Violencia-Noviolencia: a guisa de introducción

    El 30 de enero se celebra cada año el Día Escolar de la Paz y la Noviolencia. Curiosamente (o no), la incidencia sobre el primer concepto de la ecuación, pero no sobre el segundo, hizo plantearme que algo tendría que hacer para que, en lugar de hablar en este día solo de llevarse bien y de lo malas que son las guerras (y no todas, claro), pudiéramos reflexionar un poco sobre por qué a casi nadie le interesa demasiado hablar de noviolencia y sí de soltar palomas con mensajitos.

    Aunque el vídeo tendría que ser breve para que a cualquier persona no le costase mantener la atención, incluidas las residentes del centro sociosanitario en el que curro, y dejaba sueltos algunos cabos, la idea era, sencillamente, generar debate. 4:30 minutos de imágenes y palabras que, espero, sirvan de somera introducción.

     Feliz lucha.

Feliz y sanitaria Navidad

    En fin, que ya están aquí las vacunas; lo que es una suerte, tanto para quienes creen en ellas como para quien no, pues ambas partes tendrán ya retahíla para rato y no aburrirse de hablar desde la Nochebuena hasta el Día de Reyes dentro del margen entre «ya nos curamos» hasta «nos van a insertar un microchip».

    Como suelo ser más pragmático y lo que no gusta es olvidar a las personas (que para eso está la clase política con la Salud Pública) este año voy a agradecer sin paliativos la lucha constante, desesperada y critica de toda la gente de bien que ha estado al pie del cañón desde el día 0 y lo sigue estando ahora: el personal sanitario y el socio-sanitario, ese que ya no oye las palmas en los balcones y que cuando dejó de oírlas era porque no les habían renovado el contrato en pleno proceso de desescalada.

    En esta Navidad donde las personas creyentes celebramos que nos vino la esperanza, afirmo que nunca se fue, porque la llevaron en brazos todo el rato enfermeres, médiques, auxiliares, terapeutes, fisios… que, codo con codo, han logrado que todo sea algo más llevadero o que han acompañado en el dolor y la muerte.

    Sirva mi belencito de este año de convencido, firme y sentido homenaje. Podéis hacer con él lo que queráis (de ahí sus diversas versiones): recortarlo como hice yo, mandarlo o darlo como felicitación, que lo coloreen les niñes…

    Gracias a toda la gente de bien y a seguir con fuerza, que la mayor parte de los virus que se quedan de un año para otro no se van a paliar con vacunas.

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País Moreno

En país Moreno, la inmensa mayoría de sus habitantes tiene el pelo de color oscuro: entre negro carbón y castaño claro. Las gentes de la zona se sienten inmensamente orgullosas del tono de su melena. Lo lucen por la calle de manera esplendorosa, casi vanagloriándose de formar parte de ese pueblo digno de pelo bruno. Da igual que pueblen sus cabezas rizos, ondas, lisuras o alopecias galopantes; lo importante es entrar dentro de la gama.

No es menos cierto que, en país Moreno, una proporción nada desdeñable de la población tiene el pelo rubio o dorado. Sin embargo, debido a que, por norma general, el vecindario ha presumido de aquella manera tan excesiva de gozar de un color de cabello oscuro, y llevan desde que el mundo es mundo creyéndose el pueblo elegido por ese simple hecho soberanamente abstruso, la gente rubia o de pelo dorado se ha pasado décadas y décadas usando pañuelitos, tocas, gorros o sombreros de variadas formas y tamaños (chistera, bombín, panamá, pamela…) para ocultar el propio orgullo de pelo diverso. Incluso algunas de ellas se teñían el pelo para sentirse seres más normativos y conformes. Más queridos en definitiva. Sigue leyendo

Expurgo pandémico desde una residencia de mayores (y II)

(Segunda y última parte del artículo que comenzaba la semana pasada).

    Y ahora, al lío, pidiendo al respetable que, siempre, durante la lectura, tenga en cuenta las variables expuestas y que tienen mucho que ver con salvar la economía y evitar el colapso sanitario y muy poco (o nada) con la salud de verdad, la física y la psicológica de las personas mayores por las que insisten en sentir una desmedida preocupación.

    Durante los dos primeros meses de confinamiento no se realizaron test de detección del SARS-CoV-2 ni a residentes ni a personal socio-sanitario, y si alguna persona mayor presentaba síntomas compatibles con la COVID-19 (tos seca, dificultad respiratoria, fiebre…) debía guardar cuarentena durante dos semanas, estuviera o no enferma de coronavirus, dentro de su habitación, porque nunca lo íbamos a saber. Obviamente, en una población con una media de edad de más de 80 años, ¿quién no tiene problemas respiratorios, tos seca o fiebre un día u otro? A saber: no basta con que no puedas salir a la calle si no que, aparte de prohibir también las terapias y actividades grupales y que comas con otras personas en el comedor, si tienes síntomas (da igual que una de las características de las demencias sea la deambulación errática) te quedas en tu habitación.

    Pudiera parecer, en un exquisito ejercicio de retorcimiento de la realidad del que se diría que han convencido a buena parte de la sociedad, que es una forma inmejorable de proteger a las personas mayores, pero pongo por caso lo que sucedió poco antes de escribir estas últimas líneas, aunque posteriormente hubo ligeras correcciones a estas medidas tan absurdas como oportunistas. Provincias y ciudades con transmisión comunitaria o al borde de tenerla, ¿cómo protegemos? Cerrando parques infantiles y residencias a cal y canto, sin salidas ni visitas de residentes y familiares; mientras, para proteger la economía, todo el personal de dichas residencias, que es quien ostenta unas posibilidades cuasi infinitas de llevar el virus al interior (no hace falta ser Blas Pascal para entenderlo, porque por mucho que se permitan salidas y visitas seguirían siendo residuales), podrá seguir yendo de bares, al gimnasio, comer y cenar fuera mientras «solo» sean seis personas, o incluso juntarse treinta personas en una comunión, una boda o un bautizo, lo mismo da que acaben alcoholizadas perdidas abrazándose por los rincones mientras lo hagan hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche como máximo según el rigor (o laxitud) más o menos exquisito de cada Comunidad Autónoma. Y sus churumbeles también seguirán asistiendo al colegio, por supuesto, sin guardar la distancia de seguridad pues, parece ser, que no hay presupuesto para aumentar el profesorado, o juntándose con otros nenes y nenas en el recreo o en las asignaturas optativas; eso sí, en cuanto salieran de una clase masificada ya no podrían ir con su familia al parque, porque era un riesgo terrible e inmarcesible (finalmente, esta medida tan absurda como oportunista fue corregida). Huelga decir que no hay ni un solo dato que avale esa inexistente teoría que nadie podrá probar en la vida de que la transmisión se haya disparado gracias a los paseos o las visitas de las personas mayores de residencias o al contacto entre iguales en los parques infantiles. «Es la economía, amigos». Y como el equipo técnico de nuestra residencia es mucho de datos estadísticos las personas mayores van a seguir saliendo, aunque sea siempre acompañadas de nuestro personal, por mucho que lo diga un orden ministerial mientras la situación sea discriminatoria. Sigue leyendo