Para quienes solemos estar dispuestos a meterle mano a un libro de relatos sabemos muy bien que no es nada fácil acertar de pleno con el asunto. A la improbable capacidad de un autor para mantener una línea estable de calidad a lo largo de todos ellos, hay que añadir irremediablemente los criterios -a veces del todo ininteligibles- que el compilador elige para incluir en una determinada colección unos relatos en lugar de otros. Así, podríamos decir que la única forma de ser medianamente justo consistiría en meterse entre pecho y espalda toda la obra de un autor y realizar, al menos en mente, una colección particular, aquella que más nos emocione. Obviamente, tan ardua empresa no gozará del beneplácito y la voluntad de todo el mundo, sobre todo si hablamos de autores como Pirandello, Chéjov, K. Dick o algunas damas norteamericanas del sur de mediados del siglo pasado cuya obra de cuentos permitiría, colocados uno sobre otro, alcanzar la luna.
Turguénev nos ahorra en “Memorias (o Relatos) de un cazador” varios de los supuestos anteriores. El primero que la colección es suya, completita, sin que nadie haya dicho este sí y este otro no, y aunque las primeras ediciones no contuvieran todos los relatos dicha salvedad ya está superada desde la segunda mitad del siglo XIX cuando se publicó el último cuento que escribió el autor para estas memorias cinegéticas, exactamente en 1874, y el orden en el que se hayan incluidos también son fruto de la decisión del autor. La segunda, y no menos importante, es que, a pesar de que la obra está escrita durante unos 30 años, Turguénev, desde luego, es de los mejores narradores que pueden leerse, y no pierde ni un ápice de pulcritud de estilo desde su primer cuento de la colección en 1847. Según convenga a su discurso, el autor ruso usa construcciones largas o frases la mar de escuetas, estilo directo o indirecto libre… sin amoldarse a nada que no vea necesario. Aunque siempre y en todo lugar, aparte del uso de la primera persona, la narración está marcada por un fuerte componente descriptivo, tanto de personajes como de ambiente y de paisaje, creando un clima donde el lector puede sumergirse dentro de la historia y formar parte de ella si no es esclavo de la inmediatez.
A esas descripciones detalladas. hay que incluir como determinante en el estilo narrativo de esta colección de cuentos, aquellas que hacen referencia nada cordial a la vida y a la estructura familiar y social a las que se hayan sometidos los mujik, en una terrible situación de esclavitud que casi todos acogen desde la normalidad y cuyos sufrimientos, enmarcados dentro de necesidades básicas del ser humano, contrastan poderosamente con las preocupaciones bastante más mundanas y sentimentales que llenan el alma de sus amos y que, convenientemente, Turguénev describe a partir de la segunda mitad del libro. Sigue leyendo