Obturador anal

   Hay una máxima tan poco precisa de explicación como los programas electorales y que todo el mundo sigue a rajatabla igual que un dogma incomprensible de la Santa Madre Iglesia: en caso de urgente necesidad si alguien debe de sufrir carencias han de ser los que menos posibilidades económicas tienen pues, suponemos, ya están más que acostumbrados a pasarlas canutas.

Así dicho puede sonar poco fino e incluso meridianamente doloroso para los oídos castos de los ricos e incluso, ¿por qué no?, de la clase media, tendente a lo acomodaticio a fin de no perder la relativa seguridad en la que suele navegar aun ausente de rumbo. El caso es que últimamente, y casi sin derecho a remisión, excepto a los ricos del todo o a los que deciden las estrecheces desde sus amplios sillones es al grueso de la tropa al que nos toca sufrir sus abstrusas determinaciones, que lo único que son capaces de demostrar es que su mundo y su realidad se parecen a la del resto de mortales en que a la postre van a diñarla igual, aunque con más pasta para provecho de gusanos y descendientes.

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Una de las últimas y desconocidas aplicaciones normativas es la de la reducción del número de absorbentes (los pañales de toda la vida) por persona con cargo a la Seguridad Social. No es que hasta hace cuatro días fueran la panacea: tres diurnos y uno de noche, aunque daba para ir tirando, pero ahora han reducido una unidad durante el día. Lo que esta cuestión quiere decir para oídos neófitos es que un enfermo de Alzheimer, una persona mayor encamada o en silla de ruedas que no puede ponerse en el baño, un anciano dependiente en todas las actividades básicas de la vida diaria, sólo tiene permiso para orinar dos veces al día y una vez por la noche con coste para la Sanidad que todos pagamos porque el resto de cambios de absorbente los va a tener que pagar su familia o su pensión de mierda o en su defecto quedarse empapadito, con los consiguientes problemas de escaras o heridas, hasta que toque la hora oportuna del cambio. Claro que si tienes medicación por incontinencia la generosidad del estado llega a tan alto grado que no hay recortes, te sigues apañando con los tres diarios y el nocturno, lo que tampoco es para tirar cohetes.

      También resulta curioso constatar que cuando al director de una residencia -posiblemente las entidades más afectadas por tamaña medida- se le ocurre la sencilla idea de pedir tal orden por escrito a su centro de salud no hay alma humana ni divina que sea capaz de estampar un sello que así lo atestigüe: “se lo podemos decir de palabra”. ¿Pero esto de quien depende?. Y a marear la perdiz. Menos mal que los responsables sanitarios de turno siempre sacan soluciones aplicables de debajo de la chistera. Por si algún auxiliar de gerontología, DUE, médico o gerente de centro de día o residencial tiene la oportunidad de leer esta indignada entrada de blog paso a detallar un par de las que aportaron, de manera verídica aunque nadie ose creerlo, tras reiteradas protestas.

“Darles menos de beber, que aún no hace tanto calor”. Como bien recomienda el Ministerio de Sanidad cada año en referencia a los colectivos con riesgo de deshidratación cuando se acercan las altas temperaturas: mantenerse bien hidratado, pues entre otras cosas previene la aparición de úlceras en la piel.

“Ponerles un obturador anal”. En palabras menos técnicas podríamos definirlo como insertarles un tapón en el culo. Mi compañera DUE de la residencia reconoció con la mayor de los humildades que en la vida había escuchado que tan grueso remedio existiera o fuera a tomarse en consideración.

Por mi parte puedo compartir con el respetable que ando bastante preocupado por esta situación, ya que llevo cagándome en toda esta gentuza desde hace muchos meses y ahora resulta que sólo voy a poder hacerlo dos veces diarias y una por la noche. Voy a ver si convenzo a mi médico de cabecera para que me recete algún medicamento -creo que vota a Podemos- porque si he de basarme en la frecuencia con la que me cago en toda su nación algo de incontinencia seguro que tengo.

«El corazón es un cazador solitario» (1940)

Carson McCullers

Carson McCullers

“Lo más fatal que un hombre puede tratar de hacer es estar solo”. Dolorido lo comparte Copeland, el médico negro que da igual los títulos que tenga, pues, como el inspector Virgil de «En el calor de la noche», es negro y eso basta para no ser digno y ser apaleado. Su único recuerdo agradable de un blanco es que uno se le acercara en un bar a darle fuego. Lo más triste del asunto es que la frase la suelta un hombre que se siente terriblemente solo, aun rodeado de gente, como cada uno de las almas errantes que pululan por esta tierna y dolorosa obra coral sobre el amor, la pérdida y la incomunicación.

Da igual que esa pérdida con la que decide sorprendernos la vida sea la de un ser querido, la de la inocencia, la de la fe en la justicia o en el sentido de la existencia… todas y cada una de ellas aparecen en alguno de los protagonistas de corazón solitario: Biff, Mick, Jake Blount, Willie, el indescriptible Mr. Singer. Da igual la pérdida, lo importante es si hay forma de vivir tras ella en un mundo febril que nos aísla y nos intenta anclar de manera inexorable en el desánimo y el individualismo. Sintomáticamente, el único ser de toda la obra capaz de comprender hasta el límite y con quién mejor se puede conversar es un sordo(mudo). Y paradigmática es también la explicación melancólica de Biff de por qué abre su negocio de madrugada, cuando ni le merece la pena el esfuerzo: “La noche era el momento. Estaban aquellos a los que de otro modo jamás vería”. Impotente soledad. Tal vez esto es lo peor de ese cazador solitario llamado corazón, que le es imposible ser gregario aunque sea esa la única forma llevadera de sobrevivir a la pérdida de la “presa”. Está condenado a tener espíritu de guepardo contenido en un cuerpo de león. Un absoluto desastre.

Afortunadamente McCullers comprende que los mejores frutos y flores nacen gracias al estiércol y su sentimiento timbrado y profundo se acerca más al rousseauniano de Hawthorne o Steinbeck que al descorazonador de Faulkner o Céline. Ni en lo hondo del dolor o del infierno más humanamente insuperable la escritora sureña renuncia a la ternura: “el médico aguardaba la aparición de la negra, de la terrible cólera como la de una bestia que surge en medio de la noche (…) Descendió a las profundidades hasta que finalmente no quedó más abismo. Tocó el sólido fondo de la desesperación, y se sintió algo aliviado.//En ello conoció cierta fuerza y una sagrada alegría. El perseguido se ríe, y el esclavo negro canta para su alma ultrajada bajo el látigo. Una canción sonaba en su interior ahora…” Pocas veces he tenido la dicha de gozar de unos textos en los que se entremezclen de manera tan sutil como apasionada el sufrimiento de la realidad con el ser humano interior que también somos y que es capaz de elevarse y sobrevivir por encima de la tragedia. He de reconocer no obstante, para no llevar a engaño a futuribles lectores, que tampoco es que encuentre uno exceso de consuelo en ello ni en la suposición nada errónea de lo que adviertes que está por venir.

El inicial estilo pausado y sin ahogos de McCullers colabora notablemente a que la narración fluya con naturalidad. Si bien en la primera parte de la novela puede atenazarnos esa sensación incómoda de no avanzar, su descripción situacional y episódica es imprescindible para alcanzar ese punto difícil y necesario de sentir, sufrir, comprender, derramarte con unos personajes tan dramáticamente humanos. De manera particular con Singer, enamorado de fidelidad exquisita en una relación de claro componente homosexual, extraña y hermosa, que atraviesa de manera trasversal toda la obra; John Singer, principio y fin de cada una de sus páginas, esté o no presente, protagonista de un prólogo cuya profundidad no se alcanza del todo a comprender hasta que casi se está cerrando el libro, y dónde después de él todo es un profundo y desolador epílogo.

La intensidad, explosión y cochura del estilo crítico de McCullers en lo tocante al racismo, al individualismo, a la desesperanza obligada de las clases pobres y, de manera mucho más concreta, su enfoque directo y nada velado hacia un tema tabú como la homosexualidad no serían comprensibles sin la propia historia personal de la que aparecen constantes referencias a lo largo de esta su primera novela: su nacimiento en una familia de clase media del sur, el piano y el amor por la música de la adolescente Mick compartido por la escritora, la profesión en común del padre de ambas -joyero-, el sentimiento constante de pérdida e impotencia seguramente marcado a fuego por sus constantes enfermedades y recaídas… y cómo no, su asumida homosexualidad que la llevó a tener varias relaciones con mujeres -incluida la mantenida con la otra excelente sureña Anne Porter- a pesar de haber contraído un conveniente matrimonio. En una sociedad tan estúpidamente puritana y clasista como la norteamericana de los años 40 la impertinente osadía de McCullers sólo es posible desde su recóndita soledad y su sentimiento de incomprensión. Sólo desde otro cazador solitario.

¡Oh, melancólico corazón!, por muy amado que seas del resto del mundo ¿encuentras acaso sentido a tu existencia cuando perdiste aquel objeto a quién amar?

Honradez

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Poverty by DoggyStajl

Se queda un poco detrás, de pie, con los dedos pulgares colgados de las asas de su mochila descolorida y mustia; con su pelo oscuro, largo y lacio vertido sobre sus hombros enclenques y su rostro similar al de un adolescente que se niega a crecer ajado por un acné excesivo que le otorga la apariencia de cráteres selenitas.

– Tiene retraso, igual que la madre, que tiene también un trastorno mental -comenta su tía exenta de delicadeza como si la chica fuera sorda y no le afectara su discurso cáustico-. Viven solas, un desastre; todos los días tengo que venir del Higuerón para darles algo de comer. Pero mi marido se ha quedado en paro y a ver qué hacemos. Tenéis que buscarle una solución.
Mientras observamos la cara de la chica del fondo, cuyo gesto avispado conduce a deducir que no cuenta con tanta inoperancia como transmite la mujer de pelo revuelto y gestos desencajados que se rebulle en la silla, pienso en ese habitual matiz de obligatoriedad que suele venir implícito en la mente de las personas mutiladas por la impotencia.
– ¿Me puede decir el DNI de su hermana Inmaculada, Carmen?
Rebusca en una carpeta de cartón que sujeta entre las manos áridas, saca una fotocopia de un oscuro casi ininteligible y suelta la retahíla de números como un géiser.
– ¿Y el teléfono? Es para ir completando los datos de la ficha.
Piensa, razona moderadamente mostrando en el discursivo divagar su completa ignorancia y se escucha una voz meliflua tras ella, de un metodismo exquisito, proveniente de los labios finos de la chica con retraso, lanzar nueve dígitos con aún mayor celeridad que la ofrecida por la tía que leía el número de carné.
– Se… se los sabe de memoria, fíjate -afirma con evidente afán de justificación.
– Gracias, Inma -que también se llamaba la sobrina-. ¿Habéis ido a las trabajadoras sociales de zona?

Es la penúltima familia que atendemos ese jueves en la oficina y cuando cerramos las cancelas con una fatiga anímica e insalvable , las compañeras de Cáritas a las que asignamos -digamos- a Inma, a su madre y a su tita, se encuentran ese mismo día a la salida. Ya las habían visitado en alguna ocasión y están charlando con ellas mostrando al respetable obvios signos de angustia y desazón ante las palabras de sarnosa digestión que comparte Carmen y de las que me harían inmediatamente indeseado conocedor: su sobrina había sido objeto de abusos desde su más tierna infancia a manos (por ser menos basto) de su hermano que la tenía de querida y fue internada en un centro de protección y discapacidad hasta cumplir sus recién estrenados dieciocho cuando fue devuelta como un paquete postal de inmerecido destino a su des-hogar materno para aceptar sin opción a réplica las ingratas condiciones que le ha tocado vivir. Parece ser que su casa es un caos de falta de higiene y de organización, y tal es así, que las dos compañeras del equipo, ni cortas ni perezosas, le entregan a Inma, hija, en un encuentro excesivamente ágil seis euros para un bocadillo al que hincarle el diente.

A los pocos días quedaron en volver a su casa. Inma las recibió con una amabilidad sólo propia de las personas que nada tienen que ocultar; tenía un tupper que la habían prestado las compañeras metido en una bolsa y lo sostenía con la punta de los dedos. En su interior podían apreciarse sonidos metálicos. Cuando se lo entregó y lo abrieron se encontraron dos moneditas titilantes de idéntico valor: dos euros. La vuelta del bocadillo.

Cuando le pido a un político, a cualquier mandamás, al más obtuso de los dirigentes que sea honrado, que tenga dignidad es a esto a lo que me refiero, al valor de hacer lo correcto. Y cuando me arrogo el derecho insensato de llamar retrasado al mismo político, mandamás de turno u obtuso dirigente en el caso más que probable de no considerar mi propuesta acerca de la dignidad y del deber no es a él a quien ofendo sino a Inma, y le pido perdón, porque una única célula de su dignidad ahoga por completo la actitud entera, que no íntegra, de quien teniendo todas las posibilidades y falta de carencias para ser justo se pasa la honradez por el forro de los huevos.

Licencia Creative Commons Honradez por Rafa Poverello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Obligada voluntariedad

 

Córdoba, a 20 de noviembre de 2013

Estimada señora María Isabel*:

Mi nombre es Antonio M. J. y no, no busque entre sus papeles, que no me conoce de nada, ni a mí ni a mi esposa, Carmen L. D., enferma de Alzheimer desde hace casi diez años e ingresada en una residencia privada hace poco más de seis meses porque ya no podía hacerme cargo de ella en mi domicilio como consecuencia del deterioro físico y cognitivo ocasionado por dicha enfermedad.

Una vez leídos estos poco exhaustivos datos objetivos que comparto en el primer párrafo de esta carta puede contemplar dos posibles opciones. La primera y más incómoda correspondería a seguir leyendo estas letras en las que, con respeto y humildad, pero con toda la indignación de la que soy capaz y a la que me conduce la desesperación, critico y sanciono la gestión y la administración de los bienes que habiendo de servir de desahogo a todos los andaluces y andaluzas, especialmente los más necesitados de atención, no cumplen la función social que se les atribuye y a cuyos falaces objetivos hace referencia la propia Junta de Andalucía en sus presupuestos generales en la sección correspondiente a la Atención a la Dependencia:
– Consolidar el liderazgo de Andalucía en el desarrollo y consolidación del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia.
– Garantía de acceso a las prestaciones para las personas en situación de dependencia, que tienen derecho a las mismas
– Racionalización de los plazos para el reconocimiento de la situación de dependencia y la aprobación del Programa Individual de Atención.

 Alzheimer's by kscreations

Alzheimer’s by kscreations

El caso es que -como decía- usted no conoce a Carmen, mi esposa, y tal vez por eso –igual que sucede con muchas otras familias- resuelve con tanta ligereza sobre su situación, ya que al fin y al cabo es la persona responsable de firmar las resoluciones, según criterios tan absurdos como inextricables sin ejercer con valor la capacidad que igualmente le corresponde de buscar soluciones alternativas a la debacle a la que la administración andaluza, y de manera concreta su Delegación, somete a las personas en situación de Dependencia. Y lo más grave no es que decida, con un leve movimiento de pluma, la suerte de los demás, sino que con ello demuestra su falta de sensibilidad práctica y efectiva ante los problemas de los ciudadanos y ciudadanas que han depositado en ustedes su confianza. El tema es tan simple que no hay por dónde agarrarlo: Carmen, con una situación reconocida de Dependencia de Grado III, Nivel 1 -el grado máximo como ha de conocer-, tenía concedida una prestación para asistir a la UED “S.R.”, pero debido al deterioro general al que antes hacía mención me vi en la necesidad de trasladarla a un centro residencial. De ello di constancia a Servicios Sociales Comunitarios el 14 de junio del presente año, y el 22 de julio se me envía una resolución firmada por usted por la que se le retira la ayuda al causar BAJA VOLUNTARIA del recurso. Curioso el concepto de voluntariedad por el que fundamentan, no ya extinguir la prestación, sino mantenerla aún a la espera de una nueva ayuda habiendo a todas luces empeorado su situación como así lo confirma la solicitud de prestación económica emitida por la trabajadora social de Servicios Sociales de zona. Detengámonos con simplicidad en la acepción concreta del término según la RAE: 2. f. Determinación de la propia voluntad por mero antojo y sin otra razón para lo que se resuelve. Poco más queda por decir ante esta soberana realidad, Señora María Isabel, quizá que ateniéndonos a dicha definición están mucho más cercanos a la voluntariedad (y a la arbitrariedad) los criterios y las bases en los que se fundamentan a la hora de retirar una prestación y tardar meses en volver a concederla (o lo que es peor, incluso valorarla). Deseo de todo corazón que Dios le conserve por siempre un sueldo lo suficientemente alto como para no tener que preocuparse y perder el sosiego con estas historias que sólo afectan al resto de mortales, quienes al menos nunca se habrán de ver en la tesitura de pensar si podrían haber hecho algo más por conceder a todos una vida algo más soportable.

No puedo terminar mi sencilla exposición sin hacer mención concreta al hecho por el que, gracias a su extremo cinismo, me ha decidido a compartir con usted estas reflexiones. La semana pasada estuvo en la residencia realizando entrevistas -a los residentes más autónomos en el plano cognitivo o a los familiares entre los que me hallé- una trabajadora social muy amable de la jaula de grillos que usted gobierna. Perdón por el símil, pero es que me resultó de lo más particular que el motivo de dichas encuestas fuera conocer el grado de satisfacción de los residentes con el centro y la atención que se le prestaba. ¿No sienten ni un nimio pudor al enviar a personas del servicio de Inspección a los diferentes recursos para valorar la atención que se brinda a los usuarios cuando ustedes no les hacen el más mínimo caso en sus necesidades más urgentes? Es como tragarse el camello y colar el mosquito. Una postura farisea y de autocomplacencia. No puedo estar más indignado.

Sin otro particular y esperando su comprensión reciba un abrazo sincero de Antonio, esposo dolorido e impotente de una enferma de Alzheimer que carece de pensión.

* María Isabel Baena Parejo es Delegada Territorial de Igualdad, Salud y Políticas Sociales de Córdoba 

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