«Soy leyenda» (1954)

I am Legend by DriPoint

I am Legend by DriPoint

Suele decirse con escaso margen de error aquella frase, que ya es casi una redundancia, de que “el libro es mejor”. Si hay un paradigma de novela destrozada a diestro y siniestro por los gaznápiros guionistas de la supuesta Meca del Cine esa es sin duda “Soy leyenda”. Dos versiones cinematográficas vi: la más reciente de Will Smith de igual título, y la de los años 70 protagonizada por Charlton Heston, “El último hombre vivo”. Esta última es para quemarla directamente en la hoguera -aunque cinematográficamente pudiera resultar algo más ducha- y se parece a la fuente de la que bebe como un huevo a una castaña. pero de la de Lawrence prefiero abstenerme de comentar nada so riesgo de cometer un soberano spoiler, pues su final se carga a ráfaga de ametralladora todo el sentido crítico y percutor de la sólida obra de Matheson.

Matheson, un experto en el género de la ciencia ficción con títulos tan impactantes como “El increíble hombre menguante” (aquí nada que objetar al espectacular filme de serie B de finales de la década de los 50), resulta un excelente narrador de historias de una ágil lectura, al que el desarrollo de la trama suele ser una mera excusa para hablar de realidades bastante más profusas.

Richard Matheson by Patrickgrau2

Richard Matheson by Patrickgrau2

En el caso que nos ocupa, el escritor criado en Brooklyn, inventa un género sin tan siquiera pretenderlo. Las cosas no nacen como tópicos, sino que se convierten en… y con esta novela de 1954 y publicada en 1958, fecha bastante anterior al estreno de “La noche de los muertes vivientes” de George A. Romero, supuesto padre del zombie moderno, Matheson crea de manera rotunda todos aquellos aspectos que se harían clásicos en este subgénero de terror, aunque ni se le pase por la cabeza llamar zombies a sus vampiros, cuando claramente lo son. Pero desde sus primeras páginas, y de manera radical según avanza la angustiosa existencia de Neville, lo del vampirismo es un pretexto para hacer una reflexión terrible sobre la soledad, la condición humana y, sobre todo, del concepto de normalidad (la normalidad es un concepto mayoritario, comenta Neville en el capítulo final), tanto que la tercera parte de la obra es profundamente distópica.

“Un horror acumulado termina por ser una costumbre”, comenta Neville un momento crucial y tan rodeado de caos. Cada sociedad tiene su propio horror, su propia normalidad, que acaba siendo una costumbre: la pena de muerte, la corrupción, el paro… y el que osa cuestionarlo acabará tan aislado como Neville.

«Durante unos días Neville salió al porche cuando el perro terminaba de comer.
Se le escapaba siempre, pero a medida que pasaban los días, se detenía, más
confiado, en medio de la calle para mirar hacia atrás. Neville no lo perseguía
nunca. Sentado en el porche, lo miraba y esperaba. Aquello parecía un juego.
Un día, Neville se sentó en el porche antes de que el perro llegase. Y cuando
apareció en la acera de enfrente, siguió sentado.
Durante casi un cuarto de hora el perro se paseó por la acera, arriba y abajo, sin acercarse a la comida. Neville se alejó del plato, y el perro pareció
animarse. Pero, de pronto, cuando Neville cruzó las piernas inconscientemente,
retrocedió con rapidez. Luego caminó de un lado a otro, por la calle, sin saber
qué hacer: miraba a Neville, la comida, y otra vez a Neville.
– Vamos, criatura dijo Neville, acércate al plato. Demuestra que eres un perro
bueno.
Pasaron diez minutos más. El perro estaba ahora en la misma acera de la casa, moviéndose en círculos cada vez más pequeños.
– Así se hace -dijo Neville suavemente.
Esta vez el perro no parecía asustado ni se aparto al oír la voz. Neville esperó, sin moverse.
El animal se acercó todavía más, con el cuerpo tenso y vigilándole.
– Está bien -le dijo Neville.
De pronto el perro corrió, arrebató la comida y salió a toda prisa. Las
carcajadas de Neville lo siguieron a través de la calle.
Mal bicho comentó cariñosamente.
Contempló al perro mientras comía. Se había tendido en el césped amarillo que había enfrente de la casa, con los ojos clavados en Neville. Disfruta, pensó
Neville. De hoy en adelante tendrás comida de perro. Se acabó la carne fresca.
Cuando el perro terminó de comer, sin incorporó y cruzó la calle con menos
miedo. Neville sintió que el corazón le latía con fuerza. El perro empezaba a
confiar en él, y eso, de algún modo, le emocionaba.
Adelante -se oyó decir a sí mismo en voz alta. Toma el agua ahora.
En su rostro apareció una repentina sonrisa de deleite. El perro alzaba la
oreja sana. ¡Está escuchando!, pensó Neville excitado. ¡Entiende lo que digo,
el granuja!
Adelante, criatura -siguió diciendo. Toma el agua y la leche. No te haré daño.
El perro se acercó al agua y bebió ávidamente, alzando de cuando en cuando la cabeza para vigilar.
– No hago nada -le dijo Neville.
Qué rara le sonaba su propia voz.
Un año era mucho tiempo para vivir solo y silencioso».

«Promises» (2001)

Promises-frenteExiste una teoría social -que más que teoría es sin duda de un empirismo extremo- llamada de manera común la construcción del enemigo y en cuyas bondades se basa, por ejemplo, la última obra del escritor y filósofo italiano Umberto Eco titulada prácticamente igual: «Construir al enemigo».

Ahora, como suele corresponder en estas lides, tocaría hablar de los motivos ineludibles que me han llevado a colgar el documental que nos ocupa en el blog, así como hacer un recorrido a lo largo de la ínclita filmografía de sus autores y explicar finalmente la patente relación entre el odio entre pueblos y la educación y que mucho tiene que ver con los prejuicios hacia aquél que debemos odiar por norma como si fuera una verdad de Perogrullo.

El caso es que no voy a hablar de esos motivos ineludibles, porque siempre habrá quien le saque punta a todo (el filme es una producción israelí) y le dé por tirar piedras a los buenos intentos y propósitos; y sería demasiado corto lo de detenernos en el resto de filmes de las tres partes implicadas en su realización, pues a excepción del mexicano Bolado ni Shapiro ni Goldberg han rodado más; y por último lo de los prejuicios y la magnífica teoría de la creación del enemigo se refleja en sus imágenes más que en mil palabras.

El argumento es fácil. En una etapa de relativa calma entre las comunidades israelíes y palestinas, desde 1997 a 2000, los realizadores ponen en contacto a niños de ambos grupos en edades comprendidas entre los nueve y los doce años. El resto sólo puede verse.

Dicen que uno de los mayores ‘aciertos’ de la guerra global es que ya no es necesario enfrentarse cara a cara con el contrario, sino que con una bomba lanzada desde mil metros de altura puedes destruir a tu oponente sin resquemores y sin tener que mirarle a los ojos mientras lo haces. De similar modo que no es lo mismo comerse una loncha de jamón de york que te acaban de poner en el plato que tener que matar al cerdo tú mismo y descuartizarlo para obtener idéntico fin.

Nadie nace llamando al otro, a la otra enemigo, son procesos y ningún niño nace tampoco con prejuicios.

[vimeo 17230443 w=640 h=480]

PROMISES (Documental) from Sefaradi Torah on Vimeo.

«1280 almas» (1964)

1280 almas by hardriff

1280 almas by hardriff

Si es verdad eso que comentaba Saramago en una entrevista acerca de que “no soy un pesimista, sino un optimista bien informado” resulta claro a todas luces que Jim Thompson es el culmen de la buena información. Leer sus obras de novela negra es como dispararse un tiro en el corazón al inicio de la primera página y estar agonizando y moribundo hasta cerrar la contraportada.

Igual dan los motivos del míster para tener una concepción tan desoladora del ser humano y de su naturaleza: echarle la culpa a sus enfermedades o a su alcoholismo, a la marcada presencia demencial de su padre -sheriff corrupto, estafador, mala gente- que le sirve de clara y derrotista imagen en sus novelas, o a una especie de deprimente chovinismo. El caso es que al lado del nihilismo de tipos como Nick Corey el interesado pragmatismo del agente de la Continental de Hammett, el estoico laconismo de su detective Sam Spade o el desesperado sarcasmo del Marlowe de Chandler son pecata minuta. Sin temor a exagerar hasta el juez Holden de “Meridiano de sangre” es un monaguillo que apenas acaba de despegar en sus cotas de maldad.

Y en este punto llega lo más infame del horrendo protagonista de “1.280 almas”; es tan supuestamente bobalicón, básico y absurdo en sus planteamientos que antes de que uno pueda darse cuenta y a pesar de la burrada que está aconteciendo o de aquella que sin duda en breve va a suceder, se está tronchando de la risa con un personaje extremadamente anodino que bien podría ser tu vecino del quinto, ese que te saluda cada mañana en el ascensor con cara de no haber roto un plato. El retrato en primera persona, falto de continuidad discursiva en la cabeza de Corey, quien sólo hace lo que decide hacer por hartura, por misantropía, por miedo a perder… pero con un método repensado crea un sentimiento de impotencia y desazón en el lector que ni siquiera puede lograr el sheriff adjunto Ford de “El asesino dentro de mí”, que al fin y al cabo es un psicópata. ¡Qué se puede esperar!

Una de las ilustraciones de Bernet para la
edición de la novela de Libros del Zorro Rojo

    “Existen treinta y dos maneras de contar una historia y las he usado todas,pero sólo existe una trama: las cosas no son lo que parecen”, dijo Thompson sobre las novelas. Tan verdad es dicha afirmación que en sus obras no importa en absoluto que desde el principio sea de dominio público quien es el “malo”, pues lo realmente indescriptible e indescifrable es el por qué detrás de cada natural brutalidad. Como en Macbeth, como en Otelo, como en Rey Lear, dentro de cada ser humano existe un atisbo de locura que conduce irremediablemente a la tragedia y en este sentir cáustico y perverso nada tiene que envidiar Thompson a Shakespeare, aunque los monólogos que nos muestran los personajes del novelista norteamericano -más allá de que sean el único recurso para entender si fuera ello posible su actuar- tiendan más a lo tragicómico y a lo patético que al puro drama vital. Quizá por ello nos resulten de manera irremisible más sorpresivas.

Puede que se debiera a uno de sus ataques de egolatría, pues no es que Thompson fuera un total desconocido cuando dejó este mundo habiendo colaborado en el cine con directores de la talla de Kubrick (“Atraco perfecto”, “Senderos de gloria”) y fueran algunas de sus obras llevadas a la gran pantalla antes de morir (“La huida” de Sam Peckinpah, 1972), pero insistió a Alberta, su mujer, para que guardara todos sus manuscritos, pues en diez años sería un autor reconocido. La verdad es que acertó de pleno, vaya que sí, y a la pregunta que muchas veces me hago de si, en mi caso, preferiría ser famoso en vida y que me olvidaran a los pocos años de palmarla, o por el contrario morirme de asco sin un céntimo pero ser recordado para la eternidad siempre me respondo que lo segundo, y Thompson lo ha logrado, con sufrimiento y confianza en escribir lo que creyó que debía escribir, por encima de cualquier otra falaz necesidad.

Desde ahora, cada vez que me sienta optimista estoy condenado a pensar en Thompson.

Y para finalizar unos agradables fragmentos de la novela de Thompson.

    «Ya no se lo echo tanto en cara, porque he visto montones de personas más o menos como él. Personas que buscan soluciones fáciles a problemas inmensos. Individuos que acusan a los judíos o a los tipos de color de todas las cosas malas que les han ocurrido. Individuos que no se dan cuenta de que en un mundo tan grande como el nuestro hay muchísimas cosas que por fuerza tienen que ir mal. Y si alguna respuesta hay al porqué de todo esto -y no siempre la hay-, vaya, entonces es probable que no se trate de una sola respuesta, sino de miles.

    Pero así era mi padre: como esa clase de personas. De los que compran libros escritos por un fulano que no sabe una mierda más que ellos (de lo contrario no se habría puesto a escribir libros) y que al parecer tiene que enseñarles las cosas. O de los que compran un frasco de píldoras. O de los que dicen que la culpa de todo la tienen otros y que la solución consiste en acabar con ellos. O de los que afirman que hay que entrar en guerra con otro país. O… Dios sabe qué».

    «Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto, Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lágrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío.»

«Bueno, en eso consiste mi deber. En no hacer nada. Por eso me votan los electores«.

«Matar a un ruiseñor» (1960)

Atticus Finch - The Great Levelers by KV-Arts

Atticus Finch – The Great Levelers by KV-Arts

Hay sucesos extraordinariamente notables en la vida y que tal vez sólo puedan ser entendibles porque algún dios o espíritu benévolo los ha insuflado con su aliento. Es el caso de la dama sureña huidiza de la notoriedad Nelle Harper Lee y su única obra literaria, «Matar a un ruiseñor», que recibiera el Premio Pulitzer en 1961.

Podemos poner las pegas que queramos, decir de manera reiterada y casi obtusa que apenas hay ensayos literarios ni crítica especializada que estudien en profundidad la novela… quizá porque es en extremo simple. Vale, pero «Matar a un ruiseñor» -probablemente porque parte de un deseo de compartir una experiencia, de una necesidad vital inextricable- es una lectura de un profundo calado social y de una ternura insondable. No hay duda de que también sea lo que la autora pretende, con una historia de marcado componente autobiográfico, en la cual la narradora principal, Scout, una niña de seis años que aún sin comprender del todo las cosas de los adultos, muestra un respeto y una admiración por su padre, el abogado Atticus Finch, tan contagiosos que no es fácil encontrar en la literatura un personaje tan honesto y coherente por encima de cualquier eventualidad.

Hablar de los valores humanos de la novela, de su oposición frontal al racismo y a los prejuicios a partir de la condena predispuesta sin derecho a réplica al negro Tom Robinson, y de la rectitud moral de Atticus a pesar de las consecuencias personales y familiares que conlleva la defensa de Tom en los tribunales, es fácil y obvio, pero no ha de perderse de óptica el trasfondo educativo y la importancia de los referentes para lograr contemplar la vida y las relaciones desde otra perspectiva. Por todo ello no son baladíes los primeros capítulos donde Harper Lee, aún a riesgo de ralentizar la lectura, disecciona el ambiente, las características de las gentes y la relación entre determinados estratos sociales en la población ficticia de Maycomb, en Alabama.

Al contrario que su amigo de infancia Truman Capote, del que se distanciara por su actitudes cuanto menos de dudoso compromiso ético tras colaborar con él en la elaboración de la novela «A sangre fría», Harper Lee (curiosamente descendiente del general Robert Lee, quien encabezara al ejército confederado durante la Guerra Civil) huyó de la fama, y tras sentirse tal vez satisfecha con su responsabilidad literaria, siguió en el ostracismo, negándose a hacer entrevistas y a aparecer en público, a pesar del éxito de su novela, que Robert Mulligan llevara a la gran pantalla de forma magistral en 1962 legándonos la interpretación contenida, sobria e inolvidable de Gregory Peck como Atticus. Con él os dejo.

https://www.youtube.com/watch?v=epDzwYiZiwA