La Cenicienta que no era doncella

    A veces tiene uno iniciativas que surgen por una memez, por un comentario a vuela pluma de alguien a quien quieres.

    –¿Sigue habiendo cuentos clásicos alternativos en la Teje? Tengo que ir a mirar, que me paso todo el día tuneando la Cenicienta a Vera.

    No lo dije, porque no sabía el tiempo del que iba a disponer, pero lo pensé de inmediato. «¿Y si me pongo y hago yo uno?». Y lo que comenzó como una tontada, sacando imágenes y dibujos de aquí y de allá, para no tardar mucho en rematar la faena, se convirtió en el cuento que viene a continuación: «La Cenicienta que no era doncella». Será que conozco a Vera, y que sé que le gustan tanto los trajes de princesa y los príncipes azules como su madre los detesta.

    Como digo en la dedicatoria del cuento: Para todas las familias que sueñan un modelo diverso de educación.

    Y gracias a todas las mujeres que cada día me han ayudado a ser menos machoman. Entre ellas, Macarena, la mamá de Vera.

    Para leer el cuento o descargarlo puedes pinchar aquí o encima de la portada.

Expurgo pandémico desde una residencia de mayores (y II)

(Segunda y última parte del artículo que comenzaba la semana pasada).

    Y ahora, al lío, pidiendo al respetable que, siempre, durante la lectura, tenga en cuenta las variables expuestas y que tienen mucho que ver con salvar la economía y evitar el colapso sanitario y muy poco (o nada) con la salud de verdad, la física y la psicológica de las personas mayores por las que insisten en sentir una desmedida preocupación.

    Durante los dos primeros meses de confinamiento no se realizaron test de detección del SARS-CoV-2 ni a residentes ni a personal socio-sanitario, y si alguna persona mayor presentaba síntomas compatibles con la COVID-19 (tos seca, dificultad respiratoria, fiebre…) debía guardar cuarentena durante dos semanas, estuviera o no enferma de coronavirus, dentro de su habitación, porque nunca lo íbamos a saber. Obviamente, en una población con una media de edad de más de 80 años, ¿quién no tiene problemas respiratorios, tos seca o fiebre un día u otro? A saber: no basta con que no puedas salir a la calle si no que, aparte de prohibir también las terapias y actividades grupales y que comas con otras personas en el comedor, si tienes síntomas (da igual que una de las características de las demencias sea la deambulación errática) te quedas en tu habitación.

    Pudiera parecer, en un exquisito ejercicio de retorcimiento de la realidad del que se diría que han convencido a buena parte de la sociedad, que es una forma inmejorable de proteger a las personas mayores, pero pongo por caso lo que sucedió poco antes de escribir estas últimas líneas, aunque posteriormente hubo ligeras correcciones a estas medidas tan absurdas como oportunistas. Provincias y ciudades con transmisión comunitaria o al borde de tenerla, ¿cómo protegemos? Cerrando parques infantiles y residencias a cal y canto, sin salidas ni visitas de residentes y familiares; mientras, para proteger la economía, todo el personal de dichas residencias, que es quien ostenta unas posibilidades cuasi infinitas de llevar el virus al interior (no hace falta ser Blas Pascal para entenderlo, porque por mucho que se permitan salidas y visitas seguirían siendo residuales), podrá seguir yendo de bares, al gimnasio, comer y cenar fuera mientras «solo» sean seis personas, o incluso juntarse treinta personas en una comunión, una boda o un bautizo, lo mismo da que acaben alcoholizadas perdidas abrazándose por los rincones mientras lo hagan hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche como máximo según el rigor (o laxitud) más o menos exquisito de cada Comunidad Autónoma. Y sus churumbeles también seguirán asistiendo al colegio, por supuesto, sin guardar la distancia de seguridad pues, parece ser, que no hay presupuesto para aumentar el profesorado, o juntándose con otros nenes y nenas en el recreo o en las asignaturas optativas; eso sí, en cuanto salieran de una clase masificada ya no podrían ir con su familia al parque, porque era un riesgo terrible e inmarcesible (finalmente, esta medida tan absurda como oportunista fue corregida). Huelga decir que no hay ni un solo dato que avale esa inexistente teoría que nadie podrá probar en la vida de que la transmisión se haya disparado gracias a los paseos o las visitas de las personas mayores de residencias o al contacto entre iguales en los parques infantiles. «Es la economía, amigos». Y como el equipo técnico de nuestra residencia es mucho de datos estadísticos las personas mayores van a seguir saliendo, aunque sea siempre acompañadas de nuestro personal, por mucho que lo diga un orden ministerial mientras la situación sea discriminatoria. Sigue leyendo

Expurgo pandémico desde una residencia de mayores (I)

El siguiente artículo (excepto algunas ligeras actualizaciones por la evolución de la pandemia) no fue publicado en la revista Caramanchos de mi pueblo de origen so pretexto de que su temática no entraba dentro de la estructura de dicha revista, centrada en el folclore y las tradiciones extremeñas, a pesar de que en números anteriores han aparecido artículos ajenos a esta realidad y en este mismo año se publicará uno de una amiga enfocado en la Memoria Histórica. Será que lo que no se debe hacer es criticar de manera indiscriminada a izquierda y derecha.

Lo compartiré en dos partes debido a su extensión.

     Dicen quienes de esto saben que, antes de entrar en materia, lo suyo, a fin de evitar suicidios colectivos y/o rasgados de vestiduras, es situarnos en contexto. Como el título de este insignificante (y quizá algo díscolo) artículo puede ya conducir a ni saber de qué estamos hablando se hace necesario precisar un poco.

  • Expurgo: aunque haya pocas cosas tan simples hoy día como teclear un palabro en el buscador favorito y que te devuelva incontables resultados, para evitar tener que romper la imprescindible sintonía entre el que suscribe y quien lee, resumamos diciendo que un expurgo es una necesidad intestina que si no la sacas de adentro con la exclusiva intención de purificarte puede ocasionar males y daños imprevisibles a la salud, como diarreas, taquicardias o úlceras de diferente consideración.

  • Pandémico: aunque hasta el primer trimestre del año a nadie se le hubiera pasado por la cabeza que este adjetivo existiera o que iba a poder utilizarlo (o a su madre semántica, la palabra pandemia) en frases comunes más a diario que comer pan, en la actualidad es capaz de reconocerlo hasta cualquier corrector ortográfico. Pandemia pandemia pandemia… ¡Qué gusto que no salga la línea curva en rojo subrayando la palabra de marras!

  • Residencia: por si no lo sabíamos, son lugares de perdición, donde habita el diablo (no demasiado Cojuelo parece ser por la absoluta falta de diversión) y en los que se maltrata sistemáticamente a personas de edad provecta con el único objetivo de ganar pasta. Esos lugares, igual que el infierno excepto para creyentes católicos recalcitrantes, nunca les han importado a nadie una mierda, pero ahora resultan que son la caja de Pandora y, como siempre hay que echarle a alguien la culpa para hablar de todo menos de lo importante («la culpa es mía y se la doy a quien quiero» que opinaba una amiga), han sido tomados como chivos expiatorios de la inutilidad, ineptitud y estulticia de la clase política, las administraciones públicas y el periodismo de pito y chirigota.

  • Mayores: ya, sé que es complicado entender esta palabra, la que menos se ha usado dentro de todo este contexto; porque a ningún medio de comunicación oral o escrito se le ocurre soltar, en estos tiempos de corrección política y de temores intestinos a excluir a algún colectivo o herir sus sentimientos, decir subnormal, negro, marica o moro, pero ahora resulta que las personas mayores son ancianas, y así puede comprobarse día a día, a mansalva, sin que se ponga el grito en el cielo, por más que a nadie mayor de 65 años (60 según el consenso de la Unión Europea) le gusta que lo llamen anciano o anciana. A mi padre, cada vez que escucha en algún telediario la frasecita de que «un anciano de setenta años muere en su domicilio», casi le da un infarto. Mayores, personas mayores.

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Inocente inocente

     En una semana en la que no eran pocas las personas que la comenzaban bien ofendiditas al descubrir que en EE.UU. Antonio Banderas era calificado por algunos medios del país como actor de color (algún color sí que tiene, supongo que el sol de las playas normandas algo tendrá que ver), no esperaba yo terminarla de una manera tan ejemplarizante para nuestro habitual ombliguismo y etnocentrismo occidental. Tenemos tan claro que somos blancos, o al menos con más derechos y privilegios que estos pobrecitos que vienen de cualquier otro lado de la valla, que eso de sentirnos de repente de otra categoría (por más estadounidenses que sean quienes lo digan y sus premios parezcan lo más glorioso del planeta) nos toca mucho los huevos. Como si no existieran ya desde hace años los Grammy Latinos y los Emmy HispanicTime, no vaya esta peña de un color distinto al blanco a creerse en igualdad de condiciones de competir.

     Pero nos queda la infancia, esa que mira las cosas con otra perspectiva, más en base a los sentimientos y a las relaciones que a los condicionamientos sociales. Paula es una niña de cinco años que tiene un tío postizo llamado Kaleab. Es postizo no por restarle valor, sino porque no es carnal. Kaleab, que ya está en la Universidad, llegó a España procedente de Etiopía más o menos a la edad que tiene Paula, porque tenía un tumor ocular y una asociación consiguió su traslado para que fuese operado en nuestro país; la mamá y los abuelos de Paula lo acogieron en su casa, a él y a su padre, cuando salió del hospital y los trataron como a su propia familia. Para Paula, Kalache es su tito, sin más, porque lo ha tratado desde que vio la luz y cada vez le ha cogido más cariño.

     El caso es que, justo esta semana de ofendiditos, Paula llegó a casa del colegio y, vete tú a saber a cuento de qué o qué estuvieron tratando en su clase, le hizo a su madre la pregunta del millón, y con una extrañeza tal en su rostro inocente que mostraba bien a las claras que lo veía ridículo:

     –Mamá, ¿el tío Kaleab es negro?

     En fin. Ahí lo dejo, que me da la risa.