Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Santos y comunistas

Desear que el futuro haga realidad el más agorero de los pronósticos con el único fin de atesorar la razón -o al menos justificar que va de nuestra mano incluso sin tenerla- es uno de los sentimientos más abstrusos del que hacer gloria como seres humanos. Siguiendo este principio podríamos decir que la situación actual de debacle económica ha hecho mucho bien a quienes deseaban que sus principios fueran valorados y sus fundamentos ideológicos elevados a los altares del desahogo moral aun en base a un limosneo desagradable y hasta repleto de astucia y marketing empresarial que en nada tienen que ver con el óbolo solidario y digno de cualquier viuda. Los 20 millones de euros de Amancio Ortega* tienen para mí idéntico valor al del estiércol comparados con la contribución desprendida y generosa de Paquita, una viuda del barrio que
cuando hay colecta para los pobres se rasca el bolsillo como si le fuera la vida en ello. Imagen y semejanza de una sociedad santa e injusta; lo dijo Helder Cámara: “cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista”.

Era una tarde luminosa y apacible, todavía no había entrado este frío polar que te encoge las partes nobles. Bicicleta, aire fresco y reunión nada halagüeña de varios compañeros con la Junta Directiva del Banco de Alimentos en su sede social. Sillas alrededor de una mesa, rostros afables y sonrientes al acecho del deber que ha de cumplirse, presentaciones y sin previo aviso se lanzó la involuntaria primera pedrada:
– Teníamos ganas hace años de que funcionará una Cáritas en un barrio tan pobre como las Margaritas -que soltó con santa complacencia cual perla razonada uno de los miembros más venerables de la Junta. Ahí sí se me encogieron las pelotas. Desaparecieron diría.

Levanté mi mano comunista varias veces, con la prudencia aprehendida de que un dedo en alto anima a hincharse y reventar por dentro, mas a ser comedido en las formas. Amenazaron mi intento de nirvana varios improperios más -al menos así me lo parecieron a mí- lo que me ayudó a abstraerme y a buscar la iluminación bajo el sicómoro de las luces de neón apostadas en el techo del despacho.

Helder Camara, 1974

Quince años llevo en la Cáritas Parroquial de Margaritas, inserto a veces más y a veces menos en medio de la barriada de Las Moreras, tercera o cuarta zona -según se mire- en índice de pobreza y riesgo de exclusión social de Córdoba capital. La crisis ésta que la llaman algunos que saben aparcó allí mucho antes de que le pusieran nombre las gentes que no la sufren, en el preciso
instante en el que se construyeron hace lustros las casitas portátiles y apelotonaron en ese descampado barrizal de las afueras -léase gueto- a los desposeídos, que como no tenían nada, de nada habrían de quejarse. Se instalaron también al tiempo la droga, el desempleo, la cárcel, la violencia de género, el absentismo escolar… el SIDA que no todos los peregrinos trajeron
necesariamente en sus maletas. Juntos y revueltos hicieron que el aparcamiento reservado a la crisis dispusiera de vado permanente. Con mayor o menor enjundia, pero permanente.

Con el envejecido paso del tiempo desaparecieron las portátiles, llegaron las viviendas sociales, las faltas de pago que nunca exigieron cumplir y con dichas faltas las cartas de invitación al desahucio para a quienes en el presente les es imposible pagar lo que no se les exigió en el pasado. Llegaron proyectos sociales, de promoción, de educación social y cultural cuasi imposibles: Centro de promoción de la mujer, Sala de lectura, negar ayudas, quid por quos. Esforzados intentos a pesar de estar mediatizados por nuestras incoherencias y faltas de lógica. Pero la mal llamada crisis cada vez cuenta con más vados permanentes y con más enjundia. A los desposeídos crónicos se unió la clase media trabajadora, esos que nunca lo habían pasado mal y lloran ahora impotentes y gélidos tras cruzar la puerta falsamente esperanzadora de la oficina de Cáritas. No se ha de ofrecer lo que no se puede dar: un trabajo que decida el destino. Recibos de luz, de agua, formación, búsqueda de recursos… ‘Parcheos’, putos ‘parcheos’ ante lo que desborda.

Tras este trasiego histórico como de flash fotográfico salí del letargo, volví al presente y al sonrosado rostro benevolente que me observaba. Esto es lo bueno que tiene la vida, no importan las arrugas que la edad haya marcado en tu frente, cuando piensas que ya lo has escuchado todo surge un alguien que supera todas las expectativas. Ni justicia social, ni pobreza, ni proyectos, ni
desarrollo, ni memeces, en Cáritas no habíamos hecho nunca ni el huevo porque nos habíamos negado categóricamente -en base a unos principios tan estrictos y razonados como los constitucionales- a repartir asistencialismo institucionalizado. Ahí le has ‘dao’, campeón.

Me llegó el turno de palabra cuya espera me estaba reventando la barriga y los intestinos. Me expliqué sin explayarme, con toda probabilidad duró más el nirvana que la exposición consecuencial del mismo. Terminé, ya faltó de ansiedad, y mientras esperaba una nueva disertación opositora que nunca obtuve pensé en Harry Callahan: Di algo, ‘alégrame el día’.

En la bici, de camino a casa y con la insegura certeza de que habíamos cedido temporalmente parte del deber acuciados por el desastre de estos tiempos indignos, recordé la dichosa frasecita de los santos y de los comunistas, y en concreto a las vastas figuras de la santa Madre Teresa y del comunista Monseñor Romero, una beatificada por la jerarquía eclesial y el otro condenado al ostracismo como si el Jesús de Nazaret al que dicen seguir hubiera preferido en vida ser santo a comunista. Se me antojó entonces imaginar un cielo -si es que lo hubiere- dividido proporcionalmente por sectores o grupos de calidad, estilo ‘Gattaca’, ‘Un Mundo feliz’ o cualquier historia distópica que se precie, y donde sería del todo inviable entrar en contacto entre ambas facciones: por un lado los santos y por el otro los comunistas. De no hacerlo de este modo y mientras no sea considerado blasfemia pensar que es viable ser santo sin ser comunista o ser comunista sin ser santo, aun después de muertos y resucitados se iban a repartir entre todos más hostias que en la Catedral en un día de oficio, y tal acto de violencia inusitada no estaría bonito en tan incólume lugar.

¿Por qué hay pobres? ¿Por qué leches hay tanto pobre cuando se produce de sobra para todos? Será culpa de Cáritas de las Margaritas que se niega a repartir alimentos. Fijo. Como que hay Dios.

* «Amancio Ortega da 20 millones a Cáritas en la mayor donación privada a la ONG» (El País, 25 de octubre de 2102, http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/25/actualidad/1351191151_730538.html). Para quiénes estén interesad@s en descubrir varios de los medios con los que cuenta el grupo que lidera el empresario leonés para obtener tan pingües beneficios basta teclear en el buscador: Inditex denuncias (discriminación laboral por sexos, condiciones de semiesclavitud en subcontratas…) o recurrir a un blog dedicado exclusivamente a recoger datos y colgar vídeos al respecto:  http://inditex-grupo.blogspot.com.es/

Fotografía: “Sufrimiento”, por cortesía de Víctor Nuño (www.victornuno.com)

Mahmud Darwish

MahmoudDarwish

Darwish en Belén (2006)

Mahmud Darwish fue considerado el poeta nacional palestino y uno de los más célebres literatos árabes contemporáneos, nacido cerca de Acre el 13 de marzo de 1941 y fallecido en Houston (Estados Unidos) el 9 de agosto de 2008. En su trabajo, Palestina se convirtió en una metáfora de la pérdida del Edén, el nacimiento y la resurrección, así como la angustia por el despojo y el exilio.
 
Entre 1961 y 1970 fue arrestado en numerosas ocasiones por las autoridades israelíes a causa de sus escritos y de su actividad política contra lo que en la práctica supone la ocupación de Palestina. Finalmente, salió del país hacia Moscú, desde donde iría a El Cairo primero y luego a Beirut. Allí ingresaría en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), trabajando en sus secciones de investigación y publicaciones. Darwish fue miembro del comité ejecutivo de la OLP (se le consideraba internacionalmente el «ministro de Cultura» de un futuro Estado palestino) hasta su dimisión a raíz de su discrepancia con los Acuerdos de Oslo (1993). Un texto suyo se convirtió en la declaración de independencia del Estado de Palestina proclamada por Yasser Arafat en 1988.

Igualmente, su testimonio como víctima lúcida de los conflictos de nuestro tiempo ha sido recogido por Jean-Luc Godard en el film Notre musique (2004).

LA NIÑA / EL GRITO

En la playa hay una niña, la niña tiene familia
Y la familia una casa.
La casa tiene dos ventanas y una puerta…
En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan
Por la playa: cuatro, cinco, siete
Caen sobre la arena. La niña se salva por poco,
Gracias a una mano de niebla,
Una mano no divina que la ayuda. Grita: ¡Padre!
¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.
El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,
No responde.
Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.
La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de
La playa. Grita en la noche desierta.
No hay eco en el eco.
Convierte el grito eterno en noticia
Rápida que deja de ser noticia cuando
Los aviones regresan para bombardear una casa
Con dos ventanas y una puerta.

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¿Cuál es vuestro oficio?

Léonidas aux Thermopyles (Jacques-Louis David)

Como autómatas clónicos extraídos de un relato de K. Dick los nuevos espartanos se estabulan por columnas con sus escudos y almas plúmbeos. En la mano el cipote -tal vez ambos- y en el seso convulso la atrevida misión de defender los intereses temporales del más rico. Nos observan tras sus cascos de visera con rostros céreos y derretidos al servicio de un moderno Leónidas, antihéroe común que tan sólo es audaz para emitir sus órdenes desde un sofá casero e inaccesible. Aun así, tan ausente de arrojo, se arroga el derecho a ser más temido que el propio Jerjes quien no goza de la competencia desmedida para ejercer el despido o la sanción.

A mi alrededor surgen impúdicos insultos, mofas malsanas, faltas de respeto del lado de los que protestan y que los alían con aquella violencia estructural a la que dicen oponerse. La violencia de uno es siempre más cuerda. Yo también me cabreo entre el raciocinio y la villanía; mi ira resulta casi ridícula siendo tan espontánea en indignación como contenida en las formas.
– Es normal que se pongan en la puerta de ‘El Corte Inglés’ -me explican con una comprensión que excede de largo a la mía-. ¿Sabes la que se puede liar si les da por entrar dentro a los cuatro ‘colgaos’ que siempre hay en toda manifa? Ejercen su legítimo derecho a abrir hoy si quieren. La democracia es para lo bueno y para lo malo, aunque no estemos de acuerdo.

Incomprensiblemente no eructé un exabrupto que me nació espontáneo ante tan metódica exposición, sin mácula, como habrían de mantenerse en un futuro inmediato los escaparates relucientes del primer grupo de empresas de distribución de este país enquistado en la caradura. Lo poco que sé es que media hora antes los nuevos espartanos, a pie enjuto, en un copioso alarde hacia esos magnos principios constitucionales de los que todo ciudadano es acreedor, habían recorrido sin cascos, escudos ni cipotes -uno supongo que sí- varios establecimientos de la zona, igualmente vulnerables y con idénticos derechos democráticos, aconsejando a propietarios y empleados en loor de la seguridad y el orden público que bajaran la persiana. Piquete policial -faltaron los pasquines-, lacónico adiós muy buenas ante la cara pétrea de los posibles afectados y no dejaron ni el polvo de la suela de sus sandalias a las puertas protegiendo el bastión. Ni una brizna de hierba en horizontal. Ni una ramita seca de paja aun fácil de tronchar.

Todas las ramitas, briznas y sandalias -más los consabidos cipotes– decidieron agolparse con voluntarioso empeño a la entrada de la única fortaleza con derecho de pernada y que había de permanecer incólume y virgen. Con sus derechos, sus democracias y sus falacias intactas.

¡¡Espartanos de obligadas almas plúmbeas!! Disculpad, ¿acaso es éste vuestro oficio?

«Cuentos imprescindibles»

Chekhov_1898_by_Osip_Braz

Antón Chéjov, por Osip Braz, 1898

 

La sencillez, como el amor, no se puede fingir. Claro está que se intenta, a veces con una suerte brillante en los primeros envites, pero el revolcón en el fango y el castigo ejemplar a los que se condena al impostor casi de súbito hace renegar al más plantado de cualquier posible dicha anterior. En eso radica la mayor cruz y la mayor gloria de la sencillez, en su curiosa dificultad. Exagerarla es caer a plomo en la vulgaridad y en la simpleza, porque o se tiene o no se tiene. Como el amor, decíamos.

Chéjov es un virtuoso de la sencillez, un humilde servidor del amor común, de los sentimientos más humanos y anodinos… de esa mediocridad estúpida que a veces somos, pero que en su superación nos convierte en mejores y más diestros actores subidas a la escena de la vida. Por más que no nos demos ni cuenta, como bien nos hace ver el escritor y dramaturgo ruso negándose en sus relatos, casi radicalmente, a endosarnos un final cerrado, un digno epílogo de por ahí van los tiros. Nada de nada. Se podría incluso afirmar que el naturalismo puro de Chéjov es la contraparte perfecta al discurso moral de los autores rusos de su generación, como Dostoievski, y especialmente a las digresiones filosóficas y antropológicas de Tolstói. El conocido relato corto ‘La dama del perrito’ sin ir más lejos se nos presenta como un canto, triste y melancólico, al amor libre exento de convencionalismos sociales y a cuyos protagonistas, al igual que en el resto de su obra, no les reserva ningún tipo de juicio moral ni ético.

Esta misma ausencia de moralismo y de prejuicios está presente en todos y cada uno de los cuentos que componen esta antología imprescindible: en las dos perspectivas, contrapuestas y condenadas a no entenderse, que surgen entre terratenientes y campesinos dentro del terrible cuento “En el campo”; en el estilo de vida y comportamiento de Orlov en el episodio “Relato de un desconocido” (el más largo y menos logrado como conjunto); en las relaciones quebradizas, fatuas o dependientes de “Una pequeñez”, “Enemigos”, “Dushechka”… incluso en la pobreza y la miseria descritas sin perder detalle en “Muzhiks” o la utilidad ridícula y desastrosa necesidad de un alterego cultural del doctor del excelente “Pabellón nº 6” se perciben de una manera muy distinta, muy despojada de artificios. Sigue leyendo