Las elecciones y mis prioritarias sandeces

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Stop Electing Idiots, por Noveoko

Me dicen mis amigos que soy un radical. Mis enemigos ya lo comentaban hace tiempo.

    Comentan, entre otras muchas cosas, que soy más inocente que una piruleta por creer que las cosas van a ir a mejor por el mero hecho de que decida no colaborar con ellas. Y eso que ya saben de sobra que, en realidad, me importa bastante más hacer lo que considero justo aunque supuestamente pueda servir de poco.

     Me sueltan eso de que es una pavada luchar contra la sociedad de consumo, que no la cambia ya ni Merlín, porque está engarzada en nuestros corazones igual que el mejor de los diamantes. Y que el alumbrado navideño ayuda al comercio, a que la gente consuma y podamos salir de la crisis, y da puestos de trabajo, entre otras personas a quienes las ponen, claro, que si no, me aseguran, estarían en el paro y el país andaría bastante peor. Me dicen que mucha gente vive de esto, de las fiestas. Vamos, que si no, también serían pobres y habría que ayudarles. Incluso me han llegado a decir que con lo mal que están las cosas la peña al menos se alegra con las luces y hasta les ayuda a olvidarse de sus problemillas. Que gracias a que compramos de aquí y de allí, aunque sean artículos que no sirven de nada o no son necesarios, los bares siguen abiertos, y los comercios, y los supermercados…
     Confieso que he estado a un palmo de convertirme y creer que gracias al consumismo y a nuestra forma de vida la cosa no anda tan mal. Menos mal que ayer estuve en la oficina de Cáritas y algunas personas, sin comerlo ni beberlo, junto con la realidad del barrio y otras ocurrencias me recordaron mis prioridades.
    Carmen tiene una artrosis atroz en las manos que le impide trabajar. Ni ella ni su pareja tienen dinero para pagar la bombona de butano y, con esas manitas deformes, ha de fregar y ducharse con agua fría. Deben en una tienda de comestibles una cantidad de dinero nada despreciable que al menos les ha ayudado para seguir malviviendo.
     Por su lado, Encarni, su marido y su hijito de seis añitos tampoco tienen ingresos -ni fijos ni variables- y llevan alrededor de siete meses sin pagar la hipoteca de su vivienda y, aunque gracias a la ayuda de Stop Desahucios han conseguido la Dación en pago, en unos pocos meses es posible que los echen del piso. Huelga decir que, con la inmensa lista de espera de las viviendas sociales, no tienen donde meterse.
     Y luego está, por ejemplo, Manuela, que hasta hace dos días no tenía ni un colchón para dormir, pero como está en trámites de divorcio y su marido se niega a abandonar la vivienda, no puede pedir ninguna prestación porque en su domicilio figura los ingresos de la paga del marido, aunque no le pase ni una moneda de cobre.
     Cuando cerré la puerta de la oficina y salí a la calle también pude comprobar un año más, sin el más mínimo esfuerzo, que como la barriada en cuestión donde suceden tantas miserias no está en el centro y los vecinos deben de pagar menos impuestos municipales, aunque haya también muchos comercios de barrio no hay ni una puta luz de navidad que los alumbre más allá de las que cada cual haya decidido poner en sus balcones, que no son muchas.

La fe mostrenca

    Me peta compartir con niños y mayores, altos y bajos, creyentes y agnósticos, sabios e ignorantes el inmenso descubrimiento hecho por mi persona -inculta a todas luces- acerca de la numeraria del Opus Dei, la sierva de Dios Encarnita Ortega Pardo, en proceso de canonización desde tiempos inmemoriales y uno de cuyos favores (es decir hechos extraordinarios concedidos por la susodicha tras rezarle unos salmos) transcribo textualmente, no vaya a ser que algún ingrato de fe desagradecida, piense que estoy exagerando. Hay muchos, pero este se lleva la palma:

“Tenía que comprarme unos zapatos. No podía gastar mucho dinero y los quería de un modo concreto. Lo intenté varias veces sin conseguirlo. Pedí con fe a Encarnita y me llevó a una tienda que cumplía mis exigencias” (I.M.B.)

Carta del apóstol Santiago 2, 15

Publicado sin el más mínimo rubor en el propio panfleto por la causa de Encarnita Ortega. Cuando al lector se le pase la risa, el pasmo o ambas cosas en su defecto, sabrá que poco más sería preciso comentar al respecto, y por tal motivo no haremos leña del árbol caído en sí, pero no dejaría de sentirme un absoluto pusilánime si, al menos, no me digno a compartir de igual modo determinadas conclusiones, porque detrás de tamaña memez entrecomillada hay una terrible y profunda ideología y forma de afrontar el mundo.

El jueves, una semana más, abrí la oficina de Cáritas con relativo entusiasmo, habida cuenta de que habría de atender a 20 familias, la mayor parte en situación de marginalidad y de exclusión social. Se agolpaban a la entrada de la cancela de hierro como pobres gentes a la espera de un plato de sopa.

Por resumir, así a bote pronto y sin entrar en detalles escabrosos. Una de las personas que acudieron a la oficina, una chica de apenas 30 años con tres hijos menores y que se puso a llorar a los dos minutos de entrar, debía varios recibos de la luz y del agua, apenas tenía para comer porque en su casa no había ingresos fijos y cuando llevaba algo de calderilla de las horas que echaba limpiando portales dos días por semana se lo rapiñaba el marido, maltratador y toxicómano, para irse solo o acompañado a por grifa, caballo o lo que bien pudiera parecerle. Por su parte, una mujer aún más joven, iba acompañada de su hijo mediano de unos cuatro años, y acurrucado entre sus brazos llevaba un bebé de 20 días, abandonados ambos por el progenitor y que habían tenido que mudarse a casa de la madre al carecer de ninguna ayuda económica y no tener dinero ni para pañales. La tercera de la tarde, se hallaba embarazada de siete meses y el padre, al igual que en la situación anterior cual si fueran hermanos siameses, por segunda vez consecutiva la dejó en estado después de regresar a casa con pena y disgusto por sus malas acciones, pidiendo repetidamente perdón, para largarse como un irracional macho alfa a los cuatro días sin aportar a la economía otra cosa que unos calzones sucios y una voz aguardentosa. Otras dos familias malvivían en dos locales sin muebles, luz ni agua corriente que se precie; ambas también sin recursos económicos.

Y digo yo, ¿tan poco sufrimiento ha pasado alguien a lo largo de su vida, tan escaso dolor ha visto reflejado en los rostros ajenos que se le ocurre pedir un favor por unos putos zapatos vete tú a saber de qué precio y que tenían que cumplir con determinadas exigencias? Que Dios me perdone, pero si es verdad que la tal Encarnita le consiguió esos puñeteros zapatos del demonio mientras hay decenas de personas que no tienen ni donde caerse muertas es que es una grandísima hija de puta.

La otra opción, que me parece más viable, es que la fe mostrada en su petición por esta señora (digo yo, cargado de prejuicios, que lo mismo la I de la inicial es de Ildefonso) es inefable, mostrenca, absurda y ajustada a unos parámetros atildados que le impiden mover un dedo en favor de la solidaridad, a menos que esta consista puramente en rezarle otros tantos salmos a la Encarnita para que Dios se apiade de los pobres, aunque no tengan zapatos que ponerse.

«El pisito» (1959)

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Marco Ferreri en Cannes

Antes de que se le fuera la olla, Marco Ferreri tampoco era un tipo corriente que digamos. Incluso esa particular ida de olla -tan odiada por muchos y tan adorada por otros cuantos- podría suponerse que no estaba exenta de un medido control. A partir de mediados de la década de los sesenta alcanzó la fama -merecida para muchos y desmesurada para otros cuantos- con la extrañísima cinta, híbrido entre la intriga, el drama y el simbolismo, “Dillinger ha muerto” (1968), que a nadie dejó indiferente. Años más tarde, en otro alarde de exceso, nos regaló la fagocitante y premiada “La gran comilona” (1973), que a más de uno puede hacer vomitar al igual que a sus protagonistas.

Algo sorprenden pues los inicios de este director italiano, sin los cuáles no habría existido probablemente el Almodóvar que todos conocemos, quien reconoció sin ambages la importancia de “El cochecito” en la historia del séptimo arte en España. Curiosamente, Ferreri, que rodara en Francia e Italia, se dio a conocer internacionalmente con dos producciones nacionales con guión de Rafael Azcona (basadas en sendas novelas del escritor, también responsable del guión de “La gran comilona”). La primera “El pisito” (1959) y la segunda “El cochecito” (1960), ambas influidas notoriamente por el neorrealismo, pero con unos componentes impensables en dicho movimiento cinematográfico.

Como ya anticipara de manera memorable su coetáneo García Berlanga en el conocido filme “Bienvenido, Mr. Marshall” (1953) y preservara en exquisitas obras contemporáneas a Ferreri tipo “Plácido” (1961) o “El verdugo” (1963), en un país marcado por una dictadura, la mejor forma de sortear la censura (habitualmente torpe donde las haya, a Dios gracias) es camuflando la idea a través de una supuesta comedieta de costumbres. Y es que la crítica a la sociedad aburguesada que sólo atiende al interés personal y al individualismo más enfermizo rezuman en estas dos películas de Ferreri. ¿Hasta dónde debe de ser capaz de llegar una persona de clase obrera para alcanzar determinados objetivos que le son negados? Resulta francamente alarmante que hoy día, después de más de 50 años, algunos de los fundamentos ideológicos (podríamos llamar en la actualidad liberales) asentados en la sociedad de aquel entonces se mantengan intactos y avoquen a muchas familias a quedarse en el borde del camino buscando soluciones ilógicas a lo que debieran ser derechos sociales. Particularmente sangrante es la situación del protagonista falto de espíritu, interpretado sabiamente por José Luis López Vázquez, de “El pisito”, que con una edad determinante no cuenta con suficientes medios para independizarse y poder casarse con su insufrible novia de toda la vida.

Eso sí, a lo que no renuncia Ferreri del neorrealismo, no vaya a ser que el personal crea que siempre pintan oros, es al hálito de ácida desesperanza que se desprende de manera metódica de sus escenas finales.

Para descargar la cinta completa puedes pinchar en cualquiera de estos enlaces:

http://www.rebeldemule.org/foro/cine/tema749.html (emule/amule)
http://www.descargacineclasico.net/comedia/el-pisito-1959/ (descarga directa)

Estulticia financiera

Not For Sale by johnberd

Not For Sale by johnberd

     – Pues en mi casa no entra un yogur desde no sé cuando.

    Quien lo suelta como la cosa más habitual del mundo es el Chache; un abuelo de edad impredecible, con la cara arrugada como un higo seco y la mitad de los dientes inexistentes. Vive en el barrio periférico de Palmeras, dicho así por ser fino y usar un eufemismo de gueto, algo más ajustado y fiel a la realidad impuesta por otros de bolsillos menos tristes.
– Y un filete ya ni te cuento-continúa a imagen de quien reza el rosario.
Entre su mujer y él ganan unos setecientos euros, de la pensión de ella y de su ayuda al desempleo, pero los trescientos y poco de la madre de familia son fagocitados nada más caer en sus manos rugosas por las tripas insensibles de Endesa, Emacsa, Repsol… o las algo más pragmáticas del alquiler social y la comunidad. Los otros poco más de cuatrocientos tiene que exprimirlos como un limón de descomunales dimensiones para alimentar a las veinte o veinticinco personas -según la Rocío esté mejor o peor colocada en la casa de algún señoritingo- de diferentes edades y generaciones que a diario tienen la obligada manía de ir a comer a su domicilio.
– Mucho puchero. Garbanzos, judías, lentejas… un poco de aceite y de vez en cuando algunas patatas.
Interviene de inmediato como un torrente, tocado por similar experiencia personal cuasi traumática y con los párpados volcados por la tristeza, el miembro varón de la pareja más joven del grupo de familias que participan en el taller de Promoción.
– Mi hijo de tres años no entiende que estamos mal. Si me pide un zumo quiere un zumo, y si tengo que ir a por hierro o a por chatarra o a coger espárragos para comprarle un zumo pues hay que ir a por cualquier cosa.
(No huelga decir entre paréntesis, por aquello de no romper el ritmo de lectura del común de los mortales y no despistar del argumento principal cual si esto no lo fuera, que en la actualidad, en casi todas las regiones de España y supongo que para proteger una flora de tan alto valor biológico como el espárrago, la seta o el berro y no con el fin de recaudar fondos y putear al personal está sancionada hasta con la friolera de quinientos eurillos de nada la recolección de dichos productos botánicos que el monte ha dado a mansalva de toda la vida).
Muchos asienten, ninguno dice que no y alguno que otro se rasca la mollera como intentando cuadrar tipo tetris cómo coño estirar el salario social ni a base de guisos. A Dios gracias los pobres de verdad no suelen tener hipotecas, ni préstamos más allá del intento de engaño de Cofidis que acabó volviéndose en su contra, ni seguro médico. Eso sí, los muertos, que les llaman, los paga hasta el tato, no vaya a ser que en el vahído postrero vayan a enterrarlos en una fosa común.

     Entonces toma la palabra Manolo, del colectivo de Barrios Ignorados, quien ha convencido sin exceso de esfuerzo al Chache para que dé una charla acerca de cómo sobrevivir a la desesperanza con cuatro duros mal contados. Lo que dice helaría la sangre incluso a Mefistófeles y va referido a la cáustica asignatura llamada “Educación Financiera”, que está siendo impartida de manera gradual en las aulas de tercero y cuarto de la E.S.O. y cuyo material ha sido elaborado por el Ministerio de Educación junto con la Comisión Nacional del Mercado de Valores y el Banco de España. Sí, las manos a la cabeza y un grito desgarrador de apertura de carnes: dar cuartelillo a esta mezcolanza de gente honrada donde las haya es como abrir la caja de Pandora y tirar el candado a la fosa de Las Marianas. La cosa, sin reelaboración literaria ni hipérboles, la explica con un cabreo de lo más esencial.
– A raíz de esto que estamos hablando, el otro día vi en un programa de la tele lo de esa nueva asignatura que están dando ya en algunos colegios-una de las madres se toca repetidamente el pecho con el dedo índice afirmando incrédula que también lo había visto-. Se trata de enseñar a los adolescentes cómo organizar la economía doméstica y se habla de dos códigos diferentes. En el código uno, que son los gastos que hay que atender primero porque son los más importantes están pagar la hipoteca, las deudas… y en el segundo ponen la alimentación, la ropa… Fijaos qué tipo de sociedad estamos construyendo, donde los bancos son más importantes que las personas.
Lo que el bueno de Manolo ignoraba en ese momento es que, dentro del programa de “Educación Financiera”, concretamente en su tema introductorio, lanzan una pregunta la mar de sencilla y cuya respuesta deja bien a las claras la ideología vertida como una tonelada de estiércol sobre las cabezas pensantes del alumnado: ¿Por qué debemos ahorrar? Obvio, verdad: pagar la universidad a los hijos, darles algo de seguridad u oportunidad, hacer al menos algún plan de vacaciones aunque sea una vez al año, apoyar a la familia… ¡Ay, almas de cántaro! No, para invertir y tratar de generar más riqueza.
Quizá sea por eso que este peculiar grupo de familias que tan sólo a duras penas logran llegar a fin de mes, con la luz enganchada de la calle, deudas en la tienda de la esquina o en la farmacia y cuya máxima inversión es el euro que sacan de vender una cabeza de ajos en la puerta de un supermercado jamás van a formar parte de lo que otros, que viven en la realidad paralela de Matrix, llaman economía. Ni falta que les hace mientras la banca sea el valor supremo al que acogerse. No es tarea fácil mostrar tanta desvergüenza, seguro que ensayan.