«Human» (2015)

«HUMAN» by Adam Bałazy

     «Human» es de esos documentales de los que no se puede decir nada, porque son inexplicables, y la única posibilidad que existe de entender su profundidad es verlo. Sobre un fondo croma negro, decenas de seres humanos relatan con emoción sus experiencias personales ante las situaciones más heterogéneas que pueden darse en la vida: desde la homosexualidad hasta el amor, la violencia, la pobreza o la guerra. Sin parecerse, no es difícil asociar su estilo directo y de entrevista con el empleado por el gran Claude Lanzmann en su descomunal trabajo sobre los campos de exterminio nazis: «Shoah» (1985).

     El fotógrafo y realizador, también francés, Yann Arthus-Bertrand, quien ya demostrara su talento para darle fuerza a las imágenes con el documental de dominio público «Home» (2009), intercala diferentes escenas y paisajes en medio de las entrevistas que potencian y reafirman lo que alcanza a ser la especie humana dentro de su realidad, para lo bueno y para lo malo.

     Hay variadas versiones de la película: la que se proyectó en su estreno y en festivales, de tres horas de duración; la habitual en los cines, de dos horas y cuarto, que es la que compartimos a continuación en versión original subtitulada al castellano; y la extendida que montó Arthus-Berthand, de hora y media más. Pinchando aquí su pueden ver todas las entrevistas del film en diferentes idiomas.

     Como las emociones no hay quien las viva de un tirón, no hay prisa. O al menos solo la que el espectador o espectadora quiera darse.

Vox y la teoría de la conspiración

El terrorismo machista, by micockringnomedejapensar

    Rocío sostiene las dos hojas grapadas del informe del hospital con la mano izquierda, mientras con los dedos de la derecha repiquetea ligeramente sobre su rodilla. Habla de manera ligera, pero reflexiva, a veces suspira desde lo profundo y se percibe en sus ojos un punto de temor al que es difícil poner palabras que logren expresarlo.

     «Se lo acaban de llevá detenío». Lo dice con un tono neutro, exento de rencor y de violencia; como quien describe una situación común en exceso. «No sabéis cómo s’ha puesto en el hospital. Delante de la gente. Que me iba a cortá la cabesa y se la iba a llevá a la polisía. Y como sabe que me duele, que iba a envenená a mi hijo».

     «¿Y qué vas a hacer ahora?».

     «Voy a la polisía a poné la denunsia». La inseguridad aflora ahora sin tapujos, más allá de lo que puede percibirse en sus ojos. «Tengo miedo de que m’haga algo su familia, pero m’han dicho que no me preocupe, que los llame si tengo algún problema».

    Rocío agacha la cabeza y vuelve a suspirar.

     «Si es que no quiero está más con él; to’ el día en tensión y sin sabé por dónde va a salí».

     Y gruesas lágrimas corren por sus mejillas.

    Esta mañana he vuelto a ver a Rocío por la calle; a buen paso, teléfono móvil aferrado en la mano. Le pregunto cómo está, porque algo he oído.

     «Lo han soltao». Angustia. Pienso sobre la marcha: no había puesto la denuncia hasta después de la detención, por lo que no han podido retener a la ex-pareja en comisaría. «Esta mañana m’ha estao buscando y m’ha machacao. M’ha arrastrao la cabesa por la paré y voy en busca de una amiga a si me puedo quedá en su casa. Y la nena con su hermano en la casa».

     No sabe uno qué leches decirle. La valentía se la reconocimos ayer, pero de momento no sabemos si le va a servir de mucho. En el clásico de John Huston Cayo Largo podemos escuchar el consejo que Clair Trevor le manda gratis a Bogart y al que el veterano de guerra no hace el más mínimo caso: «más vale un cobarde vivo que un héroe muerto».

     «Acabo de llamar a la polisía y lo están buscando». Continúa. En ese mismo instante suena su móvil. Mira detenidamente la pantalla. «Mi hija, seguro que está allí otra ».

     Se corta la llamada; la devuelve varias veces sin resultado. Comienza a mostrarse muy nerviosa cuando, por fin, la hija coge el teléfono. Escucha, asiente. «No te preocupe, llama a la polisía, que voy p’allá». Sigue leyendo

Publicación novela: «Yo, tú… él» (2019)

Portada «Yo, tú… él»

     No sé si se quiere más al primer hijo o al segundo; solo tengo dos gatos, y llegaron a casa (rescatados de sendos contenedores de basura) con escasas 24 horas de diferencia. Casi como si hubieran sido mellizos. El caso es que este segundo hijo/novela tiene la cosa añadida de que, por fin, ha sido publicada en papel y, como uno sigue siendo de la vieja escuela, le gusta tener los libros en las manos, palparlos, olerlos. Oler una tablet o un e-book me da un poco de risa. O náusea.

     Tampoco voy a decir aquello de que es la mejor novela que he escrito, porque siempre me ha resultado de lo más patético escuchárselo decir a los escritores, los directores de cine o los grupos de música. Me gusta mucho como ha quedado, no le añadiría ni una coma (y mira que soy puntilloso) y seguro que va a sorprender a quien quiera disfrutarla.

     Como decía en las dedicatorias: gracias a todas las mujeres que, a lo largo de mi vida, me han ayudado a ser menos malo, y a aquellas que la leyeron antes de su publicación  siendo yo un nadie como soy.

     Para quienes apoyaron el proyecto en la pre-venta no encuentro calificativos con los que agradecer. En breve debería llegar el ejemplar a vueastras casas; en ello ando tras algunos problemas con los envíos. El resto de lectores y lectoras puede adquirir la obra pinchando aquí.

     Comparto el párrafo de la novela que aparece en la contraportada y, espero que la editorial no se me enfade, el diseño de las cubiertas.

     «No hace mucho leí que una mujer de más sesenta años se había cargado a su marido de un martillazo en la cabeza. Después le asestó ciento cincuenta puñaladas, limpió la sangre, lo sentó en un sofá y lo tapó con una manta como si estuviera durmiendo la siesta. Al día siguiente se ahorcó con un pañuelo. Dejó escrita una nota. La pareja llevaba años maltratándola, decía, y pedía perdón. No voy a romper una lanza en favor de la dama, con posibles trastornos psiquiátricos, pero tampoco seré yo quien se la clave. La decencia y la culpa. Los dos extremos de un hilo de Ariadna que jamás te va a sacar de ningún laberinto de mierda».