Lo que nos sobra

Cain slaying Abel by Peter Paul Rubens

Cain slaying Abel by Peter Paul Rubens

     “¡Cumpleaños feliiiiiiz, cumpleaños feliiiiiiz, te deseamos todoooooos…!” Acababan de apagar las luces de la salita y mentiría si me atreviera a asegurar quien fue la persona del grupo que apareció atravesando la puerta y portando en sus brazos alineados en forma de ele una doble tarta de chocolate similar a dos inmensos senos negros achatados y unidos por mitad del tronco como dos hermanos siameses. Sendas velas llameantes aparecían clavadas, respectivamente, en medio de cada una de las partes, y un coro tan disonante como las propias voces que entonaban la canción de felicitación me invitaron calurosamente a soplar sobre ellas suponiendo la petición evidente de un deseo.

     No resulta menos agradable la sensación de alegría ante la celebración de tu cumpleaños rodeado de personas que te importan por el mero hecho de que no exista sorpresa posible cuando tal evento se convierte en método y costumbre el lunes más próximo a la efemérides. No es creíble hacerse el memo, aunque la sonrisa de anuncio de dentífrico siga siendo espontánea y lúcida como si de un olvido momentáneo se tratase. Prontas y aleatorias comenzaron a disponerse al retortero sobre la mesa alargada las frugales viandas extraídas de las bolsas con determinante fruición. Patatas chips, frutos secos, aceitunas de bote -con el sentido más peyorativo en que el término pueda emplearse-, algunas lonchas de embutido y cuñas de queso regadas con fino de Moriles como manjares exquisitos dignos de los reyes de Persia y varias bolsitas de regañás y colines con las que acompañar los jugos gástricos en tan carentes horas de la noche.



     Entre risas y amables sinergias mi mente se perdió despabilada e importuna y como en un flash fotográfico retuvo el tiempo unas horas antes, a las afueras del atrio de la parroquia. De pie y renqueante, temblándole las piernas huesudas sobre el bochornoso acerado gris se encontraba Rafi. Su rostro enjuto y sus ojuelos faltos de luz miraban de manera trastabillada a T, una de las compañeras de Cáritas, sin mostrar apenas gestos, con las manos desplomadas a lo largo del tronco y le hablaba casi en susurros con un tono de voz monocorde y asmático. 
     – Hoy es mi cumpleaños. Cincuenta y dos -escuché que le decía a T con una media sonrisa colgada de los labios-. Ay… aay…
     Rafi se tambalea entonces como zancadilleada por un ser invisible, apoya el brazo esquelético en el banco oscuro que reposa calma pétrea a la izquierda de la salida del atrio del templo y con pleurítico ademán y blanquecina turbación se inclina y se sienta acompasadamente sobre el poyo.
     – ¿Qué te pasa, Rafi? -preguntó T cargada de compasión al tiempo que la sujetaba para evitar su desplome.
     – Ay… perdona, es que llevo tres días sin comer. 

     Retorno al presente inmediato, a las frugales viandas que ya no lo son tanto y reniego del deseo que me atreví a solicitar como si de una estancia se tratase. Y agradezco gozar cada hálito que expulso. Y pido perdón por las veces en las que no lo agradezco como si hubiera vidas que merecieran más que otras la gracia y la dicha que ostentan.
     Decía el viejo proverbio hindú aquello de que “todo lo que no se da, se pierde”. Como la comida que se nos pudre en la nevera o en la que, tal vez, tras soberanos esfuerzos logramos percibir un ligero olor que no nos da buena espina. Como el vil metal empleado en sortijas, en excesos que nos resultan tan nimios como una cerveza o una tableta de chocolate, en necesidades inexistentes llamadas con más corrección caprichos en otros meridianos. Como la queja y el llanto sobre nada en concreto…

     Repleto de mezquindad y cainismo y necesitado de arcana absolución aun podría asumir como cierta la bastarda imposibilidad del compartir sin medida, mas al menos que se avenga la honestidad y ose no engañarme a mí mismo con idéntica ausencia de medida: no hay justificación humana que nos conduzca a negar al otro lo que nos sobra. ¡Y es tanto!

Licencia Creative Commons
Lo que nos sobra por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

La ausente austeridad del rico

desperation by eleni pap

desperation by eleni pap

     Cuando la observo avanzar por el lateral del templo, de manera lacónica y harto desgarbada, empujando sin fuerzas su carrito de bebé y con los ojos extraviados en la sima del desconsuelo no se me ocurre compartirle el más mínimo comentario acerca de la delgadez extrema de la que hace gala indeseada y que me supone un golpe espasmódico por el cambio producido en su imagen desde la última vez que la vi, hace apenas dos meses, suplicando sin lágrimas ni pañuelos que se la derivara a algún recurso alimentario. Los pómulos sobresalientes, salpicados de pecas obscuras, y las mejillas hundidas con apenas tiras de piel sobre el hueso reflejan un rostro cadavérico, de labios minúsculos y que remarca sin pretenderlo una dentadura desidiosa y cariada. En la mano derecha abraza un paquete de azúcar blanquilla con idéntica intensidad con la que el pianista polaco Szpilman aferraba desesperado y famélico una lata de conservas en el filme de Polanski mientras arrastraba su esqueleto por las casas derruidas del gueto de Varsovia huyendo de los nazis. También podría asegurarse de Rosario que acaba de ser liberada de Treblinka por las tropas aliadas, junto con su bebé de meses y su niño de cuatro años que revolotea en derredor como presa de una posesión diabólica haciendo caso omiso a las regañinas escasamente rígidas de la madre. La joven se tira del moño mal recogido y mechones sueltos de pelo caen como hojas de helecho enmarcando su cara.
     – ¿Va a venir M a misa hoy? He quedado con ella, que estamos fatal, ya ves, llevo un montón de días sin comer nada… 
     Desde luego, esta última afirmación no iba a hacérsela jurar con un polígrafo.
     – Lo peor son los niños -continúa de forma casi subversiva-, y como soy paya en el Secretariado Gitano no me dan alimentación infantil. 

     No recuerdo con exactitud si M, la compañera menos joven del equipo de Cáritas, se había citado ese día en concreto con Rosario, aunque soy tan poco honrado que me atrevo a dudarlo sin sentirme apenas culpable, pero lo cierto es que la importancia de esa posible mentira absolutamente piadosa y fruto de la realidad de una madre angustiada y exenta de recursos es intrascendente. Demasiadas cornás da el hambre, que diría El Espartero. Simplemente por eso hablar de austeridad con los estómagos repletos y con el futuro bien pertrechado es trasmutar a conciencia el valor contenido en una de las palabras más hermosas y solidarias de nuestro idioma y proceder de manera tan vil como el verdugo capaz de lamer con la punta de su lengua la sangre de la víctima recién decapitada que gotea por el filo del hacha.

     ¿Qué rigor y fundamento ofrecen al resto de insípidos mortales aquellos que, en la supuesta época de vacas flacas para todos los habitantes de este obtuso país, se oponen a viajar en clase turista a la propia vez que decretan contra la necesaria asistencia de ambulancia en flagrantes situaciones de enfermedades crónicas; quienes se niegan a suprimir sus pensiones vitalicias mientras recortan/congelan otras más básicas e indispensables; los que legislan a favor del copago farmacéutico sentados en la sala de espera de la consulta del médico privado…? 

     Miro a Rosario, austera por cojones, sin que le sea necesario ningún santurrón que tenga la malicia de imponérselo desde fuera. Ha solicitado el salario social, que en estos tiempos atribulados tarda alrededor de seis meses en resolverse porque hay prioridades en los presupuestos y las prioridades de los pobres no lo son nunca; ya lo dijo otro jefecillo, el capitán Garrido, al que cada uno de los mandos de cualquier gobiernucho de turno hace caso a pie juntillas: “todos creemos en el reglamento. Pero hay que saber interpretarlo. No hay que forzar las cosas para que coincidan con las leyes, sino al revés, adaptar las leyes a las cosas”*. Adaptemos la austeridad a nuestras necesidades, hagamos de nuestra capa un sayo, golpeemos la frente del que carece de yelmo… Mientras, el que suscribe intentará dar su benéfico y auténtico mérito a la palabra de marras, malgastada e ingrávida hasta la extenuación. Y ofenderé al rico y al poderoso demostrando la necesidad de nada excepto del compartir lo que apenas se tiene. Y venceré al tiempo, mirándole con la cara de un perro travieso que no entiende de cansancio ni de rebajas. Y Rosario sabrá que en mitad del fango aún (y aun) persiste la esperanza.


La ciudad y los perros”, Mario Vargas Llosa, 1963.Licencia Creative Commons
La ausente austeridad del rico por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

«Surcos» (1951)

field-1209424_960_720     José Antonio Nieves Conde, un realizador de clara tendencia conservadora, demostró sin pretenderlo que el neorrealismo no era un género exclusivo para países con una ideología de izquierdas como sucedía por aquel entonces en Brasil, Cuba o la India, y en una época de bárbara censura franquista dirigió la primera película neorrealista española
     El estilo de Nieves Conde es de obra maestra y en nada envidiable al de los grandes maestros italianos como De Sica o Visconti, si bien el guión, a pesar de su crudeza, no es tan marcadamente sombrío y seco como en el cine italiano, lo que pudo ayudarle a pasar la censura, así como el recurso al humor en algunas ocasiones, algo impensable en el cine neorrealista y que se acerca más a la manera de enraizar la crítica social de Berlanga (sin llegar a su perfeccionismo y equilibrio) y que era común denominador en el cine español de la dictadura.

     No obstante, sería notoriamente injusto olvidar que las críticas despiadadas que recibió el filme por parte de la Iglesia por su manera de plasmar desde el realismo más estridente temas políticamente incorrectos para la época como el machismo, los valores religiosos, el éxodo rural, la explotación laboral o el estraperlo, todo ello junto con el estreno en España de «Ladrón de bicicletas» (De Sica, 1948), hicieron que la censura obligara al director a modificar ligeramente el final y a incluir una disruptiva voz en off en su última escena que pretende otorgar una inusitada y falsa esperanza en virtud de lo que se ha podido ver a lo largo del metraje de «Surcos» y que es necesario obviar. 


     Habría que destacar sin duda en el plano de situaciones tabúes y cuanto menos curiosas las repetidas secuencias de maltrato a la mujer, que si bien pueden resultar poco tendentes a la crítica desde nuestra perspectiva de espectador del siglo XXI, suponen una descripción firme de la propia realidad social de la época, pues sólo aparecen de manos de delincuentes o gentes rurales y parece evidente que el director las muestra como una actitud incivilizada y excesivamente común.

     Magnífica fotografía y excelente interpretación de María Asquerino, posiblemente la primera femme fatale a la española que conduce al caos a todo varón que ose acercarse a ella.




La gitana del romero

Gitana de Granada, National Geographic Magazine (1917)

Gitana de Granada, National Geographic Magazine (1917)

     Acabo de hacer un rastreo incisivo por la red -debiera de ser escrita con mayúsculas tal vez, so pena de que algún iluso piense que he salido a realizar pesca de bajura-. Poca cosa era el objeto de mi trasiego, pero preciso y metódico en virtud de lo acotado de mi búsqueda: “facultad de ciencias politicas asignaturas” escribí en el teclado del ordenador antes de pulsar de inmediato con el dedo corazón el botón de Intro. En este momento he de pedir disculpas por la ausencia de tilde sobre la primera i de la palabra políticas, pero mi pereza y escasa exigencia en este menester internauta tiende con excesiva facilidad a la economía lingüística, aunque podría jurar sobre todos los libros sagrados que no soy el único.
Tras un microsegundo -exagero ciertamente pues mi ordenador adquiere en ocasiones un ritmo tan cadente y estresante como la homilía de cualquier cardenal- múltiples fueron los resultados volcados en la pantalla por el buscador y yo, con un celo y una motivación que envidiaría Jack el destripador a la hora de despanzurrar vísceras, me dispuse a coleccionar información sobre diversos planes de estudios de otras tantas Universidades. He de aclarar, antes de que las elucubraciones mentales saquen de contexto mi esfuerzo, que el único interés que me ha movido a tamaña estupidez es meramente científico, pues no entra dentro de mis objetivos en esta vida ni en otras que se me pudieran otorgar el dedicarme a estudiar Ciencias Políticas. Pudiéramos decir que repleto hasta el hartazgo de escuchar los cantos de sirenas de gobernantes, ministros y opositores simplemente me sobrevino una duda cartesiana.


     Fundamentos de Ciencia Política, Economía Política, Historia Política, Estadística aplicada, Relaciones Internacionales, Estructura Social Contemporánea, Derecho rezaban entre otras las materias contempladas en varios de los programas de la licenciatura. En cada ciclo y rincón de las webs expurgué, escarbé como si de ello dependiera mi vida, pero por ningún lado hallé Manipulación Política, Falsedad Instrumental, Incumplimiento de Programa… Cierto que en uno de los planes de estudio y con un valor de doce créditos (el más alto entre todos con los que me topé) se podía leer dentro de una de las tablitas: Prácticum. Ahí es, fijo, donde luchan por convertir en realidad la inviabilidad anunciada por Lincoln: “se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. 

     Reflexionando entonces acerca de las causas que arrastran cual acto reflejo al común de los mortales a asumir como aprehendido aquello que no ha sido aprendido recuerdo a Paqui, una joven gitana de cabello enmarañado y ojos firmes que mientras compartía su experiencia en unos talleres de empleo y con espontánea insolencia soltó una insondable verdad a un auditorio absorto. Fue después de que a alguno de los presentes se le antojara la refulgente idea de preguntarle con una abierta sonrisa si había sentido alguna vez el rechazo. Paqui, que con unas ramitas de romero en la mano dedica sus mañanas a leer la buena ventura (nunca es mala) apostada a la salida de una de las puertas del Patio de los Naranjos de la Mezquita, respondió henchida de satisfacción y de discreción: “He tenido suerte. La gente se ha portado siempre muy bien conmigo”. Entonces, como en un impulso, se encogió de hombros, fijó la vista con total voluntariedad en una de las personas sentadas al fondo de la sala a la que evidentemente había reconocido poco antes al entrar, la señaló con el dedo y a partir de ese instante su libertad de expresión venció por KO el pulso sostenido con la prudencia sin importarle un quark que el hombre en cuestión estuviera ataviado de vestiduras eclesiásticas: “Pero mira, ya que lo preguntas, la verdad es que una persona me trató como si fuera una mierda, y está ahí sentado detrás; sí, tú -continuó señalando casi con aspavientos por si acaso el susodicho no quería darse por enterado cuando más de la mitad de la sala lo observaba volverse del color de un bebé con escarlatina-, el antiguo secretario del obispo. Cuando fui una mañana a pedirle ayuda me soltó que lo que debería hacer era quitarme de la Mezquita porque estaba dando mala imagen a la ciudad de Córdoba”. “Pues eso que dices no lo recuerdo”, se oyó en un suspiro ahogado y como para adentro desde la última fila de asientos. “Normal que digas que no te acuerdas, porque eres quién eres, pero yo digo la verdad sea la que sea porque cuando salga de esta sala seguiré siendo la gitana del romero”. Y pasó a relatar con precisión quirúrgica el primer y desafortunado encuentro entre el antiguo secretario del obispo y la gitana joven de la ramita de romero.

     Opinaba Il Poverello de Asís que la pobreza es la base de la no-violencia, pues quien nada tiene no necesita armas para defender sus posesiones. La mentira y la manipulación son dos armas afiladas en manos del poder establecido con el fin inmisericorde de mantener el status quo. Son los blasones a los que se aferran y en los que se escudan quienes hacen infamia de la verdad evidenciando que peor y más deleznable aún es tratar al pueblo como imbécil que lanzar los propios embustes.

     En las próximas elecciones habrá que dar una vuelta por los alrededores de los muros de la Mezquita. Allí, cualquier mañana de tiempo incierto, con unas monedas de cobre en el refajo y calzando sus zapatillas de boatiné, hallaremos al candidato idóneo: Paqui, la gitana del romero, manipuladora de extranjeros inexpertos, pero que reconoce que lo es en idéntica medida a que cuando habla apenas tiene nada que perder.