¿Profesión? Soltera y sin hijos

Web-Entrevista     Lo dije una vez, no hace tanto, que aunque tenga su aquél, lo pasa uno regular como responsable de Recursos Humanos con sólo disponer en la masa encefálica de mitad de cuarto de conciencia. Cualquier detalle nimio puede hacer desencadenar sapos y culebras desde las tripas.

    Cuenta y contraseña del correo destinado a la recepción de currículos:

    «Hola os envio mi curriculum por que me gustaría formar parte de la empresa como trabajadora. Un saludo».

    Nada que destacar, más allá de alguna falta de ortografía y la putada de tener que mandar correos a diestro y siniestro, tipo Daniel Blake, para que al final la administración se sienta dichosa con la mierda de políticas sociales que lleva a cabo por el colectivo de parados y paradas de este país.

    Abro el archivo adjunto en PDF. Lo de mi uso del femenino a continuación no es aleatorio, sino ajuste a la realidad.

    Foto: que algo de coraje te da de entrada, porque parece que si eres gorda y fea ya tienes menos tirón y sólo te van a contratar como portera de fútbol sala. Igualico que lo de poner en otros datos de interés la indicación de buena presencia. Datos de interés, si luego eres más mala que la quina no le interesa ni a Buda; lo importante es que seas mona y tengas sonrisa de dentífrico.

    Datos personales: nombre y apellidos, dirección, teléfono, e-mail… Lo básico.

   Pero en la penúltima línea, justo antes de la fecha de nacimiento (seguramente estructurado más que a propósito, pues la chica tiene más de 40 años), la información que hace que una persona normal se plantee qué sociedad patriarcal, machista, insolidaria y capitalista del carajo hemos construido desde tiempos inmemoriales:

    ESTADO CIVIL: soltera                                               HIJOS: ninguno Sigue leyendo

La Cabalgata de los huevos

Capitalgata 2 (BN)

Capitalgata, por Rafa Poverello

    Cuando era un mico me quedaba embobado viendo las carrozas de la Cabalgata de Reyes de mi pueblo. La mayor parte de ellas inmensos trastos medio góticos arrastrados por tractores de ruedas gigantescas cuyo ruido mecánico aturdía los oídos de las familias que se agolpaban a derecha e izquierda, colmadas de ilusión, tratando de adueñarse de los escasos caramelos que lanzaban a la multitud como lluvia de colores figurantes disfrazados de dibujos infantiles, ángeles, pajes y sagradas familias.

    Las carrozas que discurrían por las calles del pueblo a paso de tortuga estaban montadas con mucho esfuerzo y subvención municipal por colegios, parroquias y alguna que otra asociación de vecinos. Se sentía uno parte de todo aquello porque siempre existía algún miembro de tu familia, de cualquier generación o grado de consanguinidad, que había participado en su construcción, aunque sólo fuera pintando de marrón el lomo de un camello de corcho de metro y medio de alto. No me alcanza la mente a recordar si salían o no Drag-Queen animando el cotarro –que entonces no se llamaban así, claro–, niñas vestidas de Reinas Magas o si los trajes de sus majestades eran un exquisito ejemplo de normalidad. Ante estos dos últimos puntos mis dudas son realmente soberbias, habida cuenta de que el mago por excelencia de entonces y que nenes y nenas teníamos en la cabeza era el Merlín de Disney, tocado con un gorro de cono y embutido en un cáustico uniforme azul al que, encima, le endosábamos estrelllitas doradas, y que más de un Belén estaba formado por dos niñas: una que hacía de Virgen y otra de San José. Y a nadie le importaba un carajo, la verdad.

    Como lo de que la política emponzoña todo lo que toca viene de lejos, el asunto empezó a torcerse un poco cuando al Consistorio no se le ocurrió otra cosa que conceder un tercer premio a unos colegas –amigos de los de siempre– quienes, haciendo un uso peculiar del dinero de la subvención, montaron una carroza con una de las actividades tradicionales: una matanza. A saber, cuatro palos mal puestos sobre un entarimado y los mendas hinchándose los carrillos a base de morcillas, chorizos y vino de pitarra. Todo de la zona, eso sí. Sigue leyendo

Mis exigencias 2018

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Force of the people, by Pavel Constantin

     No, no soy terrorista ni he secuestrado a nadie para pedir un rescate, pero es que estoy ya un poco harto de buenos deseos y de peticiones. Los primeros porque son como las palabras que se lleva el viento, poco dignos de esfuerzo y de confianza, y las segundas porque parece que siempre tienen que venir después de un perdone usted que lo moleste.

     Tampoco voy a exigirme nada a mí, por más que pueda sonar feo eso de poner condiciones a los demás y no meterse uno en el saco; lo que sucede es que en este saco ya está uno metido de entrada y lo que hace falta es que nos metamos todos y todas, de manera especial quienes lo cerraron a cal y canto con una cantidad de peña ingente dentro que está a punto de asfixiarse como no abramos pronto, aunque sea haciendo una milimétrica entrada de aire con un alfiler de punta roma.

      Además, dichas exigencias son meridiana y notoriamente más fáciles de cumplir que aquellas típicas proposiciones no de ley de inicio de año resumidas en ir tres días por semana al gimnasio, empezar con la dieta, dejar de fumar o completar esa colección de la que siempre acabas comprando a la postre sólo el primer fascículo. Y bueno, son tareas más fáciles porque no dependen sólo de la buena voluntad y mejor fe, de la que solemos andar escasos los homo consumens, sino porque siendo tan dados a pensar en el dinero como el único dios verdadero que cantaba Sabina, hay pasta de sobra para cumplirlas. Sigue leyendo

Elogio de la debilidad*

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«Blame the system not the victim», by Peter

     Justo a mediados de los 60, el sociólogo William Ryan vio publicada su obra «Blaming the Victim» (Culpar a la víctima, en su traducción al castellano). La teoría expuesta es de lo más sencilla y se basa en la actitud de considerar responsables casi exclusivas de su propia situación a las víctimas de abusos y de violencias descargando de tales actos a terceras partes implicadas. No fue en 1965 la primera vez que la sociología, la antropología o la sicología hacían referencia a este concepto, pero podríamos decir que se llegó a la concreción del término. Normal el éxito que tuvo el libro de marras y que la cuña llegue hasta nuestros días, porque si equivocarse es humano, lo es más echarle la culpa a otro.

     Aunque una de las situaciones en las que se aprecia con meridiana claridad la culpabilización de la víctima se da en los casos de violación -como está sucediendo desvergonzada y cruelmente en toda la parafernalia mediática que rodea al juicio a la manada– no es difícil descubrir determinados patrones que son comunes y generalizados dentro de una sociedad enferma hasta el éxtasis.

  • Las mujeres son culpables porque visten como putas

  • Los pobres viven como viven porque son unos vagos que están acostumbrados a pedir

  • Los niños suspenden porque no se esfuerzan

  • A los inmigrantes se les machaca en la frontera porque vienen a quitarnos el trabajo

  • Los abuelos de las preferentes es que tenían que haber leído bien la letra chica

  • La peña que quería votar el primero de octubre y recibió una tunda de palos es que estaba participando en un referéndum ilegal

  • El nene o la nena que sufre bullying es que es un manteca

  • Y el galgo acaba colgado de un árbol porque ya no sirve para cazar.

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