscar en el pato no fuera a encontrarme en un error de bulto: el programa trata de las bondades de la Corona y resto de pléyades adyacentes a la Monarquía y al Jefe de Estado, que lo es aunque no haga ni el huevo. Que si la presencia de la Leti a los premios de la asociación de Asperger, luego su visita a otra organización de personas con problemas de visión, al nosécuánto aniversario de Nuevo futuro, a la de Mundo noséqué, y que si la sonrisa de la princesa de Asturias, que si la misma edad que su padre cuando… Ahí fue cuando me dirigí al baño con una especie de diarrea descomunal que al final resultaron ser retortijones. Sigue leyendo