Por qué irá el Gobierno al infierno ese en el que creen

Contaba Lucas al inicio del capítulo 18 de su evangelio la parábola aquella de Jesús acerca de la viuda y el juez injusto. Tan pesada se puso a diario la buena mujer reclamando sus derechos que el magistrado, arbitrario en grado sumo, al final acabó por ceder con el único objetivo de que lo dejara en paz: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia».
El gobierno en pleno parece que goza de más paciencia aún y que nunca se le agota, quizá porque su deseo de injusticia es aún mayor por mucho que las viudas, los parados, los pobres aporreen su puerta igual que posesos de última esperanza. Mas a nuestros guías ciegos siempre les resta el inane recurso de hacer referencia a esa masa silenciosa que se queda en casa en lugar de asistir doloridos a cualquier manifestación y aseveran, como un falso profeta, que lo hacen porque apoyan sus tesis en lugar de dar por hecho que, tal vez, lo que sucedió es que se hartaron antes que la viuda de la parábola.

“LAST JUDGEMENT” 2006. Pencil on illustration board.

“LAST JUDGEMENT” by ckoffler

Necesito pues descongestionar mi ánimo y como es de sobra conocida la tendencia religiosa de quienes odian ser llamados casta y en este instante ostentan el poder, desde mi púlpito, afásico en virtud del silencio que intentan imponer, me dirijo a ellos para que, inmersos en su incoherencia supina, si no respetan a los hombres al menos se hagan conscientes de que van a ir de cabeza al infierno en el que creen, pues lo mismo con su cerrazón metafísico les importa algo más estar condenados para toda la eternidad que hacer el mal y estar condenando a la peña por un tiempo indefinido. Me apetece mandarlos al infierno, de manera literal, sin metáforas ni églogas.

Obviando en todo caso la santa mención que de los políticos corruptos hace Dante en “La Divina Comedia”, allá por el Octavo Círculo durante su paseo por el Infierno, a quienes considera inmersos en brea hirviente, recurro al evangelio que con toda probabilidad muchos de estos dirigentes tienen en su mesilla de noche como libro de cabecera justo al lado de la Constitución, que tanto reverencian cuando les peta.

– “Pero ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya estáis recibiendo todo vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis” (Lucas 6, 24-25). Más claro agua, por eso tienen esos sueldecillos de nada, que entre indemnizaciones, manutención, desplazamientos (aunque no tengan que desplazarse, que es lo de menos) rondan los 75.000€ anuales mientras cada vez hay más gente que reza por ser mileurista. Seguro que a principio de mes dan al menos la mitad a los pobres, como el óbolo de la viuda.

– “Imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas” (Mateo 23, 4). No hace falta haber estudiado en Oxford ni tener varias carreras para saber las espaldas de quiénes soportan sus cargas. Esas de las que no mueven ni un cuarto de uña para ayudar a sujetarlas. Los cambios legislativos (co-pago sanitario, recortes en educación y justicia…), como todo en la vida, han de afectar a la plebe, a los aplastados por la pirámide, pues a quien tiene de sobra le da igual que le cobren.

– «Todo el que trate con ira a su hermano será reo ante el tribunal; el que lo insulte será reo ante el consejo; el que lo llame renegado será reo de la gehenna de fuego» (Mateo 5,22). Me encanta ver un debate sobre el Estado de la Nación, un mitin político al borde de las elecciones o tras un determinado fiasco. Es interesante conocer cuántos insultos por palabra puede lanzar un ser humano. El programa, las explicaciones que se los inventen otros.

– “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque fui extranjero y no me recibisteis” (Mateo, 41.43a). Esto es meridianamente falso y pido disculpas anticipadas por ello. Sí que los reciben como demuestran las imágenes cada dos por tres: con concertinas, palos y porras. Y si hay que recogerlos (que ese verbo es el empleado en alguna que otra traducción de estos versículos) se les recoge del suelo, aunque sea a patadas y se les devuelve por donde han venido, faltaría más, que somos más cristianos que el papa Francisco.

– “El siervo ese que, conociendo el deseo de su señor, no prepara las cosas o no las hace como su señor desea, recibirá muchos palos; en cambio, el que no lo conoce, pero hace algo que merece palos, recibirá pocos. Al que mucho se le ha dado, mucho se le exigirá; al que mucho se le ha confiado, más se le pedirá” (Lucas 12, 47-48). Esta, la definitiva, es gratis, de regalo, por si vuestra excusa, tan vacua y excrementosa como un sumidero, es argüir que no conocéis la voluntad del señor de la viña.

Es una verdadera suerte para mí, tan poco dogmático, no creer en el infierno más allá del que a cada uno a veces nos toca vivir (sólo me faltaba tener que aguantarlos también después de muerto) y que mi fe sea en un Dios más misericordioso que justo, porque me he saltado de un plumazo el más elemental de los deseos del maestro de Galilea: “no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Lucas 6, 37), pero todos tenemos nuestros defectos… ¡y lo a gusto que me he quedado!

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«Siente un pobre a su mesa»

Poverty in Baguio 2 by lukedecena

Poverty in Baguio 2 by lukedecena

Lo dijo hace más de cincuenta años Luis García Berlanga, un director de esos que incomprensiblemente -en virtud de sus claros bofetones a la madre patria- fue capaz de sortear la censura demostrando que de necios e incultos suele andar llena: “siente un pobre a su mesa”. La película de marras es de 1961, se llama “Plácido” y tal vez debiera ser de obligado visionado en todos aquellos grupos, grupejos o grupúsculos de alta y tal vez poco escrupulosa solidaridad.

Ya digo que medio siglo ha transcurrido como en un casuístico chasquido de dedos, pues esa moralidad aburguesada que nada tiene que ver con la conciencia social vuelve a nuestros hogares, a nuestra parroquia o al colegio de nuestros retoños cada diciembre, como San Nicolás o como el anuncio de Coca-cola, con la ínclita campaña del kilo; o retoma más fuerza que el propio ciclón o terremoto que desbroza sueños y vidas -que son casi lo mismo- con ese salvador número de cuenta en la que ingresar un euro, diez, veinte… un millón, y rezar a Dios para que el año próximo -o esa misma Navidad- surja de nuevo una trepidante desgracia macromundial que me toque la fibra emotiva y pueda volver a sentirme más salvador de la humanidad que Louis Pasteur o Alexander Fleming.

Pero lo más grave no es que una vez al año, o incluso al trimestre, nos dé por ser solidarios irreflexivos, lo demoledor es serlo de enero a diciembre con la abstrusa libertad que otorga la buena intención, de las que dicen está el infierno lleno. Lo malo es primar el sentirme bien y dejar en segundo plano al pobre, porque este actuar conlleva de fondo una terrible ideología.

Imaginemos por un momento a un enfermo del corazón, de edad intermedia, con irrisorios recursos económicos, en lista de espera porque obviamente no todo el mundo puede permitirse pagar una operación a tocateja y al que cada vez le quedan menos latidos de renta pero no goza de la suficiente urgencia porque aún existe en mejor posición quien dispone de menos latidos. Mas, ¡ay!, ha habido suerte, pues un señor muy solidario y bien avenido que ha leído un par de enciclopedias sobre cardiología se ha ofrecido voluntariosamente a abrirle gratis en canal y estamparle un marcapasos. Muy agradecido.
Y qué decir de aquel abuelo que acaba de sufrir un derrame cerebral quedando inmovilizado de la parte derecha y al que, por el momento, la maravillosa Seguridad Social que pagamos entre todos no le concede servicio gratuito de rehabilitación. Menos mal que, afortunadamente, una joven que acude al gimnasio tres veces por semana y tiene algunos aparatos en su casa va a realizarle con la mejor voluntad del mundo varias sesiones de fisioterapia. Igualmente agradecido.

Lo tenemos claro, es una burrada, toda la peña sabe de sobra que con la salud no se juega. Ahora sí, con los pobres y sus necesidades la cosa es meridianamente distinta, porque por muy mal que lo hagamos o por nefanda que vaya a ser nuestra buena intención los excluidos son gentes tan miserables, tan mierdecillas, con tan escasos recursos que peor… no va a ser, y al fin y al cabo me dan tanta pena y se siente uno tan bien. Por eso nunca está de más darle unas monedas al transeúnte que dice necesitar un billete de bus -no es mi problema si al día siguiente sigue dando tumbos por el centro de la ciudad pidiéndole a otro-, o al sin techo apostado día sí día también en la puerta de esos grandes almacenes -si va a gastárselo o no en alcohol ¿cómo puedo yo saberlo?-, o al colega ese que aparca coches en la estación y tiene muy malas pintas -de algo hay que vivir y al menos sé que no me va a rallar el auto-… o entregarle esa bolsa de alimentos cada mes, cada dos meses a decenas de familias que en buena medida ni conocemos ni acompañamos -lo de menos es si les hacemos o no dependientes, si son otras sus dificultades, pues resulta también tan hermoso que alguien dependa de ti y sentirte importante-.

Animo pues a las personas de generosidad inaudita y buena disposición a seguir creando bolsas de pobreza, a mantener a los marginados, a los desheredados, a los que no saben ni lo que quieren en el lugar que les corresponde: la vereda del camino, porque aunque no todo el mundo se siente con la autoridad moral de realizar una operación a corazón abierto o de dar a bote pronto unas sesioncillas de fisioterapia como quien no quiere la cosa, los pobres son algo bien distinto, unos don nadie y no hace falta haber estudiao para ayudarles sin cagarla. Total, ayer mismo me leí un PDF muy chulo sobre la relación de ayuda con personas resistentes al cambio.

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Mi fe en la humanidad

«Surgiendo de la nada hemos alcanzado
las más altas cotas de la miseria”
(Groucho Marx)
Hyena by DJ88

Hyena by DJ88

Decían algunos humoristas antes de contar un chiste aquello de que “esto es verídico” y no le queda al que suscribe otro remedio que apuntar tan escaso proemio ante el subsiguiente drama, pues de no ser de este modo bien podrían entrar los hechos con suma facilidad en la cuantiosa esfera de la duda, y darle pábulo podría considerarse asunto de infantes exentos de cordura.

Aurora había cumplido un siglo y aunque la muerte se mostraba de lo más persistente a la hora de pretender conducirla al otro barrio, su corazón vital y su genio pronto y aguerrido le concedieron ingentes treguas en medio de esa lucha desigual. Soltera, sin hijos (que no está de más especificar este segundo punto) y con las dificultades económicas de un presidente de gobierno con pensión vitalicia sus sobrinas nunca fueron santas de mi devoción. Daban la impresión de que hasta meaban agua bendita.

Cuando pocos meses antes de cumplir el uno de más sobre cien agonizaba regalando a la vida sus últimos alientos, las sobrinas, apostadas como alimañas al lado de la cama ya se estaban repartiendo el dinero y los vestidos que colgaban inanes dentro del armario de su habitación. Falleció de madrugada y dos auxiliares que habían compartido sufrimientos con la anciana y que le otorgaron merecimiento la engalanaron para el momento postrero de la existencia con uno de sus trajes más hermosos. A las pocas horas vestía una bata medio rota y descolorida porque el traje que llevaba puesto le quedaba de perlas a la madre de quien ordenó quitárselo. En la terraza de un bar, justo al lado de la residencia de mayores, y al tiempo que seguían distribuyendo beneficios brindaban las susodichas a escote comentando jocosas que quien invitaba era la difunta.

A la mañana siguiente alguien no llegó a su hora al funeral, había comenzado la ceremonia y sentándose junto a una compañera de trabajo preguntó con la inocencia que da la ignorancia:
– Oye, no veo el ataúd, ¿dónde está Aurora?.
– ¿Que no la ves? Allí, allí, acércate.
Entornó la vista, medio cegata y vencida por la oscuridad del templo. Sobre una vara de hierro y anclada en un soporte también metálico podía verse con suma descortesía la urna que contenía las cenizas de Aurora.
– Ja, así nos ahorramos el transporte del coche fúnebre desde el tanatorio a la iglesia y desde la iglesia al cementerio. Lo traemos en la mano y ya está -soltaron las sobrinas diabólicas con la sensibilidad de quien dice buenos días a algún vecino en el ascensor.

Lo de menos fue que de la habitación se llevaran hasta las macetas y que se pasaran más tiempo dentro recolectando favores una vez fallecida que en todos los años en los que Aurora aún tenía el vicio común de respirar.

Y bueno, entonces ¿a qué coño viene lo de mi fe en la humanidad con tamaña dosis de bestialidad? La fe no ha de buscarse en las crueles canallas que han contado con el absurdo privilegio de coprotagonizar los últimos suspiros de Aurora, sino en la indignación que ha recorrido la mente de al menos el noventa y nueve por ciento de los seres humanos que han logrado soportarme hasta esta línea. Eso espero, en eso confío. En la espontaneidad de vuestros corazones.

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«La mujer del chatarrero» (2013)

Danis Tanovic

Danis Tanovic

En 2001 un desconocido documentalista de guerra dirige su primer filme, del que también es autor del guión: la ácida comedia negra, muy al paso del primer Kusturica, y crítica visceral a la guerra “En tierra de nadie”. La cinta, que sorprendió a propios y extraños, se alzó con numerosos premios y nominaciones, entre los primeros el Oscar y el Globo de Oro a la mejor película en lengua extranjera. El director se llama Danis Tanovic, y el año pasado volvió a enamorar a crítica y público en la Berlinale con la más redonda y metódica “La mujer del chatarrero”.

En la mejor línea del cinéma vérité que alcanzó su auge en la década de los años 60 junto con el Free Cinema británico y evidente heredero del estilo de Varda, el director bosnio nos regala un poderoso docudrama que deja a la altura de la suela de una alpargata los últimos resquicios del cine social del otrora ejemplar Ken Loach. El título original, “Un episodio en la vida de un chatarrero”, es mucho más eficiente y práctico a la hora de hacer visible lo que Tanovic quiere que presenciemos y seamos testigos de primer orden, pues de eso se trata, de la ausencia de superficialidades y de derrumbar castillos cámara en mano y renunciando en el montaje a cortar secuencias elocuentes que nos hacen formar parte directa de lo que narra: la mirada espontánea del niño a la cámara, algún choque fortuito… El episodio del que somos testigos es el aborto natural de la mujer de un chatarrero, Nazif, un gitano de pura cepa cuya interpretación recibió el Oso de Plata al mejor actor, que tiene que soportar las más arduas injusticias y desprenderse hasta de lo necesario para poder operarla, pues no tienen Seguro médico. Tras recibir el premio, acompañado de su esposa Senada, partenaire en el filme de Tanovic, este hombre humilde que vive en un campo de refugiados y al que Alemania ha negado el asilo político tan sólo acertó a decir: “dejaré de ser pobre y podré tener una vida mejor para que mis hijos puedan estudiar y yo pueda pagar un seguro médico para toda la familia”. Fue humo. Y es que lo más inaudito de este terrible drama humano es que los hechos que cuenta se basan a pie juntillas en un suceso real, un episodio común en la vida monótona de este auténtico chatarrero, que en la primera y última escena del filme va a por leña como si nada hubiera pasado, consciente de que aún restan muchas batallas que luchar.

 

Una película solidaria, justa, equilibrada, de una compleja y difícil austeridad que jamás se acerca a la lágrima fácil ni a ese sentimentalismo tan de Hollywood que aleja al espectador de la realidad. Necesaria, para todos, y de manera esencial para quienes creen que todo funciona en perfecto equilibrio desde su torre de marfil. Un uppercut directo a la mandíbula, que atrae la esperanza y la gloria de que, como demuestran los vecinos de Nazif y Senada del campamento, no es necesario tener de sobra para ser solidario; lo único preciso es la dignidad del ser humano, que trata al otro con la espontaneidad de saber que necesita ayuda.