Inocente inocente

     En una semana en la que no eran pocas las personas que la comenzaban bien ofendiditas al descubrir que en EE.UU. Antonio Banderas era calificado por algunos medios del país como actor de color (algún color sí que tiene, supongo que el sol de las playas normandas algo tendrá que ver), no esperaba yo terminarla de una manera tan ejemplarizante para nuestro habitual ombliguismo y etnocentrismo occidental. Tenemos tan claro que somos blancos, o al menos con más derechos y privilegios que estos pobrecitos que vienen de cualquier otro lado de la valla, que eso de sentirnos de repente de otra categoría (por más estadounidenses que sean quienes lo digan y sus premios parezcan lo más glorioso del planeta) nos toca mucho los huevos. Como si no existieran ya desde hace años los Grammy Latinos y los Emmy HispanicTime, no vaya esta peña de un color distinto al blanco a creerse en igualdad de condiciones de competir.

     Pero nos queda la infancia, esa que mira las cosas con otra perspectiva, más en base a los sentimientos y a las relaciones que a los condicionamientos sociales. Paula es una niña de cinco años que tiene un tío postizo llamado Kaleab. Es postizo no por restarle valor, sino porque no es carnal. Kaleab, que ya está en la Universidad, llegó a España procedente de Etiopía más o menos a la edad que tiene Paula, porque tenía un tumor ocular y una asociación consiguió su traslado para que fuese operado en nuestro país; la mamá y los abuelos de Paula lo acogieron en su casa, a él y a su padre, cuando salió del hospital y los trataron como a su propia familia. Para Paula, Kalache es su tito, sin más, porque lo ha tratado desde que vio la luz y cada vez le ha cogido más cariño.

     El caso es que, justo esta semana de ofendiditos, Paula llegó a casa del colegio y, vete tú a saber a cuento de qué o qué estuvieron tratando en su clase, le hizo a su madre la pregunta del millón, y con una extrañeza tal en su rostro inocente que mostraba bien a las claras que lo veía ridículo:

     –Mamá, ¿el tío Kaleab es negro?

     En fin. Ahí lo dejo, que me da la risa.

Pin pan pun

Artículo 27 de la Constitución Española:

1. Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.

2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.

3. Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

4. La enseñanza básica es obligatoria y gratuita.

5. Los poderes públicos garantizan el derecho de todos a la educación, mediante una programación general de la enseñanza, con participación efectiva de todos los sectores afectados y la creación de centros docentes.

6. Se reconoce a las personas físicas y jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro del respeto a los principios constitucionales.

7. Los profesores, los padres y, en su caso, los alumnos intervendrán en el control y gestión de todos los centros sostenidos por la Administración con fondos públicos, en los términos que la ley establezca.

8. Los poderes públicos inspeccionarán y homologarán el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes.

9. Los poderes públicos ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca.

10. Se reconoce la autonomía de las Universidades, en los términos que la ley establezca.

    Segurico que, a estas alturas, hasta el más garrulo de los mortales se conoce de memoria el debatido punto 3 del artículo 27 de la Carta Magna. Mejor que se sabían papá y mamá la lista de los Reyes Godos, oiga. No está de más que leamos el artículo entero, de cabo a rabo, no vayamos ahora a creer, gracias a los poderes fácticos y sus acólitos, que se compone nada más que de un punto.

    Llamémosle pin, veto o pin pan pun fuera, que el caso es que, a diestro y siniestro, parece que de los diez puntazos del artículo de marras hemos conseguido que el único que haya que debatir y/o defender sea el 3. Los tenemos más grandes que el caballo de El Espartero. La derecha ya sabemos cómo se las gasta, pero de esta izquierda en el poder habré de decir lo que soltaba mi abuela: «de las aguas tranquilas líbreme Dios, que de las bravas me libro yo», porque en el programa acordado entre PSOE y Unidas Podemos no hay ni un apartado dedicado a la educación. Será que no tiene puntos el acuerdo programático, nada más que 11, con sus explicaciones y todo en cada uno de ellos. Eso será porque la enseñanza en España va que te cagas y no hay que tocar ni una coma, a pesar de tantas y tantas promesas.

    A ver, un par de cosillas, para enfocarme en el punto 4 por poner un poner, que ya me gustaría a mí que todos los niños y niñas de mi barrio de Moreras tuvieran una educación gratuita aunque fuera con el pin/veto parental (el uso de mamás no es machismo, sino chute de realidad).

  • Mamás de Moreras no pueden llevar a sus niños y niñas a infantil porque no tienen pelas (ni qué decir tiene lo que cuestan los cuadernos de actividades en esta etapa). Ídem cuando acaban la secundaria obligatoria. Artículo 27.1 aparte del punto 4. Será que solo es derecho e igualdad de oportunidades en primaria y secundaria.

  • Mamás de Moreras no pueden comprarle el material escolar a sus niños y niñas, porque hay cheque libro, pero no cheque-goma, cheque-cuaderno, cheque-boli, cheque-plastilina, cheque-tijeras y así un largo etcétera.

  • Mamás de Moreras con algún nene o nena con retraso madurativo no cuentan con el apoyo de especialistas en el aula porque en el colegio no existe el área de logopedia o de pedagogía ni tienen pasta para uno privado.

    Pues eso, que el pin/veto parental es más malo que la quina y un retroceso en derechos, esos mismos que muchos niños y niñas no tienen.

Adultos de dos a cinco años

     Cuando quedan contadas horas para que las campanadas atoren el sentido común durante un buen rato, siempre parece ser ese el momento idóneo para agradecer las cosas buenas que nos regaló, libre de dolo y culpa, el año que está a punto de despedirse. Me imagino a mi abuelo, o al obispo de Córdoba, tan católicos ambos, digo franquistas, dando gracias a Dios por los favores recibidos:

  • Por el auge de la ultraderecha

  • Por el buen hacer de Vox frente a un centro de menores durante la campaña electoral

  • Por Bolsonaro, la quema del Amazonas y el exterminio de los pueblos originarios

  • Por Trump, un hombre con todas las de la ley, que no salga adelante el impeachment

  • Por los negacionistas del cambio climático, por las luces de navidad y por Madrid Central

  • Por los pobres hombres maltratados por sus mujeres

  • Por España, una, grande y libre, a los pies de los caballos socialistas, comunistas y nacionalistas

      Yo, aparte de agradecer, y mucho, otras cosas (el criterio del Tribunal Supremo en la violación de la Manada/Piara, «el Estado opresor es un macho violador», las sentencias contra Deliveroo o Glovo, que Greta Thunberg no vaya al colegio…), voy a pedir solo una cosa, aunque lo mismo es bien gorda: que las personas adultas seamos capaces de superar la etapa infantil de entre los dos y los cinco años de edad. Sigue leyendo

«The Chant Of Jimmie Blacksmith» (1978)

    Decía el orador abolicionista, y por supuesto negro, Frederick Douglass allá por el siglo XIX que «la felicidad del hombre blanco no se puede comprar por la miseria del hombre negro». No se puede comprar nada, menos la felicidad, a base de injusticias, porque ni un perro aguanta patadas de manera indefinida.

    De esto va el blues del chico Jimmie Blacksmith: de tratar a los aborígenes como perros desde antes de que abran sus ojos y luego juzgarlos y condenarlos por las decisiones que han tomado. Y seguramente por eso, esta terrible y necesaria cinta australiana de 1978, fue un fracaso de taquilla en el país oceánico, porque no trata de racismo, que todavía se sigue vendiendo la mar de bien («Paseando a Miss Daisy», «The Blind Side», «Green Book»), sino de discriminación e injusticia social, que todavía sigue vendiendo bastante mal, como sabe de primera mano, por ejemplo, Spike Lee desde sus inicios («Haz lo que debas») hasta el día de hoy («Infiltrado en el KKKlan»). Y seguramente, también por eso, el filme fue confiscado y clausurado en Reino Unido en virtud de un acta de obscenidad de 1959 gracias a las críticas recibidas por parte de asociaciones religiosas y de prensa en la época del tristemente célebre video nasty.

    La película «The chant of Jimmie Backsmith» está basada en la novela homónima de Thomas Keneallym (escritor más reconocido por ser el autor de «El arca de Schindler»), que a su vez toma como base la historia real del aborigen australiano Jimmie Governor, del que poco voy a decir más allá de la soberana y tremebunda explotación a la que fue sometido desde su más tierna infancia, no vaya a destripar sin querer parte de la crueldad de la historia.

    A pesar de haber sido nominado a la Palma de Oro en 1978, tan asqueado quedó Fred Schepisi, director del filme, con el recibimiento del público australiano, que cogió las maletas, marchó a Hollywood y se puso a hacer sandeces de esas que le gustan a la gente porque son tan estúpidas como entretenidas: «La casa Rusia», «Roxanne»… regresando a su país natal, afortunadamente, entre medio de tanta vaina, para rodar otra película basada en hechos reales que sería nominada a numerosos premios europeos y hollywoodienses llamada «Un grito en la oscuridad».

    Si estáis deseando ver una película desagradable y que os va a dejar mal cuerpo, esta es vuestra más digna oportunidad; si por el contrario queréis recibir palmaditas en la espalda seguid con los premios Oscar y el amor incondicional entre blancos y negros.