Honradez

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Poverty by DoggyStajl

Se queda un poco detrás, de pie, con los dedos pulgares colgados de las asas de su mochila descolorida y mustia; con su pelo oscuro, largo y lacio vertido sobre sus hombros enclenques y su rostro similar al de un adolescente que se niega a crecer ajado por un acné excesivo que le otorga la apariencia de cráteres selenitas.

– Tiene retraso, igual que la madre, que tiene también un trastorno mental -comenta su tía exenta de delicadeza como si la chica fuera sorda y no le afectara su discurso cáustico-. Viven solas, un desastre; todos los días tengo que venir del Higuerón para darles algo de comer. Pero mi marido se ha quedado en paro y a ver qué hacemos. Tenéis que buscarle una solución.
Mientras observamos la cara de la chica del fondo, cuyo gesto avispado conduce a deducir que no cuenta con tanta inoperancia como transmite la mujer de pelo revuelto y gestos desencajados que se rebulle en la silla, pienso en ese habitual matiz de obligatoriedad que suele venir implícito en la mente de las personas mutiladas por la impotencia.
– ¿Me puede decir el DNI de su hermana Inmaculada, Carmen?
Rebusca en una carpeta de cartón que sujeta entre las manos áridas, saca una fotocopia de un oscuro casi ininteligible y suelta la retahíla de números como un géiser.
– ¿Y el teléfono? Es para ir completando los datos de la ficha.
Piensa, razona moderadamente mostrando en el discursivo divagar su completa ignorancia y se escucha una voz meliflua tras ella, de un metodismo exquisito, proveniente de los labios finos de la chica con retraso, lanzar nueve dígitos con aún mayor celeridad que la ofrecida por la tía que leía el número de carné.
– Se… se los sabe de memoria, fíjate -afirma con evidente afán de justificación.
– Gracias, Inma -que también se llamaba la sobrina-. ¿Habéis ido a las trabajadoras sociales de zona?

Es la penúltima familia que atendemos ese jueves en la oficina y cuando cerramos las cancelas con una fatiga anímica e insalvable , las compañeras de Cáritas a las que asignamos -digamos- a Inma, a su madre y a su tita, se encuentran ese mismo día a la salida. Ya las habían visitado en alguna ocasión y están charlando con ellas mostrando al respetable obvios signos de angustia y desazón ante las palabras de sarnosa digestión que comparte Carmen y de las que me harían inmediatamente indeseado conocedor: su sobrina había sido objeto de abusos desde su más tierna infancia a manos (por ser menos basto) de su hermano que la tenía de querida y fue internada en un centro de protección y discapacidad hasta cumplir sus recién estrenados dieciocho cuando fue devuelta como un paquete postal de inmerecido destino a su des-hogar materno para aceptar sin opción a réplica las ingratas condiciones que le ha tocado vivir. Parece ser que su casa es un caos de falta de higiene y de organización, y tal es así, que las dos compañeras del equipo, ni cortas ni perezosas, le entregan a Inma, hija, en un encuentro excesivamente ágil seis euros para un bocadillo al que hincarle el diente.

A los pocos días quedaron en volver a su casa. Inma las recibió con una amabilidad sólo propia de las personas que nada tienen que ocultar; tenía un tupper que la habían prestado las compañeras metido en una bolsa y lo sostenía con la punta de los dedos. En su interior podían apreciarse sonidos metálicos. Cuando se lo entregó y lo abrieron se encontraron dos moneditas titilantes de idéntico valor: dos euros. La vuelta del bocadillo.

Cuando le pido a un político, a cualquier mandamás, al más obtuso de los dirigentes que sea honrado, que tenga dignidad es a esto a lo que me refiero, al valor de hacer lo correcto. Y cuando me arrogo el derecho insensato de llamar retrasado al mismo político, mandamás de turno u obtuso dirigente en el caso más que probable de no considerar mi propuesta acerca de la dignidad y del deber no es a él a quien ofendo sino a Inma, y le pido perdón, porque una única célula de su dignidad ahoga por completo la actitud entera, que no íntegra, de quien teniendo todas las posibilidades y falta de carencias para ser justo se pasa la honradez por el forro de los huevos.

Licencia Creative Commons Honradez por Rafa Poverello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

«El árbol de la vida» (2011)

Terrence Malick 2011, by watercoloralcaffe

Terrence Malick 2011, by watercoloralcaffe

Disfruté como un niño chico; como cuando tras años de infancia vuelves a montar en la noria y descubres de repente ese hormigueo en el estómago que ya habías olvidado y ni recordabas que existía.

Cuando ya había casi perdido definitivamente la esperanza en el actual (y no tanto) cine made in USA, aparece Malick, una vez más -como ya hiciera desde su inicial y rompedora «Malas tierras» o su original visión sobre la destrucción vital que ocasiona la guerra en «La delgada línea roja»-, salvando los muebles, porque «El árbol de la Vida», visualmente es perfecta, poderosa, un contrapunto al arte perdido y por fin de nuevo hallado, ese arte en el que «casi» nada es superfluo aunque parezca tan claro que divague.

Según el relato del Génesis, el árbol de la vida simboliza la vida eterna y, de algún modo, es el alterego del árbol de la ciencia del bien y del mal del que decidieron comer Adán y Eva siendo por ello expulsados del paraíso. Malick habla en el film a manos llenas del pecado, del mal, de la fe… de lo divino (espíritu) como extraña contrapartida a la natura (¿carne?), algo que no del todo comparto y que tal vez tampoco lo haga a pie juntillas el propio director con esa escena casi final tan aparentemente simple como la de los girasoles, parte evidente de la naturaleza, de tan habitual y generosa presencia en la obra de Malick pero que, de alguna manera, dirigen su rostro casi involuntariamente a un sol que está siempre por encima de ellos mismos. El agua, claro signo de purificación y conversión, es una constante presencia escena sí escena no, porque, en gran medida, de la purificación trata «El Árbol de la Vida», de lo que hacemos y no desearíamos hacer, de una creación que nos supera por lo poco que somos, pero que nos otorga la oportunidad de ser y dar vida.

No soy de los que piensa que Malick sea un director pagado de sí mismo, aunque reconozco que en algunos momentos de la película se le va la pinza, aunque no tanta como en su posterior «To the Wonder», y la hace víctima de sus propios excesos, como en su momento lo hicieron Bergman o Tarkovsky -de manera más fina, eso sí-, o mucho más recientemente Reygadas con su «Luz Silenciosa» o Haneke en «La Cinta Blanca» -cintas con las que mucho comparte ésta que nos ocupa-, pero hasta la saciedad repetiré, hasta que me duela la boca, que disfrutar de nuevo con el hormigueo del estómago merece la pena una subida en la noria por mucho que maree.

Eso sí, el consuelo que no se ha de buscar en Reygadas o Haneke y aún menos en los geniales Bergman y Tarkovsky, pues no es lo que pretenden, ha de hallarse aquí -digamos que, afortunadamente-, en la maravillosa figura de Jessica Chastain, que otorga cordura con su ausencia programada, con sus cuatro frases buen dichas… Con su fe, su purificación, su credo.

https://www.youtube.com/watch?v=gFEuLx9OIvY

«Intocable» (2011)

Nakache, Omar y Toledano en los Premios Lumières 2012

Nakache, Omar y Toledano en los Premios Lumières 2012

Que no confunda esta entrada. Más si cabe si osamos compararla con la absoluta maestría y genialidad de otras.

Porque esta entrada y estos comentarios no responden a la novedad o a lo nunca visto. No son eco de un montaje o una fotografía increíbles y ajustadas al mejor desarrollo posible. Mi decisión unilateral -y más discutible a mi propio juicio que muchas otras- no se basa en la planificación, el encuadre… no se enmarca en maravillosas pijadas técnicas ni en lo que debiera responder a una absoluta obra de arte.

En realidad que nadie se engañe, no voy a hablar de los directores, que comenzaron a trabajar juntos y revueltos en los años 90, ni del genial Cluzet que borda y logra hacer empático un papel a veces muy desagradable, ni de su acertada banda sonora, que en ambos extremos de la melomanía describe la actitud ante la vida de los antagónicos Philippe y Driss… Podría decirse que con escasa lógica he escrito varios renglones para que la longitud de mi reseña -que no merece ser ni llamada crítica- no sea ridícula en su máximo expresión, pues lo único que me urge decir es que «Intocable» transmite vida, tiene alma… corazón puro más allá del sufrimiento. Quedaos sólo con este párrafo, porque es lo único que distingue a este filme del resto de calcas.  Y con todo lo añadido, con lo que pueda resultar excesivo y chirríe respecto a la historia en la que se basa y que novelara el propio Philippe Pozzo de Borgo con el sentido título de «Le second souffle» toca fuerte, invade… y te dejas. Lo que le sobra es superfluo, y me importa un comino.

Viva la vida, porque es lo único real.

https://www.youtube.com/watch?v=HoM8YLjSJcs

Microscopios sumarios

microscope by jellyfish3

microscope by jellyfish3

Decía una hermana Franciscana con ajustado conocimiento de la verdad que cuando señalamos a alguien con el dedo debiéramos ser conscientes de que tres nos están señalando a nosotros. El juicio sumario es tan común entre los básicos mortales como el error al que él nos lleva con excesiva habitualidad y asumir la nimia percepción personal de la verdad global tal vez sea el paso inicial y primigenio para conseguir ajustar con menos rigor la horca alrededor de la glotis de aquellos que no son uno mismo: es decir el resto de la humanidad.

“Sólo sé que no sé nada”, marcaba el presupuesto socrático que bien pudiera referirse con mucho más acierto a cualquier humanismo más que a la filosofía y al conocimiento abstractos. Basta sentarse a escuchar con paciencia, celo y ausencia de rumores interiores la historia personal de el ser más abyecto que nos rodea para tragarse la lengua ipso facto antes de opinar inopinadamente sobre algo que se refiera de manera exclusiva a lo ajeno.

“Los hijos de Luis no quieren saber nada de él y no vienen ni a visitarlo”, “si es que María está pidiendo en la oficina y luego se la ve por la mañana desayunando en el bar”, “la hemos ido a visitar porque les cortaban la luz y tienen en mitad del salón una pantalla de plasma de no sé cuántas pulgadas”… Pero la puritita verdad, como decía aquel sabio proverbio indio, es que nadie ha andado ni una luna dentro de los mocasines de los hijos de Luis. O aún más, ni con los de Luis, no vayamos a caer en la demagogia estéril de absolver con gozo febril a los hijos de un padre alcohólico y manipulador que les hizo la vida imposible y cáustica, y quemar a cambio en la hoguera con idéntica ligereza a Luis, hijo inocente a su vez de un padre también alcohólico, con los añadidos de maltratador y violento. Y así, hacia atrás, indefinidamente, con la compasión que otorga la sabiduría de saberse uno una piltrafilla humana, necesitada de idéntica ternura y misericordia si se siente observado desde la desproporcionada injusticia de un microscopio, interpretado además desde la ignorancia atávica de unos ojos y un corazón inexpertos. A esa distancia nadie tiene escapatoria.

En 1946, sólo un año después de sobrevivir a la decadencia y la degeneración humana más visceral tras ser liberado del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, metódicamente rodeado durante tres años de infamia y exceso de bilis escribía Primo Levi en su novela “Si esto es un hombre” cuando hacía referencia a uno de tantos seres rotos y de equitativo desgarro vital: “me contó su historia, que he olvidado hoy, pero era una historia dolorosa, cruel y conmovedora”. Que se me atrofie el alma y el seso si soy capaz de olvidar a una sola de las experiencias vívidas cuando se me otorga la grandeza de la comprensión a través de la escucha. Y que sea capaz de abrazar la visión gozosa de Atticus, su templanza y su empática concepción del dolor al que es sometido por quienes en cadenciosas ocasiones no saben lo que hacen: “la mayoría de personas lo son (buenas), Scout, cuando por fin las ves”*.

* «Matar a un ruiseñor», Harper Lee, 1960

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