
Ensayando y probando sonido para el concierto de mañana y, de paso, un vídeo a la saca.

Ensayando y probando sonido para el concierto de mañana y, de paso, un vídeo a la saca.
Todos los seres humanos tenemos nuestros demonios; asustarán mucho o poco, nos crearán una mayor o menor sensación de merecimiento de castigo o serán más o menos fácil ocultarlos bajo el paraguas de otras conductas angelicales. Pero ahí están, los jodidos demonios, y cuando nos los tocan, arde Troya.
Cuando además militas en algún colectivo feminista, alternativo y anticapitalista ya se debe dar por hecho que eres la caña, y que tus deslices son debidos a las normales incongruencias bajo las que se ve sometida la humana condición, pero que las doctrinas las tienes tan interiorizadas que no merece la pena perder el tiempo en proclamarlas y tocar las pelotas (o los ovarios) con la obviedad de nuestros principios profundos y nuestra ideología radical. Los problemas, digamos, son siempre otros.
Por eso, no merece la pena debatir demasiado sobre los motivos que nos conducen a atribuirnos la sacrosanta etiqueta de antipatriarcales, antimilitaristas y anticapitalistas. Hemos creado espacios en red, ofertado modelos de consumo social y solidario, proporcionado opciones hacia la contratación de servicios éticos. No hay demonios que valgan. A menos que salte una liebre muy gorda, tamaño similar a las que existirían en el país de Brobdingnag, somos seres cuasibeatíficos. A veces descubrimos un producto que no cumple los requisitos de la economía social, o de comercio justo, o de kilómetro cero, o aquel libro infantil fabricado en china, o resulta que determinado colectivo o persona con quien colaboramos puede que haya ejercido violencia machista… Cortamos por lo sano una vez investigado el asunto y punto. Es fundamental la soberanía alimentaria, el feminismo… No nos tiembla el pulso. Sigue leyendo
Cuando era un mico, como nos ha pasado a muchos, más de una persona de buen corazón y compasivos sentimientos me soltó aquella perla envenenada de «pórtate como hombre, no llores» o su símil, quizá peor por generalizado, de «los niños no lloran». Daba igual que fuera por haberte roto una pierna, porque te hubieran escupido en un ojo o por el fallecimiento imprevisto de tu madre: simplemente tenías que ser fuerte y tragarte las lágrimas aunque te ahogaras por dentro.
Así, va creciendo el macho alfa que supuestamente lleva uno dentro, ese al que todo el mundo se va a comer por sopas si muestra sensiblería (que no sensibilidad) o del que se van a descojonar si se comporta como un mariquita (no como un ser humano). Incluso se llega al extremo de la falta de profesionalidad si se te empañan los ojos en determinados espacios, llámense terapias, despachos o acompañamientos:
Y yo allí, plantado delante, haciendo un máster de mal profesional y de peor macho alfa con los ojos como chupes. Es que soy un mierda, siempre lo he sabido, y parece ser que lo malo es que lo sepan las demás personas, porque se van a aprovechar de saberte débil. Sigue leyendo
Hay filmes necesarios de ver; más allá de sus bondades, su originalidad o su ruptura con los convencionalismos. El ensayo documental «Make More Noise! Suffragettes In Silent Film» es uno de ellos, sin ninguna duda. Un resumen, o casi mejor iniciación, a través del séptimo arte de los primeros documentos de empoderamiento femenino así como la lucha por el sufragio. Tan divertido por momentos como esclarecedor en otros.
Si por motivos de salud, responsabilidad o incertidumbre, decides quedarte en casa y no acudir a las manifestaciones o concentraciones por el 8M, esta película, realizada y montada, nada casualmente, por dos mujeres: Margaret Deriaz y Bryony Dixon, es una buena elección para ver en el sofá de casa. Poco más de una hora.