«Estos son mis principios; si a usted no le gustan… tengo otros» (Groucho Marx)
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Obscenidad
Hace justo ahora 20 años, Milos Forman retrató acertadamente la obscenidad de la doble moral en la cinta “El escándalo de Larry Flynt”. En una de las escenas más memorables de la película, el actor Woody Harrelson, quien encarna de muy buenas maneras al protagonista, editor de la revista pornográfica Hustler, interroga al respetable sobre ¿qué es más obsceno? mientras pasa una proyección de diapositivas: pechos turgentes, mujeres desnudas en actitud poco decorosa… entre otras imágenes de violaciones de derechos humanos, guerras, violencia, hambruna.
Ni qué decir tiene que al escandalizador Flynt le dieron hasta en el cielo de la boca, pero por aquel entonces -mediados de los 70 del pasado siglo- se convirtió por mérito propio en el defensor a ultranza del respeto escrupuloso a la primera enmienda de la Constitución de EE.UU.:
“El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios”.
En lo que debiera ser una vergüenza para algunos de los más altos cargos políticos de este país gañán y tercermundista llamado España, así como para sus medios afines y demás acólitos, he sentido tanto asco tras las diversas manifestaciones y opiniones mostradas por la casta -ahora han demostrado con creces que no les venía mal tal apósito, pues se comportan como esa élite que en el resto ve mugre- hacia otros representantes igualmente dignos y elegidos de forma democrática por la ciudadanía, como si me hubiera comido sin respirar una tonelada de mierda. Sigue leyendo
Mirar al otro. Mi deseo
31 de diciembre de 1995. Hace justo ahora 20 años. Wroclaw, Polonia, encuentro europeo de Taizé. 15º bajo cero, salía a la calle con el pijama de franela debajo de la ropa y de los abrigos. Y ni así. Los perros, insensatos, refregándose el lomo en la nieve.
Como suele suceder en estos encuentros, una familia local nos acogió en su casa los tres días y medio de visita. Él, ya jubilado, era un gran aficionado a la pintura. Varios cuadros al óleo adornaban las paredes del salón de su casa. “Ya no puedo pintar. Los óleos y los lienzos son muy caros”. Acerté a entender con signos en una espantosa mezcla de polañol.
Yo, vegetariano ya por aquel entonces, pude evitar romper mis reglas autoimpuestas gracias a que nunca realizábamos las comidas en la casa excepto el desayuno.
Entonces llegó la noche de fin de año, claro. Regresamos a la casa con el tiempo justo de ducharnos y descansar un poco antes de ir a la Vigilia. Cuando nos abrieron la puerta y pasamos al salón, la hermosa mesa rectangular normalmente diáfana y ausente de todo estaba repleta de viandas y manjares de todo tipo, color y categoría. Verduras eran las menos, desde luego, rodeadas de lomo, unas enormes salchichas alemanas y algún que otro pescado.
Abrí los ojos con una desmesura que aún no he repetido en estos siguientes 20 años. El matrimonio aguardaba al lado de la mesa. Sonrientes, con las manos entrelazadas ofreciendo a sus invitados un banquete que no se podían permitir. Sigue leyendo
Las elecciones y mis prioritarias sandeces
Me dicen mis amigos que soy un radical. Mis enemigos ya lo comentaban hace tiempo.
Comentan, entre otras muchas cosas, que soy más inocente que una piruleta por creer que las cosas van a ir a mejor por el mero hecho de que decida no colaborar con ellas. Y eso que ya saben de sobra que, en realidad, me importa bastante más hacer lo que considero justo aunque supuestamente pueda servir de poco.