«Trastorno» (1966)

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A poster of Thomas Bernhard, por Williamdallwitz

Algo suavecito, como un bolero, quería yo. Para no pasar ni un mal rato ni perderme en escabrosos laberintos de letras y estilos. Una novela de transición después de un par de obras de esas que te sientan mal por argumento, por muy bien escritas que estén.

Alguno que otro ya se estará tronchando de la risa, claro, porque esta introducción aclaratoria y necesaria tipo catarsis es de un libro de Thomas Bernhard que, encima, se llama Trastorno. Pero el caso es que me atraía la sinopsis, y el haber oído eso de que el austríaco es uno de los mayores escritores en lengua alemana (y más) de todo el siglo XX. Pues eso, como no tenía el Nobel ni nada me lancé a la piscina con la inconsciencia de un bebé de pecho sin ponerme a leer antes ni una coma del estilo del autor. Cosa harto extraña en mi caso.

La obra dispone de dos capítulos de desigual longitud. El primero me sorprende por su pulcritud, perfectamente escrito, con unas características peculiares en los diálogos y enfoque de personajes, donde el protagonista de la historia no es el que la narra en primera persona y en el que, a partir de las enfermedades físicas de diferentes actores que trata un médico rural, Bernhard comienza a desentrañar con contundencia las dolencias que arrastra la sociedad que le rodea: muerte, desesperación, asesinatos, suicidio, individualismo… Todo ello sin renunciar un segundo a un marcado componente filosófico y metafísico y una exquisita sensibilidad en medio del caos que, incluso en nada veladas referencias del mismo autor, recuerda irremediablemente a Kafka. Tanto El castillo como La metamorfosis… y la inseguridad vital de El proceso aparecen en buena medida dentro de las páginas de toda la novela.

Y entonces llega la segunda parte, que comienzo a leer con verdadero interés y expectativas, en cuyo inicio se relata la llegada del doctor y de su hijo -que es en realidad el narrador de toda la obra- al castillo de Hochgobernitz para visitar al Príncipe Saurau, un tipo tan loco como genial, quien supuestamente está en tratamiento. En un principio el método parece discurrir de manera similar al de la primera parte, a base sobre todo de monólogos, esta vez en boca exclusiva del príncipe, sin apenas intervención de los otros dos personajes presentes y renunciando de forma expresa a cualquier apunte meramente descriptivo de situaciones o lugares más allá de dentro o fuera de las murallas. Pero de repente, en apenas unos párrafos, y debido especialmente a esa manía mía lectora de buscar el siguiente punto y aparte para colocar el separador al dar por terminada la lectura del momento, veo que el siguiente se halla cuatro o cinco páginas atrás. Voy echando pues un ojo al asunto, ya que la densidad y estilo de Bernhard además son exigentes en grado sumo y el discurso del soberano más que un monólogo semeja un soliloquio de mezcolanzas inverosímiles, palabras y frases en cursiva, diálogos de otros personajes conocidos a los que hace alusión Saurau, quien a su vez está hablando a través de los recuerdos de la primera persona del hijo del doctor, idas y vueltas a la misma idea… y todo ello, de nuevo, con un agobiante componente filosófico, trascendental y de mala baba hacia las convenciones sociales y los políticamente correcto… Decía que echo un ojo entonces y descubro que desde la página 152 hasta la 216 no hay ni un puñetero punto y aparte, lo que no quiere decir a la postre que el príncipe no cambie de discurso, de idea, de enfoque, de con quién o con qué meterse en medio de sus trastornos e incoherencias perfectamente hilvanadas… hasta se atreve a terminar la novela con unos puntos suspensivos que dan buena razón de que no hay fin a la debacle, a la desazón, al trastorno social. Sigue leyendo

«Nightcrawler» (2014)

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Dan Gilroy, por J.R. Mankoff

Recuerdo hace quizá poco más de dos años esa noticia sensacionalista, con lacerantes imágenes del suceso, sobre una niña china de dos años atropellada de manera casi consecutiva en una especie de almacén por una furgoneta y un camión. Falleció ante la pasividad de decenas de viandantes que pasaron de largo a su lado incluso sorteando su cuerpo. No vamos a caer en la grosería de decir que no fue impactante… pero ¿era necesario que decidieran en cada cadena, en cada informativo, en cada programa de entrevistas colocar la puñetera secuencia justo después de que los periodistas advirtieran una y otra vez al respetable acerca de la crudeza de las imágenes? No sé yo. Da la impresión de que el share manda por encima de cualquier otra realidad y no hay nada que conduzca a un individuo a detener su mirada en una imagen como la previa advertencia de que va a ser terrible. Ya la rodó muy bien Amenábar en su opera prima “Tesis”, cuando al inicio de la cinta y desde el punto de vista de la protagonista nos hacía el director circular paralelamente al arcén del metro donde acababa de ser destripada por el tren una persona. Justo cuando el espectador estaba a punto de ver las vísceras un policía nos sacaba de plano dejándonos con un palmo de narices.

También “Nightcrawler” -que podría traducirse salvando dobles sentidos como rondador nocturno– es la primera película como realizador del guionista Dan Gilroy, al que tampoco hay que reconocerle en esta última faceta excesivos logros hasta este afortunado debú en la dirección, y no era baladí la parrafada inicial acerca del tipo de espectadores a los que ofrecen carnaza los medios de comunicación con el propósito de que, antes de evaluar la audaz y terrible crítica del filme a la televisión, comencemos nosotros mismos a entonar el mea culpa y, sólo tal vez, asumir nuestra parte de responsabilidad. En “Nightcrawler” todos y cada uno de los personajes tienen un precio, por mucha dignidad que aparenten sostener al principio en una escogida escala de valores, y se hacen eco de la precisa sentencia de Benjamin Franklin quien afirmaba acertadamente que «de aquel que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero».

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Nightcrawler by edgarascensao

Podríamos concluir para el desasosiego que una de las mejores causas a favor de este demencial alegato contra la sociedad complaciente es que desde el minuto uno hasta el pitido final el espectador se pasa hora y media absolutamente cabreado con lo que ve -aunque Gilroy apenas nos obsequie con cuatro gotas de sangre- y con el mal cuerpo de un lunes de resaca. Lo que nunca ha importado es la veracidad de la noticia, como puede contemplarse con solemne pasotismo en una fase de la película tras una investigación por allanamiento, sino la alarma social, que es la que genera audiencia: las imágenes de un chicano abatido a tiros por la policía después de asaltar una mansión de un barrio residencial son meridianamente más oportunas que las que confirmen que el chicano sólo pasaba por allí.

Huelga decir que no es la primera vez que a un director se le ocurre poner a caldo al mundo de la prensa, algunos de manera magistral: las tres versiones de la obra de teatro de Ben Hecht y Charles MacArthur, la más conocida de ellas probablemente la titulada “Primera plana” (1974, Billy Wilder); la interesante “El ojo público” (1992, Howard Franklin) con un nuevamente excelente Joe Pesci; y la innecesariamente truculenta “Asesinos natos” (1994, Oliver Stone) pueden servir de ejemplos, pero el estilo y enfoque de Gilroy, cuyo filme puede recordar en algunos aspectos como la ambientación a la acertadísima “Drive” (2011, Nicolas Winding Refn), supera con creces a las dos últimas. Tal vez porque decide no dejar títere con cabeza y lo consigue desde el pragmatismo más odioso y nauseabundo partiendo de un maquiavélico, delgaducho y estelar Jake Gyllenhaal quien, salvando gloriosas excepciones (léase, por poner un ejemplo de los nefandos, “El día de mañana”), parece poseer un ojo exquisito a la hora de elegir sus papeles sin importarle excesivamente el riesgo de apostar por giros menos comerciales en determinados géneros, como ya demostrara en “Donny Darko”, “Brokeback Mountain”, “Zodiac”, «Código fuente»… Y la cosa le sale a pedir de boca, pues aunque puede resultar inaudito hasta qué extremos puede llegar un individuo común para alcanzar la gloria, Gyllenhaal hace creíble lo imposible.

El pacto de René Russo con Satanás, a la que se le ve bastante mejor incluso que a Dorian Gray a pesar del paso de los años, daría para otra reseña.

Os dejo el tráiler y más abajo enlace de descarga, no vaya a perder las buenas costumbres adquiridas de manera reciente gracias al señor Montoro.

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Progenie

No todos los días se levanta uno con la mente adiestrada y bien dispuesta para indignarse. A veces complace al ánimo disfrutar con sencillez y gratitud exclusiva del momento presente sin más jeringonzas y no descubrir, como un esquizofrénico, injusticias y burradas estratosféricas en cada situación que se te pone delante o en cada conversación distendida, plácida y trivial. Y entonces, en medio de esa vacuidad supuestamente estéril se prende la mecha, sin querer, igual que un inconsciente pirómano que acaba casi por prenderse a sí mismo a lo bonzo de tanta inflamación ígnea.

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Progeny by 3mmI

Pocos eventos pueden resultar más dichosos para el género humano que un nacimiento. Miel sobre hojuelas si además los esfuerzos de la pareja para llegar a buen término han sido tan arduos como los doce trabajos de Hércules. Pero allí, en la blancuzca habitación del ala de maternidad logró al final aparecer la criatura, tumbadita en la cuna, perdida dentro de un pelele varias tallas superior gentileza del hospital y durmiendo colorada como un pérsimo a su día y cuarto de vida. Dicen que el niño es guapo, aunque a mí honestamente no existe un instante más obvio que éste para jurar sobre la Biblia, el Corán o mi guitarra electro-española, que provenimos del mono, pero directamente, sin teorías de evolución ni nada, a pelo. La parturienta está en el baño y traspasa la puerta a paso de tortuga raquítica. Besos a la pareja, enhorabuenas y congratulaciones variadas “Por fin, con lo que os ha costado”, más besos y emociones incontenibles, y las consabidas preguntas de rigor a las que responden con gratitud cual si fuera la primera vez que se las hace alguien. “¿Qué tal el parto?” “Bien, pero con algunas dificultades al ser ya más mayor” “¿Sí? Vaya” “Como tengo la columna muy desviada no me pinchaban la epidural” Lo típico, explicando incluso con primorosa pulcritud, por escabroso que pudiera resultar para un lego, los más nimios detalles de la cesárea. Es lo que tiene dedicarse al gremio y que encima tu cónyuge sea D.U.E..      No sé cómo saltó la liebre, pero la altura del brinco hubiera sido la envidia de un traceurs cuando escucho comentar:
– Y con la preocupación de que el nene no naciera antes de que nos casáramos para evitar el lío de papeleos.
¿Papeleos? Inculto de mí no tenía la más remota idea de a qué se estaban refiriendo. Cara de póquer de ases y deseando resolver la duda.
– Pero, ¿y si hubierais sido pareja de hecho?
Mi amiga pone cara de repóquer y resopla como un ciervo en época de berrea.
– No sirve; hubiéramos tenido que tramitar adopción, hacer pruebas… Vamos, un follón.
– Pero si hay gente que ha tenido nenes como pareja de hecho y sólo han tenido que ir los dos juntos a inscribirles en el registro-insisto en la idea, como si fuera tontito, porque me resulta imposible entender nada.
Entonces, en ese instante mágico, surge la palabra común y nada inverosímil que convierte todo el disfrute situacional en indignada realidad.
– Claro, porque seguro que era una pareja HETEROSEXUAL.

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«Soy leyenda» (1954)

I am Legend by DriPoint

I am Legend by DriPoint

Suele decirse con escaso margen de error aquella frase, que ya es casi una redundancia, de que “el libro es mejor”. Si hay un paradigma de novela destrozada a diestro y siniestro por los gaznápiros guionistas de la supuesta Meca del Cine esa es sin duda “Soy leyenda”. Dos versiones cinematográficas vi: la más reciente de Will Smith de igual título, y la de los años 70 protagonizada por Charlton Heston, “El último hombre vivo”. Esta última es para quemarla directamente en la hoguera -aunque cinematográficamente pudiera resultar algo más ducha- y se parece a la fuente de la que bebe como un huevo a una castaña. pero de la de Lawrence prefiero abstenerme de comentar nada so riesgo de cometer un soberano spoiler, pues su final se carga a ráfaga de ametralladora todo el sentido crítico y percutor de la sólida obra de Matheson.

Matheson, un experto en el género de la ciencia ficción con títulos tan impactantes como “El increíble hombre menguante” (aquí nada que objetar al espectacular filme de serie B de finales de la década de los 50), resulta un excelente narrador de historias de una ágil lectura, al que el desarrollo de la trama suele ser una mera excusa para hablar de realidades bastante más profusas.

Richard Matheson by Patrickgrau2

Richard Matheson by Patrickgrau2

En el caso que nos ocupa, el escritor criado en Brooklyn, inventa un género sin tan siquiera pretenderlo. Las cosas no nacen como tópicos, sino que se convierten en… y con esta novela de 1954 y publicada en 1958, fecha bastante anterior al estreno de “La noche de los muertes vivientes” de George A. Romero, supuesto padre del zombie moderno, Matheson crea de manera rotunda todos aquellos aspectos que se harían clásicos en este subgénero de terror, aunque ni se le pase por la cabeza llamar zombies a sus vampiros, cuando claramente lo son. Pero desde sus primeras páginas, y de manera radical según avanza la angustiosa existencia de Neville, lo del vampirismo es un pretexto para hacer una reflexión terrible sobre la soledad, la condición humana y, sobre todo, del concepto de normalidad (la normalidad es un concepto mayoritario, comenta Neville en el capítulo final), tanto que la tercera parte de la obra es profundamente distópica.

“Un horror acumulado termina por ser una costumbre”, comenta Neville un momento crucial y tan rodeado de caos. Cada sociedad tiene su propio horror, su propia normalidad, que acaba siendo una costumbre: la pena de muerte, la corrupción, el paro… y el que osa cuestionarlo acabará tan aislado como Neville.

«Durante unos días Neville salió al porche cuando el perro terminaba de comer.
Se le escapaba siempre, pero a medida que pasaban los días, se detenía, más
confiado, en medio de la calle para mirar hacia atrás. Neville no lo perseguía
nunca. Sentado en el porche, lo miraba y esperaba. Aquello parecía un juego.
Un día, Neville se sentó en el porche antes de que el perro llegase. Y cuando
apareció en la acera de enfrente, siguió sentado.
Durante casi un cuarto de hora el perro se paseó por la acera, arriba y abajo, sin acercarse a la comida. Neville se alejó del plato, y el perro pareció
animarse. Pero, de pronto, cuando Neville cruzó las piernas inconscientemente,
retrocedió con rapidez. Luego caminó de un lado a otro, por la calle, sin saber
qué hacer: miraba a Neville, la comida, y otra vez a Neville.
– Vamos, criatura dijo Neville, acércate al plato. Demuestra que eres un perro
bueno.
Pasaron diez minutos más. El perro estaba ahora en la misma acera de la casa, moviéndose en círculos cada vez más pequeños.
– Así se hace -dijo Neville suavemente.
Esta vez el perro no parecía asustado ni se aparto al oír la voz. Neville esperó, sin moverse.
El animal se acercó todavía más, con el cuerpo tenso y vigilándole.
– Está bien -le dijo Neville.
De pronto el perro corrió, arrebató la comida y salió a toda prisa. Las
carcajadas de Neville lo siguieron a través de la calle.
Mal bicho comentó cariñosamente.
Contempló al perro mientras comía. Se había tendido en el césped amarillo que había enfrente de la casa, con los ojos clavados en Neville. Disfruta, pensó
Neville. De hoy en adelante tendrás comida de perro. Se acabó la carne fresca.
Cuando el perro terminó de comer, sin incorporó y cruzó la calle con menos
miedo. Neville sintió que el corazón le latía con fuerza. El perro empezaba a
confiar en él, y eso, de algún modo, le emocionaba.
Adelante -se oyó decir a sí mismo en voz alta. Toma el agua ahora.
En su rostro apareció una repentina sonrisa de deleite. El perro alzaba la
oreja sana. ¡Está escuchando!, pensó Neville excitado. ¡Entiende lo que digo,
el granuja!
Adelante, criatura -siguió diciendo. Toma el agua y la leche. No te haré daño.
El perro se acercó al agua y bebió ávidamente, alzando de cuando en cuando la cabeza para vigilar.
– No hago nada -le dijo Neville.
Qué rara le sonaba su propia voz.
Un año era mucho tiempo para vivir solo y silencioso».