Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Presentación «Yo, tú… él» (Biblioteca Ciencias de la Educación)

     «Ayer tarde tuvo lugar en la Biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Educación la presentación del libro «Yo, tú… él » de Rafa Poverello con presencia del autor afincado en Córdoba, como parte de los actos organizados en torno al Día Internacional contra la Violencia Machista.

     «La novela trata este duro tema como denuncia y nos invita a la reflexión.

     «Contó con la asistencia de gran cantidad de público, sobre todo de alumnos de Grado y especialmente con la presencia de la Directora de Igualdad de la UCO, María Rosal Nadales.

     «Fue muy interesante el debate que se generó en torno a los micromachismos tan integrados en nuestra sociedad.

     Haciendo caso nada omiso al compa @Fanta de las redes federadas, pongo enlace de la publicación original de la que he extraído la entrada para aquellas personas a las que les importe un pito ser rastreadas o tener cuenta en las redes privativas, en este caso Féisbuk: https://es-es.facebook.com/biblioteca.uco.es/posts/10157870995674772 «.

Presentación «Yo, tú… él» (Día contra la Violencia Machista)

    Contento con una nueva presentación de mi novela «Yo, tú… él». Esta vez en el mejor contexto y escenario posibles habida cuenta del tema y los motivos por los que fue ideada: hacernos conscientes de nuestra aportación en el mantenimiento del patriarcado y, por ende, de la violencia machista, y la importancia de un nuevo modelo socio-educativo.

     Será el 26 de noviembre en la Facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba por el Día internacional contra la Violencia machista.

Peligro: ignorancia

     No es nada fácil cumplir con igual rigor y meticulosidad la triada de presupuestos acerca de la ignorancia que nombraba el escritor y filósofo francés François de La Rochefoucauld en una de sus máximas: «tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse». De hecho, parece sumamente improbable que una misma persona sea capaz de reunir tales requisitos de una sola tacada a menos que lo haga a propósito, pero en dicho caso incumpliría de facto la segunda opción.

      Desde el año pasado, en virtud de una decisión del Papa Francisco, los terceros domingos de noviembre se celebra la Jornada Mundial por los Pobres, porque lo mismo los católicos se hacen un lío con el Día Mundial contra la Pobreza y la Exclusión Social promovido por la ONU desde 1992 y que se conmemora apenas un mes antes cada 17 de octubre. En esta última fecha de octubre, desde hacía bastantes años, varios colectivos, parroquias y organizaciones católicas que trabajan o colaboran en el ámbito de la exclusión social se unían a otros tantos de ámbito civil para organizar una concentración, leer un manifiesto donde poner en entredicho la mierda de sociedad del descarte que hemos montado y terminábamos con una eucaristía y una celebración conjunta. Hasta el año pasado, claro, que ya quedaba mal hacer actos al margen de la Diócesis, tan casta ella, y algunas de las más grandes organizaciones que apoyaban el tinglado, como Cáritas Diocesana o Manos Unidas, se descolgaron, porque el Señor Obispo, tan casto él, tenía otros planes mejores y más auténticos para tan grandiosa efemérides. El acto (igualito que este año) consistiría en celebrar una eucaristía en la Santa Iglesia Catedral un domingo por la tarde, con todo el boato posible, que para eso estábamos recordando y teniendo presentes a las personas más débiles del sistema, dejándoles a ellos, faltaría más, un espacio reservado/apartado en medio de no sé bien qué rejas principales del templo glorioso y luego terminar con un sencillo entremés al que también estarían invitadas estas personas miserables que no tienen dónde caerse muertas. Aquello de llevar a «los pobres» a la catedral me recordaba bastante a aquellos zoológicos humanos de principios del siglo XX en Europa donde se podían ver familias aborígenes dentro de un espacio cerrado con vallas, no se fueran a escapar. Es normal, porque del mismo modo que en la pérfida Europa de principios de siglo nadie había visto a un bosquimano, en la pérfida Córdoba de principios de siglo XXI hay mucha gente que no ha visto nunca a un pobre. Ni lo verá, mientras en lugar de hacer las celebraciones en las periferias (que es lo que proponía Bergoglio) porque no va a ir nadie, nos mantengamos seguros en nuestro céntrico refugio particular cual si fuera el palacio de Siddharta Gautama. Sigue leyendo

«El quinto sello» (1976)

     Escribo estas líneas antes de saber lo más mínimo del resultado de las cuartas elecciones generales en cuatro años (que se dice pronto), y con parecidos interés y preocupación acerca del resultado. No sé si todos son iguales, pero lo que sí que acierto a ver es que sea el color que sea el que enarbola la bandera de la democracia, cuando llegan arriba lo que desean es mantenerse a toda costa porque, por supuesto, lo hacen mejor que los demás. A ese «a toda costa» hace bastante referencia la película que me dio por ver ayer durante la rancia y abstrusa costumbre (incomprensible hoy día) de la jornada de reflexión: «El quinto sello», del demoledor director húngaro Zoltán Fábri. Porque su premisa: la generosa y poco consciente idea de todo ser humano acerca de desear ser aquello a lo que aspira éticamente por más que suela ser golpeada por chutes de realismo impertinente, esa premisa resulta indispensable para entender en toda su extensión lo terrible de sus últimos treinta minutos. En ese preciso instante es cuando el filme de Fábri desemboca en lo que es el goce de toda persona suscrita al poder, tenga más o menos consciencia de su crueldad, que se torna en el manual del buen fascista y que, por desgracia, su fin primigenio suele ser idéntico: que la masa no solo tenga miedo(a mí o a mi enemigo), sino que no lo quede más remedio que casi agradecérmelo. Sigue leyendo