Leon Tolstoi by Parpa
Lev Tolstói, conde y evidente aristócrata de cuna, que terminó “Resurrección” apenas a 10 años vista de dejar este mundo, ya abandonó el mundanal ruido 30 años antes siguiendo los pasos de su admirado Thoreau y abriendo camino al ashram de Gandhi con quien mantuvo correspondencia en los años finales de su vida; se retiró al campo, a su querida finca ‘Yasnaia Poliana’, reconociéndose no del todo coherente -como cada uno de nosotros, todo sea dicho-, pero harto, quemado y hastiado de la sociedad burguesa y acomodada, tan religiosamente ortodoxa e intransigente en lo peor, tan injusta y autocomplaciente a la que soportaba cada vez menos. Evidente fruto de este monumental cabreo espiritual y social fue aquella su última novela, y tras la cual se negó rotundamente a escribir. De lo profundo de esta visceralidad suele surgir en la persona tanto lo sublime como lo corriente y de ambos extremos no se libra “Resurrección”, polo opuesto en cordura y meticulosidad a su obra maestra “Guerra y paz”.
En “Resurrección”, a raíz de un episodio sencillo: la toma de conciencia y el sentimiento de culpa de un aristócrata por el daño y el mal que ha ocasionado de por vida a una joven que ha tocado fondo y que le hace dedicar sus esfuerzos a intentar revertir su situación, Tolstói desgrana y destroza sin piedad cada institución o derecho adquirido que se pasea por la novela y que nadie tiene la más mínima intención de cambiar: la judicatura, la abogacía, el ejército, la política, y de manera mucho más recurrente el derecho a la propiedad privada de la tierra, las cárceles y el cristianismo ortodoxo ruso. Tolstói, por boca de su héroe Nejliúdov, dedica capítulos enteros a estos últimos fines mostrando su indignación y desprecio por el orden establecido y transformando al príncipe en mendigo en el mismo grado en el que se endurecen las situaciones vitales que le rodean y ante las que, primero por culpa y más tarde por conciencia recuperada, decide intervenir. Sobre la propiedad de la tierra remarca la injusta situación de semiesclavitud en la que se encuentran los mujik, campesinos que trabajan la tierra sin tener derecho a ella cuando era de suponer que ya había sido abolida la servidumbre. Especialmente crítico se muestra con el trato vejatorio e inhumano al que son sometidos los presos, así en las prisiones como en el traslado a Siberia. Sobre el uso político, interesado y caótico de la religión verdades tan altas y profundas que la obra fue censurada en Rusia no publicándose de forma íntegra hasta 1936 y el propio Tolstói se vio excomulgado de por vida (¡como si ya no se hubiera autoexcomulgado él años atrás!). Pero el conde no se conforma con atizar, lo menos soportable para quien ostenta el poder es lo que se atreve a hacer de manera inmediata: dar propuestas. En el germen de esta ingente protesta y lucha surge lo más embotado de “Resurrección”, cuando todo parece convertirse en un ensayo o un tratado sobre las injusticias a combatir, y poco parece importarle a Tolstói -más llevado por ese impulso caótico de la que hace bandera- que se pierda el ritmo y olvides por momentos a la Máslova y que toda esta resurrección del príncipe tiene si principio y su fin en ella. Sigue leyendo