La ausente austeridad del rico

desperation by eleni pap

desperation by eleni pap

     Cuando la observo avanzar por el lateral del templo, de manera lacónica y harto desgarbada, empujando sin fuerzas su carrito de bebé y con los ojos extraviados en la sima del desconsuelo no se me ocurre compartirle el más mínimo comentario acerca de la delgadez extrema de la que hace gala indeseada y que me supone un golpe espasmódico por el cambio producido en su imagen desde la última vez que la vi, hace apenas dos meses, suplicando sin lágrimas ni pañuelos que se la derivara a algún recurso alimentario. Los pómulos sobresalientes, salpicados de pecas obscuras, y las mejillas hundidas con apenas tiras de piel sobre el hueso reflejan un rostro cadavérico, de labios minúsculos y que remarca sin pretenderlo una dentadura desidiosa y cariada. En la mano derecha abraza un paquete de azúcar blanquilla con idéntica intensidad con la que el pianista polaco Szpilman aferraba desesperado y famélico una lata de conservas en el filme de Polanski mientras arrastraba su esqueleto por las casas derruidas del gueto de Varsovia huyendo de los nazis. También podría asegurarse de Rosario que acaba de ser liberada de Treblinka por las tropas aliadas, junto con su bebé de meses y su niño de cuatro años que revolotea en derredor como presa de una posesión diabólica haciendo caso omiso a las regañinas escasamente rígidas de la madre. La joven se tira del moño mal recogido y mechones sueltos de pelo caen como hojas de helecho enmarcando su cara.
     – ¿Va a venir M a misa hoy? He quedado con ella, que estamos fatal, ya ves, llevo un montón de días sin comer nada… 
     Desde luego, esta última afirmación no iba a hacérsela jurar con un polígrafo.
     – Lo peor son los niños -continúa de forma casi subversiva-, y como soy paya en el Secretariado Gitano no me dan alimentación infantil. 

     No recuerdo con exactitud si M, la compañera menos joven del equipo de Cáritas, se había citado ese día en concreto con Rosario, aunque soy tan poco honrado que me atrevo a dudarlo sin sentirme apenas culpable, pero lo cierto es que la importancia de esa posible mentira absolutamente piadosa y fruto de la realidad de una madre angustiada y exenta de recursos es intrascendente. Demasiadas cornás da el hambre, que diría El Espartero. Simplemente por eso hablar de austeridad con los estómagos repletos y con el futuro bien pertrechado es trasmutar a conciencia el valor contenido en una de las palabras más hermosas y solidarias de nuestro idioma y proceder de manera tan vil como el verdugo capaz de lamer con la punta de su lengua la sangre de la víctima recién decapitada que gotea por el filo del hacha.

     ¿Qué rigor y fundamento ofrecen al resto de insípidos mortales aquellos que, en la supuesta época de vacas flacas para todos los habitantes de este obtuso país, se oponen a viajar en clase turista a la propia vez que decretan contra la necesaria asistencia de ambulancia en flagrantes situaciones de enfermedades crónicas; quienes se niegan a suprimir sus pensiones vitalicias mientras recortan/congelan otras más básicas e indispensables; los que legislan a favor del copago farmacéutico sentados en la sala de espera de la consulta del médico privado…? 

     Miro a Rosario, austera por cojones, sin que le sea necesario ningún santurrón que tenga la malicia de imponérselo desde fuera. Ha solicitado el salario social, que en estos tiempos atribulados tarda alrededor de seis meses en resolverse porque hay prioridades en los presupuestos y las prioridades de los pobres no lo son nunca; ya lo dijo otro jefecillo, el capitán Garrido, al que cada uno de los mandos de cualquier gobiernucho de turno hace caso a pie juntillas: “todos creemos en el reglamento. Pero hay que saber interpretarlo. No hay que forzar las cosas para que coincidan con las leyes, sino al revés, adaptar las leyes a las cosas”*. Adaptemos la austeridad a nuestras necesidades, hagamos de nuestra capa un sayo, golpeemos la frente del que carece de yelmo… Mientras, el que suscribe intentará dar su benéfico y auténtico mérito a la palabra de marras, malgastada e ingrávida hasta la extenuación. Y ofenderé al rico y al poderoso demostrando la necesidad de nada excepto del compartir lo que apenas se tiene. Y venceré al tiempo, mirándole con la cara de un perro travieso que no entiende de cansancio ni de rebajas. Y Rosario sabrá que en mitad del fango aún (y aun) persiste la esperanza.


La ciudad y los perros”, Mario Vargas Llosa, 1963.Licencia Creative Commons
La ausente austeridad del rico por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Paraíso distópico

Fahrenheit 451 by discogangsta

Fahrenheit 451 by discogangsta

     La habitación 101 está vacía y yerma; brigadas de bomberos no irrumpen en los salones a altas horas de la madrugada rastreando anaqueles como adiestrados sabuesos ausentes de alma y con las armas bien dispuestas a 451 grados Fahrenheit; en un principio catódico tampoco la hipnopedia indujo al inocente sueño de infantes. 

     No. 

     No hizo falta un Gran Hermano que observe; ni cuerpos especiales que transformen la libertad de los libros en cenizas; ni manipular la esperanza desde la natividad a golpe de cerebros lobotomizados y opiniones ajenas. No se hicieron necesarias sutilezas ni sobrehumanos esfuerzos a fin de cimentar un mundo feliz, de usurpar el derecho inalienable, de convenir la ruptura inmediata entre Consejo y los proles. 

     Las sociedades ideales y tan paradójicamente imperfectas maquinadas por las mentes lúcidas de Orwell, Huxley o Bradbury en la primera mitad del siglo XX, y que fueron invento febril de un presente caótico y un futuro nada halagüeño, han hallado un cumplimiento y un desahogo en tal forma y contundencia que ni los propios autores hubieran sido capaces de idear y extraer de su pluma. Este nuevo y real paraíso distópico para quienes ostentan la autoridad con brazo de hierro y con leyes de plomo hubiera sido tan inviable de creer que rellenaría las estanterías de política-ficción en cualquier librería o biblioteca hace apenas un cuarto de siglo.
     Fulanito, ciudadano de a pie con escasos ingresos, decide solicitar a su banco de confianza (manido concepto) un préstamo hipotecario; el banco, muy ducho en materia de trabucar el deber en base a sus propios y turbios intereses, aparte del consabido aval que asegure poder embargar los bienes a alguien solidario con los males de otros, le exige unas comisiones y un procedimiento abusivos e incluso ilegales para la Unión Europea. No obstante, si el tal Fulanito deja de pagar la susodicha hipoteca comienza el proceso de desahucio y se pergeña el acoso y derribo del ser humano impotente a manos de una orden firmada y enviada por un juez a los cuerpos de in-seguridad que ejecutan el varapalo, consintiendo entre todos como norma suprema que la casa sujeta a debate pase a propiedad de la entidad financiera y se apulgare casi siempre en tierra baldía de nadie, y conduciendo sardónicamente al desesperado infeliz, en innumerables y hasta silenciados casos, a abrazar idéntico final al de Bernard Marx. El banco en cuestión, el juez que ordena y la mano firme que ejecuta se van de rositas tras realizar desde el propio inicio de la secuencia variados y variopintos actos de flagrante ilegalidad. En este supuesto sí parece ser considerada inapropiada aquella máxima escuchada hasta el hartazgo por los pobres e iletrados de que “la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento.” Paraíso distópico.

     Zutanito, persona de moral distraída y director de vete tú a saber qué caja de ahorros de Madrid, es imputado por un juez justo -curiosa y casi arbitraria asociación- por delitos de apropiación indebida, falsedad documental, etc etc en virtud de los cuales decreta su prisión incondicional; la Fiscalía del Estado, de quien ha de suponerse que defiende estoicamente la más absoluta legalidad, opta entonces por solicitar la libertad bajo fianza del banquero al no existir riesgo de fuga mientras decenas de Zutanitos, con ínfimas posibilidades reales para huir de un país que también es suyo revientan sus huesos secos de pobres Lázaros en celdas pertrechadas de inmundicias y sin un perro flaco que les lama las heridas. Ordalía para los pobres. Y paraíso distópico 2.0.

     Menganito, desde su inviolable guarida como señor oscuro de Mordor, con la responsabilidad contraída y olvidada tras ser elegido por los seres disfuncionalmente libres cada cuatro años que creyeron en sus falacias electoralistas, no sólo ha incumplido con metódico e ideado proceder gracias a la vehemencia del nuevo Minver todas las promesas que le condujeron a habitar la torre espigada de Barad-dûr, sino que una pléyade administrativa de menganitos y zutanitos convenientemente adiestrada legisla, decreta, sanciona, recorta, obliga… sin que ni el delicado Céfiro logre que una sola de esas normas establecidas por los adustos Próceres y destinadas a los fulanitos de a pie les rocen siquiera con la punta de los dedos. Paraíso distópico 3.0.

     La habitación 101 está vacía y yerma, no hace falta vender miedo a quién ya tiene de sobra, pero también es al miedo al que invoco; al miedo de convertirnos en modernos hombres-libro y de vernos obligados a memorizar pasajes de Nabokov, Steinbeck, Bukowski porque sus obras han sido devoradas desgarradoramente por el fuego y a compartirlas a escondidas aun a riesgo de ser lanzados nosotros mismos a la hoguera como anunciara Heinrich Heine*. “En ese mundo no estaré en paz. Y sin paz, nunca.”**



* “Allí donde se queman libros se termina quemando también personas”
** Pyassa (Guru Dutt, 1957) Licencia Creative Commons
Paraíso distópico por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://indignadossinparaguas.blogspot.com.es/2013/06/paraiso-distopico.html.

Ángel González

Ángel González

Ángel González

Lo perdimos a principios de invierno, hace tan poco tiempo que imposible es escapar de su recuerdo, aunque con toda probabilidad no sea algo que nadie pretenda ni desee, porque Ángel González te llega, te impregna, te rodea y te vence con una naturalidad tan pulcra que difícil se hace entender profundamente su coloquial estilo de escribir.

     Cuando abrazas un libro del poeta asturiano el tiempo se detiene por momentos y de repente avanza de forma tan acelerada que en un suspiro serías capaz de fagocitar un poema tras otro impulsado por el realismo curioso, irónico y esencialmente turbador y transmisor de sus versos. 

     Creador de algunos de los poemas de amor más reconocidos por los amantes de la poesía contemporánea y con un estilo peculiar gracias a la fusión inmensa y precisa entre urbanidad-sencillez y metafísica-complejidad y que tuvo una inmediata influencia sobre los autores de la poesía de la experiencia como Luis García Montero o Carlos Marzal, no por ello hemos de olvidar que Ángel González es enmarcable dentro del grupo de poetas llamados la Generación del 50 o de los niños de la guerra. Su reivindicación socio-política y de denuncia social, posiblemente marcada también por la descomposición de su núcleo familiar desde muy pequeño debido a los azares de la Guerra Civil, se deja ver sin tapujos en buena parte de su producción poética, desde una forma de escribir intimista, pero tan cercana y transparente que es fácil de amar hasta por quienes suelen poner freno a este género debido a su habitual dificultad.

     Podríamos recurrir a la multitud de premios con los que fue galardonado Ángel González a lo largo de su trayectoria profesional, pero la poesía es alma y la única forma de encontrarle valor infinito es con su lectura. Neguémonos a ofender a Dios y dejemos fluir sus versos, los que anulan la tibieza y dan ser y presencia a quien tantas veces lo entregó.

MENDIGO

Es difícil andar
si se ignoran
las vueltas del camino,
si se duda
la firmeza del suelo que pisamos,
si se teme
que la vereda verdadera
haya quedado atrás,
a la derecha
de aquellos pinos…
(…o quién sabe
si perdiéndose en otra primavera
hace tiempo,
cuando una
cálida brisa me empujó hacia el Sur,
y yo pensé:
«el viento quizá sepa»,
y uní a él mi destino,
y seguí andando,
y llegué hasta esta orilla
de mi vida
donde
—después de tanto esfuerzo—
me he sentado
a recibir
lo que los transeúntes quieran darme.)

—Una sonrisa para este vagabundo,
caballero.

—Dejad en mis pupilas,
bondadosa señora,
algo de la belleza y de la luz
que hay en vuestra mirada también triste.

Lo que los transeúntes quieran darme.


CIUDAD CERO

Una revolución. 
Luego una guerra. 
En aquellos dos años -que eran 
la quinta parte de toda mi vida-, 
ya había experimentado sensaciones distintas. 
Imaginé más tarde 
lo que es la lucha en calidad de hombre. 
Pero como tal niño, 
la guerra, para mí, era tan sólo: 
suspensión de las clases escolares, 
Isabelita en bragas en el sótano, 
cementerios de coches, pisos 
abandonados, hambre indefinible, 
sangre descubierta 
en la tierra o las losas de la calle, 
un terror que duraba 
lo que el frágil rumor de los cristales 
después de la explosión, 
y el casi incomprensible 
dolor de los adultos, 
sus lágrimas, su miedo, 
su ira sofocada, 
que, por algún resquicio, 
entraban en mi alma 
para desvanecerse luego, pronto, 
ante uno de los muchos 
prodigios cotidianos: el hallazgo 
de una bala aún caliente, 
el incendio 
de un edificio próximo, 
los restos de un saqueo 
-papeles y retratos 
en medio de la calle… 
Todo pasó, 
todo es borroso ahora, todo 
menos eso que apenas percibía 
en aquel tiempo 
y que, años más tarde, 
resurgió en mi interior, ya para siempre: 
este miedo difuso, 
esta ira repentina, 
estas imprevisibles 
y verdaderas ganas de llorar. 


ELEGIDO POR ACLAMACIÓN

Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas! 
y él entendió: ¡a las armas! – dijo luego. 
Era pundonoroso y mató mucho. 
Con pistolas, con rifles, con decretos. 
Cuando envainó la espada dijo, dice: 
La democracia es lo perfecto. 
El público aplaudió. Sólo callaron, 
impasibles, los muertos. 
El deseo popular será cumplido. 
A partir de esta hora soy -silencio- 
el Jefe, si queréis. Los disconformes 
que levanten el dedo. 
Inmóvil mayoría de cadáveres 
le dio el mando total del cementerio. 

Roger Wolfe

wolfe1[1]Roger Wolfe

     No resulta difícil imaginarse al libertario Roger Wolfe con un pitillo en la boca y un vaso de güisqui en la mano a imagen de Raymond Chandler, escritor con el que bastante tiene en común, de abrupto y de directo, el poeta y ensayista de origen británico.
   
     Nada delicada, golpeadora, vigorosa y profundamente filosófica más allá de lo incisivo de sus versos, la obra de Wolfe que el propio autor define como Escritura Total entronca con el fatalismo existencial y profundamente lacónico de los poetas malditos Rimbaud, Baudelaire o Verlaine. Sin pelos en la lengua y añadiendo a su estilo un uso perverso y sarcástico de vulgarismos Wolfe pasa por ser uno de los autores contemporáneos más originales en lengua castellana como puede comprobarse en la genial antología poética «Días sin pan» que compiló el también poeta Karmelo C. Iribarren.

     Siempre visceral en el amor, en la guerra y en la crítica dejo lo apropiado en este blog. Unos poemas indignados desde lo profundo.



Democracia

Otra maldita tarde
de domingo, una de esas
tardes que algún día escogeré
para colgarme
del último clavo ardiendo
de mi angustia.
En la calle
familias con niños,
padres y madres
sonrosadamente satisfechos
de su recién cumplido
deber electoral;
gente encorvada sobre radios
que escupen datos, porcentajes
en los bancos.
Corderos de camino al matadero
dándole a escoger el arma
al matarife.




Moscas

Los demócratas
han aprendido
de las moscas:
cuanto mayor 
sea el tamaño
de la mierda
tanto más grande
es el consenso.

La tortura, viejo y literario género…
            
Me hablaba
del cielo de Esmirna,
de las doradas cúpulas
que alumbra la tarde veneciana,
del aire perfumado y cómplice de ciertas
umbrosas callejuelas tunecinas, la belleza
inenarrable de Florencia,
y – cómo iba a faltar-
de ese cafetín donde en Lisboa
martirizaba los versos del Poeta…

Hay gente en ocasiones que deseas
que fuera un libro, para así
poder cerrarla con un sonoro y seco
golpe de la mano, sin marcar la página,
y devolverla luego para siempre
al lugar en que por derecho
corresponde:

los mustios anaqueles
de una rancia biblioteca.