Con esto de las medidas ante la crisis y la justicia social (dos términos radicalmente opuestos y en conflicto y evidente contradicción) han hecho su aparición pública dos tipos de indignados, los de verdad y los que tienen paraguas. Yo me hallo entre estos últimos, los de mentirijillas, digamos: me cabreo supinamente ante cada nueva barrabasada del des-gobierno de España, salgo rodeado de pancartas mostrando sin cansancio ni reparos mi malestar, cuelgo ‘pavadas’ en el muro de las redes sociales haciendo luz de aquello que se empeñan en ocultar entre tinieblas… Me pongo bajo la lluvia, vamos, adrede, sin necesidad, con dos cojones. El caso es que, en realidad, tengo paraguas, escondido, en casa, en la recámara.., donde Dios me dé a entender, pero lo tengo y sé que cuando ya esté hasta esas mismas partes que nombraba antes de mojarme puedo pegarme un saltito e ir a por él. Muchos tipos de paraguas tengo/tenemos, de algunos de ellos podríamos optar por prescindir: se llaman nóminas, subsidios, propiedades poco necesarias (por ser fino) o aquellas que asumimos que lo son un poco más aunque suene como así de mentirijillas también, igual que esa indignación nuestra. Hay otros paraguas de esos con los que contamos a los que nos es más jorobado renunciar, porque están y punto, sin depender mucho de nuestros esfuerzos y a lo sumo que podríamos aspirar es a romperle alguna varilla: son la familia (padre, madre, hermanos, hijos, nietos, biznietos, tíos, primos, cuñados, yernos, nueras… casi infinitos), los amigos, algunos amigos de los amigos… Y al final restan esos otros paraguas imposibles de prestar o regalar, excepto en virtud de una lobotomía: los estudios, la cultura, la educación recibida, el bagaje personal que se llama y que nos acompaña sin quererlo un segundo sí y otro también. Con tanto paraguas que tengo la verdad es que me resulta ‘tirao’ ser un indignado bajo la lluvia. Algo así como sufrir por otros, pero no con otros, que es un buen paso, a veces excelente y siempre necesario, pero si nunca pierdo de vista que, en el fondo, cuento con paraguas. Con un armario. Sigue leyendo