Promo del concierto del próximo 21 de Noviembre por el Día Mundial de las Personas Sin Hogar.
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A Zoltán Fábri lo conocen cuatro gatos que maúllan en húngaro o, a lo sumo, dejándonos llevar por la duda, alguno de ellos en ruso o en alemán. No en vano, solo Moscú y Berlín se rindieron en sendas ocasiones al arte del realizador nacido en Budapest concediéndole, respectivamente, un premio honorífico a su carrera y un Oso de Plata por una de sus últimas películas, curiosamente de nombre «Réquiem». No hay nada como estar a punto de morirse para ser reconocido.
Fábri fue un director de estilo clásico, notablemente influido en narración y enfoque de la historia por el realismo poético francés y por el neorrealismo italiano a nivel estilístico. Ambos conceptos, la crítica social cuasi documental y el fatalismo, pueden apreciarse en su filme «Professor Hannibal», aunque por encima de ellos, sobresale la sátira política de una manera tan aguda como descarada.
La historia es sencilla: un tipo corriente, bastante flemático y con escaso espíritu cuya única preocupación es dar a conocer mediante un artículo intrascendente las causas históricas de la muerte de Aníbal se convierte en el blanco de las iras del fascismo. Lo peculiar es hacia dónde nos conduce el director con el trasfondo de los hechos, donde el fanatismo, el nacionalismo, el conformismo y la manipulación se erigen en los héroes por excelencia de cualquier dictadura que se precie.
Absolutamente recomendable en estos tiempos que corren y que, por desgracia, seguirá siendo de rabiosa actualidad. Al fin y al cabo, ya ha pasado más de medio siglo del estreno de «Professor Hannibal» y podría haber sido realizado antes de ayer, igual que cualquiera de las obras de De Sica o de Renoir.
Como es importante prevenir antes que curar (aunque hay quien diga aquello de que más vale pedir perdón que pedir permiso), antes de que, el próximo 16 de noviembre, dé el pistoletazo de salida la campaña electoral para las elecciones andaluzas 2018, y todo bicho viviente, organización y hasta la Santa Iglesia Católica comiencen a hilar fino sobre qué partido es el más enjundioso para merecer nuestro apoyo fáctico y/o práctico, se me antoja hacer unos apuntes al respecto.
Huelga decir que estas sencillas aportaciones sirven para cualquier llamamiento masivo a las urnas (como si de ir de rebajas se tratase): sea a nivel municipal o macromundial, y que solo podrán ser efectivas y servir de apoyo logístico a aquellas personas que no van por la vida como un burro con orejeras. Para ellas, lo más útil sería hacer fotocopia de la papeleta electoral de un año para otro y así no verse en la horrible necesidad de esperar cola en las cabinas del colegio de turno.
Para aquellas personas dadas a la excelencia y a los ataques de responsabilidad civil (y criminal) sería recomendable leer de cabo a rabo, durante los preceptivos quince días previos a la fecha del plebiscito (a excepción de la consabida jornada de reflexión no vayas a influirte a ti misma), los programas electorales de las 26 formaciones políticas y las cinco coaliciones que se presentan a las elecciones. Para aquellos otros seres menos dados a la calidad del voto y que, de vez en cuando, se dejan llevar por el pragmatismo, bastaría con que hicieran lo propio solo con los partidos y coaliciones que vayan a presentar candidatura en su provincia o incluso, en un ejercicio de relajación no extrema, dedicarse a leer con mayor o menor fruición los programas de los partidos gordos, los que parten el bacalao. Todo ello sin obviar la apreciación de que ni en este país ni en ninguna otra democracia (curioso nombre repleto de incongruencias) se puede demandar a un partido por no cumplir sus promesas electorales, no vayamos luego a caer en los brazos inmarcesibles de la decepción.
Ved la televisión, a diario, todas las cadenas, desde la Sexta hasta Intereconomía, para tener una percepción y una visión mucho más globales (no digo acertadas) de por dónde se mueve el cotarro y así todos los partidos se encuentren con la misma posibilidad de comeros el tarro y colaborar activamente en un colapso nervioso de proporciones místicas; idéntica recomendación hacemos respecto a las emisoras de radio y a la prensa, tanto escrita como digital. En este último caso, para aquellas personas que no dispongan de otros recursos que favorezcan la oportunidad de ser infladas a base de propaganda, queremos insistir encarecidamente en que desactiven todos los bloqueadores de publicidad y todos los rastreadores de su navegador preferido, no vaya a ser que, en el día aquel en el que vayan a ejercer su sagrado derecho al voto, no se hallen en las mismas condiciones de manipulación mediática que el resto de ciudadanos y ciudadanas con mayor acceso; y ya sabemos que esto es una democracia: todo el mundo goza del mismo derecho a ser manipulado. Faltaría más.
Si podéis ir a mítines, no lo dudéis, acudid igual que borregos al matadero. Incluso sería preferible, de ser ello posible, que hubierais interiorizado con anterioridad algunos puntos importantes del programa electoral del partido en cuestión y, al final del jolgorio, levantar la mano de manera educada y poneros a hacer preguntas sesudas como unos posesos. No importa lo que os respondan o la posible incongruencia de sus planteamientos; es fundamental no caer en el error clásico de pensar que las gentes que se dedican a la política saben de lo que hablan más que yo de astrofísica.
En caso de decidir llevar algún símbolo a los mítines sería imprescindible, antes de salir del domicilio, asegurarse bien de que se ha escogido la bandera pertinente, no vayáis a presentaros a un discurso de Vox con el emblema de la República o a uno de Podemos con el del aguilucho. Se puede liar parda.
El día de las elecciones, levantaos sin prisas, tomaos vuestro café preferido (si puede ser de comercio justo, mejor) acompañado con par de tostadas de las que no se salta un galgo (aunque sea pan tumaca, que a esas alturas nadie os va a acusar ya de independentistas), observad por la ventana de casa a la peña acudir a las urnas y, si os surge un repentino ataque de culpabilidad, poneos inmediatamente a ver una película de contexto que os ayude a superar el trance: Z, de Costa-Gavras; La huelga, de Eisenstein; El último hurra, de Ford; el cortometraje La mano, de Trnka, para quienes pueden pasar el mal trago con solo cinco o diez minutos; o aquellas personas aficionadas a las series podrían disfrutar enormemente con The Wire (de manera particular su tercera temporada) o con el primer episodio de Black Mirror.
Cristales de estruvita, por Doruk Salancı
–¡Ooooh, es precioso!
Con la mirada fija en el microscopio de la clínica veterinaria, los ojos azules despiertos a la emoción y una sonrisa infantil colgada del rostro, M.ª José compartió su gozo igual que si un nene acabara de ver pasar la Cabalgata de los Reyes Magos.
–Joder, cabrona –solté yo sin renunciar a una sola palabrota en toda la intervención.
Comenzó a reírse mientras me miraba casi de reojo y seguía con mi exposición.
–Que son cristales de estruvita que están provocando cistitis en mi gato desde tiempos inmemoriales y me está costando una pasta, todo sea dicho.
–Lo peor es cuando dice lo mismo de los tumores –interviene su compañero haciendo aspavientos con las manos– ¡Oh, qué grandes y qué bonitos se ven!
–Por lo menos no lo dirá delante de los dueños, ¿no?
M.ª José sigue riéndose y apenas puede expresar una sola palabra. Niega con la cabeza.
Cuando uno está emosionao se le suelta la lengua y «de la abundancia del corazón habla la boca», que dijo Jesucristo a los fariseos poco después de llamarles raza de víboras. Obviamente, M.ª José es un encanto, ni farisaica ni viperina, y tan solo es capaz de apreciar la belleza en cosas inusitadas aunque por momentos pueda resultar políticamente incorrecto; porque una cosa está clara: los cristales de estruvita, vistos a través de un microscopio, son muy hermosos.
Lo menos halagüeño es cuando lo que se escapa entre los labios en esos momentos de incontenible emoción no es tan simpático ni tan hermoso. Es decir, que entra dentro de lo previsible que se te pueda escapar un pedo o un eructo de los que hacen historia; incluso que te hagas pis encima en el momento menos oportuno por risa, flojera o por tener la vejiga hiperactiva, pero inventarse datos desde las tripas respecto al drama de la inmigración, o decir en un momento de crispación que se puede, sin que se te caigan los anillos ni nada, defender los derechos humanos y seguir vendiendo armas a Arabia Saudí, o que el toro no sufre… esas cosillas son algo muy parecido a catalogar el asesinato y posterior descuartizamiento del periodista saudí Jamal Jashoggi como un lamentable error. Pues no, un error es lo del pedo, pero cuando se te escapa un pedo tras otro ya el asunto empieza a oler mal (nunca mejor dicho) y debe de ser porque lo que tienes en el interior de las tripas apesta. Lo malo es que, como cada cual está acostumbrado de manera irrefutable al olor de sus propios pedos, acaba por no pedir ni perdón por tirárselos. Sigue leyendo