«Siempre hemos vivido en el castillo» (1956)

serveimage     Alguna que otra vez, mi cerebro inclemente se ha preguntado por qué buena parte de las mujeres norteamericanas que se han dedicado a escribir a mediados del siglo XX lo hacían desde el noble y difícil arte del cuento o del relato. Es casi norma que todas ellas –Carson McCullers, Eudora Welty, Alice Munro, Katherine Anne Porter, Flannery O’connor…– tan sólo publicaran alguna novela. Y no es que se les diera mal; la única novela de Anne Porter, «El barco de los locos» (1962), fue la más vendida ese año en Estados Unidos y Welty, quien podría ser la excepción que confirma la regla al haber visto publicadas varias de sus obras, ganaría el Pulitzer con «La hija del optimista» en 1973, aunque ambas siguieran cultivando el relato el resto de su vida.

     Shirley Jackson está en un punto medio, seis novelas y más de cien cuentos, pero si hacemos caso a su biografía y a las anécdotas que de ella contaba su familia no es difícil encontrar paralelismos con lo que de sí misma decía Alice Munro y que nos ayudan a dar respuesta a la cuestión con la que daba inicio a estas letras. La cuentista canadiense afirmaba que se había dedicado al relato porque, literalmente, sus labores como madre y ama de casa no le daban rato para más y su amor por la literatura le hacían aprovechar los escasos minutos que le dejaba la siesta de sus retoños para poder escribir unas líneas. Los hijos de Jackson recuerdan que su madre se pasaba todo el día dejando anotaciones e ideas para sus cuentos en la nevera o en lo alto de los muebles y que solía acostarse a altas horas de la madrugada porque sus tareas domésticas apenas le permitían dedicarse a su pasión: la escritura. Mientras tanto, su marido, un conocido crítico literario podía pasar el día fuera de casa e incluso minimizar la calidad literaria de la obra de su esposa, no fuera a sacar los pies del tiesto.

     Todo ello no impidió que Shirley Jackson fuera una mujer ampliamente conocida en Estados Unidos gracias a las publicaciones de algunos de sus cuentos en el New York Worker y algunas revistas, y que su influencia en autores posteriores tan dispares como Stephen King o Neil Gaiman. Sin embargo, debido a su situación familiar acabó sus días cada vez más aislada del mundo, con agorofobia y serios problemas de salud; aspectos que ya se reflejaban en sus obras, de manera particular en su última novela: «Siempre hemos vivido en el castillo». Sigue leyendo

El «exitus» del patriarcado

We_Can_Do_It!    Pues no, aunque pudiera resultar relevante y clarificador, la idea no es aprovechar determinadas y posteriores sandeces de quienes se dedicaron a distribuir sandeces antes y durante como quien reparte chocolatinas a la puerta de un cole de primaria a fin de concluir la trascendente magnitud de lo vivido el pasado ocho de marzo. Que si hasta Rajoy se puso al final el lazo feminista o que incluso Rivera quiso adueñarse (o al menos participar activamente en los réditos) de un día y de una huelga que ninguno de ellos ni de sus partidos apoyó porque era anticapitalista o que lo suyo era currar a la japonesa. Cada cual se retrata solito. También podría hacerme eco de que desde la manifestación contra la invasión de Irak nunca había visto tanta peña lanzando consignas y vítores por las calles de las capitales y pueblos de la geografía española. Mujeres de todas las edades y condición social que jamás habían dicho en público esta boca es mía. Una marea morada más tremenda que un Tsunami de doscientos metros de altura que transforma a su paso todo lo que toca como un rey Midas redivivo.

    No, la idea no es afirmar lo evidente por más que en muchos medios de comunicación, antes y después, traten de convertir el vino en agua. La idea es compartir un detalle, del día siguiente, que sentencia el éxito sin paliativos de la huelga, del día, de la lucha anticapitalista y antipatriarcal. Sigue leyendo

Complejo de feo

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PATRIARCHAL EDUCATION | by Christopher Dombres

    Dice el refrán popular aquello de que «cuanto más aprendo menos sé», que viene a ser la versión plebeya de la sabiduría socrática del «sólo sé que no sé nada» (aunque ahora, parece ser que a ese sólo no hay que ponerle tilde).

    Visto pues que, cuanto más feminista quiere ser uno más cuenta se da de las burradas, tanto propias como ajenas, del patriarcado y de los llamados micromachismos (que no sé a quien le dio por inventarse la palabreja de micromachismo, porque muchos micros hacen que la cosa sea más que macro y que retumbe el sonido hasta en las catedrales) me ha dado por dedicar un apartadito especial en el blog para entonar los meas y nostras culpas. Por ligeros y menudos que parezcan ser, porque de restarle importancia a lo cotidiano acaban siendo cotidianos verdaderos absurdos. Se aceptan aportaciones, y espero que las féminas puedan disculpar mi atrevimiento.

    El caso es que tengo complejo de feo. No es que lo tenga en realidad, lo sea o no, pero lo mismo sí que debería de tenerlo, y me explico. Mi pareja es bastante mona, para qué nos vamos a engañar, con su melena rizada como de tirabuzones sin permanente, y rara es la vez que al entrar en algún sitio repleto de varones o cruzarnos por la calle con algún conocido (o no tanto) alguno no salte con la coletilla:

    – Hola, guapa.

    – ¿Qué pasa, guapa?

    – Adiós, guapa.

    Pero a mí ninguno me dice nada. A veces mi jefa me ha dicho «adiós, bombón» (que debería de ir al oculista), pero no es lo normal, y decirle lo mismo a un mujer queda fatal: «adiós, bombona». Vaya.

    Lo malo del asunto es, a lo peor, tengo que explicarle al respetable el parrafito anterior, y decir que no es que el menda sea celoso, que no lo soy en absoluto y que si no fueran tan patéticas tales actitudes me partiría todavía más de risa. El temita es por qué los hombres de manera natural se dedican a lanzar supuestos apelativos cariñosos sólo a las damas en la ocasión que consideran más oportuna. «Hombre, es un piropo. A nadie le amarga un dulce».

    Vale, si es sin maldad ni nada ¿por qué no le dices lo mismo a un tío? ¿Por si creen que eres gay? Porque si se lo sueltas a una moza como si tal cosa será entonces para que se vea que eres un machote.

    Complejo de feo, ya te digo. Con lo apañao que soy.

¿Profesión? Soltera y sin hijos

Web-Entrevista     Lo dije una vez, no hace tanto, que aunque tenga su aquél, lo pasa uno regular como responsable de Recursos Humanos con sólo disponer en la masa encefálica de mitad de cuarto de conciencia. Cualquier detalle nimio puede hacer desencadenar sapos y culebras desde las tripas.

    Cuenta y contraseña del correo destinado a la recepción de currículos:

    «Hola os envio mi curriculum por que me gustaría formar parte de la empresa como trabajadora. Un saludo».

    Nada que destacar, más allá de alguna falta de ortografía y la putada de tener que mandar correos a diestro y siniestro, tipo Daniel Blake, para que al final la administración se sienta dichosa con la mierda de políticas sociales que lleva a cabo por el colectivo de parados y paradas de este país.

    Abro el archivo adjunto en PDF. Lo de mi uso del femenino a continuación no es aleatorio, sino ajuste a la realidad.

    Foto: que algo de coraje te da de entrada, porque parece que si eres gorda y fea ya tienes menos tirón y sólo te van a contratar como portera de fútbol sala. Igualico que lo de poner en otros datos de interés la indicación de buena presencia. Datos de interés, si luego eres más mala que la quina no le interesa ni a Buda; lo importante es que seas mona y tengas sonrisa de dentífrico.

    Datos personales: nombre y apellidos, dirección, teléfono, e-mail… Lo básico.

   Pero en la penúltima línea, justo antes de la fecha de nacimiento (seguramente estructurado más que a propósito, pues la chica tiene más de 40 años), la información que hace que una persona normal se plantee qué sociedad patriarcal, machista, insolidaria y capitalista del carajo hemos construido desde tiempos inmemoriales:

    ESTADO CIVIL: soltera                                               HIJOS: ninguno Sigue leyendo