Había un chiste por ahí –no sabe definir uno si horrible en su machismo o más bien crítico con las primeras iniciativas públicas a favor de la igualdad dentro de una sociedad patriarcal– que decía: «le he dado más libertad a mi mujer, le he ampliado la cocina». Sí, vaya, te tronchas. El gran Forges, imbuido tal vez por su espíritu de denuncia, se acogió, obviamente, a la segunda opción con una de sus viñetas descomunales:
Está chachi que los colectivos de derechos esquilmados se organicen y luchen por la igualdad y la justicia social. Coño, pero que tampoco se pasen. Cuando empiezan a pasarse, el Estado bienhechor, quien tiene la obligación de mirar por el bien del conjunto de la ciudadanía, tiene que tirarle un poco de las orejas y, de ser ello posible, comenzar con determinadas diatribas y disquisiciones formales cuasi ontológicas, más allá de que sean rancias o se parezcan mucho en su argumentario a aquellas otras que, en su día, pudieron censurarse al estar repletas de odio, ultraderecha y fascismo.
Toca hablar del borrador de Ley Trans, claro, y de feminismos, pero de pasada, que no tiene la culpa todo el rebaño de lo que hacen algunas de sus ovejas.
El primer punto, fundamental y trascendental a la hora de centrar un poco el asunto rompiendo con la atávica tradición del chivo expiatorio que contente a casi todo el mundo, es reflexionar sobre quién apoya la tramitación y aprobación de dicho borrador. «Los grupos Queer», pensaste. Va a ser que no, por mucho que lo estén compartiendo por las redes sociales y se les acuse como lobby de todos los males del mundo relacionados con la identidad de género. ¿Y por qué no se atienen a la verdad ninguna de ambas aseveraciones? ¿Que son los únicos grupos a favor y que actúan como lobby?.
Punto uno, porque no hay un solo colectivo LGTBIQ+ que esté en contra de dicho borrador, y resulta que, de todas las letrillas que figuran en las siglas, solo la Q es de Queer; es decir, no solo las personas trans que apoyan la teoría Queer protestan contra la paralización de la ley, sino todas las personas trans en general, así como las lesbianas, los gays y aquellas otras que no se identifican con el binarismo sexual, como quienes se consideran intersexuales.
Punto dos, porque es ridículo considerar lobby a los grupos, todavía minoritarios, que luchan, defienden y visibilizan la teoría Queer. Es tan abstruso y falto a la verdad como haber considerado a las mujeres feministas, en los inicios del movimiento global, grupo de presión en una sociedad patriarcal. Mal que nos pese, a mí el primero, el único lobby que podría existir ahora en lo relativo a la Ley Trans, son precisamente determinados colectivos feministas de izquierdas que ocupan y disponen de lugares de poder y privilegio para frenar iniciativas. Sigue leyendo