«Gabriela, clavo y canela» (1958)

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Jorge Amado by JMDO

    Decir que en la década de los 50 el machismo campaba a sus anchas por todo el mundo resulta, obviamente, una perogrullada. Que podía considerarse que en Sudamérica aún gozara de más contundencia también sería como para ganar un Pulitzer. Ahora, hablar mínimamente de feminismo y de liberación de la mujer e incluso plasmar esas ideas de manera metódica en una novela, y más por parte de uno de los más ínclitos literatos de tu país, sí puede ser decir palabras mayores.

    Lo curioso del caso es que, encima, dicha novelita de marras sea un éxito en el país de publicación y de origen del autor, Brasil, y que hasta se corra la voz de que Jorge Amado ha cambiado de registro y se ha vuelto romántico. Lo mismo es que no hay peor sordo que el que no quiere oír.

    Jorge Amado no lo pasó bien. Su afiliación desde joven al Partido Comunista tuvo que pagarla y se exilió a Europa hasta mejor ver. Sus novelas eran un absoluto y machacón golpe en la nuca a la explotación, a la dejadez de los gobiernos. Siempre protagonizadas por personajes de baja escala económica.

    Quizá supuso un alivio para los de arriba que se publicara “Gabriela, clavo y canela”, porque debido a la común estulticia de quienes se dedican a disfrutar de las cosas y nunca pensarlas (advierto que pueden hacerse las dos cosas a la vez) llamó la atención el extraordinario fresco que nos presentaba de un pueblecito brasileño, de los que todos conocen, con sus coroneles/terratenientes que explotan al pueblo, con sus violencias, con sus historias comunes… en donde se cuela una bella historia de amor que no se sabe si es o no correspondido. Corin Tellado, vamos. Sigue leyendo

Pasar hambre

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Pastor maasai, por skeeze

    De estas situaciones cotidianas en las que sale escaldada tu conciencia casi sin saber a cuento de qué.

     Una comida era. Fiesta. Goce. Diversión. Un encuentro de amigos, vaya, como a diario se disfrutan en cada lugar del mundo. Uno que llevaba sin echarse nada al coleto desde primera hora de la mañana y al ver aparecer las viandas suelta el consabido:

     – ¡Qué hambre tengo!

    El padre Duarte, que acababa de aterrizar en España tras pasar casi veinte años en Tanzania en mitad del desierto con los masái, que lo escucha y con una naturalidad horrible responde tipo pensamiento global:

      – Tú lo que tienes son ganas de comer.

     Duarte estaba esquelético, los pómulos marcados y aún conservaba en sus antebrazos los brazaletes masáis como aceptado miembro de la tribu tras varios años en los que lo acogieron, pero no le dirigían la palabra. Tardaron en romperse lo poco que tardó en ir engordando en esta poco rácana sociedad del bienestar.

     Gracias a Dios no fui yo el sujeto en primera persona de la anécdota, pero allí al ladito estaba y cada vez que creo tener hambre recuerdo que, en realidad, lo que siento son ganas de pizcar algo. Los masáis, cuya dieta consiste básica y frugalmente en sacar mayor o menor provecho al ganado que pastorean (sobre todo sangre y leche y de vez en cuando grasa y carne), sí que tienen que pasar hambre. Pero no se quejan, quizá, porque ni lo saben. Duarte era más consciente por su cultura occidental y reconoce que los primeros años, algo así como una vez cada dos meses, se veía en la coyuntura de acercarse al poblado más cercano para no sufrir un desmayo y ser pasto de las fieras salvajes.

     Y es que según donde estamos situados así comprendemos. La libertad es una maravilla, y el poder de decisión, y la capacidad de rebelión ante la injusticia. La idea revolucionaria y de izquierdas acerca de dejar que sean los colectivos quienes decidan sus propias vidas sin intervención externa: ya se hable de toxicomanías, de la prostitución, de la comunidad gitana, del sexo de los ángeles. Es decir, que sólo los toxicómanos, las prostitutas, los gitanos y los ángeles pueden opinar y reunirse para ver y conciliar qué es lo que consideran mejor para ellos mismos. Sigue leyendo

Burkini y fotodepilación

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Pesista See Lee (Juegos Olímpicos de Londres, 2012)

     La semana pasada estuve en Isla Mágica. De 11 de la mañana a 10 de la noche. Tuve tiempo de protestar a la entrada, reventarme, marearme, montarme en una atracción de esas que nunca antes lo habías hecho por ser un gallina, de disfrutar por primera vez de una piscina de olas y… de ver a un par de musulmanas ataviadas con Burkini en dos sectores distintos de la zona acuática. Con sus hijos se encontraban ambas, y lo primero que pensé al verlas es que si se les prohibe el uso del burkini, se les está prohibiendo también en subsidiariedad que puedan ir con sus hijos a la piscina o a la playa. Después, casi inmediatamente, pensé que debía de ser un talibán por preocuparme de esas banalidades en lugar de rasgarme las vestiduras por tamaña muestra de machismo social y que no debería permitirse tal aberración. Se me pasó pronto este sentimiento último. Me bastó con echar un ojo en torno y ver a diestro y siniestro mujeres de toda clase social, edad y peso depiladas pulcramente desde el entrecejo hasta las falanges del dedo gordo.

     He leído mucho estos días del tema este del patriarcado, del machismo social, de la islamofobia… pero, en lo referente a los dos primeros puntos, prácticamente a ninguna mujer ni a ningún hombre les he oído mencionar ni de pasada el tema del vello, la estética y la silkepil (o como diablos se llame). Tal desmemoria o despiste me lleva a pensar en la asunción y normalización de los micromachismos (o macro) cotidianos haciendo que determinados árboles nos impidan ver el bosque. Sigue leyendo

Feministas de a pie

Cartel Teatro    Si hubiéramos de detenernos de forma obligada en el aspecto meramente dramático podríamos afirmar sin asomo de dudas y sin necesidad de recurrir a las ampulosas palabras de un crítico teatral que la obra hacía aguas. Como el Titanic tras empotrarse contra un iceberg. Se reía el público, eso sí, pero no es lo suyo reírse mientras se interpreta “La casa de Bernarda Alba”. Pero la cuestión -bastante común en todas las facetas trascendentes de la vida-  es que la importancia del drama va más allá de aquello que se puede contemplar representado y suele estar oculto, holgadamente, bajo la superficie, igual que el 90% de un iceberg.

    Haciendo honor a ese 90% sumergido, lo que contemplamos sobre el escenario del Centro de Promoción de la Mujer “Nueva aventura” fue un milagro de dimensiones místicas. Si fue verdad aquello de que Jesucristo anduvo por encima del mar de Galilea, dicho acontecimiento se convierte en minucia al lado de lo que lograron realizar las doce mujeres que se metieron en la piel y en la carne de cada uno de los personaje de la obra del inmortal Federico garcía Lorca.

    Varias de las mozas -porque lo son, pues sus características conservan a pesar de contar algunas con más de setenta años- apenas saben leer y escribir, no habían salido de su casa en algunos añitos más allá de hacer la compra, tan sometidas sin saberlo a una patriarcal depresión posviudedad o a la espera del marido para colocarle con aprehendida cadencia las zapatillas enguatadas de andar por casa… Por más que lo merecieran, jamás ninguna de ellas había recibido un aplauso. Aquella noche, no sólo fueron objeto de una aguerrida ovación, sino que muchos de los presentes no dudamos un ápice en ponernos de pie casi a punto de entonar una loa a la voluntad y al dignísimo ejercicio de la libertad. Sigue leyendo