A José Luis, hermano de indignación

A José Luis, hermano de indignación, y a su vívida existencia
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homenaje a sampedro, por caballeroilustrado


¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!
De indignadas vísceras
y jamás marchitos párrafos.

Comienza otro viaje que,
sobre un mar de cielo agnóstico
y en merecida ataraxia,
obvia infiernos timoneando el navío
de esperanza que dejaste.

Dispersa, tú, la nivola
a Unamuno abrazado,
pues no existe muerte
que a quien gozó vivir
vencerle alcance.

No grites,
cual si necesitaras ahora,
tardíamente, alzar la voz
para hundir tu boca descosida
en las lagunas del éter.

Susurra al oído del mundo
tu verdad,
austera y tangible
a imagen del barro que negó
servirte de origen.

Nada importa cuan rotunda se muestre
la oposición tuya hacia el dogma:
eterno eres, como las olas
o tu imposible palabra en el silencio.

Completado ya su secular viaje
mi capitán responde,
preñado aún de voluntad
y siento su brazo.

Ha anclado, insondable, el navío en mi puerto,
cuya entraña,
hendida por Tánatos
y confiada estoicamente en Hipnos,
recorre la cubierta donde mi capitán jamás yacerá
frío y muerto.

 

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Sin hijos vivos

Juicio de Salomón (s. XIX), grabado de Gustave Doré

Juicio de Salomón (s. XIX), grabado de Gustave Doré

Detesto cordialmente a Salomón, monarca de Israel. Su pose regia, su nativa omnisciencia, su supuesta y repelente capacidad de raciocinio. No me resulta difícil imaginarlo con sus ropajes de púrpura y lino, apoltronado en el trono, no me atrevería a decir que ausente de bondad y de concordia, observando con meticuloso desdén y mirada altiva a los insulsos mortales que habitan su extenso reino, desde la frontera de Egipto hasta Mesopotamia, y se postran ante él con la esperanza salvífica de que sólo a través de sus doctas palabras habrán de hallar solución inmediata a los azares que les roban el sueño. Se mesa la luenga barba, en un gesto ligeramente combo, con la mirada juiciosa y apoyado el codo sobre uno de los gruesos brazos del sillón real. Observa hoy en la tarde amarilla a las dos mujeres que se revelan hoscas y doloridas en su presencia; gritonas y mustias, mientras abrazan con áspero desgarro cada cual a un recién nacido; uno yerto e inmóvil, el otro rebosante de vida.
– ¡Traedme una espada! -ordena el rey-. Partidlo en dos y dad la mitad a cada una.

Sé que a toro pasado todos somos la mar de ocurrentes y bien plantados, unos dechados de virtudes capaces de resolver la Teoría-M con tan sólo un imperceptible parpadeo, pero el advenedizo numerito de la espada y de la doma de las furias se me antojan en días nada antojadizos como meras sintaxis hiperbólicas acerca de los conceptos de justicia y de amor maternal. Podría incluso aseverar odiosamente que me convierten en sujeto estrábico en medio del asedio que produce la obligada toma de decisiones.

Me encantaría ver a Salomón impartiendo justicia uno de esos días nada antojadizos sentado en mi asiento real de la oficina de Cáritas; real en lo que la acepción del adjetivo hace referencia a aquello que tiene existencia verdadera y efectiva y en nada se asemeja a lo regio. Ciertamente quisiera contemplarlo, tan sólido y tan firme, abrirse paso entre los rostros pragmáticos que persisten de manera inusitada cada semana en la sala de espera, entre sus sonrisas dispersas como las gotas diminutas de una lluvia ventosa. Me agradaría indagar en la mente del segundo hijo de David a través de su mirada acuosa, entornar la vista con aprehendida sospecha y encontrar en su córtex cerebral el más mínimo resquicio que pueda servirme de bálsamo. Igual daría confirmar su agudeza y precisa compostura como advertir que es tibio, disperso e inseguro a imagen de mí mismo. Sin duda resultaría incluso más consolador que se cumpliera este segundo derrotero.

– Lo siento de verdad, te comprendemos, pero al vivir sola… Te podemos acompañar e ir a visitarte, pero para una ayuda económica nuestros recursos son muy escasos y tu situación no es prioritaria al venir otras familias con hijos a cargo y…
– ¿Y las viudas no tenemos derecho a vivir? Es que en todos sitios me dicen lo mismo.
(Uppercut uno).

– No sé, es que contáis con más ingresos que la mayoría de las personas que llegan a la oficina y sois menos miembros en la unidad familiar.
– Pero eso no debería ser así, tenemos hipoteca y algunas deudas y como nos pasamos del tope no nos ayuda ni la Junta ni el Ayuntamiento.
(Crochet de derecha).

– Mientras que tus hijos no estén escolarizados es que no podemos ayudarte, sabes de sobra que es un criterio también de Servicios Sociales ¿Acaso quieres que tu niña tenga que venir a la oficina, igual que tú, dentro de unos años?
– ¿Y qué hago si tiene 15 años y se niega a ir? ¿La arrastro de los pelos?
(Nocaut técnico).

Si Salomón, en lugar de un monarca con copiosa fortuna y atribuida -o tal vez hasta impostada- sabiduría, hubiera sido voluntario de uno de los equipillos abnegados de Cáritas la historia habría pasado sobre su estoica figura de puntillas, como al verter el caldero de agua sobre esos rescoldos que hay que apagar, y perpetuando esa incómoda sensación de que al final, a pesar de incontables esfuerzos, a ninguna de las dos madres has sido capaz de entregarle el hijo vivo.

 

«No me puedo morir»

Super Man vs Doomsday by kongzillarex619

Soplaban otros vientos en aquel año de 1948. De posguerra eran, ácidos y alborotadores de pelo hasta para un calvo, pero aún Bogart podía atreverse a soltar en el film noir ‘Cayo Largo’ eso de más vale un cobarde vivo que un héroe muerto y quedarse más ancho que pancho metido en su papel de antihéroe sensato. Hoy en algunas de sus películas no le dejarían ni darle una calada a un pitillo; lo que hay que ver. El caso es que sé de muchos ciudadanos civilizados que crujirían a guantazos al tipejo del sombrero Panamá si soltara esa perla en según qué círculos: en estos tiempos de emboscadas lo heroico es mantenerse con vida, pues no hay cobardes tan rápidos y capaces como para huir de la quema a rutinario golpe de zancada.

Ahí andaba yo, dentro de un salón blanco rotísimo de paredes agrietadas, acompañado de otros cobardes a mi imagen y semejanza y confiado tras mi cordial mediocridad. La reflexión conjunta que nos sometía merodeaba socarronamente alrededor de esa valentía inaudita a la que habría que aferrarse para mantener la esperanza más allá de tanto dato socio-económico que, proyectado sobre la pared como recauchutada estadística, nos recordaba unos agujeros negros de paro difíciles de cerrar ni aun con la ayuda de El Hombre de Acero.
Entonces, tras los bosquejos y a pesar de las acometidas rabiosas de algún que otro Juicio Final*, Superman se hizo Intrahistoria.

      El duelo surgió con una espontaneidad inesperada. El pistoletazo de salida lo dio el porcentaje de parados de la provincia de Córdoba: un 37,75 de nada, lo que supone la nada despreciable cifra de más de 141.000 personas sin derecho constitucional a un trabajo, ya no digo digno. Y yo, inocente y virgen -ambos en sentido figurado-, convencido como estaba de lo doloroso de aquel plato frío y de que todos los presentes, miembros de una comunidad parroquial asentada en un barrio periférico y acuciado por la necesidad, éramos netamente de izquierdas con mayor o menor cojeo me llevé un bofetón que casi me tumba de la silla.
– No se trabaja por que no se quiere. Conozco mucha gente a la que le han ofrecido trabajo y prefieren seguir viviendo del cuento. La cosa no está tan mal.

     
     La retahíla duró apenas unos minutos más, menos mal; paró justo a tiempo de que no se me reventara el hígado ni me saliera una úlcera gastroduodenal. Recordé irremediablemente a Manuel Azaña y aquella verdad que soltó y que casi nadie se otorga la dicha de cumplir de que “si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar”. Yo tampoco le hice demasiado caso respecto a lo del silencio, claro, y aunque mi primera intención iba por los derroteros de proponer a quien se acababa de disfrazar de Juicio Final para un puesto directivo en la OCDE, cuyos principios ideológicos acerca de los malos hábitos de los parados había demostrado compartir a pie juntillas**, al final salté como un resorte percutiendo exclusivamente sobre los pensamientos clasistas y la prueba empírica contrastada a partir de esas palabras de no haber salido nunca de las cuatro cómodas paredes de casa y vivir en ‘Los mundos de yuppie’ (sí, no está mal escrito, me refiero a esos yuppies). En mi verbigracia y verborrea me explayé de seguido soltando a velocidad de cohete variopintos datos estadísticos  y ofreciendo incluso mi puesto en la oficina de Cáritas durante una semanita. Algún compañero de izquierdas, quizá más taimado, recurrió a lo absurdo e injustificado de la generalización: “Casi 5.000.000 de parados ¿y ninguno quiere trabajar? Pongamos que viven del cuento 500.000, ¿y el resto?”. De las 12.741.434 personas que malviven ya en España en riesgo de pobreza y/o exclusión*** -lo que supone un 27% del total aunque en Córdoba como siempre nos gustó llamar la atención ronda el 29%- es una lástima que aún no se tuvieran noticias, porque se habría llegado a la lógica conclusión de que esta peña no tiene ni para mojar sopa porque les sale de los huevos.

Gracias a Dios, para poner un poco de cordura nada almibarada al asunto, Carmen sí cumplió aquello a lo que se refería Azaña, de sobra. Fue en ese preciso momento cuando levantó su mano temblorosa y con voz quebrada se dedicó a compartir, sencillamente, aquello de lo que sabe y que hizo el efecto balsámico que no lograron miles de estadísticas:
– Yo no entiendo muchas de estas cosas, pero mi hermana lo está pasando muy mal por eso que decís de las pensiones. Tiene una paga de 400€ y se han ido a vivir con ellos otro hijo, su nuera y dos nietos, porque ya no ganan nada y no podían seguir viviendo ni de alquiler. Hablando con ella el otro día me dijo “estoy desesperada. No me puedo morir, porque si me muero ¿de qué van a vivir estos si sólo entra mi paga en casa? No me puedo morir”.

Touché.

Bogarth se descubrió ante aquella heroína de la Intrahistoria y le entregó su sombrero Panamá a sabiendas de que acababa de presenciar lo que podría ser el comienzo de una gran amistad. Por su parte Superman decidió retomar al instante la figura humanamente débil de Kent y pasó, a aquella enérgica mujer, el relevo de la capa roja con letra áurea para que se la entregara sin dilación a su hermana, mucho más necesitada que él de la inmortalidad. Carmen, haciendo de nuevo acopio de sencillez y elegancia, no optó siquiera por darles las gracias a ambos; tampoco hizo falta. Tras escuchar su sentido discurso pudo verse como Juicio Final partía en retirada, con el rabo entre las piernas y sin decir ni una sola palabra más.


* Doomsday (Juicio Final) es el nombre de un personaje ficticio en los cómics del Universo DC, un supervillano conocido especialmente por combatir y matar a Superman en la historieta ‘The Death of Superman’ de 1990.
** “Un parado de larga duración puede haber adquirido malos hábitos como el de no trabajar” así se refería José Ángel Gurría, secretario general de la OCDE a los parados de larga duración en España. http://www.lasexta.com/noticias/economia/secretario-ocde-dice-que-parados-larga-duracion-tienen-malos-habitos_2012113000236.html

*** Último informe de la Red Europea contra la Exclusión y la Pobreza (EAPN) del año 2012 según datos extraídos del año anterior. http://www.eapn.es/noticias/186/12741434_personas


Fotografía del filme “La muerte del Superman” (Warner Wors., 2007)

No hay luz para los pobres

     Concluir que los pobres son, vete tu a saber por qué divina gracia, personas excelentes, solidarias en extremo y que incluso mean colonia es tan absurdo como definir a todos los ricos como seres míseros y despreciables que sólo son aptos para orinar veneno. Entre los pobres hay de todo, como en botica: colonia y veneno. Hay que admitir, no obstante, aun por mera cuestión empática, que al propio carácter, más execrable y chirriante en unos seres que en otros, se une en el caso de los pobres el realismo percutor de su vida, su ausencia de recursos, que cargados a la espalda como una pesimista amenaza día sí día también los elevan con relativa docilidad a la categoría de comprensibles indignos.
Recurriendo a Rodion y Estephania, el matrimonio campesino amable pero realista que nos presenta Chéjov en su cuento ‘Muzhiks’, no hay que darle muchas más vueltas: “vivimos en la miseria. Siempre angustiados (…). Luego, nuestra pobreza nos hace pecar… Reñimos, juramos… (…) No, querida señora, nosotros, los campesinos, no seremos felices ni en este mundo ni en el otro. Toda la felicidad es para los ricos…”.
El derecho, lo justo, aquello que defender no son los pobres, sino su causa, pues en muchas ocasiones, como individuos, no hay ni por donde pillarlos.

Mañana cálida de otoño. Un rostro calé, afable, arado de arrugas atraviesa la puerta de la oficina de Cáritas. Nos reconocemos -ya ha pasado por aquí alguna que otra vez- y su sonrisa resulta difícilmente interpretable; entre espontánea y engañosa. Manoli es una abuela todoterreno, con paga ínfima a pesar de sus desgastadas manos e hijos, nietos y nueras a cargo sin pretenderlo. La obligada rendición familiar al paro sin derecho a desempleo. Echa el cerrojo y se sienta.
– ¡Ay, padre mío, que me cortan la luz! Aquí traigo la carta de corte, pa’ la semana que viene… ¡y en Navidad que estamos! Sabéis que cuando vengo es porque ya no puedo más -esta última frase, entrañable y amasadora de conciencias donde las haya, es la concluyente en el 80% de la dialéctica perpetrada por cada una de las familias, de rostros más o menos afables, que nos interpelan cada semana. Manoli, mujer más de discursos que de diatribas, nos observa, espera un algo, con esa sonrisa no se sabe si cínica o natural.
– Seguís igual, ¿no? ¿Cómo os apañáis? ¿Hace mucho que no vais a las asistentas? -yo, trabajador social, hace años que desistí en mi empeño de explicar y llamar a las cosas por su nombre. Hago a cada oportunidad varios intentos, fallidos casi siempre, claro: “Asistentas no, trabajadoras, trabajadoras sociales”. “¿Mande?”. Total:
– Que si hace mucho que no vais a las asistentas -reitero.
– Tengo cita, pero es que te la dan para dos meses, ¡como hay tanta gente! Y luego dicen que no te ayudan porque no hay dinero.
Sea por cinismo o por naturalidad Manoli se nos muestra triste de verdad, sin comprender.

     Tampoco yo entiendo mucho. Debo de estar espeso, como se me hace la conciencia. Recapitulo. El Ayuntamiento ha destinado este año 40.000 euros más a la instalación del alumbrado, que cuenta con 1.123.000 bombillas, un 27% más que el año pasado, aunque desde la Delegación de Infraestructuras, insistan en que al ser de bajo consumo el gasto será menor. Aceptamos barco como animal acuático, porque 40.000 euros son un montón de billetes, por mucho ahorro del carajo que digan decir. Mientras, como desequilibrada contraparte, en la oficina de Cáritas se agolpan cada semana decenas de familias a las que se les agota el plazo para pagar el recibo de la luz. A algunas ya les cortaron el suministro. Mucha de esta pobre gente de barriadas periféricas sin derecho a alumbrado navideño -como Manoli- vienen derivadas, u obligadas por la fuerza que ahorca, de los Servicios Sociales Municipales quienes pregonan a toque de trompeta que no tienen presupuesto -el para esto lo obvian-. Digo yo que, en lugar de a Cáritas Parroquial, cuyos ingresos provenientes de donaciones particulares son infinitamente menores que los del Consistorio, las deriven al Bulevar; debajo de la ingente cantidad de bombillas acumuladas por metro cuadrado se ve que lo flipas.
Cristalino, “se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto, porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo”*.

Miro a Manoli, con ternura, y cuando ya se me está cayendo a trocitos el alma a los pies surge de su boca la frase lapidaria de esos pobres de indignidad espontánea que nada oculta aunque debiera. De esos pobres cuya causa es la justa y la lógica, no sus actitudes y decisiones.
– Y claro, es que el poco dinero que tengo lo estoy ahorrando para la nochebuena.
Ahora mi mirada risueña se dirige a Cristóbal, compañero de fatigas al lado del ordenador. Sonreímos. Manoli también en indeseada complicidad.
– ¿Y eso? ¿Prefieres que te corten la luz ahora y cenar bien dentro de dos semanas?
Manoli se encoge de hombros, como sin entender la relación entre una cosa y la otra. Se lo explicamos, como al sordo que tiene la idea clara en la mente y no hay quien lo saque de ahí.
– Pues comer vas a comer de lujo, -le digo meneando la cabeza-, pero creo que deberías ir preparando velas.

Ese día llego tarde a casa. No enciendo la luz del portal por una de mis metódicas manías puede que absurdas. Los mininos maúllan hambrientos al verme aparecer tras la puerta. Los acaricio mientras le doy al interruptor de la luz de la entrada. Una bombilla ilumina la estancia. Pienso en Manoli, y en los pobres de causas justas. Hacer lo que consideras correcto no implica necesariamente que te vayas a sentir bien.
Me queda un nada fútil consuelo: Manoli y yo sabemos que, de las dos opciones a elegir, la comida para la cena de nochebuena es la única que no se puede enganchar de la calle.

* ‘El otoño del patriarca’, Gabriel García Márquez

Fotografía: Alumbrando la esperanza, por cortesía de Víctor Nuño