Mucho has amado

     En el momento de la redacción de esta entrada, a las 22:30 de la noche, el lobo no ha venido. Podemos hacer muchas cábalas, que mañana serán una barbaridad, desde quienes lo fundamentarán en la alta participación (que debe de haber sido solo el electorado de izquierdas) a quienes dirán que es que el león no era tan fiero como lo pintaban.

     El caso es que el amor, así, en general, no es un sentimiento que se tenga muy en cuenta a la hora de formar gobierno ni de legislar. Incluso es probable que, al final, Pedro Sánchez quiera más a Rivera que a Iglesias porque esa opción es algo más cómoda que hacer otras cábalas.

     En la campaña electoral de los respectivos partidos se ha hablado de muchas cosas, la mayoría escasamente importantes, a menos que la situación de Cataluña sea un aspecto fundamental para la ciudadanía, no como el índice de paro o la corrupción, pero a lo que nadie ha hecho referencia alguna es a las putas. Sí, no habéis leído mal, no es necesario que releáis: las putas, las meretrices, las prostitutas, las mujeres de la calle. Esas de las que insistimos que muchos políticos tienen filiación. Muchas de estas mozas son extranjeras y no votan, otras bastante tienen con sobrevivir a la noche yéndose con alguien a un reservado o metiéndose en su coche.

     ¡Ah, ya, lo del amor, que qué tiene que ver, claro! En más de un evangelio, una puta (o una mujer conocida por su vida, que queda mejor) le lava los pies a Jesús, ni corto ni perezoso, importándole un pito el pasado de ella y su supuesta impureza, la deja hacer y, no contento con eso, dice que se le perdonará mucho porque ha amado una barbaridad. Como la gente que ama y que sufre a partes iguales le importa tanto a quienes gobiernan como la impureza de la Magdalena al maestro de Galilea, es de justicia decir que menos mal que hay asociaciones como Hiedra que se dedica a darles apoyo a estas chicas, a ofrecerles un espacio donde compartir y sonreír con bastante menos temor de a lo que están acostumbradas y que, encima, sin merecimiento alguno por mi parte, me invitan a echar el rato en un encuentro en el que ellas eran las únicas protagonistas y en el que, por vez primera, me quedé sin nada que decir: solo servía escuchar.

     No sé quién ni con qué apoyos va a gobernar, pero lo que doy por probado es que estas chicas, las putas, les van a seguir importando una mierda.

«March. Una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos» (2018)

Lewis recibiendo la Medalla por la Libertad

   John Lewis, que ocupa un puesto de congresista en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por Georgia desde 1986, aparte de escupido, insultado, apaleado y encarcelado, fue arrestado más de 40 veces en la década de los años 60 del pasado siglo durante el movimiento por la defensa de los derechos civiles. Un icono, que aparece junto a Martin Luther King Jr. en el largometraje «Selma» y que fue uno de los oradores en la multitudinaria marcha a Washington en la que el Doctor King pronunciaría su famoso discurso «I have a dream».

    Huelga decir que Lewis es afroamericano y que de poco le sirvió su lucha por los derechos civiles en aras de ser reconocido en Estados Unidos, el país de las libertades; tuvo que ser Barack Obama, primer presidente afroamericano en pisar la Casa Blanca, el que le otorgara la Medalla Presidencial de la Libertad en 2010, a la vez que a la activista por su misma causa Maya Angelou (por más que en dicha ceremonia se le entregara también a ínclitas personalidades como George W. Bush o Angela Merkel).

    Más de dos mil personas se congregaron en el San Diego Civic Theatre en septiembre del año pasado para participar en un debate sobre la novela gráfica «March», de la que Lewis es coguionista junto a su asesor político Andrew Ayden: una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, tal y como su propio subtítulo indica. Y bien que merece tal asistencia. Sigue leyendo

Ante las elecciones andaluzas del 2D

James Gillray’s The Plumb-pudding in Danger (1805)

     Como es importante prevenir antes que curar (aunque hay quien diga aquello de que más vale pedir perdón que pedir permiso), antes de que, el próximo 16 de noviembre, dé el pistoletazo de salida la campaña electoral para las elecciones andaluzas 2018, y todo bicho viviente, organización y hasta la Santa Iglesia Católica comiencen a hilar fino sobre qué partido es el más enjundioso para merecer nuestro apoyo fáctico y/o práctico, se me antoja hacer unos apuntes al respecto.

     Huelga decir que estas sencillas aportaciones sirven para cualquier llamamiento masivo a las urnas (como si de ir de rebajas se tratase): sea a nivel municipal o macromundial, y que solo podrán ser efectivas y servir de apoyo logístico a aquellas personas que no van por la vida como un burro con orejeras. Para ellas, lo más útil sería hacer fotocopia de la papeleta electoral de un año para otro y así no verse en la horrible necesidad de esperar cola en las cabinas del colegio de turno.

  1. Para aquellas personas dadas a la excelencia y a los ataques de responsabilidad civil (y criminal) sería recomendable leer de cabo a rabo, durante los preceptivos quince días previos a la fecha del plebiscito (a excepción de la consabida jornada de reflexión no vayas a influirte a ti misma), los programas electorales de las 26 formaciones políticas y las cinco coaliciones que se presentan a las elecciones. Para aquellos otros seres menos dados a la calidad del voto y que, de vez en cuando, se dejan llevar por el pragmatismo, bastaría con que hicieran lo propio solo con los partidos y coaliciones que vayan a presentar candidatura en su provincia o incluso, en un ejercicio de relajación no extrema, dedicarse a leer con mayor o menor fruición los programas de los partidos gordos, los que parten el bacalao. Todo ello sin obviar la apreciación de que ni en este país ni en ninguna otra democracia (curioso nombre repleto de incongruencias) se puede demandar a un partido por no cumplir sus promesas electorales, no vayamos luego a caer en los brazos inmarcesibles de la decepción.

  2. Ved la televisión, a diario, todas las cadenas, desde la Sexta hasta Intereconomía, para tener una percepción y una visión mucho más globales (no digo acertadas) de por dónde se mueve el cotarro y así todos los partidos se encuentren con la misma posibilidad de comeros el tarro y colaborar activamente en un colapso nervioso de proporciones místicas; idéntica recomendación hacemos respecto a las emisoras de radio y a la prensa, tanto escrita como digital. En este último caso, para aquellas personas que no dispongan de otros recursos que favorezcan la oportunidad de ser infladas a base de propaganda, queremos insistir encarecidamente en que desactiven todos los bloqueadores de publicidad y todos los rastreadores de su navegador preferido, no vaya a ser que, en el día aquel en el que vayan a ejercer su sagrado derecho al voto, no se hallen en las mismas condiciones de manipulación mediática que el resto de ciudadanos y ciudadanas con mayor acceso; y ya sabemos que esto es una democracia: todo el mundo goza del mismo derecho a ser manipulado. Faltaría más.

  3. Si podéis ir a mítines, no lo dudéis, acudid igual que borregos al matadero. Incluso sería preferible, de ser ello posible, que hubierais interiorizado con anterioridad algunos puntos importantes del programa electoral del partido en cuestión y, al final del jolgorio, levantar la mano de manera educada y poneros a hacer preguntas sesudas como unos posesos. No importa lo que os respondan o la posible incongruencia de sus planteamientos; es fundamental no caer en el error clásico de pensar que las gentes que se dedican a la política saben de lo que hablan más que yo de astrofísica.

    En caso de decidir llevar algún símbolo a los mítines sería imprescindible, antes de salir del domicilio, asegurarse bien de que se ha escogido la bandera pertinente, no vayáis a presentaros a un discurso de Vox con el emblema de la República o a uno de Podemos con el del aguilucho. Se puede liar parda.

  4. El día de las elecciones, levantaos sin prisas, tomaos vuestro café preferido (si puede ser de comercio justo, mejor) acompañado con par de tostadas de las que no se salta un galgo (aunque sea pan tumaca, que a esas alturas nadie os va a acusar ya de independentistas), observad por la ventana de casa a la peña acudir a las urnas y, si os surge un repentino ataque de culpabilidad, poneos inmediatamente a ver una película de contexto que os ayude a superar el trance: Z, de Costa-Gavras; La huelga, de Eisenstein; El último hurra, de Ford; el cortometraje La mano, de Trnka, para quienes pueden pasar el mal trago con solo cinco o diez minutos; o aquellas personas aficionadas a las series podrían disfrutar enormemente con The Wire (de manera particular su tercera temporada) o con el primer episodio de Black Mirror.

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Los míos

      Parece que preocupa la ascensión de la ultraderecha en Europa y en otras zonas del globo: EE.UU. y, recientemente, Brasil. Claro que, si preocupa, lo hace dentro de determinados círculos, todo hay que decirlo, pues como el panorama mundial no se ha construido a base de círculos concéntricos, existen otros ambientes bastante jugosos en los que la peña está muy satisfecha.

 

      El ejemplo de las 10.000 voces (más unas 3.000 almas más, porque supongo que alma tendrán, que se quedaron a las puertas) cantando a voz en cuello Yo soy español en el Palacio de deportes Vistalegre hace poco más de una semana es eso, un ejemplo, que podría servirnos de paradigma de que lo que debería de preocuparnos, si acaso, no es la ascensión de los partidos de la ultraderecha, sino que ascienden porque la gente de a pie deposita en ellos su confianza.

      Comentaba el escritor Montero González en un artículo de opinión de eldiario.es que, hace un par de años, por una de esas jugarretas que amaña el destino, coincidió con Santiago Abascal firmando libros en la misma caseta de la Feria del libro de Madrid; la cola que esperaba ufana a recibir la rúbrica del presidente de VOX en un ejemplar de Hay un camino a la derecha parecía no tener fin. Huelga decir que el señor Abascal no es escritor, como no lo fueron Hitler o Escrivá de Balaguer, por poner un par de notas dispares, pero sus respectivas obras Mi lucha y Camino se siguen vendiendo como churros en cualquier madrugada de un día de Año Nuevo; da exactamente igual lo bien o mal que esté escrito el libro en cuestión, el caso es que «dadme un punto de apoyo y moveré el mundo» y si un mar de gente tiene el mismo punto de apoyo, el daño está hecho. Desde Maslow a Max-Neef, con sus enfoques divergentes, cualquier sociólogo lo tiene claro en lo que a necesidades humanas se refiere: la pertenencia. Todo ser humano tiene la necesidad de sentirse parte de un todo, de un grupo, de un colectivo que se encuentra por encima de sí mismo y con quien comparte una idea que le trasciende. Sigue leyendo