«Pic-nic» (1947)

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By Stijn Swinnen

     Puede que una vez más, como suele pasarme, me deje llevar por la emoción, pero no deseo que me quede otra.

     «Pic-nic» es una obra clave dentro del teatro del absurdo, tan condenado al ostracismo en España como puede comprobarse por la escasez de representaciones de este género que pueden verse en los escenarios; y en este caso, gracias al genio incombustible de Fernando Arrabal, el delito es doble, pues el autor es capaz de alcanzar en un solo acto infinitamente breve unas cotas de magnificencia similares a las del recién iniciado entonces en Francia por Ionesco con «La Cantante Calva» y que tiene poco que envidiar al Samuel Beckett de «Esperando a Godot» o al Miguel Mihura de «Tres sombreros de copa». ¿Veis como exagero?.

     Lo que casi huelga decir es que, leyendo esta pequeña joya teatral de un carácter marcadamente pacifista y muy crítica con la sentencia de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», uno comprende un poco más por qué Arrabal fue juzgado y encarcelado bajo el régimen franquista sin importarles un pimiento el reconocimiento y apoyo de escritores y artistas de talla internacional.

     En un país como el nuestro, donde cada vez son menos quienes celebran el humor de los hermanos Marx o del primer Woody Allen, pero se venera a humoristas absurdos y abstrusos (en el peor sentido de ambos términos) no puede dejar de resultarme una  soberana injusticia que las obras de este pequeño gran hombre, dramaturgo, cineasta, poeta y creador hasta la médula, pasen tan desapercibidas. Siempre nos quedará Gila, en cuyos monólogos Arrabal produjo sin duda una notable influencia.

     Si alguien tiene una hora que se ponga, si no la tiene, le invito a buscarla.

     Tuve la suerte de representar Pic-nic hace ya demasiados años. De Señor Tepán hice. Lo que me reí, ¡qué absurdo!.

     Podéis descargar la obra completa pinchando aquí.

SR. TEPÁN. —Qué, hijo mío, ¿has matado mucho?
ZAPO. —¿Cuándo?
SR. TEPÁN. —Pues estos días.
ZAPO. —¿Dónde?
SR. TEPÁN. —Pues en esto de la guerra.
ZAPO. —No mucho. He matado poco. Casi nada.
SR. TEPÁN. —¿Qué es lo que has matado más, caballos enemigos o soldados?
ZAPO. —No, caballos no. No hay caballos.
SR. TEPÁN. —¿Y soldados?
ZAPO. —A lo mejor.
SR. TEPÁN. —¿A lo mejor? ¿Es que no estás seguro?
ZAPO. —Sí, es que disparo sin mirar. (Pausa.) De todas formas, disparo muy poco. Y cada vez que disparo, rezo un Padrenuestro por el tío que he matado.
SR. TEPÁN. —Tienes que tener más valor. Como tu padre.
SRA. TEPÁN. —Voy a poner un disco en el gramófono.


SR. TEPÁN.-Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?
ZEPO.- Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: « ¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra.» Y yo entonces le pregunté: «Pero, ¿a qué guerra?» Y él me dijo: «Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?» Yo le dije que sí, pero no lo de las guerras…
ZAPO.-Igualito, igualito me pasó a mí.
SR. TEPÁN.-Sí, igualmente te vinieron a ti a buscar.
SRA. TEPÁN.-No, no era igual, aquel día tú no esta­bas arreglando una plancha eléctrica, sino una avería del coche. .
SR. TEPÁN.-Digo en lo otro. (A ZEPO.) Continúe. ¿Y qué pasó luego?
ZEPO.-Le dije que además tenía novia y que si no iba conmigo al cine los domingos lo iba a pasar muy aburrido. Me respondió que eso de la novia no tenía im­portancia.
ZAPO.-Igualito, igualito que a mí.
ZEPO.-Luego bajó mi padre y dijo que yo no podía ir a la guerra porque no tenía caballo.
ZAPO.-Igualito dijo mi padre.
ZEPO.-Pero el señor dijo que no hacía falta caba­llo y yo le pregunté si podía llevar a mi novia, y me dijo que no. Entonces le pregunté si podía llevar a mi tía para que me hiciera natillas los jueves, que me gus­tan mucho.
SRA. TEPÁN.-.(Dándose cuenta de que ha olvidado algo.) ¡Ay, las natillas!

«Muerte accidental de un anarquista» (1970)

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     Con el trasiego este del año enterito que vamos a estar sin gobierno (o con un gobierno en funciones, que recalca que sólo puede tomar decisiones en lo que le interesa seguir tomando decisiones) no puedo menos que echar un ojo a estos meses pasados y compartir la obviedad, a ojos vista, de que no se nota mucho la estancia en la que nos hallamos más allá de los miedos que tratan de volcar sobre las personas de a pie acerca de los bloqueos presupuestarios (aunque sus señorías siguen cobrando religiosamente cada mes por tocarse las partes nobles) y del desastre de tener que votar en Navidad, como si no se hubiesen podido valorar otras opciones.

     Sí, el desgobierno es el caos, como bien se encargan de repetir una vez y otra desde las instancias de poder aunque nada haya dejado de funcionar por el momento o cuando interesó, la Europa democrática, impusiera un gobierno de tecnócratas en Grecia o Italia hace un lustro. Quien manda es la Troika, así que importa un pito que nos pasemos veinte años más votando como si fuésemos borregos camino del matadero. Eso no va a pasar, claro, porque para beneplácito de la Europa rancia y fascista, en las terceras elecciones van a ganar los fieles apóstoles de la derecha, posiblemente con mayoría absoluta.

     No creo que resulte muy difícil encontrar la relación entre esta digresión introductoria y la obra de teatro que nos ocupa: “Muerte accidental de un anarquista”, de Dario Fo. Entre la ingente amalgama de bulos y falsas acusaciones hacia el movimiento anarquista está la de asociarlo de manera ordinaria con el desorden y la confusión. Algo con lo que colabora graciosamente la RAE y su diccionario asumiendo en su segunda acepción de anarquía la idea de desconcierto, incoherencia, barullo, cuando pocas situaciones más desconcertantes, incoherentes y embarulladas hemos podido vivir que aquellas que suceden con el gobierno de turno. Y si hay algo en lo que todos los gobiernos han de estar de acuerdo, pues los unen comunes intereses, es que la culpa de lo que sea (violencia en las manifestaciones, faltas de acuerdo, revoluciones, atentados…) la tienen los anarquistas. Sigue leyendo

Feministas de a pie

Cartel Teatro    Si hubiéramos de detenernos de forma obligada en el aspecto meramente dramático podríamos afirmar sin asomo de dudas y sin necesidad de recurrir a las ampulosas palabras de un crítico teatral que la obra hacía aguas. Como el Titanic tras empotrarse contra un iceberg. Se reía el público, eso sí, pero no es lo suyo reírse mientras se interpreta “La casa de Bernarda Alba”. Pero la cuestión -bastante común en todas las facetas trascendentes de la vida-  es que la importancia del drama va más allá de aquello que se puede contemplar representado y suele estar oculto, holgadamente, bajo la superficie, igual que el 90% de un iceberg.

    Haciendo honor a ese 90% sumergido, lo que contemplamos sobre el escenario del Centro de Promoción de la Mujer “Nueva aventura” fue un milagro de dimensiones místicas. Si fue verdad aquello de que Jesucristo anduvo por encima del mar de Galilea, dicho acontecimiento se convierte en minucia al lado de lo que lograron realizar las doce mujeres que se metieron en la piel y en la carne de cada uno de los personaje de la obra del inmortal Federico garcía Lorca.

    Varias de las mozas -porque lo son, pues sus características conservan a pesar de contar algunas con más de setenta años- apenas saben leer y escribir, no habían salido de su casa en algunos añitos más allá de hacer la compra, tan sometidas sin saberlo a una patriarcal depresión posviudedad o a la espera del marido para colocarle con aprehendida cadencia las zapatillas enguatadas de andar por casa… Por más que lo merecieran, jamás ninguna de ellas había recibido un aplauso. Aquella noche, no sólo fueron objeto de una aguerrida ovación, sino que muchos de los presentes no dudamos un ápice en ponernos de pie casi a punto de entonar una loa a la voluntad y al dignísimo ejercicio de la libertad. Sigue leyendo

«Las brujas de Salem» (1953)

Arthur Miller by gabrio76

Arthur Miller by gabrio76

Siento náuseas escuchando decir al Sr. Montoro (disculpen lo de señor) en referencia a Carlos Monedero que todos tenemos los mismos derechos, libertades y obligaciones. Pero náuseas, náuseas, de las de verdad. Voy a grabarme esa frase suya de que «hay que cumplir con las obligaciones de la ley como todo el mundo en este país, que para eso somos una democracia y un Estado de derecho consolidado», para ponérmela cada vez que me siente mal una comida y necesite vomitar. Mientras recordaré que la abogacía del Estado ese de derechos y obligaciones para todos no imputó a la infanta Cristina (la pobre).

El caso es que en esta caza de brujas a Podemos, que debe darle más miedo a los de arriba (por el momento a Dios gracias) que las propias meigas, me tuve que acordar indefectiblemente de la otra caza gorda de hace poco más de medio siglo y que se produjo a manos del senador McCarthy en otra de las más lúcidas democracias occidentales que se conocen: EE.UU., por supuesto.

No voy a contar, porque seguramente es de todos conocido -aparte de que estuvo casado con Marilyn- que toda la vida y obra de este genio que fue Arthur Miller está atravesada de parte a parte por el activismo social y político a favor de los derechos fundamentales y la crítica feroz al conservadurismo y la falsa moralidad, pero el ejemplo clásico a esta verdad de Perogrullo es «Las brujas de Salem», obra adaptada por él mismo para el guión del filme «El crisol» (1997), que salva de la quema el todoterreno Day-Lewis y una buena panda de actores y actrices.
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