Cuando quedan contadas horas para que las campanadas atoren el sentido común durante un buen rato, siempre parece ser ese el momento idóneo para agradecer las cosas buenas que nos regaló, libre de dolo y culpa, el año que está a punto de despedirse. Me imagino a mi abuelo, o al obispo de Córdoba, tan católicos ambos, digo franquistas, dando gracias a Dios por los favores recibidos:
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Por el auge de la ultraderecha
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Por el buen hacer de Vox frente a un centro de menores durante la campaña electoral
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Por Bolsonaro, la quema del Amazonas y el exterminio de los pueblos originarios
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Por Trump, un hombre con todas las de la ley, que no salga adelante el impeachment
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Por los negacionistas del cambio climático, por las luces de navidad y por Madrid Central
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Por los pobres hombres maltratados por sus mujeres
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Por España, una, grande y libre, a los pies de los caballos socialistas, comunistas y nacionalistas
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Yo, aparte de agradecer, y mucho, otras cosas (el criterio del Tribunal Supremo en la violación de la Manada/Piara, «el Estado opresor es un macho violador», las sentencias contra Deliveroo o Glovo, que Greta Thunberg no vaya al colegio…), voy a pedir solo una cosa, aunque lo mismo es bien gorda: que las personas adultas seamos capaces de superar la etapa infantil de entre los dos y los cinco años de edad. Sigue leyendo