¡Que me expulsen del país!

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Venta ambulante, subsahariano, por Anna Kaiser

    Muchas veces me ha dado por pensar qué es eso de los derechos y sus múltiples beneficios. Seguro que se debe entre otras paranoias, a no entender muy bien por qué santas razones goza este que suscribe de más derechos (y, por ende, más beneficios) que otras personas que pertenecen a la misma especie que yo, cuyo sistema circulatorio, su bombeo de sangre o su capacidad de raciocinio -salvo problemas físicos o psicológicos del tipo que sea- son idénticos a los míos.

    Me cuesta creer que sea debido a la raza, ya que sería discriminatorio, ni que se deba al lugar de nacimiento, pues sería igualmente injusto, o a motivos económicos o culturales, porque estaríamos en la misma situación de tener que asumir que determinados seres humanos tienen más privilegios que otros per se, sin una lógica más allá del subjetivismo y del relativismo más recalcitrantes.

    Me cuesta creerlo desde la más mínima objetividad o fundamentación ética. Me cuesta creerlo desde lo realidad que veo, a menos que alguien se haya arrancado los ojos y hasta el alma de cuajo. Y me resulta indignante cualquier argumentación que parta de intereses patrios, laborales o políticos.

    Cada mañana, al salir para el currelo a las 8,40 de la mañana me cruzo puntualmente con una persona subsahariana que, a la vera de un semáforo y con un respeto y sonrisa envidiables, trata de vender pañuelos de papel a los conductores que pasan por allí (pañuelos comprados religiosamente en cualquier almacén). Cuando regreso a eso de las 14,30, el tipo sigue allí, con el mismo respeto y sonrisa envidiables. Y si tengo que salir por la tarde -suelo hacerlo a eso de las cinco- el chico aún permanece igual. Con una bicicleta de mierda apoyada en el muro más cercano y ataviado con la ropa oportuna a cada época del año, incluso disfrazado de traje de faralaes o de Rey Mago haga frío, calor o llueva. Y de lunes a sábado mínimo. ¡El colega trabaja más que yo! Bastante. Sigue leyendo

La culpa es de la equis

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Taxes by Alexas

    Hace varios meses, criticaba Europa Laica que el 35% de la casilla de los fines sociales del IRPF acababa en proyectos dependientes de la Iglesia Católica. Más allá de la verdad o inexactitud de dicha afirmación no estaría de más retomar una de sus habituales exigencias: suprimir ambas casillas y que todo el dinero vaya a los Presupuestos Generales del Estado.

     Como mi idea no es entrar en disquisiciones metafísicas acerca de la bondad de unos y la maldad de otros, ni confrontar la gran labor social de las ínclitas oenegés de nuestro país con los denostados programas sociales de otras tantas asociaciones de carácter religioso, tan sólo comparto una realidad que puede definir la intrepidez, muchas veces errónea, de juzgar de manera distinta unos proyectos y otros basándonos en preconcepciones.

     Tanto este año como el pasado la Fundación laica sin ánimo de lucro (al menos así lo recogen sus estatutos) en la que trabajo ha solicitado subvención del dinero destinado a fines sociales del IRPF. Concedidos en el año 2.015 casi 6.000 euros para la adquisición de una lavadora industrial y en este ejercicio 2.016 justo 4.000 euros más para comprar dos grúas ortopédicas. Dicho así no suena mal, aunque lo mismo quien da parte de sus impuestos a esa casilla tiene en mente otros proyectos menos prosaicos que una lavadora y una grúa ortopédica, pero, al fin y al cabo, una residencia para personas mayores tiene ambas necesidades a fin de mejorar la atención en todos los necesidades diarias del colectivo.

    La cosa quizá ya no suene tan bien si además se da la información de que cada residente de dicha Fundación sin ánimo de lucro paga religiosamente cada mes 1.423 euros por plaza privada y que ni uno sólo de los residentes está becado aunque su pensión no supere los 400 euros. Sigue leyendo

Una patada en los cojones

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Old man by MaraDamian

    Ana se puso a llorar en cuanto la ansiedad dejó pasó a la comprensión de la realidad. Trató al principio de que no se notara, pero ese tipo de intentos fallidos suelen ser aún más terribles para la autodefensa.

    Como suele pasar en todos los ámbitos de la vida, quien toma las decisiones nunca se enfrenta cara a cara a quien las sufre. Un verdadero alivio lo de poder cargarle el muerto a otro, que si es la persona que palpa la realidad y no vive en el mundo paralelo -para lelos- de Matrix, odiará con todas sus fuerzas verse en la obligación de transmitir una información que ni entiende ni comparte. Para eso están los curritos, que cobran menos por no tener que pensar.

    Yolanda, la trabajadora social de zona, era imposible que saliera airosa del envite, y saberlo de antemano no lo hizo más dúctil.

    – La normativa existe desde el 2007, pero la Junta no la ha comenzado a aplicar hasta ahora –tragando saliva–. Hasta que no se cubran las plazas concertadas disponibles en la provincia no van a conceder la prestación vinculada.

    – Pero mi madre tiene 97 años y lleva en esta residencia más de seis, ¿cómo vamos a cambiarla a otra de un pueblo? –si la desesperación pudiera cortarse se hubiera estado desangrando en ese instante–. Y mis hermanas y yo estamos enfermas, todas con cerca de 70 años, sin carné de conducir. ¿Cómo vamos a poder ir a verla?

    Yolanda se encogió de hombros. No como signo de indiferencia, sino de no tener la más remota idea de qué leches decir.

     – Lo comprendo, pero es que han decidido empezar a hacerlo así.

     Se hablaba mucho, y con toda lógica y justicia, de la dispersión carcelaria de los presos de ETA, de las denuncias y reclamaciones de sus familiares por las trabas y dificultades para poder ir a visitarlos (acaso una docena de los 400 cumplen la condena en prisiones de Euskadi o Navarra), pero si las familias de un acusado de delitos de terrorismo no tienen la culpa de nada, qué podemos decir de las de una anciana o un anciano de más de 90 años, con deterioro cognitivo o algún tipo de demencia y una paguita que ronda de media los 700 euros a las que se les obliga tácitamente desde la Junta de Andalucía a mandarla a la quinta puñeta si quiere ser beneficiaria de un recurso de la administración pública. Sigue leyendo

Marica, y a mucha honra

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Knight and King by DanOstergren

      A Nazario le repele la palabra gay. Cuando habla del asunto parece que hasta se le pone la piel de gallina. “Soy maricón, punto, que parece que está mal visto”, afirma rotundamente. “Me río con un amigo que insiste en decir que es gay, y yo le digo que si eso es ser menos homosexual o algo”.

     Puede parecer una memez, pero detrás de esta afirmación del padre del cómic underground en España hay mucha tela que cortar. Desde su pequeña tribuna presentando su libro autobiográfico apostilla el tema varias veces. Se trata básicamente de lo que el/la gran Shangai Lily vino a llamar, desde la crítica más milimétrica, gaypitalismo: la creación de la marca Gay. Como no podía ser de otra manera, el capitalismo fagocita de manera especial aquello que le puede incluso causar repelús, lo implementa según sus propios intereses despiadados de consumo y normaliza de manera conspicua cualquier conato de denuncia social visibilizando lo políticamente correcto a fin de ocultar lo que no queda tan bien. Es hermoso poder salir del armario, pero mejor si lo haces bajo las condiciones que impongo (aunque no te des cuenta) y ya lo bordamos. Así, la sociedad comprende el amor libre, de persona a persona sin atender a géneros, y cada vez hay más artistas que resulta que, de la noche a la mañana, son gays o lesbianas, aunque no lo digan en público ni se regodeen con ello, por aquello de proteger la privacidad y que la orientación sexual es cosa de cada uno y cada una. Y la sociedad gaypitalista se hincha a hacer publicidad y a subir vídeos apoyando la libertad sexual, pero sin decir las palabras prohibidas en virtud de supuestos componentes peyorativos de los que no se hacen cargo los maricones y las bolleras de toda la vida, que las pasaron putas, y ahora se sienten con todo el derecho del mundo a odiar nada cordialmente los términos gay y lesbiana por el componente de aclamación popular que ellos suponen, mientras por la calle seguimos mirando con el rabillo del ojo a dos hombres que se besan o a una mariquita de las de antes (a las que también reivindica Nazario con rotundidad). Sigue leyendo