Beaterio

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Legionarios españoles portando el Cristo de la Buena Muerte en la Semana Santa de Málaga, por davric

     Castos, puros, intocables.

     Me explayo esta semana. Espero que sepáis disculpar lo que no acertará a ser quizá más que un continuum de expurgos en virtud de la amalgama de corajinas que se me han acumulado en estos últimos días. Entre el Drag-queen y los de Hazteoír.org me ha dado el cerebro para mucho. Serán esas cosas que tiene el ser católico.

     No quiero hacer apología de la libertad de expresión, esté más de acuerdo o no con una noticia o con la otra, ni hacer referencia a esa frase tan atribuida a Voltaire, aunque parece ser que salió de la pluma de su biógrafa: “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero daré mi vida para que puedas expresarlo”. Quiero hablar llanamente de las cosas que chirrían, que rozan lo grotesco y dicen mucho de aquello de que nuestras ideas nunca necesitan ser demostradas, sólo las de los demás.

     Es terrible que una persona se burle de la religión, sobre todo -o exclusivamente mejor- si es la mía. “A nadie se le ocurriría hacer tal cosa de Mahoma. Se liaría parda”, comentan. Lo cierto es que en el Islam, aunque no se les pueda considerar iconoclastas, por tradición está prácticamente prohibido representar al profeta desde el siglo VIII, sea en buena disposición o en mala. Así sucede dentro de la comunidad suní, que supone el 90% del mundo musulmán. Da lo mismo si es simplemente yendo en burro de camino a la Meca. Sin embargo, el catolicismo no es parco en imágenes. Al contrario. Sólo habrá que esperar un mesecito para que se las saque a pasear a mansalva por infinitas calles de nuestras ciudades, pueblos y hasta aldeas. No es lo mismo per se, representar pues a la Virgen que a Mahoma.

     Ahora bien, el tema es el respeto debido, y aquí ya es ponerse a hilar muy fino. Finísimo. Respeto, la palabra mágica. Supongo que cuando se habla de respeto en este sentido, quien lo nombra se debe de referir únicamente a aquellas personas ajenas a la religión católica que hacen burla de nuestras santas tradiciones, aunque sea durante unas fiestas paganas. Porque se da por supuesto que si llevan a cabo similares hechos o palabras grupos de fe altamente contrastada no es burla, sino broma o comentario situacional. Ejemplos hay muchos. Por poner un poner:

     – ¡Arriba con la Chochona! –como han solido nombrar a la Virgen del Rosario algunos de sus cofrades a la hora de levantarla porque pesa como un muerto. Muy divertido, claro. El roce hace el cariño.

     Y la mar de divertidas las más de cien hermandades camino del Rocío, incontrolables, que hasta los mismos implicados reconocen la imposibilidad de concienciar a tanta peña de que respeten el entorno, de que no se mamen en honor a la Blanca Paloma. Muy católico apostólico y romano todo. Pero es que se sienten tan alegres y dichosos por ir a ver a nuestra Señora.

     Y los legionarios. Con el Cristo en un hombro y el fusil en el otro. Los vellos como escarpia.

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Deberes: la injusta obligación

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     Deberes. La palabreja de marras no se libra de la quema ni en las primeras definiciones que muestra cada una de las dos acepciones del Diccionario de la Lengua Española:

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    Obligación. No hay más. Y el asunto se pone aún más serio si recurrimos a los significados que devuelve el verbo obligar, que aún es más clarificador.

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     Claro, que es que a los nenes y nenas hay que obligarlos, porque aunque ellos no sean capaces de razonarlo resulta que es un bien para su futuro, tan halagüeño y esperanzador. Porque de esos deberes son a los que me quiero referir.

     Podríamos decir que dicho argumento es sumamente subjetivo y puede ser sometido a debate y análisis sin demasiados esfuerzos lingüísticos ni metafísicos, pero el caso es que, aparte de que mandar deberes a casa sea o no condenar a una criatura a galeras, hay un aspecto bastante más esencial y con el que me encuentro con demasiada asiduidad como para pasarlo por alto.

    Dos situaciones reales que dudo puedan ser casus belli para quien se atreva a leer estas líneas. Sigue leyendo

Marica, y a mucha honra

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      A Nazario le repele la palabra gay. Cuando habla del asunto parece que hasta se le pone la piel de gallina. “Soy maricón, punto, que parece que está mal visto”, afirma rotundamente. “Me río con un amigo que insiste en decir que es gay, y yo le digo que si eso es ser menos homosexual o algo”.

     Puede parecer una memez, pero detrás de esta afirmación del padre del cómic underground en España hay mucha tela que cortar. Desde su pequeña tribuna presentando su libro autobiográfico apostilla el tema varias veces. Se trata básicamente de lo que el/la gran Shangai Lily vino a llamar, desde la crítica más milimétrica, gaypitalismo: la creación de la marca Gay. Como no podía ser de otra manera, el capitalismo fagocita de manera especial aquello que le puede incluso causar repelús, lo implementa según sus propios intereses despiadados de consumo y normaliza de manera conspicua cualquier conato de denuncia social visibilizando lo políticamente correcto a fin de ocultar lo que no queda tan bien. Es hermoso poder salir del armario, pero mejor si lo haces bajo las condiciones que impongo (aunque no te des cuenta) y ya lo bordamos. Así, la sociedad comprende el amor libre, de persona a persona sin atender a géneros, y cada vez hay más artistas que resulta que, de la noche a la mañana, son gays o lesbianas, aunque no lo digan en público ni se regodeen con ello, por aquello de proteger la privacidad y que la orientación sexual es cosa de cada uno y cada una. Y la sociedad gaypitalista se hincha a hacer publicidad y a subir vídeos apoyando la libertad sexual, pero sin decir las palabras prohibidas en virtud de supuestos componentes peyorativos de los que no se hacen cargo los maricones y las bolleras de toda la vida, que las pasaron putas, y ahora se sienten con todo el derecho del mundo a odiar nada cordialmente los términos gay y lesbiana por el componente de aclamación popular que ellos suponen, mientras por la calle seguimos mirando con el rabillo del ojo a dos hombres que se besan o a una mariquita de las de antes (a las que también reivindica Nazario con rotundidad). Sigue leyendo

«A contracorriente» (2016)

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De derecha a izquierda: Iván, David y un servidor cantando a lo cutre en el puente romano de Córdoba un Día del Peatón

    Ni puedo ni es mi intención ser objetivo.

    Los tres hermanos protagonistas de este documental, cuyo ejemplo y el de su familia son un canto a la vida, eran amigos míos. Y con la amistad de por medio no se puede ser objetivo de ninguna manera.

     David, Iván y Dani tenían el Síndrome de Wolfram -ya hablé de ellos en otra entrada-, una terrible enfermedad degenerativa que les permitió vivir sólo hasta cumplidos los 40. Los únicos hijos de Miguel y Mari Lola. Una enfermedad que sólo afectaba a los varones. Todos los componentes para realizar un drama, una tragedia, pero el Colectivo Brumaria -seguro que porque alguno de sus miembros conocía a David- han hecho todo lo contrario. Sigue leyendo