Desde la base

«Si quieres ir rápido camina solo, si quieres llegar lejos ve acompañado»
(proverbio africano)

Family life of elephants, by Larry Li

     Habréis leído de mi pluma en alguna que otra ocasión ocasión aquello de que, en Occidente, quien quiere cambiar las cosas se hace activista, no político. Por ser más estricto, podría concluir que, en realidad, lo que se dice cambiar, se pueden cambiar bastantes cosas desde el poder, lo que sucede es que, por causalidad (que no casualidad) dichos cambios son para el beneficio personal, nacional o partidista, entiéndase como se entienda, pero no para el bien común, porque este no hay diversas formas de entenderlo. El común somos todas; lo personal, nacional o partidista solo una persona o un grupo.

     Aquella persona que sustenta su escala de valores en la solidaridad, en la fraternidad y en la libertad difícilmente va a decidir formar parte de la dirección de un partido o, a lo sumo, lo va a abandonar a los pocos años, porque el deseo de poder (sea económico, social o político) es incompatible con cualquiera de esos términos. Sin recurrir a manidos argumentos tan solo basta echar un ojo (o medio) a los curiosos acuerdos a derecha a izquierda tras las últimas elecciones en múltiples ayuntamientos y Comunidades Autónomas para observar que la ideología y la coherencia (si es que ambas existiesen) están varios peldaños por debajo que el hecho de acceder al gobierno. Aunque haya que pactar con Satanás, pues más importante es el pacto en sí que con quién se tenga que realizar. Así, por ejemplo, en Jerez de los Caballeros, la única concejala de Unidas Podemos se ha erigido en alcaldesa del municipio con el apoyo de PP y Cs para echar a la socialista Virginia Borrallo del consistorio; por otro lado, en Melilla, el único concejal de Cs ha logrado la presidencia de la Ciudad Autónoma y sustituir a Imbroda, líder del PP, gracias a los votos de CPM y PSOE; mientras, en Palencia o Granada, el partido naranja no ha dudado en pactar con Vox para no perder su añorada cuota de poder. Luego, para rizar el rizo, Ciudadanos ha abierto expediente a los dos concejales de Santa Cruz de Tenerife por no respetar la… disciplina de partido y hacer alcaldesa a la socialista Patricia Hernández, y el PSPV ha abierto expediente de expulsión del partido a Dimas, recién estrenado alcalde de Sueca (Valencia) con la inestimable colaboración de los votos de los concejales del PP. Parece un poco lío, pero realmente no es que importe demasiado si lo es, o eso parece: darse por sentado el chaqueterismo por mor de «aquí estoy yo y mis cojones». Sigue leyendo

«March. Una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos» (2018)

Lewis recibiendo la Medalla por la Libertad

   John Lewis, que ocupa un puesto de congresista en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por Georgia desde 1986, aparte de escupido, insultado, apaleado y encarcelado, fue arrestado más de 40 veces en la década de los años 60 del pasado siglo durante el movimiento por la defensa de los derechos civiles. Un icono, que aparece junto a Martin Luther King Jr. en el largometraje «Selma» y que fue uno de los oradores en la multitudinaria marcha a Washington en la que el Doctor King pronunciaría su famoso discurso «I have a dream».

    Huelga decir que Lewis es afroamericano y que de poco le sirvió su lucha por los derechos civiles en aras de ser reconocido en Estados Unidos, el país de las libertades; tuvo que ser Barack Obama, primer presidente afroamericano en pisar la Casa Blanca, el que le otorgara la Medalla Presidencial de la Libertad en 2010, a la vez que a la activista por su misma causa Maya Angelou (por más que en dicha ceremonia se le entregara también a ínclitas personalidades como George W. Bush o Angela Merkel).

    Más de dos mil personas se congregaron en el San Diego Civic Theatre en septiembre del año pasado para participar en un debate sobre la novela gráfica «March», de la que Lewis es coguionista junto a su asesor político Andrew Ayden: una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, tal y como su propio subtítulo indica. Y bien que merece tal asistencia. Sigue leyendo

Lo evidente

     Si existe algo que me defina en el plano de los odios y de las fobias es mi firme creencia en que las cofradías, las hermandades y las mastodónticas procesiones semanasanteras suelen andar bastante más cerca del Diablo que de Dios; y el menda lerenda viviendo en Córdoba: «no quieres caldo, pues toma dos tazas». De hecho, me pasé más de ocho años en un piso situado a cien metros de la Carrera Oficial; desde el lunes al viernes santo, para que algún buen cristiano me permitiera atravesar la calle y llegar al portal sin recibir una tanda de insultos, casi tenía que llamar a la Benemérita. He de reconocer que la mayor molestia, a nivel particular, ni siquiera consistía en que tardara en llegar a mi domicilio más que un caracol en subir al K2, sino en que cualquier insensato pensara que mi pretensión era colarme y ponerme en primera línea de playa para apreciar a la Virgen Santísima y a su cohorte de encapuchados tipo KKK en todos sus misterios dolorosos con mayor enjundia. De haberlo sabido entonces, hasta me hubiera cortado el brazo izquierdo (tampoco hay que exagerar, que soy diestro) por quedarme en aquel estatus de morretas de primera fila con tal de no tener que pasar por el sofoco y la degradación del viernes pasado.

     Me hallaba yo esa tarde bien feliz y dispuesto en el salón de mi casa realizando una tabla de ejercicios de mantenimiento (que tiene uno ya esa edad en la que el cuerpo, ingrato él, tiende a ponerse fondón) cuando recibí al móvil una llamada de una urgencia tan abrumadora como predecible. Apenas cinco minutos llevaba desanquilosando los músculos. Descacharrante. No es de extrañar que mi límite de resistencia no sobrepase el recorrido en bicicleta que va desde mi piso al curro y viceversa. Resoplé lo justo, que podía haber sido más dada la situación, miré a los gatos, los dejé en el salón para que Igor tuviera la exclusiva oportunidad de morder los cables del ordenador durante mi ausencia y, descolgando del perchero de detrás de la puerta del dormitorio la primera sudadera que pillé, me la ensarté y salí a la calle. Sigue leyendo