Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Cuentos completos»

Philip K. Dick

Philip K. Dick

Cuando hace meses terminé de leer la última letra contenida en el segundo tomo de “Cuentos Completos” de K. Dick muchos de mis mitos se destruyeron como si una piedra desprendida de la nada hubiese golpeado de nuevo a un ídolo babilónico con pies de barro. Lo que acaba de leer no podía ser tan bueno argumentalmente y mucho menos estar escrito en 1950. Como soy un neófito con escasa fe en mí mismo en lo referente a la literatura de ciencia-ficción contemporánea, exceptuando algunas distopias paradigmáticas como “1984” de Orwell, “Un mundo feliz” de Huxley o «Nosotros» de Zamiatin, mi escaso bagaje se basaba en Welles y Verne (poco contemporáneos, digamos) o la novela gráfica, decidí sacarme de mi error recurriendo de manera metódica a los clásicos de siempre y tragándome sistemáticamente primero el tochaco de 800 páginas “Cuentos Completos I” de Asimov y casi sin respiro las “Crónicas marcianas” de Bradbury, y del que sólo conocía de letra, dibujo e imagen su archiconocida “Fahrenheit 451”. Pues fíjate tú, no es que fuera bueno Dick es que era mejor; tanto, que sus paranoias futuristas resultaron tan avanzadas para la época que hasta el fin de sus días estuvo sumido en constantes problemas económicos, ignorado por el gran público y viendo sus obras publicadas en editoriales de mala muerte a pesar de gozar con el respaldo y el reconocimiento de la crítica.

No obstante, se me hace necesario contener la subjetiva emoción, matizar e ir por partes. Primer dato fundamental y pragmático: Philip K. Dick no es un gran escritor, en el sentido estricto de la palabra, aquel que hace referencia a la persona que escribe bien y usa con proverbial lucidez todos los recursos estilísticos y literarios que le otorga el lenguaje; quien busque eso que lea a Bradbury, sin duda, con el que estoy patidifuso paladeando su retórica. Tampoco es un científico, un buscador de verdades, un estudioso… alguien con el fin de resolver la cuadratura del círculo sin flecos ni cabos sueltos; quien busque eso que recurra a Asimov, algunos de sus relatos (Anochecer, Todos los males del mundo, el lirismo excelso de La última pregunta…) son de una redondez científica y metafísica que asustan.

K. Dick no es ni un excelente escritor ni un científico estudioso concienzudo, sino un loco con sueños estrambóticos, un visionario falto de sensatez y de coherencia, ya lo sabemos, pero honestamente, me la trae la pairo. Sólo puedo decir que en estos tres últimos puñeteros meses no he logrado encontrar una sola película de ciencia-ficción que no se base en una obra de este esquizofrénico (Blade Runner, Minority Report, Destino Oculto, Next, Desafío Total…) o cuyo presupuesto principal no parta de ideas ya avanzadas en alguno de sus relatos (Terminator/La segunda variedad, Matrix/El mundo que ella deseaba, Gattaca/Progenie, Aliens/Cazadores cósmicos…). Pude decirse sin ser demasiado puntilloso que incluso obras consideradas de culto son posteriores y apuntan detalles ya contenidos en algunos de los cuentos de K. Dick: “Soy leyenda” (R. Matheson), “La invasión de los ladrones de cuerpos” (J. Finney) o el “Solaris” de Lem, aunque este último quizá algo más cercano argumentalmente a los relatos metafísicos y cuasi teológicos de Asimov.

La gente que sabe de verdad de esto de la literatura acusa a K. Dick de deslavazado, de perdido, de discontinuo y de no lograr rematar la faena, de manera esencial en sus novelas -los relatos no son tan frágiles a estas concretas debilidades-; pues pocas veces me he sentido tan dichoso de no tener ni pajolera idea de algo, porque lo que busco me lo ofrece este loco con creces: su pasión me invade, me gana y hasta me destruye, me convierte en sí mismo, un esquizofrénico paranoide que cree que todas sus historias inventadas e imposibles son reales y hasta más de presente inmediato que de futuro remoto. K. Dick es tan imperfecto como los mundos que imagina, mas lo repito, como un impostor de mí mismo: me la trae al pairo, y en un presente también más inmediato que remoto ‘perderé el tiempo’ con “Ubik”.

El primer pensamiento que tuvo Anderton al ver al joven fue: «Me estoy poniendo calvo, gordo y viejo». Pero no lo expresó en voz alta. En su lugar, echó el sillón hacia atrás, se incorporó y salió resueltamente al encuentro del recién llegado extendiendo rápidamente la mano en una cordial bienvenida. Sonriendo con forzada amabilidad, estrechó la mano del joven.
—¿Señor Witwer?— dijo, tratando de que sus palabras sonaran en el tono más amistoso posible.
—Así es— repuso el recién llegado—. Pero mi nombre es Ed para usted, por supuesto. Es decir, si usted comparte mi disgusto por las formalidades innecesarias.
La mirada de su rubio semblante, lleno de confianza en sí mismo, mostraba que la cuestión debería quedar así definitivamente resuelta. Serían Ed y John: todo iría sobre ruedas con aquella cooperación mutua desde el mismo principio.
— ¿Tuvo usted dificultad en hallar el edificio? — preguntó a renglón seguido Anderton, con cierta reserva, ignorando el cordial comienzo de su conversación instantes atrás. Buen Dios, tenía que asirse a algo. Se sintió lleno de temor y comenzó a sudar.
Witwer había comenzado a moverse por la habitación como si ya todo le perteneciese, como midiendo mentalmente su tamaño. ¿No podría haber esperado un par de días como lapso de tiempo decente para aquello?
—Ah, ninguna dificultad—repuso Witwer, con las manos en los bolsillos. Con vivacidad, se puso a examinar los voluminosos archivos que se alineaban en la pared —. No vengo a su agencia a ciegas, querido amigo, ya comprenderá. Tengo un buen puñado de ideas de la forma en que se desenvuelve el Precrimen.
Todavía un poco nervioso, Anderton encendió su pipa.
—¿Y cómo funciona? Me gustaría conocer su opinión.
—No mal del todo—repuso Witwer—. De hecho, muy bien.
Anderton se le quedó mirando.
—¿Esa es su opinión particular?
—Privada y pública. El Senado está satisfecho con su trabajo. En realidad, está entusiasmado.—Y añadió — Con el entusiasmo con que puede estarlo un anciano.
Anderton sintió un desasosiego interior, que supo mantener controlado, permaneciendo impasible. Le costó, no obstante, un gran esfuerzo. Se preguntaba qué era realmente lo que Witwer pensaba, lo que se encerraba en aquella cabeza. El joven tenía unos azules y brillantes ojos… turbadoramente inteligentes. Witwer no era ningún tonto. Y sin la menor duda, debería estar dotado de una gran dosis de ambición.
—Según tengo entendido—dijo Anderton—usted será mi ayudante hasta que me retire.
—Así lo tengo entendido yo también—replicó el otro, sin la menor vacilación.
—Lo que puede ser este año, el próximo… o dentro de diez.—La pipa tembló en las manos de Anderton—. No tengo prisa por retirarme ni estoy bajo presión alguna en tal sentido. Yo fundé el Precrimen y puedo permanecer aquí tanto tiempo como lo desee. Es una decisión puramente mía.
Witwer aprobó con un gesto de la cabeza, con una expresión absolutamente normal.
— Naturalmente.
Con cierto esfuerzo Anderton habló con el tono de la voz algo más frío.
—Yo deseo solamente que las cosas discurran correctamente.
—Desde el principio—convino Witwer—. Usted es el Jefe. Lo que usted ordene, eso se hará.—Y con la mayor evidencia de sinceridad, preguntó—: ¿Tendría la bondad de mostrarme la organización? Me gustaría familiarizarme con la rutina general, tan pronto como sea posible.
Conforme iban caminando entre las oficinas y despachos alumbrados por una luz amarillenta, Anderton dijo:
—Le supongo conocedor de la teoría del Precrimen, por supuesto. Presumo que es algo que debe darse por descontado.
— Conozco la información que es pública —repuso Witwer—. Con la ayuda de sus mutantes premonitores, usted ha abolido con éxito el sistema punitivo post-criminal de cárceles y multas. Y como todos sabemos, el castigo nunca fue disuasorio, ni pudo proporcionar mucho consuelo a cualquier víctima ya muerta.
Ya habían llegado hasta el ascensor y mientras descendían hasta niveles inferiores, Anderton dijo:
—Tendrá usted ya una idea de la disminución del porcentaje de criminalidad con la metodología del Precrimen. Lo tomamos de individuos que aún no han vulnerado la Ley.
—Pero que seguramente lo habrían hecho—repuso Witwer convencido.
—Felizmente no lo hicieron… porque les detuvimos antes de que pudieran cometer cualquier acto de violencia. Así, la comisión del crimen por sí mismo es absolutamente una cuestión metafísica. Nosotros afirmamos que son culpables. Y ellos, a su vez, afirman constantemente que son inocentes. Y en cierto sentido, son inocentes.
El ascensor se detuvo y salieron nuevamente hacía otro corredor alumbrado con igual luz amarillenta.(…)

«El árbol de la vida» (2011)

Terrence Malick 2011, by watercoloralcaffe

Terrence Malick 2011, by watercoloralcaffe

Disfruté como un niño chico; como cuando tras años de infancia vuelves a montar en la noria y descubres de repente ese hormigueo en el estómago que ya habías olvidado y ni recordabas que existía.

Cuando ya había casi perdido definitivamente la esperanza en el actual (y no tanto) cine made in USA, aparece Malick, una vez más -como ya hiciera desde su inicial y rompedora «Malas tierras» o su original visión sobre la destrucción vital que ocasiona la guerra en «La delgada línea roja»-, salvando los muebles, porque «El árbol de la Vida», visualmente es perfecta, poderosa, un contrapunto al arte perdido y por fin de nuevo hallado, ese arte en el que «casi» nada es superfluo aunque parezca tan claro que divague.

Según el relato del Génesis, el árbol de la vida simboliza la vida eterna y, de algún modo, es el alterego del árbol de la ciencia del bien y del mal del que decidieron comer Adán y Eva siendo por ello expulsados del paraíso. Malick habla en el film a manos llenas del pecado, del mal, de la fe… de lo divino (espíritu) como extraña contrapartida a la natura (¿carne?), algo que no del todo comparto y que tal vez tampoco lo haga a pie juntillas el propio director con esa escena casi final tan aparentemente simple como la de los girasoles, parte evidente de la naturaleza, de tan habitual y generosa presencia en la obra de Malick pero que, de alguna manera, dirigen su rostro casi involuntariamente a un sol que está siempre por encima de ellos mismos. El agua, claro signo de purificación y conversión, es una constante presencia escena sí escena no, porque, en gran medida, de la purificación trata «El Árbol de la Vida», de lo que hacemos y no desearíamos hacer, de una creación que nos supera por lo poco que somos, pero que nos otorga la oportunidad de ser y dar vida.

No soy de los que piensa que Malick sea un director pagado de sí mismo, aunque reconozco que en algunos momentos de la película se le va la pinza, aunque no tanta como en su posterior «To the Wonder», y la hace víctima de sus propios excesos, como en su momento lo hicieron Bergman o Tarkovsky -de manera más fina, eso sí-, o mucho más recientemente Reygadas con su «Luz Silenciosa» o Haneke en «La Cinta Blanca» -cintas con las que mucho comparte ésta que nos ocupa-, pero hasta la saciedad repetiré, hasta que me duela la boca, que disfrutar de nuevo con el hormigueo del estómago merece la pena una subida en la noria por mucho que maree.

Eso sí, el consuelo que no se ha de buscar en Reygadas o Haneke y aún menos en los geniales Bergman y Tarkovsky, pues no es lo que pretenden, ha de hallarse aquí -digamos que, afortunadamente-, en la maravillosa figura de Jessica Chastain, que otorga cordura con su ausencia programada, con sus cuatro frases buen dichas… Con su fe, su purificación, su credo.

https://www.youtube.com/watch?v=gFEuLx9OIvY

Disipar las tinieblas

darkness by 4nki

darkness by 4nki

Existe una mentira repetida hasta la saciedad, que suele ser común a los espíritus débiles de carácter y que les sirve de fundamento raíz a una verdad también habitual en ellos. La verdad consiste en que si hay alguna cosa que el ser humano sabe hacer como por instinto, de igual modo que un gato de apenas días busca la tierra donde orinar, es justificar cualquiera de sus barrabasadas, aunque ello suponga de manera más que evidente echar la culpa al chivo expiatorio de turno. La mentira que ayuda a vivir dentro de esa verdad absoluta y sin término es que si al menos no eres capaz de hacer el bien confórmate con no portarte el mal, como si ambas proposiciones no fueran por sí mismas excluyentes en una infinita gama de situaciones comunes. Quien cree que puede mantenerse al margen ante una injusticia es porque mira con idéntico rasero a la víctima y al verdugo.

El caso es que Carmen vive en esa edad intermedia en la que, incluso si no contara con numerosos problemas de salud, el individuo no sirve ni para ser explotado con un contrato en prácticas ni para merecer el privilegio de pensar que se goza de la fortaleza suficiente para plantarle cara a quienes no cumplieron aún los cuarenta. No obstante y para su infortunio, hace ya demasiado tiempo que no ha de consumir excesivas energías en elaborar currículos y llamar de puerta en puerta buscando cualquier empleo miserable, pues el reuma anquilosante que le afecta generosamente a la espalda, la artrosis rabiosa que le ha deformado las manos hasta convertirlas en muñones casi deformes y los miomas que no cejan en su empeño de reproducirse en el útero la han condenado a vivir de la beneficencia o de esas elogiosas ayudas públicas que siempre llegan tarde y mal. Carmen comparte casa con su pareja, también vinculada sin orgullo a esa edad crítica condenada al vituperio de la exclusión laboral y -por tanto.- social, y entre ambos suman la cordial cantidad de cero euros al mes, lo que les lleva a lucir un palmito donde lo único cada vez más notoriamente evidente de su anatomía es la prominencia de sus orejas y de su nariz como suele suceder en quien está a punto de convertirse en cadáver.
     Entre sus muchas faltas de difícil perdón se encuentra la desfachatez de tener una deuda acumulada en un ultramarino -porque es una tienda de las de antes- por valor de unos quinientos euros, pues tanto Carmen como su pareja han tomado la mala costumbre de querer comer a diario a pesar de no contar con ningún ingreso que les facilite tan acuciante empresa. La tendera es una persona generosa, se ha de suponer, que habrá llegado al límite de sus posibilidades reales o ficticias cuando se negó, rotunda y firme, a seguir ampliando la cuenta de débito. El mismo día en el que asomó su rostro de piel despegada e incipiente nariz por la oficina decidimos con determinación y un poco de necesaria inconsciencia quedar con ella esa misma semana y concederle una ayuda de trescientos euros para pagar parte de la deuda contraída y, según juicio de la propia beneficiaria final de los billetes, poder mantener durante algún tiempo la manga ancha en lo concerniente a seguir suministrando productos de primera y vaporosa necesidad.

Volví a verlos por la calle, paseando a un perro tan famélico como ellos, poco más de una semana después. La deflagración fue simple y de fácil aunque indigerible combustión: habían entregado en la tienda los trescientos euros del ala -como si no les hiciera falta quedarse con algo de rescaldo para las vacas flacas de habitual pasto en sus prados-, pero les exigieron ponerse al día y no le fiaban más.

Puestos a suponer, al igual que antes hacíamos, supongamos entonces que la tendera sigue siendo, o al menos ella así debe creerlo, una persona de elata generosidad, pues quien tuvo retuvo, y que en su mente brilla, ausente de ceguedad y como una estrella de inaccesible fulgor, la idea febril de que está exigiendo lo justo sin hacer mal a nadie, porque el daño y aun el dolo jamás ha de existir por el mero hecho de no buscar el bien común. Mas sin ánimo abrupto me vienen a la mente, a imagen de un clarividente flash fotográfico, las palabras del inmortal Hugo: “las faltas de las mujeres, de los hijos, de los criados, de los débiles, de los pobres y de los ignorantes, son las faltas de los maridos, de los padres, de los amos, de los fuertes, de los ricos y de los sabios. […] Si un alma sumida en las tinieblas comete un pecado, el culpado no es en realidad el que peca, sino el que no disipa las tinieblas”.*

* “Los Miserables”, Víctor Hugo.

«El Martín Fierro» (1872-1879)

Martin Fierro by EmaCamU

Martin Fierro by EmaCamU

Nuestros hermanos y hermanas argentinos también tiene su Quijote, y su Cantar de Gesta. Nuestros hermanos y hermanas de allende el océano tienen un héroe inveterado, columna vertebral de la literatura argentina y considerada por muchos una de sus obras cumbre. El autor es el poeta, político y pensador José Hernández, y el héroe por excelencia al que es inviable toserle sin sentirse profundamente afectado es el gaucho Martín Fierro.

Dividida en dos partes de muy diferente argumento y sentido, este épico poema escrito en contundentes y metódicas sextillas pulcras (más allá de algún que otra licencia puntual en virtud de la necesidad) es un canto a la libertad del individuo frente al estado y a la realidad de injusticia a la que debe hacer frente. Evidentemente influida en su desarrollo por el propio proceso socio-político en Argentina y la rebelión jordanista de la que formó parte activa Hernández, autoexiliado en Uruguay por sus vínculos con la revuelta, la primera parte del poema escrita en 1872 y con el nombre de «El gaucho Martín Fierro», también conocida como «La ida»,  es según mi entender notoriamente más lúcida y poderosa en virtud del sentir revolucionario del autor ante la dictadura de Sarmiento a la que no se cansó de hacer frente apoyando a los gauchos. Ya a su regreso a su país natal y formando parte del Gobierno, escribe y publica «La vuelta de Martín Fierro», de similar calidad literaria, pero algo más dispersa en contenido y donde vuelca en su personaje casi mítico su evolución hacia un pensamiento mucho más enraizado y asentado quizá sin la necesidad de retornar a los orígenes, a la naturaleza, al recurso del «buen salvaje», y por ello también menos crítico con la sociedad y el estado.

Las injusticias cometidas contra Fierro son las cometidas contra la humanidad, la lucha sostenida por Fierro la que todos y todas habríamos de sostener con firmeza.

«Nací como nace el peje,
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio:
lo que al mundo truge yo
del mundo lo he de llevar.


Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo,
ande hay tanto que sufrir;
y naides me ha de seguir
cuando yo remonto el vuelo.


Yo no tengo en el amor
quien me venga con querella;
como esas aves tan bellas
que saltan de rama en rama;
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas.


Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato,
que nunca peleo ni mato
sino por necesidá,
y que a tanta adversidá
solo me arrojó el mal trato».

«Muchos quieren dominarlo (al caballo)
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.


Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo:
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo,
que es de miedo del corcovo,
y no quieren confesarlo. 


El animal yeguarizo
(perdónenmé esta alvertencia)
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la pacencia. 


Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangolladores
que andan de bozal y rienda».