«Made with love»

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Campaña Fundación PROCLADE 2016/2017

     Una etiqueta de tal guisa vi impresa la semana pasada en la base interior del cuello de una blusa, que dicen los entendidos (o la estulticia machista en cualquier caso) que es como debe de llamarse a una camisa cuando es de señora o de niño, porque es más fina. Era bonita la jodida prenda, fondo blanco con listas de un tono celeste. Y encima «fabricada con amor». Joder, que casi se me cayeron dos lagrimones; aunque, claro, uno es capaz de llorar hasta viendo Terminator.

     «Green Coast» ponía justo encima de la leyenda de los huevos, una de las firmas de moda de El Corte Inglés. En medio de la costura lateral derecha se podía leer impreso en otra etiqueta, justo antes de la avalancha con las características de tejido, lavado, materiales: importado por no sé qué mierda de empresa, con no sé qué mierda de CIF e, inmediatamente después, la marca de marras, en mayúsculas, no vaya la peña a despistarse: El Corte Inglés.

     Juro por lo más sagrado que pensé en la niña india, camboyana o bangladesí quien, sentada desde buena mañana delante de su máquina de coser en mitad de un local ruinoso de un edificio ruinoso, si acaso con el único alimento de un té de hierbas entre pecho y espalda, sin descanso matinal, ni contrato y con nulos derechos laborales, estaba cosiendo la blusa del carajo por menos de un euro al día en una jornada de 16 horas. Puede que hasta sean esas mismas niñas las que acaban metiéndole el hilo y la aguja a la puñetera etiqueta del amor. Sigue leyendo

La Cabalgata de los huevos

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Capitalgata, por Rafa Poverello

    Cuando era un mico me quedaba embobado viendo las carrozas de la Cabalgata de Reyes de mi pueblo. La mayor parte de ellas inmensos trastos medio góticos arrastrados por tractores de ruedas gigantescas cuyo ruido mecánico aturdía los oídos de las familias que se agolpaban a derecha e izquierda, colmadas de ilusión, tratando de adueñarse de los escasos caramelos que lanzaban a la multitud como lluvia de colores figurantes disfrazados de dibujos infantiles, ángeles, pajes y sagradas familias.

    Las carrozas que discurrían por las calles del pueblo a paso de tortuga estaban montadas con mucho esfuerzo y subvención municipal por colegios, parroquias y alguna que otra asociación de vecinos. Se sentía uno parte de todo aquello porque siempre existía algún miembro de tu familia, de cualquier generación o grado de consanguinidad, que había participado en su construcción, aunque sólo fuera pintando de marrón el lomo de un camello de corcho de metro y medio de alto. No me alcanza la mente a recordar si salían o no Drag-Queen animando el cotarro –que entonces no se llamaban así, claro–, niñas vestidas de Reinas Magas o si los trajes de sus majestades eran un exquisito ejemplo de normalidad. Ante estos dos últimos puntos mis dudas son realmente soberbias, habida cuenta de que el mago por excelencia de entonces y que nenes y nenas teníamos en la cabeza era el Merlín de Disney, tocado con un gorro de cono y embutido en un cáustico uniforme azul al que, encima, le endosábamos estrelllitas doradas, y que más de un Belén estaba formado por dos niñas: una que hacía de Virgen y otra de San José. Y a nadie le importaba un carajo, la verdad.

    Como lo de que la política emponzoña todo lo que toca viene de lejos, el asunto empezó a torcerse un poco cuando al Consistorio no se le ocurrió otra cosa que conceder un tercer premio a unos colegas –amigos de los de siempre– quienes, haciendo un uso peculiar del dinero de la subvención, montaron una carroza con una de las actividades tradicionales: una matanza. A saber, cuatro palos mal puestos sobre un entarimado y los mendas hinchándose los carrillos a base de morcillas, chorizos y vino de pitarra. Todo de la zona, eso sí. Sigue leyendo

Calidad

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Aprobado, por Café

     Una historia.

     Un niño sale del colegio, tendrá apenas 9 o 10 años. Su padre lo espera en la puerta. Se saludan y se sonríen. El hombre se dirige a su hijo después del beso de rigor:

     –¿Qué tal te salió el examen del otro día?

     –Bien –contesta el niño con cierta indiferencia.

     Saca unos folios escritos a mano y con una circunferencia roja en la parte superior y se los entrega al padre, quien abre los ojos como platos.

     –¡Un siete! Es que eres el mejor. Muy bien, ¡qué orgulloso estoy de ti!

     El niño lo interrumpe, sin la más mínima descortesía, abre su mochila y, con una sonrisa que derretiría un iceberg y una emoción fuera de toda duda, le muestra otro folio en blanco con un dibujo.

     –Mira, te he hecho un Christmas.

     El padre lo coge, lo mira distraídamente y sin la más leve mueca de alegría le dice:

–Bien, guárdalo; vámonos. Sigue leyendo

Elogio de la debilidad*

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«Blame the system not the victim», by Peter

     Justo a mediados de los 60, el sociólogo William Ryan vio publicada su obra «Blaming the Victim» (Culpar a la víctima, en su traducción al castellano). La teoría expuesta es de lo más sencilla y se basa en la actitud de considerar responsables casi exclusivas de su propia situación a las víctimas de abusos y de violencias descargando de tales actos a terceras partes implicadas. No fue en 1965 la primera vez que la sociología, la antropología o la sicología hacían referencia a este concepto, pero podríamos decir que se llegó a la concreción del término. Normal el éxito que tuvo el libro de marras y que la cuña llegue hasta nuestros días, porque si equivocarse es humano, lo es más echarle la culpa a otro.

     Aunque una de las situaciones en las que se aprecia con meridiana claridad la culpabilización de la víctima se da en los casos de violación -como está sucediendo desvergonzada y cruelmente en toda la parafernalia mediática que rodea al juicio a la manada– no es difícil descubrir determinados patrones que son comunes y generalizados dentro de una sociedad enferma hasta el éxtasis.

  • Las mujeres son culpables porque visten como putas

  • Los pobres viven como viven porque son unos vagos que están acostumbrados a pedir

  • Los niños suspenden porque no se esfuerzan

  • A los inmigrantes se les machaca en la frontera porque vienen a quitarnos el trabajo

  • Los abuelos de las preferentes es que tenían que haber leído bien la letra chica

  • La peña que quería votar el primero de octubre y recibió una tunda de palos es que estaba participando en un referéndum ilegal

  • El nene o la nena que sufre bullying es que es un manteca

  • Y el galgo acaba colgado de un árbol porque ya no sirve para cazar.

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