Gente buena

horror, by Estefano

Sé de gente buena.
Todos sabemos,
de hombres y mujeres cuyo afán
es mear señeramente agua bendita.

Que soportan el ubicuo don de revelar,
con igual resignación como torpeza,
el odio y la maldad entorno suyo,
en lugares inverosímiles
y hasta ignotos,
donde ni el más crédulo
ni el más avieso de los seres
sería capaz siquiera de apreciarlo.

Gente de bien,
buenas personas,
adheridas a la ecuánime virtud que es el respeto,
que reside en mantener la equidistancia
y aceptar al que odia y al odiado:
al marica y al tránsfobo,
al negro y al fascista,
a la mujer y a su asesino.

Gente buena,
todos sabemos,
que perciben el sentir de cada prójimo,
sin juicio y sin rencor,
es mera gracia:
la mala follá de la vecina,
la galbana del parado,
el morro descarao del inmigrante.

Buena gente,
de un espíritu tan lato y virtuoso que,
a pesar de tanta mierda entorno suyo,
no descubre en sí misma ni una tara.

Bombas buenas

Famine in Yemen, by Pedro X. Molina

     Ya lo sabe hasta un ciego sordo y mudo (y no estoy remedando a Shakira): se trata de un «armamento de precisión que no produce efectos colaterales en el sentido de que da en el blanco que se quiere con una precisión extraordinaria»; lo dijo el ministro Borrell en referencia a las bombas láser que el Gobierno, en un encomiable ejercicio de responsabilidad con esta nuestra gran nación, finalmente ha decidido exportar a Arabia Saudí, monarquía absoluta teocrática (se rige por la Sharia y el Corán) que jamás ha tenido elecciones en toda su historia, que es considerado por varios estudios como uno de los países menos democráticos del mundo (sino el que más) y que actualmente lidera la coalición que bombardea por sistema Yemen, cuya guerra civil ha acabado, en los dos últimos años, con la vida de al menos 10.000 personas según las estadísticas más generosas (otros datos alcanzan la cifra de 50.000).

     No voy a ponerme a hablar de la pena que me dan quienes trabajan en los astilleros de Cádiz, como si nos viéramos constreñidos a sufrir mucho por unos padres de familia que, al fin y al cabo, han elegido un modo de vida, y nos tuvieran que importar bastante menos los cerca de 6.000 civiles que, sin comerlo ni beberlo, han sido asesinados en Yemen, el 60% de ellos gracias a los bombardeos selectivos y de precisión extraordinaria de la coalición árabe encabezada por Arabia Saudí. De lo peor del comentario de Borrell es que el tipo no es tonto (aunque finge bien) y conoce perfectamente la tragedia bélica y humanitaria que se está produciendo en Yemen, por lo que ha de saber que Arabia Saudí ha destruido hospitales, escuelas e infraestructuras civiles al considerarlos meros objetivos de guerra, y que lo ha hecho con esas mismas bombas láser tan metódicas y exquisitas de las que parece ahora sentirse tan orgulloso: porque con esos juguetitos, si lo que se quiere es reducir a cenizas una estación potabilizadora de agua, una zona residencial o una mezquita, ¡tate!, que no se te escapan. Sigue leyendo

«Una humilde propuesta» (1729)

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Ilustración de Raquel Martín para la edición de Nórdica

      Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.

     Justo a finales de ese mismo año, 1983, el gobierno de coalición irlandés aprobaba la Octava Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho a los nonatos y que llevaba debatiéndose desde un par de años antes. No podía ser pues más oportuna la proposición de Swift elaborada cerca de dos siglos y medio antes y que trataba de dar salida útil a los niños y niñas nacidos en situaciones de indigencia cuyos progenitores seguramente iban a ser incapaces de mantener y bajo ningún concepto podían ser una carga para las arcas públicas y para el resto de la sociedad.
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«Made with love»

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Campaña Fundación PROCLADE 2016/2017

     Una etiqueta de tal guisa vi impresa la semana pasada en la base interior del cuello de una blusa, que dicen los entendidos (o la estulticia machista en cualquier caso) que es como debe de llamarse a una camisa cuando es de señora o de niño, porque es más fina. Era bonita la jodida prenda, fondo blanco con listas de un tono celeste. Y encima «fabricada con amor». Joder, que casi se me cayeron dos lagrimones; aunque, claro, uno es capaz de llorar hasta viendo Terminator.

     «Green Coast» ponía justo encima de la leyenda de los huevos, una de las firmas de moda de El Corte Inglés. En medio de la costura lateral derecha se podía leer impreso en otra etiqueta, justo antes de la avalancha con las características de tejido, lavado, materiales: importado por no sé qué mierda de empresa, con no sé qué mierda de CIF e, inmediatamente después, la marca de marras, en mayúsculas, no vaya la peña a despistarse: El Corte Inglés.

     Juro por lo más sagrado que pensé en la niña india, camboyana o bangladesí quien, sentada desde buena mañana delante de su máquina de coser en mitad de un local ruinoso de un edificio ruinoso, si acaso con el único alimento de un té de hierbas entre pecho y espalda, sin descanso matinal, ni contrato y con nulos derechos laborales, estaba cosiendo la blusa del carajo por menos de un euro al día en una jornada de 16 horas. Puede que hasta sean esas mismas niñas las que acaban metiéndole el hilo y la aguja a la puñetera etiqueta del amor. Sigue leyendo