«Make More Noise! Suffragettes In Silent Film» (2015)

     Hay filmes necesarios de ver; más allá de sus bondades, su originalidad o su ruptura con los convencionalismos. El ensayo documental «Make More Noise! Suffragettes In Silent Film» es uno de ellos, sin ninguna duda. Un resumen, o casi mejor iniciación, a través del séptimo arte de los primeros documentos de empoderamiento femenino así como la lucha por el sufragio. Tan divertido por momentos como esclarecedor en otros.

      Si por motivos de salud, responsabilidad o incertidumbre, decides quedarte en casa y no acudir a las manifestaciones o concentraciones por el 8M, esta película, realizada y montada, nada casualmente, por dos mujeres: Margaret Deriaz y Bryony Dixon, es una buena elección para ver en el sofá de casa. Poco más de una hora.

«Calvin y Hobbes» (1985-1995)

   Puede ser verdad aquello de que Bill Watterson, creador de la tira cómica que nos ocupa, beba de todas las fuentes bebibles, desde la sesuda y difícil sátira de Krazy Kat o Little Nemo pasando por los clásicos Peanuts o Mafalda, pero no es menos cierto que sus personajes Calvin y Hobbes tienen un estilo tan personal y original que, una vez pones en marcha el recorrido iniciático de sus páginas, no pasa demasiado tiempo hasta descubrir que no eres capaz de soltarlas.

    Watterson era publicista, un tipo que se aburría como una ostra en un trabajo que odiaba, y que dedicaba su tiempo libre a realizar tiras cómicas, su gran pasión. De editorial en editorial, de rechazo en rechazo, no renunció a su sueño hasta que en 1985 la Universal Press Syndicate comenzó a publicar las caricaturas de Calvin, un niño medio misántropo de seis años, y de Hobbes, su pragmático tigre de peluche. La importancia del pensamiento filosófico (y en buena parte trascendente) que desde un inicio pretendió insuflar Watterson en sus tiras cómicas es fácil de intuir habida cuenta de los nombres de ambos protagonistas, provenientes del teólogo Italo Calvino y del filósofo inglés Thomas Hobbes.

    Las constantes referencias de Calvin a la literatura, al arte, a la cultura o a la política han hecho de la obra de Watterson un referente para muchas generaciones como lo es Quino a través del personaje de Mafalda, aun sin centrar buena parte de las viñetas en la denuncia social o la crítica política. De todo, como en botica, puede encontrarse en las tiras de Watterson: la imaginación fuera de la realidad de un niño de seis años, sus problemas con Moe el matón del colegio, sus desavenencias con la señorita Carmona, o con las funciones que debería de ejercer su padre para no perder las próximas elecciones como progenitor, así como juegos de trineos o inventados por Calvin, pasando por temas de inaudita profundidad acerca de la amistad, la muerte, el sentido de la vida… Todo embadurnado de enormes dosis de cinismo.

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Que tampoco se pasen

    Había un chiste por ahí –no sabe definir uno si horrible en su machismo o más bien crítico con las primeras iniciativas públicas a favor de la igualdad dentro de una sociedad patriarcal– que decía: «le he dado más libertad a mi mujer, le he ampliado la cocina». Sí, vaya, te tronchas. El gran Forges, imbuido tal vez por su espíritu de denuncia, se acogió, obviamente, a la segunda opción con una de sus viñetas descomunales:

    Está chachi que los colectivos de derechos esquilmados se organicen y luchen por la igualdad y la justicia social. Coño, pero que tampoco se pasen. Cuando empiezan a pasarse, el Estado bienhechor, quien tiene la obligación de mirar por el bien del conjunto de la ciudadanía, tiene que tirarle un poco de las orejas y, de ser ello posible, comenzar con determinadas diatribas y disquisiciones formales cuasi ontológicas, más allá de que sean rancias o se parezcan mucho en su argumentario a aquellas otras que, en su día, pudieron censurarse al estar repletas de odio, ultraderecha y fascismo.

     Toca hablar del borrador de Ley Trans, claro, y de feminismos, pero de pasada, que no tiene la culpa todo el rebaño de lo que hacen algunas de sus ovejas.

    El primer punto, fundamental y trascendental a la hora de centrar un poco el asunto rompiendo con la atávica tradición del chivo expiatorio que contente a casi todo el mundo, es reflexionar sobre quién apoya la tramitación y aprobación de dicho borrador. «Los grupos Queer», pensaste. Va a ser que no, por mucho que lo estén compartiendo por las redes sociales y se les acuse como lobby de todos los males del mundo relacionados con la identidad de género. ¿Y por qué no se atienen a la verdad ninguna de ambas aseveraciones? ¿Que son los únicos grupos a favor y que actúan como lobby?.

    Punto uno, porque no hay un solo colectivo LGTBIQ+ que esté en contra de dicho borrador, y resulta que, de todas las letrillas que figuran en las siglas, solo la Q es de Queer; es decir, no solo las personas trans que apoyan la teoría Queer protestan contra la paralización de la ley, sino todas las personas trans en general, así como las lesbianas, los gays y aquellas otras que no se identifican con el binarismo sexual, como quienes se consideran intersexuales.

     Punto dos, porque es ridículo considerar lobby a los grupos, todavía minoritarios, que luchan, defienden y visibilizan la teoría Queer. Es tan abstruso y falto a la verdad como haber considerado a las mujeres feministas, en los inicios del movimiento global, grupo de presión en una sociedad patriarcal. Mal que nos pese, a mí el primero, el único lobby que podría existir ahora en lo relativo a la Ley Trans, son precisamente determinados colectivos feministas de izquierdas que ocupan y disponen de lugares de poder y privilegio para frenar iniciativas. Sigue leyendo

Inhumana pureza

     Decía Gandhi que «mientras existamos físicamente, no es posible ser perfectamente noviolento, ya que el cuerpo por sí solo está obligado a ocupar un mínimo de espacio. Mientras no seamos puros espíritus, la noviolencia perfecta es tan teórica como la línea recta de Euclides. Pero no cabe más remedio que acomodarse a estas contingencias». Más allá de la insultante realidad de que, como seres humanos, no podemos ser perfectos (aunque solo fuera porque no habría quien nos soportara), la afirmación del profeta de la noviolencia puede suscribirse a cualquier opción de vida y, cuanto más radical e inmaculada decida mostrarse, más se reflejarán, posiblemente, las vergüenzas de su imperfección: negarse a la explotación de otras personas, de animales no humanos, elegir la austeridad como modelo de vida… La pureza no existe, y exigir que así sea dando por hecho que el resto de mortales son éticamente inferiores en virtud de determinadas decisiones personales supone un acto de estupidez aun mayor que su propio egocentrismo.

    De vez en cuando, leo algunos blogs veganos. Lo hago sobre todo por ir haciéndome más consciente de aquellos aspectos de mi alimentación que debería mejorar para evitar el abuso hacia otros seres sintientes. En ocasiones, rácanas diría, lo consigo, y encuentro algo de luz, pero la mayor parte de las veces abandono la web con la desagradable sensación de que algunas de las personas que escriben los artículos lo hacen desde un plano de tal superioridad moral, dando tal cúmulo de lecciones a las personas incautas que lo mismo creen ser veganas a pesar de tener en casa un perro procedente de un contenedor o de no considerar a tu vecina como asesina nata por comer alguna pechuga de pollo una vez por semana. Es curioso que el umbral de tolerancia a lo que debe considerarse un auténtico vegano suele ser directamente proporcional al poco tiempo que lleven optando por esa opción y actitud vital. Sigue leyendo