Lo evidente

     Si existe algo que me defina en el plano de los odios y de las fobias es mi firme creencia en que las cofradías, las hermandades y las mastodónticas procesiones semanasanteras suelen andar bastante más cerca del Diablo que de Dios; y el menda lerenda viviendo en Córdoba: «no quieres caldo, pues toma dos tazas». De hecho, me pasé más de ocho años en un piso situado a cien metros de la Carrera Oficial; desde el lunes al viernes santo, para que algún buen cristiano me permitiera atravesar la calle y llegar al portal sin recibir una tanda de insultos, casi tenía que llamar a la Benemérita. He de reconocer que la mayor molestia, a nivel particular, ni siquiera consistía en que tardara en llegar a mi domicilio más que un caracol en subir al K2, sino en que cualquier insensato pensara que mi pretensión era colarme y ponerme en primera línea de playa para apreciar a la Virgen Santísima y a su cohorte de encapuchados tipo KKK en todos sus misterios dolorosos con mayor enjundia. De haberlo sabido entonces, hasta me hubiera cortado el brazo izquierdo (tampoco hay que exagerar, que soy diestro) por quedarme en aquel estatus de morretas de primera fila con tal de no tener que pasar por el sofoco y la degradación del viernes pasado.

     Me hallaba yo esa tarde bien feliz y dispuesto en el salón de mi casa realizando una tabla de ejercicios de mantenimiento (que tiene uno ya esa edad en la que el cuerpo, ingrato él, tiende a ponerse fondón) cuando recibí al móvil una llamada de una urgencia tan abrumadora como predecible. Apenas cinco minutos llevaba desanquilosando los músculos. Descacharrante. No es de extrañar que mi límite de resistencia no sobrepase el recorrido en bicicleta que va desde mi piso al curro y viceversa. Resoplé lo justo, que podía haber sido más dada la situación, miré a los gatos, los dejé en el salón para que Igor tuviera la exclusiva oportunidad de morder los cables del ordenador durante mi ausencia y, descolgando del perchero de detrás de la puerta del dormitorio la primera sudadera que pillé, me la ensarté y salí a la calle. Sigue leyendo

Novela: «Yo, tú… él»

     Con gran alegría, os presento a mi nueva criatura: «Yo, tú… él», novela que podría invitaros a leer porque es de un tema que se lleva: la violencia machista, que se ha llevado por delante la vida de 54 mujeres (o 47, según quien cuente) durante el año 2018. O porque hay personajes entrañables y tiene emoción e incertidumbre hasta el final. Pero no, lo hago porque vivimos en un sistema patriarcal y heteronormativo con el que todo el mundo comulga sin darse ni cuenta, y las cosas son como nosotros y nosotras las pensamos y hacemos, sin darnos cuenta.

     La publicará Distrito 93, una nueva editorial centrada en novela social y de género negro, previa venta de 55 ejemplares. Soy muy optimista (quizá en exceso) y confío en la generosidad de propios y extraños.

     ¿Que de qué va?. Pues aquí está la sinopsis:

    Juani, superviviente de violencia machista. Alex, agente de la Unidad de Prevención. Dos diarios contrapuestos como su propia forma de ver la vida. Pasado y presente se entremezclan en la vida de una mujer maltratada, tan extrovertida y libre en la década de los 90 como sumisa y resignada en la actualidad. O al menos antes de que su camino se cruzara con el de Alex, de personalidad desencantada y cínica, quizá por su incapacidad de comulgar con ruedas de molino, adalid de la obligación autoimpuesta de ayudar a Juani a sobrevivir, física y psicológicamente.

Y en medio del caos tú, o yo; quizá haciendo oídos sordos, encontrando justificaciones o buscando alguien a quien culpar. Una de las facetas que mejor se le da al ser humano.

     La preventa ya ha finalizado alcanzando de sobra el objetivo de 55 ejemplares. En breve comenzará la edición. Muchas gracias a todas las personas que habéis colaborado para hacer posible la publicación.

     Y a continuación os comparto la que, espero y deseo, sea la portada de la novela en papel. Creada por el artista y amigo José Ángel.

Imbecilidad

Good versus Evil, by kosmolaut

    Voy a tratar de resumirlo en una frase: «el ser humano no es bueno ni malo por naturaleza, se va convirtiendo poco a poco en imbécil». En su cuarta acepción, quiero decir, no hay que alarmarse; a saber, que nos faltan dos luces y somos débiles, o más finamente, seres imperfectos.

    Ahora toca lo de explicarse un poco, pero no mucho, porque ante lo indemostrable solo queda casi encogerse de hombros. Si gente tan estudiá como Hobbes o Kant tiraban para un lado del monte y Rousseau o Marx para el otro no voy a hacer yo ahora una tesis doctoral.

    Primer punto, la bondad y la maldad no son conceptos universales, éticamente establecidos a nivel mundial y comunes a toda sociedad. Por otro lado, ni siquiera la psicología evolutiva se pone de acuerdo en qué momento da comienzo la conciencia moral en el individuo, pero cuando surge, lo que sí que tienen claro es que se debe al proceso de socialización –o des-socialización, váyase usted a saber–. Así, con nuestro modelo de corrección, potenciaremos en la inocente criatura unos comportamientos sociales respecto a otros en virtud de los preceptos morales y las normas sociales de la sociedad en la que ha nacido, desde eructar o no después de comer, hasta partirle o no la cara al compañero de clase si te ha llamado memo. Aquí podemos retroceder históricamente hasta el infinito: la madre de la madre de la madre de la madre… ¿Adán y Eva eran egoístas y se ha ido pasando el asuntico de generación en generación durante el aprendizaje? El pecado original ese que dicen los irresponsables que también le echan al demonio la culpa de todo. Y aquí llegamos al quiz de la cuestión, porque tanto la idea de la maldad y de la bondad intrínseca del ser humano proviene de la tradición judeo-cristiana, que ni siquiera ha sido capaz de deshacer el entuerto de la incompatibilidad inicial de dos conceptos: Dios nos hace a su imagen y semejanza, pero por otro lado tenemos pecado original por los primeros padres. ¿Mande? Entonces, ¿en qué quedamos? Y claro, tuvieron que idear aquello de Luzbel, al ángel caído del cielo, convertido posteriormente en Lucifer, para no tener que perder demasiado tiempo en cómo, por arte de birlibirloque, el ser humano empezó a hacer trastadas, y cada vez más gordas. Sigue leyendo