Regla de tres


    Es merecedor de perdón el ignorante, mas difícil remisión puede recibir el manipulador. Al ignorante puede hacerle reaccionar una noticia desconocida, al manipulador tan sólo puede hacerle cambiar un milagro.

    Viene a cuento esto por las múltiples declaraciones de los dignatarios europeos (¿no habría otra palabra que no proviniera de la misma raíz que dignidad?), entre los que habríamos de incluir a nuestro ínclito presidente del gobierno, Don Mariano Rajoy Brey, tras la última y terrible tragedia cerca de las costas de Lampedusa en la que han perdido la vida cientos de seres humanos, acerca de la necesidad de fomentar un clima de estabilidad en los países de origen para evitar que estas personas se vean en la obligación de abandonar su hogar. Ya lo dijo el verano pasado, y ahora lo repite.

inmigration_by_maxhierro

Inmigration by MaxHierro

    Entonces reflexiono, hago cábalas mínimas y me acojo a una simple regla de tres suponiendo, sin dolo ni mala fe, que aunque don Mariano haya estudiado Derecho y lo mismo es de letras, si el que suscribe -un vil estudiante de BUP en latín y griego- sabe relacionar determinados aspectos Rajoy ha de saber hacer lo mismo, pues cuenta además con muchos más datos. Luego, si no puede ignorarlo o es imbécil (en el justo término empleado por la RAE en su primera acepción: alelado, escaso de razón) o manipula la verdad según el interés personal.

Mas como mi intento sólo pretende un mero ejercicio de mayéutica, es decir, para neófitos, llegar al conocimiento a través del cuestionamiento ayudando a una persona a que lo alcance a partir de sus propias conclusiones, habremos de atenernos a los hechos objetivos.
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Por qué irá el Gobierno al infierno ese en el que creen

Contaba Lucas al inicio del capítulo 18 de su evangelio la parábola aquella de Jesús acerca de la viuda y el juez injusto. Tan pesada se puso a diario la buena mujer reclamando sus derechos que el magistrado, arbitrario en grado sumo, al final acabó por ceder con el único objetivo de que lo dejara en paz: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia».
El gobierno en pleno parece que goza de más paciencia aún y que nunca se le agota, quizá porque su deseo de injusticia es aún mayor por mucho que las viudas, los parados, los pobres aporreen su puerta igual que posesos de última esperanza. Mas a nuestros guías ciegos siempre les resta el inane recurso de hacer referencia a esa masa silenciosa que se queda en casa en lugar de asistir doloridos a cualquier manifestación y aseveran, como un falso profeta, que lo hacen porque apoyan sus tesis en lugar de dar por hecho que, tal vez, lo que sucedió es que se hartaron antes que la viuda de la parábola.

“LAST JUDGEMENT” 2006. Pencil on illustration board.

“LAST JUDGEMENT” by ckoffler

Necesito pues descongestionar mi ánimo y como es de sobra conocida la tendencia religiosa de quienes odian ser llamados casta y en este instante ostentan el poder, desde mi púlpito, afásico en virtud del silencio que intentan imponer, me dirijo a ellos para que, inmersos en su incoherencia supina, si no respetan a los hombres al menos se hagan conscientes de que van a ir de cabeza al infierno en el que creen, pues lo mismo con su cerrazón metafísico les importa algo más estar condenados para toda la eternidad que hacer el mal y estar condenando a la peña por un tiempo indefinido. Me apetece mandarlos al infierno, de manera literal, sin metáforas ni églogas.

Obviando en todo caso la santa mención que de los políticos corruptos hace Dante en “La Divina Comedia”, allá por el Octavo Círculo durante su paseo por el Infierno, a quienes considera inmersos en brea hirviente, recurro al evangelio que con toda probabilidad muchos de estos dirigentes tienen en su mesilla de noche como libro de cabecera justo al lado de la Constitución, que tanto reverencian cuando les peta.

– “Pero ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya estáis recibiendo todo vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis” (Lucas 6, 24-25). Más claro agua, por eso tienen esos sueldecillos de nada, que entre indemnizaciones, manutención, desplazamientos (aunque no tengan que desplazarse, que es lo de menos) rondan los 75.000€ anuales mientras cada vez hay más gente que reza por ser mileurista. Seguro que a principio de mes dan al menos la mitad a los pobres, como el óbolo de la viuda.

– “Imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23, 4). No hace falta haber estudiado en Oxford ni tener varias carreras para saber las espaldas de quiénes soportan sus cargas. Esas de las que no mueven ni un cuarto de uña para ayudar a sujetarlas. Los cambios legislativos (co-pago sanitario, recortes en educación y justicia…), como todo en la vida, han de afectar a la plebe, a los aplastados por la pirámide, pues a quien tiene de sobra le da igual que le cobren.

– «Todo el que trate con ira a su hermano será reo ante el tribunal; el que lo insulte será reo ante el consejo; el que lo llame renegado será reo de la gehenna de fuego» (Mateo 5,22). Me encanta ver un debate sobre el Estado de la Nación, un mitin político al borde de las elecciones o tras un determinado fiasco. Es interesante conocer cuántos insultos por palabra puede lanzar un ser humano. El programa, las explicaciones que se los inventen otros.

– “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque fui extranjero y no me recibisteis” (Mateo, 41.43a). Esto es meridianamente falso y pido disculpas anticipadas por ello. Sí que los reciben como demuestran las imágenes cada dos por tres: con concertinas, palos y porras. Y si hay que recogerlos (que ese verbo es el empleado en alguna que otra traducción de estos versículos) se les recoge del suelo, aunque sea a patadas y se les devuelve por donde han venido, faltaría más, que somos más cristianos que el papa Francisco.

– “El siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las hace como su señor desea, recibirá muchos palos; en cambio, el que no lo conoce, pero hace algo que merece palos, recibirá pocos. Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá” (Lucas 12, 47-48). Esta, la definitiva, es gratis, de regalo, por si vuestra excusa, tan vacua y excrementosa como un sumidero, es argüir que no conocéis la voluntad del señor de la viña.

Es una verdadera suerte para mí, tan poco dogmático, no creer en el infierno más allá del que a cada uno a veces nos toca vivir (sólo me faltaba tener que aguantarlos también después de muerto) y que mi fe sea en un Dios más misericordioso que justo, porque me he saltado de un plumazo el más elemental de los deseos del maestro de Galilea: “no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Lucas 6, 37), pero todos tenemos nuestros defectos… ¡y lo a gusto que me he quedado!

Licencia Creative Commons Por qué irá el gobierno al infierno ese en el que creen por Rafa Poverello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

«1280 almas» (1964)

1280 almas by hardriff

1280 almas by hardriff

Si es verdad eso que comentaba Saramago en una entrevista acerca de que “no soy un pesimista, sino un optimista bien informado” resulta claro a todas luces que Jim Thompson es el culmen de la buena información. Leer sus obras de novela negra es como dispararse un tiro en el corazón al inicio de la primera página y estar agonizando y moribundo hasta cerrar la contraportada.

Igual dan los motivos del míster para tener una concepción tan desoladora del ser humano y de su naturaleza: echarle la culpa a sus enfermedades o a su alcoholismo, a la marcada presencia demencial de su padre -sheriff corrupto, estafador, mala gente- que le sirve de clara y derrotista imagen en sus novelas, o a una especie de deprimente chovinismo. El caso es que al lado del nihilismo de tipos como Nick Corey el interesado pragmatismo del agente de la Continental de Hammett, el estoico laconismo de su detective Sam Spade o el desesperado sarcasmo del Marlowe de Chandler son pecata minuta. Sin temor a exagerar hasta el juez Holden de “Meridiano de sangre” es un monaguillo que apenas acaba de despegar en sus cotas de maldad.

Y en este punto llega lo más infame del horrendo protagonista de “1.280 almas”; es tan supuestamente bobalicón, básico y absurdo en sus planteamientos que antes de que uno pueda darse cuenta y a pesar de la burrada que está aconteciendo o de aquella que sin duda en breve va a suceder, se está tronchando de la risa con un personaje extremadamente anodino que bien podría ser tu vecino del quinto, ese que te saluda cada mañana en el ascensor con cara de no haber roto un plato. El retrato en primera persona, falto de continuidad discursiva en la cabeza de Corey, quien sólo hace lo que decide hacer por hartura, por misantropía, por miedo a perder… pero con un método repensado crea un sentimiento de impotencia y desazón en el lector que ni siquiera puede lograr el sheriff adjunto Ford de “El asesino dentro de mí”, que al fin y al cabo es un psicópata. ¡Qué se puede esperar!

Una de las ilustraciones de Bernet para la
edición de la novela de Libros del Zorro Rojo

    “Existen treinta y dos maneras de contar una historia y las he usado todas,pero sólo existe una trama: las cosas no son lo que parecen”, dijo Thompson sobre las novelas. Tan verdad es dicha afirmación que en sus obras no importa en absoluto que desde el principio sea de dominio público quien es el “malo”, pues lo realmente indescriptible e indescifrable es el por qué detrás de cada natural brutalidad. Como en Macbeth, como en Otelo, como en Rey Lear, dentro de cada ser humano existe un atisbo de locura que conduce irremediablemente a la tragedia y en este sentir cáustico y perverso nada tiene que envidiar Thompson a Shakespeare, aunque los monólogos que nos muestran los personajes del novelista norteamericano -más allá de que sean el único recurso para entender si fuera ello posible su actuar- tiendan más a lo tragicómico y a lo patético que al puro drama vital. Quizá por ello nos resulten de manera irremisible más sorpresivas.

Puede que se debiera a uno de sus ataques de egolatría, pues no es que Thompson fuera un total desconocido cuando dejó este mundo habiendo colaborado en el cine con directores de la talla de Kubrick (“Atraco perfecto”, “Senderos de gloria”) y fueran algunas de sus obras llevadas a la gran pantalla antes de morir (“La huida” de Sam Peckinpah, 1972), pero insistió a Alberta, su mujer, para que guardara todos sus manuscritos, pues en diez años sería un autor reconocido. La verdad es que acertó de pleno, vaya que sí, y a la pregunta que muchas veces me hago de si, en mi caso, preferiría ser famoso en vida y que me olvidaran a los pocos años de palmarla, o por el contrario morirme de asco sin un céntimo pero ser recordado para la eternidad siempre me respondo que lo segundo, y Thompson lo ha logrado, con sufrimiento y confianza en escribir lo que creyó que debía escribir, por encima de cualquier otra falaz necesidad.

Desde ahora, cada vez que me sienta optimista estoy condenado a pensar en Thompson.

Y para finalizar unos agradables fragmentos de la novela de Thompson.

    «Ya no se lo echo tanto en cara, porque he visto montones de personas más o menos como él. Personas que buscan soluciones fáciles a problemas inmensos. Individuos que acusan a los judíos o a los tipos de color de todas las cosas malas que les han ocurrido. Individuos que no se dan cuenta de que en un mundo tan grande como el nuestro hay muchísimas cosas que por fuerza tienen que ir mal. Y si alguna respuesta hay al porqué de todo esto -y no siempre la hay-, vaya, entonces es probable que no se trate de una sola respuesta, sino de miles.

    Pero así era mi padre: como esa clase de personas. De los que compran libros escritos por un fulano que no sabe una mierda más que ellos (de lo contrario no se habría puesto a escribir libros) y que al parecer tiene que enseñarles las cosas. O de los que compran un frasco de píldoras. O de los que dicen que la culpa de todo la tienen otros y que la solución consiste en acabar con ellos. O de los que afirman que hay que entrar en guerra con otro país. O… Dios sabe qué».

    «Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto, Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lágrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío.»

«Bueno, en eso consiste mi deber. En no hacer nada. Por eso me votan los electores«.

«Matar a un ruiseñor» (1960)

Atticus Finch - The Great Levelers by KV-Arts

Atticus Finch – The Great Levelers by KV-Arts

Hay sucesos extraordinariamente notables en la vida y que tal vez sólo puedan ser entendibles porque algún dios o espíritu benévolo los ha insuflado con su aliento. Es el caso de la dama sureña huidiza de la notoriedad Nelle Harper Lee y su única obra literaria, «Matar a un ruiseñor», que recibiera el Premio Pulitzer en 1961.

Podemos poner las pegas que queramos, decir de manera reiterada y casi obtusa que apenas hay ensayos literarios ni crítica especializada que estudien en profundidad la novela… quizá porque es en extremo simple. Vale, pero «Matar a un ruiseñor» -probablemente porque parte de un deseo de compartir una experiencia, de una necesidad vital inextricable- es una lectura de un profundo calado social y de una ternura insondable. No hay duda de que también sea lo que la autora pretende, con una historia de marcado componente autobiográfico, en la cual la narradora principal, Scout, una niña de seis años que aún sin comprender del todo las cosas de los adultos, muestra un respeto y una admiración por su padre, el abogado Atticus Finch, tan contagiosos que no es fácil encontrar en la literatura un personaje tan honesto y coherente por encima de cualquier eventualidad.

Hablar de los valores humanos de la novela, de su oposición frontal al racismo y a los prejuicios a partir de la condena predispuesta sin derecho a réplica al negro Tom Robinson, y de la rectitud moral de Atticus a pesar de las consecuencias personales y familiares que conlleva la defensa de Tom en los tribunales, es fácil y obvio, pero no ha de perderse de óptica el trasfondo educativo y la importancia de los referentes para lograr contemplar la vida y las relaciones desde otra perspectiva. Por todo ello no son baladíes los primeros capítulos donde Harper Lee, aún a riesgo de ralentizar la lectura, disecciona el ambiente, las características de las gentes y la relación entre determinados estratos sociales en la población ficticia de Maycomb, en Alabama.

Al contrario que su amigo de infancia Truman Capote, del que se distanciara por su actitudes cuanto menos de dudoso compromiso ético tras colaborar con él en la elaboración de la novela «A sangre fría», Harper Lee (curiosamente descendiente del general Robert Lee, quien encabezara al ejército confederado durante la Guerra Civil) huyó de la fama, y tras sentirse tal vez satisfecha con su responsabilidad literaria, siguió en el ostracismo, negándose a hacer entrevistas y a aparecer en público, a pesar del éxito de su novela, que Robert Mulligan llevara a la gran pantalla de forma magistral en 1962 legándonos la interpretación contenida, sobria e inolvidable de Gregory Peck como Atticus. Con él os dejo.

https://www.youtube.com/watch?v=epDzwYiZiwA