¿Nos duele?

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Pain by BlackSnoopy

     “Señor, nuestro mundo gime, cargado de heridas.
     Duele la guerra provocada entre países pobres.
     Duele el hambre, la injusticia, la incultura…
     Duelen los inmigrantes, refugiados, parados y excluidos…
     todos los que tienen sus derechos pisoteados
     y no cuentan en esta loca historia nuestra”.

     Alrededor de una alargada mesa de madera, sentados cómoda e impávidamente en unas sillas de plástico, con el folleto de la celebración en la mano y escuchando -u oyendo al menos- la oración. Así estábamos, más frescos y saludables que el plato de alubias blancas con maíz y cebolla que frente a cada uno de los comensales debería de servir de única cena en aquella noche de, en repetidas ocasiones, puntual solidaridad con quien suele irse a diario al catre con un tesito o una mano delante y otra atrás.

      No suelo ir yo al médico. Igual que la mayor parte de la peña que conozco. A menos que la cosa no mejore por sus propios medios -o con algún que otro remedio natural en mi caso- prefiero aguantar las molestias, su incomodidad, antes que llevar a efecto el esfuerzo ínclito de pedir cita, perder el tiempo y luego tomarme lo que me digan sólo hasta que crea que ya ha hecho efecto, por más que digan eso de que los antibióticos hay que tomarlos en la dosis y el tiempo convenidos. Algún que otro hipocondríaco conozco, no voy a negarlo, de esos sufridores que creen tener cada una de las enfermedades existentes en el planeta y en el resto de galaxias, que a todos nos hacen mártires pues con un simple escozor acuden el especialista que se las pelan no vaya a ser el comienzo de una enfermedad venérea.

     Pero lo normal -si se me permite la boutade de emplear tan abstruso término- es esperar. Porque no duele y, como no duele, sólo supone incomodidad y molestia, no se hace necesario liarla parda ni buscar soluciones. Sigue leyendo

«Retratos de familia» (2013)

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Cartel promocional original

    “Retratos de familia”, el primer largometraje del singapurense Anthony Chen, es uno de esos filmes que solemos llamar -de manera un tanto obtusa y casi despectiva- pequeño y falto de pretensiones. Decimos también que en eso radica su grandeza. En realidad, la grandeza infinita de Ilo Ilo reside en que es tan inmenso y sencillo porque sus protagonistas son inmensos y sencillos, así como cualquiera de las familias que nos rodean y a las que amamos, sufrimos o compadecemos, con su infinita gama de defectos y virtudes, y porque la historia que narra sucede cada día a nuestro lado, nos demos o no cuenta.

    No es una necedad hablar de lo común, el cine de japón lo ha hecho de siempre como nadie, y de sus orígenes bebe Chen, mostrándonos a un padre en paro, una madre con un trabajo precario encargado precisamente de los despidos en su empresa, un niño difícil por el mero hecho de que nunca están con él y necesita atención… y una empleada de hogar, inmigrante, que cobra cuatro dólares singapurenses mal contados, con un sólo día de descanso al mes y que ni puede llamar por teléfono desde la casa de sus señores. Sigue leyendo